Hubiera empezado o no, Candy ya había perdido todo el control y la pasión la desbordaba. Se agarró a sus hombros, con los dedos en tensión, buscando enloquecidamente su boca. Y todavía con el camisón entre ellos, lo cual le provocaba un sentimiento de frustración, porque deseaba con todas sus fuerzas sentir su cuerpo desnudo, Terry le puso la mano en el punto más sensible de su cuerpo.
—Quítame este camisón —suplicó ella.
—Shhh —le indicó Terry —. Sé lo que estoy haciendo —Que era mucho más de lo que Candy hacía. Ella seguía apretando su cuerpo contra el de él, en tensión, por el placer que le daban sus caricias. Terry la abrazó y empezó a besarla, para acallar sus gemidos. Cuando la soltó y pudo respirar otra vez, Candy se sintió saciada de satisfacción física y devastada por la experiencia. En aquel silencio ensordecedor, Terry miró su cara y sus ojos con gesto de satisfacción—. Seguro que todo esto es la primera vez que lo sientes.
—Yo…— Con un terrible sentimiento de mortificación, Candy le pegó un empujón. Se dio la vuelta y se acurrucó, para defenderse de cualquier ataque. La luz se encendió. Ella permaneció tumbada, sintiendo una vergüenza inmensa, porque Terry la había visto perder todo su control. Y ni siquiera le había tenido que quitar el camisón, aunque ella se lo había suplicado, recordó, horrorizada por su comportamiento.
De pronto, sintió que un brazo tiraba de ella, hasta que entró en contacto con el cuerpo de Terry. Candy se puso rígida, pero él, sin inmutarse, le dio la vuelta. Sintió su miembro erecto en su prometido, pero él todavía no estaba satisfecho.
—Me has dicho que si espero hasta mañana, harás todo lo que quiera —le recordó Terry—. Una oferta muy provocativa. Pura tentación erótica. Así que te dejaré en paz por esta noche... — Candy casi explota de ira. Se mordió el labio tan fuerte que se hizo daño. Pero logró reprimir la respuesta—. A menos que hayas cambiado de opinión...
—No, no he cambiado de opinión —murmuró Candy, preguntándose si no le habría dicho eso en un momento de locura. ¿Qué querría hacer con ella? Poco a poco logró no pensar en ello. Todavía quedaba mucho para la noche siguiente.
Candy se miró al espejo que había en la cómoda de la habitación y no le gustó nada lo que vio. Si cuando Terry empezó a tocarla, ella le hubiera rechazado, seguro que él no habría insistido. ¿Y qué habría hecho? ¿Seguir con su plan original y denunciar a Helen por fraude? Candy se estremeció. Por muy mal que se hubiera portado Helen, no podía soportar la idea de que humillara a su madre de aquella forma.
Al mismo tiempo, se daba cuenta de que se había traicionado a sí misma ante Terry. Dándose cuenta de su pasión,. ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer? Después de todo, ella se había puesto de lado de Helen. Sobre ella había caído la venganza y desprecio de Terry. Un hombre que la conocía más que nadie en el mundo. Terry, que sabía lo importante que era su orgullo para ella. Terry, que sería capaz de hacer trizas sus emociones en sólo tres semanas. Porque al fin y al cabo no conocía a Terry, no como era en aquel momento.
Era un hombre muy atractivo. El noventa y nueve por ciento de las mujeres se derretiría sólo con mirarlo. Tenía un aura muy especial. Para ella, Terry había sido algo muy especial. De pronto la puerta se abrió, sin que nadie llamara. Candy se sobresaltó. Terry apareció en la puerta, con una camisa negra y unos vaqueros.
—El desayuno está preparado —Cuando lo miró a sus ojos azules profundos , Candy se sonrojó.
—Bajaré en un minuto.
— ¿No te has traído ninguna falda? —le preguntó Terry.
—No me gustan las faldas.
—Pues a mí sí. Y eso es lo que quiero que lleves durante las próximas tres semanas —le comunicó Terry.
