— ¿Menos de cincuenta? —preguntó Terry en tono desenfadado. Candy le lanzó una mirada horrorizada.
—Definitivamente, menos de cincuenta —decidió Terry.
— ¡Eso no es asunto tuyo!
—Sal debajo de la sábana.
Con una serie de violentos movimientos, Candy apartó la sábana y se apoyó contra y almohadas en una exagerada pose de modelo.
— ¿Satisfecho?
Terry posó la mirada con evidente aprecio sobre los pechos de Candy, apenas ocultos por su sujetador de encaje.
—Todavía no. Quítatelo todo.
Candy abrió los ojos de par en par.
— ¿Todo?
Terry asintió. Candy permaneció un momento quieta y luego salió de la cama. Con gesto desafiante, se quitó el sujetador y luego las braguitas. Terry se acercó a ella y la tomó en brazos.
—Siento que llevo toda la vida esperándote —murmuró, antes de reclamar la delicada boca de Candy en un beso casi salvaje a la vez que acariciaba sus pechos.
El cuerpo de Candy revivió con una inmediatez casi dolorosa. Oleadas de agridulce anhelo la recorrieron desde la cima de sus pechos hasta su pelvis y despertaron en ella una sensación de vacío que fue inmediatamente seguida por una intensa punzada de deseo que hizo que sus músculos se contrajeran. La erótica exploración de la lengua de Terry aplacó en parte su ansiedad, pero sólo en otra ocasión había experimentado aquella necesidad y como entonces, su poder y su fuerza la asustaron. Sin embargo, instintivamente, alzó las caderas y separó las piernas, buscando un contacto más íntimo con él.
Terry alzó la cabeza para mirar sus ruborizadas mejillas y el inflamado contorno de su boca.
—Disfrutarás mucho más cuando dejes a un lado ese rígido autocontrol.
—No te burles de mí...
—No me estoy burlando. Quiero que ésta sea una noche inolvidable para ti.
Candy estaba tan tensa que apenas podía pensar. Era evidente que, también entre las sábanas, Terry, el macho alfa definitivo, estaba empeñado en conseguir el mejor resultado posible. Al mismo tiempo, era tan atractivo que su corazón se inflamaba sólo con mirarlo. En un movimiento puramente instintivo, pasó una mano tras su nuca y lo atrajo hacia sí para que la besara de nuevo. El la miró con evidente sorpresa.
—Hablas demasiado —murmuró Candy.
Terry rió antes de besarla con irrefrenable pasión. La excitación que se adueñó de nuevo de ella acabó con el resto de sus defensas.
-- Te deseo —dijo él con voz ronca—. Cuando reaccionas así a mis besos me vuelves loco,
Candy
Candy gimió cuando Terry comenzó a acariciarla entre los muslos. Estaba tan sensibilizada y él era tan hábil que le fue imposible permanecer quieta y callada. Experimentó una exquisita sensación de placer mientras él acariciaba con dedos expertos el centro de su deseo. Toda contención había desaparecido. Todo su ser estaba concentrado en la palpitante necesidad que Terry había despertado en ella. El deseo fue creciendo y creciendo hasta que sintió que todo su cuerpo estaba suspendido en el filo de una navaja, poseído por una tensión y un anhelo intolerables. Cuando, finalmente, Terry la llevó hasta el clímax, fue como si algo estallara en su pelvis para convenirse poco a poco en una sucesión de maravillosas oleadas de placer que la recorrieron entera.
Aun estaba anonadada por la intensidad de la experiencia cuando Terry se situó entre sus piernas y deslizó las manos bajo sus caderas para alzarla. Tanteó con su poderosa erección la húmeda y sensual abertura de Candy, que dejó escapar un gritito debido a la mezcla de extrañeza y deseo que le produjo aquella sensación. Terty trató de penetrarla más, pero, por un instante, el cuerpo de Candy pareció resistirse. Con una exclamación apenas reprimida. Terry le echó hacia atrás las rodillas para poder penetrarla mejor. Candy volvió a gritar ante el repentino placer sensual que le produjo la penetración. Con el corazón desbocado, Candy se arqueó hacia él, ardiendo de excitación y renovado deseo. Nunca había sentido algo tan asombroso. Estaba embrujada por el dominio masculino de Terry y por el maravilloso placer que estaba haciendo crecer en su interior con sus movimientos. Unos instantes después alcanzaba un nuevo e increíble clímax. Aturdida por la explosiva intensidad del placer que experimentó, ya estaba más preparada cuando volvió a suceder de nuevo, antes de que Terry alcanzara su propia liberación.
