Porque Terry era un tipo impresionante, a pesar de que ella le hubiera tratado de convencer de que se había casado con la mujer más desagradecida y avariciosa del mundo. Candy se dio cuenta de que seguía enamorada de Terry. No podía quitárselo de la cabeza. Lo tenía muy dentro de su corazón, formando parte de su propio cuerpo. En mitad de aquella revelación, Richard Grandchester salió del estudio y pasó a su lado, sin darse cuenta de que estaba detrás de la columna.
Completamente pálida e insegura de sí misma, Candy entró en la habitación de la que había salido el padre. Terry no se dio cuenta de su presencia. Con el vaso de whisky en la mano, se dirigió hacia una de las ventanas, permaneciendo de pie allí, con las piernas un poco separadas.
¿Cómo era posible que estuviera enamorada de un hombre al que sólo le interesaba satisfacer su lujuria? ¿Cómo podía amar a un hombre que no tenía en cuenta las emociones? Aquél era el lado oscuro de la personalidad de Terry, un lado que ella nunca había visto y que nunca sabía que pudiera existir. Un hombre que no dejaba que nadie se escapara sin su castigo, que no perdonaba la avaricia, ni el engaño. Y sin esos principios, seguro que Terry le habría parecido menos atractivo. Se aclaró la garganta y le preguntó lo primero que se le vino a la mente.
- ¿Quién es Tania? -Terry la miró con cara de preocupación.
-- Una amiga, a la que mi madre quiere como una hija.
-- ¿Y Ricky...? ¿Era tu hermano? --le preguntó --.Nunca me comentaste que tenías un hermano -- comentó Candy.
--Ricky murió un año antes de que te conociera a ti. Era diez años mayor que yo -- admitió Terry.
-- ¿Qué pasó? -- Durante varios segundos de tensión, Terry fijó su atención en la ventana. Se encogió de hombros, con menos fluidez que la usual.
-Ricky me llevó a escalar una montaña de los Alpes. Hacía un tiempo horroroso y hubiera sido mejor abandonar. Pero Ricky no se dejaba vencer por los elementos. Nos cayó encima una avalancha y salvó mi vida a costa de la suya.
Oh, Dios... -exclamó Candy, quedándose sin palabras. Lo que más le hubiera apetecido en aquellos momentos, era abrazarlo, para tratar de reconfortarlo, pero estaba convencida de que él la rechazaría-. Eso debió ser un golpe muy duro para tu familia...
-Sí... de la montaña bajó el hijo que ellos no querían...
-No digas eso -suplicó Candy -. Seguro que tus padres no piensan eso...
- ¿No oíste la opinión de Eleonor sobre mi, comparada con la de mi hermano? -Candy no pudo mirarlo a los ojos. - Y Ricky era un hombre maravilloso. Mi madre lo adoraba. ¡Y yo también! -Gritó Terry -. Era una persona muy querida por todos. Cuando murió, dejó un gran vacío en nuestras vidas y mi familia dejó de estar unida. A mí me empezaron a comparar con él. Mi madre nunca me perdonó por sobrevivir a costa de Ricky
Candy evitó su mirada, porque ella también creía que era eso lo que pensaba Eleonor. Por primera vez entendió la razón por la que iba con tanta frecuencia al pueblo , a visitar a su abuelo. Su Tío el profesor había sido un hombre muy práctico. Terry había sido tratado como un paria por sus padres, cuando sólo era un adolescente. A aquella edad, seguro que le reconfortaba el afecto de aquel hombre, quien le aseguraba una y otra vez que lo que le había ocurrido a Ricky no era su culpa.
Aquella imagen la conmovió, pero también se sintió herida, porque por una vez había compartido con Terry el mismo miedo y ansiedad. Nunca le había hablado de su hermano, seguro porque no la había querido cargar con un problema que ella no sabría resolver. En su relación con ella, Terry había dejado sus preocupaciones a un lado. Siempre. Él había sido el que había dado, y ella la que tomaba.
-Te has quedado muy callada de repente -comentó Terry. Candy levantó su cabeza de nuevo. Terry se dirigía hacia ella. Desconcertada por su proximidad, asustada por haberse dado cuenta de lo mucho que lo amaba, miró sus ojos azules, con brillos -. Pero una confesión siempre es buena para el alma -informó Terry, mientras estiraba sus manos y se las ponía en su cuerpo - ¡Pero seguro que lo mejor es, en estos momentos, caer en el olvido del sexo!
- ¿Terry....? -susurró Candy, sorprendida por la carga sexual en su brillante mirada.
-Tú también me quieres -dijo Terry con voz quejumbrosa, arrinconándola contra la puerta y bajando la cabeza para besarle el cuello. Un escalofrío electrizante recorrió su frágil cuerpo-. ¿No es verdad, pecosa? -añadió Terry.
-Sí... -murmuró Candy, incapaz de resistirse-. Sí... -Terry le dijo algo en italiano, mientras le apoyaba las manos en las caderas y tiraba de su cuerpo, para que entrara en contacto con su miembro en erección. El cuerpo le ardía de una necesidad contra la que no podía luchar. Terry le metió la mano entre los muslos y le levantó el vestido con impaciencia. Le acarició la entrepierna con los dedos y gimió de satisfacción, al descubrir la humedad que no podía controlar, ni ocultar. Candy se estremeció y se agarró a él para no caerse. En ese momento abrió sus ojos y se fijó en un bolso pequeño de color azul que había en la mesa de al lado-. ¡Tu madre se ha dejado el bolso! -exclamó Candy. Terry abandonó su asalto erótico y levantó su cabeza muy despacio. Tenía la mirada perdida-. ¡Ese bolso que hay ahí! -Señaló con la mano-. ¡En cuanto se dé cuenta, vendrá a recogerlo! -Terry abrió y cerró los ojos. Con su mirada fija en ella, fue quitándole la mano de la entrepierna. Candy tembló, avergonzada por lo que estaba ocurriendo entre ellos-. Será mejor que vayamos al piso de arriba -sugirió ella en voz baja. Terry retrocedió unos pasos. Candy abrió la puerta y lo miró. Terry le puso una mano en la cabeza y empezó a besarla otra vez. Cuando apartó la cabeza, con sus ojos encendidos por el deseo, Candy estuvo a punto de agarrarlo y estrecharlo otra vez entre sus brazos. Atravesó el vestíbulo y empezó a subir por la espectacular escalera. Terry no la soltó de la mano. Cuando llegaron al piso de arriba, la abrazó con tanta fuerza que casi la ahoga. De haber insistido, habría estado dispuesta a hacer el amor allí mismo-. Te quiero, Terry -le dijo, con la voz cargada de emoción.
Incapaz de responder, asintió con la cabeza, como si fuera una marioneta. En silencio, la levantó en sus brazos y avanzó por el pasillo a grandes pasos. Entraron en una habitación y la dejó sobre una cama, sin darle tiempo siquiera a que la viera. Le desabrochó el vestido, le quitó el sujetador y le empezó a acariciar sus pechos desnudos.
Candy vio sus cuerpos reflejados en el espejo del armario. Terry le estaba acariciando los pezones con las dos manos. Y en aquel momento se dio cuenta por primera vez de que ella también tenía poder sobre Terry. Candy buscó su boca y le metió la lengua entre los labios.
Continuará........