«Yo te deseo». Aquélla fue prácticamente la única frase que captó Candy. Estaba conmocionada. ¿Aún la encontraba atractiva Terry cinco años después? Por un instante estuvo a punto de volverse y decirle que él era la respuesta a los ruegos de una diseñadora saturada de trabajo. Aquel aspecto de su vida no sólo había quedado a un lado mientras estudiaba y trabajaba duro para obtener su título;
Se recordó que ser deseada por Terry no la convertía en alguien especial de un grupo selecto. Estaba al tanto de su volátil y enérgica vida amorosa. Según la prensa de sociales, su fuerza y habilidad sexual en la cama eran legendarias, casi tanto como su incapacidad para comprometerse en una relación duradera. Al parecer se aburría rápidamente de todas las modelos y actrices, casadas o no, que solía meter en su cama. Había seguido los pasos de su famoso padre como mujeriego.
Nada de lo que había leído hasta entonces en la prensa le había dado motivo para arrepentirse de no haber aceptado casarse con él. Terry era tan capaz de adaptarse a las restricciones del matrimonio como un tigre a ser una mascota doméstica. Le habría roto el corazón y la habría destrozado, como su infiel padrastro había destrozado a su madre con sus aventuras extramatrimoniales. Tras veinte años de matrimonio, a Diana Petit no le quedaba prácticamente ninguna autoestima.
— ¿Estás sugiriendo que, si me acuesto contigo, me dejarás ver al niño? —preguntó Candy, incrédula.
—No soy tan ordinario como para proponerte eso, y además no me sentiría tan fácilmente satisfecho. Estoy dispuesto a ofrecerte algo que nunca he ofrecido a otra mujer. Quiero que vengas a vivir conmigo.
— ¿Vivir contigo? —repitió Candy, anonadada.
—Vivir y viajar conmigo como querida. ¿De qué otro modo podrías cuidar de tu sobrino? No podrías seguir trabajando, por supuesto. Vivir conmigo y ocuparte del niño sería una dedicación completa.
—Veo que no has cambiado nada —dijo Candy, aunque su corazón empezó a latir con más fuerza ante la posibilidad de ocuparse realmente de su sobrino —. Sigues esperando tener prioridad sobre todo lo demás.
Terry ladeó su arrogante cabeza.
— ¿Y por qué no? Conozco a muchas mujeres que estarían encantadas de convertirme en su única prioridad. ¿Por qué iba a aceptar un compromiso menor por tu parte?
— ¡Pero no puedes convertir a mi sobrino en parte de un trato como ése! Sería algo inmoral y totalmente carente de escrúpulos.
—No sufro de escrúpulos morales. Soy un hombre práctico que no planea casarse para ofrecer una madre al niño. De manera que, si quieres ser su madre sustituta, tendrás que jugar a esto como yo quiero que juegues.
Le estaba ofreciendo todo lo que anhelaba a cambio de renunciar a todo lo que tanto se había esforzado en lograr.
—Después de cinco años, ¿cómo podemos pasar de no tener ninguna relación a vivir juntos? Y además siendo tu querida... ¡Es una locura!
—Para mí no hay ningún problema. Te encuentro increíblemente atractiva.
—Y eso es todo lo que te importa, ¿no? El deseo —espetó Candy con evidente desagrado.
Terry se levantó y se acercó a Candy.
—El deseo es lo único que debe preocuparnos,
—dijo a la vez que deslizaba un dedo por la orgullosa curva de su pómulo —. Te quiero en mi cama cada noche.
Candy apartó el rostro, ofendida.
— ¡Ni hablar! —espetó, furiosa.
—No puedo obligarte a aceptar, desde luego —concedió Terry a la vez que la atrapaba contra la barandilla con su tamaño y proximidad—. Pero soy un hombre testarudo y tenaz. He esperado mucho tiempo a que llegara este día. Muchas mujeres se sentirían halagadas por mi interés.
— ¡Todo esto es porque te dije que no hace cinco años, porque no conseguiste meterme en tu cama!
Terry se quedó muy quieto y sus azules ojos destellaron peligrosamente.
—Te dejé decir no porque estaba dispuesto a esperarte. Pero esta vez no estoy dispuesto a esperar.
— ¡No puedo creer que tengas el valor para proponerme algo así!
Terry sujetó a Candy por ambas manos para impedirle moverse. Inclinó su cabeza hacia ella y murmuró:
—Siempre tengo valor para luchar, Para mí resulta natural luchar por lo que quiero, y estoy dispuesto a arriesgarlo todo para ganar. No sería un auténtico Grandchester si no me arriesgara.
Estaba tan cerca que Candy apenas podía respirar. Terry reclamó sus labios y la besó lentamente, con irresistible pasión. Aquel beso y las sensaciones que evocó en ella eran todo lo que se había propuesto olvidar. El tiempo parecía quedarse en suspenso mientras se sentía perdida en el calor y la presión de la hambrienta urgencia de Terry. Su cuerpo pareció arder, sintió una cálida humedad entre los muslos. Pero los recuerdos se apoderaron de ella y se apartó bruscamente de Terry. Desconcertándolo.
—No —dijo con firmeza a la vez que echaba atrás la cabeza.
Una sonrisa forzasa ladeó la boca de Terry, que no trató de ocultar su triunfo.
—Ese «no» se parece mucho a una invitación descarada en tus labios.
—No puedes comprarme con el niño. No estoy en venta y no puedes tentarme —dijo Candy con toda la convicción que pudo.
—En ese caso perderemos todos, especialmente el niño. Dudo que haya otra mujer dispuesta a ofrecerle el sincero afecto que tú podrías darle. Aunque estoy seguro de que habría muchas dispuestas a tratar de convencerme de lo contrario.
La mera posibilidad de que alguna caza fortunas se convirtiera en la madre sustituta del niño amenazó con hacer perder la compostura a Candy.
—Estás siendo cruel —murmuró, tensa—. Nunca hubiera creído que pudieras llegar a serlo tanto.
—Es tu elección —dijo Terry con dureza.
— ¡No hay elección! —espetó Candy.
—Es una elección que no te gusta, pero agradece tenerla. ¡Podría haberte dicho que no podías ver al niño y haberte dado con la puerta en las narices!
Candy era consciente de que Terry tenía razón. Dadas las circunstancias, el mero hecho de tener una opción era un lujo.
Pero, con las ofertas que recibía a diario, ¿cómo era posible que Terry siguiera interesado en ella? ¿Se debería tan sólo a que era una de las mujeres que se había atrevido a rechazarlo?
—Supongamos que acepto —dijo, haciendo un esfuerzo por mantener la calma—. Tu interés por mí no duraría ni cinco minutos. ¿Qué pasará entonces con el niño?
—Las cosas no serían así.
Candy tuvo que hacer un esfuerzo por contenerse. Como todo el mundo sabía por la prensa de sociales, las ardientes aventuras de Terry solían pasar a velocidades supersónicas.
— ¿Qué sé yo de ser una querida? No soy precisamente una mujer de tipo decorativo.
Terry sonrió, divertido.
—Soy un hombre flexible y abierto a nuevas experiencias.
Tratando de no dejarse afectar por su comentario. Ella volvió a su asiento.
—Si aceptara, ¿cuáles serían las condiciones?
Continuará.....