Tras aquella experiencia, Candy se sintió conmocionada y tan débil como un cachorro recién nacido.
—Mi sueño hecho realidad —murmuró Terry mientras se estiraba como una pantera al sol. Besó a Candy en la frente y la miró sin ocultar su satisfacción—. Una mujer multiorgásmica que incendia mi cama,
Candy se sentía avergonzada por su incontrolada respuesta. No podía negar que el sexo con Terry había demostrado ser una actividad extremadamente placentera. Pero, fuera justo o no, lo odiaba porque le había hecho disfrutar. Decepcionada consigo misma, apartó la mirada. Había planeado tolerar que Terry le hiciera el amor, no dejarle con la impresión de que era un amante asombroso.
—Y tan bonita —añadió Terty a la vez que apartaba un mechón de pelo de la frente de Candy —. Aunque notablemente inventiva con la verdad.
Indignada, Candy se apartó de él.
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Dijiste que habías tenido varios amantes, pero ahora compruebo que no has tenido ninguno.
— ¡Pues te equivocas! —siseó Candy furiosa. Terry la tomó de la mano para evitar que bajara de la cama.
—Nunca había compartido la cama con una virgen, pero me ha costado tanto penetrarte.
Ofendida por la intimidad de aquel comentario. Candy liberó su mano de un tirón.
—Eso te gustaría, ¿verdad? —dijo, ruborizada—. Te has acostado con cientos de mujeres, pero no quieres una que haya disfrutado de la misma libertad. ¡De hecho, tu definitiva e hipócrita fantasía es una virgen!
—No me hables en ese tono —advirtió Terry con frialdad.
— ¡Te odio! —espetó Candy a la vez que corría a refugiarse en el baño. Estaba temblando y a punto de llorar. Terry se había convertido en su primer amante, pero habría preferido que le cortaran la lengua antes que admitirlo ante él. No quería darle aquella satisfacción. No quería que supiera que desde que él había salido de su vida, diciéndole que lamentaría haberlo rechazado hasta el día de su muerte, no había intimado con ningún hombre. Había conocido a otros, por supuesto, pero, desgraciadamente, a ninguno que ejerciera el mismo efecto sobre ella que Terry Grandchester.
Tras años de actividad atlética y después de la donación de óvulos a su hermana, había confiado en que Terry nunca llegara a tener motivo para adivinar la verdad... Acababa de envolverse en la toalla tras tomar una ducha cuando llamaron a la puerta. La abrió de par en par.
— ¿Qué pasa ahora? —espetó.
— ¿Qué te pasa? —Preguntó Terry con aspereza—. Lo pasamos bien juntos. Mañana vas a conocer al niño ¿Cuál es el problema?
La mención de su sobrino y el recuerdo de su acuerdo bastaron para que Candy se calmara.
—No me pasa nada. Ha sido un día muy largo y supongo que estoy cansada —murmuró a la vez que rodeaba a Terry para salir del baño.
Tras ponerse un camisón en el vestidor, volvió a la cama, recriminándose por su comportamiento. Se estaba portando como una estúpida. Enfrentarse a Terry era una estupidez. Era ella la que más tenía que perder. No era un hombre acostumbrado a que lo trataran así, y estaba convencida de que no iba a tolerar aquella actitud.
Al amanecer de la mañana siguiente oyó que Terry se estaba duchando y que salía del dormitorio tras vestirse. Volvió a quedarse dormida hasta que una doncella la despertó un par de horas después y le comunicó que Terry iba a desayunar con ella cuando estuviera lista. Consciente de que en unas horas iba a conocer al niño, salió de la cama y se vistió rápidamente. Sin aliento, tensa, entró en el moderno comedor.
Continuará..