Jonny se ruborizó de inmediato al captar el sentido de las palabras de Candy. Sin decir nada, tomó a su madre del brazo para salir de la habitación. Estaba tan desesperado por evitar un conflicto con su padre como en otra época lo estuvo Candy. Aunque los problemas empezaron debido a las infidelidades de su padrastro, éste encontró rápidamente otros asuntos en los que volcar su violento genio.
—Trataré de llamarte —dijo Helen por encima del hombro.
—Cuando quieras y para lo que quieras. Siempre podrás contar conmigo, mamá —aseguró Candy, que no pudo evitar que le temblara la voz.
Hasta que no había vuelto a ver a su madre no se había permitido reconocer cuánto la había echado de menos. Tras comprobar que Tyler se había dormido, bajó a la terraza, donde se hallaban la mayoría de las mujeres. Evitando diplomáticamente las preguntas más indiscretas, fue saludando de un grupo a otro para cumplir con su papel de anfitriona.
Los hombres fueron regresando poco a poco después de su reunión y los invitados comenzaron a marcharse. Nick Grandchester no quiso dejar de saludar a Candy antes de volver a su casa, un gesto que ésta agradeció. Pero se quedó consternada cuando vio que su padrastro se detenía en el umbral de la puerta y hacia un seco gesto con la cabeza en dirección a su esposa para indicarle que quería irse. Incluso desde allí se notaba que el anciano estaba furioso, con los labios comprimidos en un agresivo gesto. Mientras seguía observando, su madre, su padrastro y su hermano se fueron sin saludar a nadie. Candy fue rápidamente al despacho de Terry.
— ¿Qué le has dicho a mi padrastro? —preguntó secamente.
Los secretarios de Terry se quedaron paralizados a causa de la incredulidad y Candy se arrepintió de inmediato de no haber esperado a estar a solas con él para hablar. Terry se apoyó contra el borde del escritorio y la miró con dureza.
—No te dirijas a mí en ese tono —advirtió a la vez que hacía un autoritario gesto para que sus ayudantes salieran.
—Lo siento —murmuró Candy—. Debería haber esperado un momento.
—Lo único que pido es que recuerdes tus modales.
—Estaba preocupada... He visto que Lucas se iba totalmente indignado. ¿Qué ha pasado? —preguntó Candy, ansiosa.
—He informado a Lycas y su hijo de que no son bienvenidos en esta casa si no son capaces de tratarte con respeto.
Candy no ocultó su consternación.
— ¡No necesito que luches mis batallas por mi!
—Yo los he invitado y ésta es mi casa. Su comportamiento ha sido inaceptable. Aquí se hace lo que yo digo —dijo Terry sin dudarlo un segundo.
— ¡Nunca había visto a mi padrastro tan enfadado, y no es de extrañar! Lo has humillado ante su hijo, ¡y también me culpará a mí de eso! —Espetó Candy—. Podría matarte por entrometerte en algo que no es asunto tuyo.
— ¿He hecho algo malo al defenderte? —Preguntó Terry, incrédulo—. Has permitido que tu padrastro bravuconeara contigo tanto tiempo que no eres capaz de distinguir los árboles del bosque. Lucas necesita que le marque los límites alguien a quien no pueda controlar.
Candy estaba terriblemente preocupada por las consecuencias que pudiera tener lo sucedido. Su padrastro valoraba mucho su asociación con la familia Grandchester: la repentina pérdida de esa favorable posición social no sólo supondría una humillación para él, sino que afectaría negativamente a sus negocios. Quería gritar a Terry por lo que había hecho, pero sabía que no era consciente de que la que acabaría pagando por los pecados de Lucas sería su madre.
—Te has entrometido al invitarlos aun sabiendo que había un problema serio entre nosotros —lo acusó, tensa—. ¡Mi madre me llamó a París para decirme que toda la familia pensaba que me estaba portando como una fulana contigo!
Terry se quedó momentáneamente paralizado.
— ¿Una «fulana»? —repitió.
— ¡Nadie se hace la ilusión de que soy yo la que paga los vestidos de diseño y las joyas! —Dijo Candy con amargura—. ¿Qué esperas que opine de mí la gente?
Terry permaneció un momento en silencio. Candy vio cómo tensaba su mandíbula.
—Lo cierto es que eso es algo en lo que no me había detenido a pensar...
Candy alzó una ceja con expresión irónica.
— ¿No? Pues por lo visto sí pensaste en todo lo demás relacionado con la imagen. De lo contrario, ¿por qué te has dedicado a hacer que me vista como una muñeca emperifollada?
Pero Terry no la estaba escuchando.
—De manera que por eso me dejaste plantado en París...
Candy apartó un mechón de pelo de su frente con gesto impaciente.
—Puede que la llamada de teléfono de mi madre hiciera que reaccionara con más susceptibilidad de la debida.
—Lo que me hace constatar una vez más que apenas escuchas lo que te digo,.
Consciente del creciente enfado de Terry, pero sin comprender su causa. Candy parpadeó, desconcertada.
—Creo que no entiendo a qué te refieres.
—Deberías haberme mencionado esa llamada —dijo Terry, impaciente—. Y no te atrevas a decirme que no era asunto mío, porque el comportamiento que tuviste aquella noche resultó muy revelador. No me gusta que tengas secretos para mí. Es deshonesto.
Candy se quedó sin aliento. No podía creer lo que estaba escuchando.
Continuará....