En cuanto al mayor problema de su relación, la falta de compromiso por parte de Terry, Candy había llegado a convencerse de que tenía la solución. Si sus relaciones sexuales seguían siendo buenas, Terry no tendría motivos para buscarlas en otro lado... Pero se despreciaba a sí misma por pensar de ese modo y por estar dispuesta a aceptar aquellos límites. Su orgullo le decía que merecía más, pero su mente le decía que ya tenía todo lo que podía esperarse de Terry Grandchester en términos de atracción, atención y tiempo. Incluso la prensa empezaba a hablar de la relajada vida que el empresario millonario estaba llevando últimamente.
En honor a la gala benéfica a la que a asistir aquella tarde, Candy había acudido a Escocia a comprar un maravilloso vestido y había prometido ponerse el collar de zafiros y los pendientes a juego. Terry había volado a la capital la noche anterior.
En cuanto regresó a la isla, Candy se maquilló y peinó para la gala. Estaba admirando su peinado en el espejo cuando Luisa, el ama de llaves, acudió a su dormitorio para decirle que el alcalde, había llamado para pedir si podía acudir a ver a su hija, que estaba embarazada y no se encontraba bien.
Candy no perdió un segundo en acudir junto a la embarazada acompañada de Luisa. Deisy era una madre primeriza en su octavo mes de embarazo de gemelos. Su marido estaba en el ejército y se hallaba fuera en una misión. Deisy estaba asustada y histérica se aferró a Candy con tal fuerza que hubo que sujetarla para que el doctor pudiera examinarla. Lo que Candy averiguó tras el examen médico al que la sometió el doctor no q era nada bueno. Tenía la tensión muy alta y las manos y los pies hinchados, condición que resultaba especialmente grave porque además era diabética.
Candy le dijo al alcalde que necesitaban un helicóptero ambulancia, pues el doctor estaba convencido de que su hija sufría de preclamsia y debía acudir urgentemente a un hospital. Tras localizar el más adecuado, el doctor llamó para explicar la situación y habló con el ginecólogo de guardia para que lo asistiera.
— ¿Vendrá conmigo? —preguntó Deisy, que se había aferrado de nuevo al brazo de Candy y no quería soltarla.
—Le estaría eternamente agradecido si lo hiciera —añadió el alcalde, que liberó a Candy de la mano de su hija y, en un aparte, le contó que su esposa tuvo que hacer en una ocasión aquel mismo viaje, posiblemente por los mismos motivos, y murió poco después de dar a luz a Deisy.
Candy estaba asintiendo cuando el alcalde le recordó su compromiso para acudir a la Gala benefica.. Frunció el ceño un momento, pensativa, pero enseguida buscó una forma de estar virtualmente en dos sitios a la vez, pues ambos estaban en la ciudad. Decidida a quedarse con Deisy, dio instrucciones al alcalde para que hiciera enviar el vestido y las joyas a la casa que tenía Terry en el centro de Escocia, donde podría acudir a cambiarse rápidamente tras salir del hospital.
El vuelo en el helicóptero ambulancia fue tenso; Deisy sufría fuertes dolores y su estado empeoraba. Fue un alivio llegar al hospital. Preocupada por el estado de la chica. Candy no volvió a pensar en la gala benéfica hasta que las gemelas de Deisy se encontraron a salvo en el mundo tras una cesárea. Hasta que no se aseguró de que la feliz madre estaba recibiendo el tratamiento más adecuado no pensó en que ni siquiera había tratado de ponerse en contado con Terry para decirle dónde estaba. Agobiada, pues era consciente de lo mucho que le importaba aquella gala benéfica, le envió un mensaje de texto disculpándose humildemente. No se molestó en tratar de explicar lo sucedido y prometió reunirse con él en el entreacto de la ópera.
Tomó rápidamente un taxi y llamó al alcalde para asegurarse de que había enviado el vestido. Tras confirmarlo, empezó a preocuparse por la reacción de Terry. No había respondido a su mensaje, lo que podía indicar que estaba furioso.
Para cuando el taxi se detuvo ante la casa, Candy estaba muy tensa, porque iba a contrarreloj y las cosas no fluían con la velocidad necesaria. Llamó al timbre y unos momentos después le abrió el ama de llaves. Su consternada expresión bastó para hacer comprender a Candy que su llegada había sido totalmente inesperada. Pasó rápidamente junto a la mujer murmurando una explicación y subió rápidamente las escaleras al dormitorio principal, donde suponía que le aguardaba el vestido. Pero se detuvo sorprendida en el umbral al ver unas cuantas prendas femeninas dispersas por el suelo. Frunció el ceño al fijarse en un sujetador negro de encaje y unas braguitas a juego, y se preguntó a quien podían pertenecer. Pero no tuvo que preguntárselo mucho tiempo
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El misterio quedó rápidamente resuelto cuando se abrió la puerta del baño y una preciosa rubia apareció en el umbral con una toalla en torno a su escultural cuerpo. Habría sido difícil decir cuál de las dos mujeres se sintió más perpleja por el inesperado encuentro.
— ¿Quién es usted? ¿Y qué hace aquí? —preguntó candy
Continuará...