Candy permaneció debajo de él, disfrutando de su peso, de los intensos latidos de su corazón, de la caricia de su agitado aliento. En aquellos momentos se sentía abrumada por el nivel de placer que le hacía experimentar. Pero no tanto como para no disfrutar del beso que le dio en la frente, ni de la fuerza con que la estrechó entre sus brazos, en un gesto parecido a un abrazo. Terry no era aficionado a los abrazos, pero ella vivía siempre esperanzada. Le encantaba lo que le hacía en la cama, pero le gustaba aún más la cercanía que mostraba después, y jamás movía un músculo para romper el contado antes de que él lo hiciera.
Pero en aquella ocasión supuso una auténtica conmoción que Terry se pusiera repentinamente tenso y mascullara una violenta maldición en Frances a la vez que se apartaba de ella. Candy lo miró, desconcertada, cuando Terry golpeó violentamente la cabecera de la cama con un puño.
— ¿Qué sucede? —preguntó, asustada.
— ¡He olvidado utilizar preservativo! —espetó él.
—Oh... —Candy fue incapaz de añadir nada más en aquel momento de una tensión insoportable. Aún no había llegado la fecha en que iba a empezar a tomar la píldora, y ya había advertido a Terry que habría que tomar otras precauciones durante las dos primeras semanas. Hasta aquella ocasión el había seguido las reglas escrupulosamente, sin dejar el más mínimo margen de error. Terry se puso en pie y la miró sin ocultar su irritación.
— ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —preguntó en tono frió —. No quiero un hijo.
Candy sintió un escalofrío y se preguntó porqué le había sentado aquella afirmación como una bofetada. A fin de cuentas, ella estaba tan interesada como él en evitar el trauma de un embarazo no planeado. Trató de dar un rápido repaso a las últimas fechas en su mente, lo que resultó complicado, ya que los recientes cambios de su rutina diaria parecían haber alterado su ciclo menstrual, que solía ser muy regular.
—Me temo que no ha sido el mejor momento para pasar por alto las precauciones —admitió—. Podrías estar en el momento más fértil del mes.
— ¡No puedo creer que lo haya olvidado! —Masculló Terry—. Nunca soy tan descuidado.
—Alguno de los dos podría ser estéril —comentó Candy—. Te sorprendería lo habitual que es.
Terry la miró como si la mera sugerencia de que pudiera ser estéril supusiera un terrible insulto para su masculinidad. Candy permaneció donde estaba hasta que él se duchó y salió Estaba conmocionada, pero también sentía que acababa de recibir un zarandeo muy necesario.
La vida en aquel yate de lujo era demasiado cómoda y fácil. Era un estilo de vida que no resultaba nada natural para ella, pero al menos le daba mucho rato para estar con Tyler, lo que permitía que sus lazos afectivos fueran creciendo y reafirmándose.
El viaje a Londres había resultado ser más de placer que otra cosa. Habían hecho una parada e y Terry la había llevado a pasear por las estrechas calles de la ciudad tomados de la mano. ¿Y quién había tomado la iniciativa de darse la mano? Candy sintió que se le acaloraba el rostro. ¿Ir de la mano con Terry? ¿Cómo podía haber sido tan estúpida como para dar pie a aquel absurdo gesto? El romance no tenía nada que ver con su relación.
Ella era su querida, la mujer que le servía para saciar su exigente apetito sexual, no su novia, ni su prometida, ni su esposa. Y, como él quería, ella siempre estaba disponible... ¡y no porque tuviera miedo de saltarse las cláusulas del contrato que había firmado! Desde luego que no: el punzante deseo que la atormentaba no tenía nada que ver con el contrato. Lo cierto era que no era capaz de mantener las manos alejadas de Terry, ni en la cama, ni fuera de ella. La necesidad de tocarlo, de conectar con él, era como una fiebre, una terrible tentación contra la que luchaba día y noche. Estaba consternada por el apego que estaba desarrollando.
Sin embargo, nada podría haber evidenciado con más claridad el abismo que había entre ellos que la reacción de Terry a la posibilidad de que la hubiera dejado embarazada. Le había hecho sentirse como una aventura de una noche, como una extraña a la que apenas conociera, como un cuerpo femenino por el que no sentía ningún interés tras saciar sus apetitos sexuales. Terry vería como un desastre que se quedara embarazada, de manera que lo único que podía hacer era rogar para que la situación no llegara a darse. Acababa de salir del baño tras tomar una ducha cuando Terry entró en el camarote.
— ¿Te he dicho que he organizado una reunión social para esta tarde en mi casa de Escocia ? ¿No? —Añadió con indiferencia al ver la expresión consternada de Candy—. Tengo unos negocios que cerrar con algunos inversores y tendrás que actuar de anfitriona.
— ¡Gracias por avisarme con tanto tiempo de antelación! —protestó Candy.
—Al menos no tendrás que preocuparte de reservar hora en el salón de belleza —replicó Terry.
Volaron directamente a la propiedad. La villa de Terry en Escocia estaba situada en pleno campo. Rodeada de olivos y viñedos, el lugar disfrutaba de unas fabulosas vistas. Candy se sorprendió, pues Terry y su abuelo siempre habían preferido utilizar la gran mansión que tenían
.
— Jack sigue prefiriendo la ciudad, pero a mí me gusta escapar del tráfico y aquí estoy a menos de media hora del aeropuerto —explicó Terry.
—Es un lugar precioso —dijo Candy mientras se preguntaba cuántas propiedades tendría Terry por el mundo.
—Las perlas te sientan muy bien.
Como reacción a aquel comentario, Candy se llevó instintivamente la mano al magnífico collar que llevaba puesto. También llevaba unos pendientes a juego que debían de haber costado una fortuna. Un reloj de diamantes rodeaba su muñeca. No sabía a cuánto ascendería el valor de su creciente colección de joyas, ya que nunca se hacía algo tan vulgar como mencionar el precio cuando Terry insistía en hacerle un regalo. Pero ya había decidido que, cuando Terry y ella se separaran, dejaría atrás todos aquellos regalos.
Probablemente, Terry estaba acostumbrado a recompensar a las mujeres que se llevaba a la cama con regalos extraordinariamente generosos. Pero aquellas joyas hacían que Candy se sintiera como un trofeo, y merecedora del ofensivo calificativo que había utilizado su madre con ella. ¿Era así como la veían los demás? ¿Como una parásita que estaba obteniendo una sustanciosa recompensa por dar placer a su amante empresario en la cama? Su corazón se encogió ante la posibilidad de haber caído tan bajo. Irónicamente, nunca había sentido menos estima por si misma que estando vestida de arriba abajo con aquellas fabulosas joyas.
Una empresa de catering se había ocupado de todo lo necesario para la celebración de la recepción. La casa, de un diseño muy contemporáneo, estaba impecable y era perfecta para aquel tipo de reuniones a gran escala. Ataviada con un elegante vestido color ciruela y tacones altos, Candy se reunió con Terry en la terraza exterior cuando empezaron a llegar los invitados. No tardó en sentir que sus mejillas se teñían de rubor. A pesar de que todo el mundo se mostraba escrupulosamente educado, era brutalmente obvio que ella era el centro de atención. Agobiada, no dejaba de preguntarse qué historias sobre ella habrían aparecido en la prensa local. Irónicamente, fue la llegada del abuelo de Terry la que le produjo mayor bochorno.
Continuará...