-Parece que no va a haber problemas con tu vinculación afectiva con el niño -- comentó Terry con una total falta de tacto y compasión --.Es evidente que se te da de maravilla interpretar el papel de madre. Sólo llevas un día con El y ya se te pega como una lapa.
-- Está disgustado --dijo Candy, tensa.
-- Una de las lecciones de la vida es que no puede tenerte siempre que quiera -- replicó Terry --. Vas a estar muy ocupada durante el resto de la tarde.
De hecho, Candy apenas tuvo tiempo de tomar aliento en la magnífica casa de Terry en París antes de que llegara una deslumbrante colección de trajes de noche para que los examinara para la fiesta. La peinaron y maquillaron y una doncella la ayudó a ponerse el vestido azul que había elegido. Después se miró en el espejo. Su pelo rubio caía en una elegante cortina en torno a sus hombros y el vestido de diseño realzaba maravillosamente su alta y esbelta figura. Pero reconocer que nunca había tenido mejor aspecto en su vida no bastó para aliviar la frustración que sentía ante la perspectiva de tener que pasar por aquella prolongada rutina cada vez que iba a ser vista en público. Terry entró en la habitación.
- -Quiero que te pongas esto.
Intensamente consciente de su mirada de aprecio, Candy tomó la caja que Terrt había dejado sobre la cama. Al ver el collar y los pendientes de zafiros y diamantes que contenía, se quedó sin aliento.
-- Cielo santo... ¡qué maravilla! - -dijo, impresionada.
-- Son un juego de joyas de la familia.
Candy se tensó.
-- En ese caso, no debería llevarlo.
-- Llevan décadas en una caja fuerte. Merece la pena que alguien se las ponga - -dijo Terry en un tono aburrido que acalló las protestas de Candy.
Sintiéndose más que nunca como una marioneta en manos de un titiritero, Candy se puso las joyas.
-Antes de salir quiero comprobar cómo está Tyler -- dijo, tras echar un rápido vistazo al espejo para comprobar cómo le quedaban las joyas.
--Tienes cinco minutos.
Candy se preocupó al comprobar que su sobrino seguía despierto y llorando intermitentemente. También había rechazado la comida que había tratado de darle Nancy. Tomó al niño en brazos y . No tardó en comprobar que tenía fiebre.
- ¿Qué sucede? -- preguntó unos minutos después Terry, impaciente.
-- Tyler tiene fiebre. Probablemente se trate de una infección
Terry se volvió hacia el secretario que lo acompañaba y le dijo que llamara al médico. Candy se mordió el labio inferior. Tayler estaba mal y ella no quería dejarlo. Terry la miró con expresión irónica y ella alzó la barbilla en un gesto retador. Escribió rápidamente su teléfono en un papel que entregó a Nancy y le dijo que la mantuviera al tanto de cómo estaba el niño. Luego abrazó a Tyler y salió de la habitación con lágrimas de culpabilidad ardiéndole en los ojos.
-No está seriamente enfermo, ¿no?--preguntó Terry.
-No, claro que no. Se pondrá bien.
-- En ese caso, deja de dramatizar. Vamos a una fiesta.
-- Preferiría quedarme aquí -- admitió Candy, que se preguntó cómo se las arreglaba Terry
para, encima, hacerle sentirse culpable.
-- El médico se ocupará de el. Está en buenas manos. Además, si surge cualquier novedad, nos avisarán de inmediato.
Candy respiró profundamente y asintió. Mientras bajaban las escaleras vio su imagen reflejada en un enorme espejo. Apenas se reconoció con aquel espectacular collar brillando en su garganta y el maravilloso vestido azul que había elegido. Terry la tomó de la mano.
-- Estás preciosa, Pecosa
La fiesta había sido organizada por Albert Andley, un banquero internacional y uno de los amigos más cercanos de Terry. Albert y su esposa Mely, vivían en la exclusiva avenida, cercas a la de Terry, donde una nube de fotógrafos esperaba la llegada de los invitados. En aquella ocasión, Candy imitó a Terry mantuvo la cabeza alta y se comportó como si los fotógrafos fueran invisibles.
Terry la presentó a sus anfitriones. A Candy le cayó bien de inmediato Mely, una animada morena con una sonrisa contagiosa.
-- Tengo entendido que eres diseñadora, ¿no? -dijo Albert Ardley .
-Sí, pero ya no ejerzo -- contestó Candy., Mely la miró sin ocultar su sorpresa.
- ¿Por qué?
-- Candy planea dedicarse a su sobrino y a mí -contestó Terry.
-- No es fácil adaptarse a dejar de trabajar -comentó Mely --. Yo soy abogado, Candy, y para cuando terminó mi permiso de maternidad ya estaba deseando volver al trabajo.
- ¿Tienes un hijo?
Mely no necesitó más para subir con Candy a la planta de arriba para enseñarle su adorable hijita de tres años, que dormía profundamente en su cuna. .
-- Eres tan normal y natural... La verdad es que no pareces la típica acompañante de Terry -- dijo Mely sin ocultar su curiosidad --. Esta noche hay aquí varias de sus ex, y la cuadrilla habitual de solteros hambrientos. No debería haberte apartado de él. No puedes permitirte dejar solo a Terry ni un momento. Las mujeres se vuelven locas por él.
Candy se encogió de hombros, aún furiosa con Terry por la falta de sensibilidad que había mostrado ante la enfermedad de Tyler y su empeño en que ella asistiera de todos modos a la fiesta. En aquellos momentos le daba igual que se acercara a él una legión de mujeres.
-- Terry es muy capaz de cuidar de sí mismo --dijo en tono ligero.
Su móvil sonó antes de volverá reunirse con Terry y salió un rato al vestíbulo para hablar con Nancy. Tyler aún seguía teniendo fiebre. Cuando colgó notó que Terry la estaba observando. Le hizo un gesto para que se acercara. Candy apretó los labios: se sentía como un perro desobediente al que acabaran de tirar de la cadena.
Continuará...