— ¿Qué pretendes, convertirme en una mezcla de esclava del amor y muñequita? —Preguntó Candy, apretando la boca—. Porque si es eso lo que estás pensando, te has equivocado de mujer...
—No creo —Terry se puso detrás de ella y su cuerpo se tensó. Le acarició el pelo, le quitó el cepillo y lo puso en la cómoda—. No puedes esconder la pasión de la misma manera que tratas de ocultar este pelo tan bonito que tienes. No te dejaré.
Candy se estremeció de rabia.
—No me digas lo que tengo que hacer...
—Pues descubre tú misma lo que te pasa cuando te rebelas. Parece que ésa es la única forma que tienes de aprender —replicó Terry —. Lo mismo que aprendiste anoche que tu familia te quiere, a pesar de todos los años que no has estado con ellos.
—Lo sé —admitió Candy, con un nudo en la garganta.
—Y cuando yo desaparezca de sus vidas, te pido que sigas viéndolos —le pidió Terry—. Puedes echarme a mí la culpa de romper el matrimonio y les dices que te ha correspondido la casa por el divorcio. Ellos ni se imaginan el dinero que tengo.
—Pero ellos te quieren también... —empezó a decirle Candy.
—Pero no volveré —le respondió Terry con contundencia—. Creo que en tu ausencia he hecho lo que se esperaba que hiciera, pero de ahora en adelante ya no eres mi responsabilidad.
—Para un hombre tan importante como tú, debe haber sido muy duro visitar a gente tan pobre —Terry le puso las manos en los hombros y le dio la vuelta.
—Controla tus emociones —le aconsejó—. Puede que me apetezca tu cuerpo, pero eso es todo lo que me interesa por ahora. Cuando pasen estas tres semanas, nos separaremos.
— ¿Qué crees, que no es eso lo que quiero yo también?
—Creo que has elegido estar con la gente que menos te conviene. Y yo no quiero pagar una segunda vez. Esto es sólo un ajuste de cuentas, Candice. Intenta recordarlo — Candy se quedó mirando al espejo después de que Terty se marchara, fijándose en el tono de asombro en su mirada. Los cerró, porque no pudo soportar ver lo que él podría haber visto en ellos.
Despues de la comida, Terry le dio una vuelta a Candy en coche. Había pasado toda la mañana con Pony y Maria, llamando por teléfono a algunos vecinos. En el pueblo, donde la mayoría de los jóvenes se iban, cuando tenían edad suficiente para empezar a buscar trabajo, no les extrañó lo más mínimo su prolongada ausencia y la acogieron con mucha hospitalidad.
Sin embargo, cuando Candy arrancó su coche un silencio tenso se apoderó de ellos. Al poco tiempo llegaron a la casa que en otro tiempo había sido su hogar. Candy miró por la ventanilla. Todo lo que veía le traía amargos recuerdos. Lo primero que se fijó fue en los muros de piedra y las tejas de barro, deteriorados por el tiempo.
— ¿Qué pasó con mis gallinas? —preguntó.
—Supongo que alguien se las comió —Sin mirarlo a la cara, Candy suspiró.
— ¿Y Lola y su ternero? —le preguntó, sintiéndose incluso más tensa.
—Los vendieron.
— ¿Y qué hiciste con mis gatos? —le preguntó—. ¿Te los comiste, los vendiste, o los enterraste?
—Me los llevé a Londres conmigo.
—Oh... —sonrojándose por la vergüenza y la sorpresa, Candy se cruzó de brazos y volvió la cabeza.
Temblando, lo siguió hasta la casa y entró en el salón, que tenía un techo muy bajo y dos sofás muy cómodos. Se fue a la ventana y miró el jardín que ella había cuidado con tanto esmero cinco años antes. Se lo había comido la maleza. ¿Y qué más daba? Aquel no era su hogar, y nunca lo fue. Ninguno de aquellos cambios le importaban mucho. Sin embargo, sin saber muy bien la razón, tenía la sensación de que había perdido algo.
Continuará....