— ¡Hay que tener valor para decirme eso! También hay muchas cosas que no me gustan de ti. Has sido capaz de utilizar a tus abogados para hacerme aceptar un trato que te permite hacer lo que te da la gana conmigo. ¿A eso le llamas tener una relación? ¡No me extraña que el resto de tus relaciones duren poco más de cinco minutos! ¿Cómo puedes esperar contar con mi confianza?
—Más vale que dejes ese tema antes de que se te vaya de las manos —advirtió Terry con aspereza.
Pero Candy estaba temblando de emoción y le habría sido más fácil contener un tornado que lo que estaba sintiendo en aquellos momentos.
— ¿De verdad crees que podría confiar en un hombre que una vez me dijo que me amaba y quería casarse conmigo, pero que me dejó plantada menos de una hora después? Por lo visto no encajaba con tu imagen de la esposa perfecta porque tuve la audacia de querer centrarme en algo más que en el amor y en tu dinero. ¿Habrías renunciado tú por mí a tus negocios y al hacer dinero?
A pesar de su tez morena, Terry se puso palido.
—No quiero seguir con esta conversación.
—No te estoy pidiendo permiso para hacerlo. Y, por si no lo has notado, ¡te estoy gritando! —espetó Candy a pleno pulmón.
—Ya basta —replicó Terry en un tono engañosamente gélido.
— ¡Te odio! Incluso tu abuelo piensa que me estás tratando mal... Sí. Además de mis malísimos modales, ¡resulta que también me paro a escuchar detrás de las puertas! —Candy dijo aquello con lágrimas en los ojos y una sensación de rabia que amenazaba con dejarla sin respiración—. No soy la mujer perfecta que te crees con derecho a tener, ¡y más vale que vayas rezando para que no sea fértil!
giró sobre sus talones, salió del despacho y pasó junto a los empleados de Terry, que evitaron mirarla y se comportaron como si todo fuera completamente normal. Subió las escaleras de dos en dos y entró a toda prisa en el dormitorio principal.
Candy casi nunca lloraba. Una película o un libro triste podían hacer que se le humedecieran los ojos, aunque hacía falta algo más intenso para que rompiera a llorar. Pero en aquella ocasión se arrojó sobre la cama y rompió a sollozar casi con desesperación. Le preocupaba terriblemente que su madre hubiera tenido que regresar sola a casa con un hombre enfadado y violento al que le gustaba utilizarla como chivo expiatorio. Pero lo que más le había afectado había sido la pelea que acababa de tener con Terry. Había empezado como una pequeña discusión pero había ido creciendo hasta romper la frágil tregua que habían establecido y destrozar los lazos que estaban empezando a construir.
Pero ya no había forma de ocultarse de las feas y reveladoras verdades en que se hallaban inmersos, como el temor de Terry a que pudiera concebir un hijo que no deseaba.
¿Por qué le disgustaba tanto estar enfrentada con él? Al menos le había dicho lo que pensaba respecto al tema de la confianza. Cinco años atrás confió en él y acabó plantada, con el corazón roto y rechazada por su familia. Sin embargo, Terry se había recuperado al estilo Grandchester haciendo un crucero por el Mediterráneo y deteniéndose en diversos puertos para dedicarse a las juergas nocturnas y a divertirse con todas las mujeres posibles. Candy golpeó la almohada con el puño cerrado. Seguía tan enfadada que quería gritar. Odiaba a Terry. ¡Lo odiaba con toda su alma!
Pero ya había llegado la hora de dar de cenar a Tyler, y a Candy le encantaba ocuparse de aquella rutina con el niño. Se levantó de la cama y gimió al mirarse en el espejo y comprobar que tenía los ojos hinchados.
Tras hacer lo posible para retocar su maquillaje, fue por el niño. Fue un consuelo poder ocuparse de el aquella tarde. Jugó con el en el baño y, tras secarla y ponerle el pijama, la sentó en su regazo para leerle un cuento.
Tyler estaba imitando el sonido de un pato cuando Terry apareció en el umbral de la puerta.
—Me apetece cenar fuera esta noche —dijo.
—Me da igual si no vuelvo a comer nunca —mintió Candy, porque lo cierto era que tenía hambre. Pero no estaba dispuesta a permitir que Terry se comportara como si no hubiera pasado nada... aunque sospechaba que habría sido una actitud más sabia que correr el riesgo de reavivar los rescoldos de la pelea.
Tyler bajó de su regazo y se acercó a Terry con los brazos abiertos para que la tomara en brazos. Posiblemente aliviado al ver que alguien parecía apreciar su presencia, Terry se agachó y tomó a al niño en brazos como si llevara años haciéndolo. Pero en realidad no lo había hecho nunca, y Candy lo observó con disimulo mientras Tyler exploraba su pelo, lo besaba en la mejilla y tiraba de su corbata antes de concentrarse en uno de los gemelos de oro de su camisa.
—Cuac —dijo Tylee en tono de importancia y a continuación estiró una pierna y señaló su pie—. Calcetines —añadió.
—No llevas ninguno —dijo Terry.
Tyler hizo un mohín.
—Zapato.
—Tampoco llevas zapatos.
—No quiere mantener una conversación —explicó Candy—. Sólo trata de impresionarte con su nuevo vocabulario.
—Es más interesante que mantener una conversación —dijo Terry a la vez que apartaba la mirada de Tyler para detenerla en la gélida expresión de Candy—: Veo que sigues molesta.
—No estoy molesta —murmuró Candy—. Simplemente no se me ocurre qué decirte.
— ¿Hay alguna diferencia? —Terry se acercó a ella para volver a dejar al niño en su regazo.
Continuará...