Nunca antes se había sentido Candy tan avergonzada de su conducta. Ni siquiera podía mirarle a los ojos. El hecho de haber pensado en utilizar a un bebé para conseguir a Terry, la hacía sentirse egoísta y malvada. Habría sido lo más injusto para él, porque no la amaba. Y todo el amor que ella podía darle, no podía compensar la posibilidad de que él pudiera encontrar otra mujer a la que pudiera amar.
— ¿Quieres de verdad que te deje sola? —Le preguntó Terry —. Si me voy, me puedo convertir en el peor hombre del mundo. Eso me lo enseñaste tú, hace ya bastante tiempo.
—Necesito tiempo para pensar —le respondió, poniendo su cara contra la almohada. Terry se levantó y no dijo nada. Tardó bastante tiempo en salir de la habitación. Y Candy no apartó la cara de la almohada hasta que no oyó cerrarse la puerta.
Tenía que reunir fuerzas, antes de hablar de una posible separación. ¿Qué pensaría Terry, después de haberla visto ponerse tan histérica? Tendría que decirle que se había comportado de esa manera por la tensión premenstrual. Era capaz de decirle cualquier mentira, con tal de que no sospechara lo que le preocupaba en realidad. Porque durante todo aquel tiempo que estuvieron juntos, ella se había esforzado por mostrarse desenfadada y divertida. Se había comportado como si no le importara la relación. Había decidido que cuando llegara el momento de separarse de Terry, lo iba a hacer con la cabeza muy alta.
Agotada por todas aquellas emociones, decidió no cenar. Se quedó dormida en la cama y la despertó el sonido del teléfono. Todavía medio dormida, levantó el auricular
—Estoy en Milán — le informó Terry.
— ¿Qué estás haciendo allí? —preguntó Candy.
— ¿Te extraña acaso que me haya ido tan lejos?
—No, sólo era una pregunta —replicó Candy, pensando que no tenía sentido alguno echarle de menos, cuando dentro de poco tiempo le estaría echando de menos el resto de su vida.
—Estoy en una conferencia sobre banca.
—Debe ser emocionante.
—Estaré dos días —le informó Terry.
— ¿Dos días? —Candy se mordió la lengua y tragó saliva—. Eso está muy bien.
—Llamaba para pedirte que vinieras...
—Bueno, pásatelo bien —le interrumpió Candy, antes de que él la convenciera de hacer una locura. Suspiró hondo y se despreció a sí misma, por no decirle a Terry lo que tenía que decir. Tenía todo el derecho de conocer que no estaba embarazada—. Ah sí, por cierto —añadió—. No estoy embarazada — El silencio retumbaba en sus oídos como si fueran tambores—. ¿No crees que sea maravilloso? —le preguntó Candy, con lágrimas en los ojos —. Supongo que te sentirás más aliviado con la noticia. Ya lo comentaremos más cuando vuelvas
.
Candy colgó el teléfono inalámbrico. Una vez aclarado aquel asunto, se sintió un poco mejor. Decírselo por teléfono había sido lo mejor. De esa manera, los dos habían tenido la ocasión para dar rienda suelta a sus sentimientos en privado.
A ella le quedaban dos días para relajarse y ordenar sus pensamientos. Llamaría a información para ver cuándo llegaba su vuelo, y se iría a recibirlo al aeropuerto. Estaba decidida a mostrarse cariñosa y alegre. No iba a hacer un drama, ni a derramar una lágrima cuando discutieran la cuestión del divorcio. Y al día siguiente se iría a Londres.
Al día siguiente, de madrugada, Candy empezó a preocuparse por el estado en que se encontraba. Todavía no le había bajado la regla. Además, los pechos se le habían hinchado. ¿Y si se había precipitado en comunicarle a Terry las noticias?
Más tarde, durante ese mismo día, Candy no había recibido aún confirmación del estado en que se encontraba. John, el conductor de Terry, la llevaba en coche por las calles de ciudad. Candy compró en una farmacia una prueba de embarazo. Cuando vio que la prueba daba positivo, se quedó conmocionada. ¿Cómo iba a decírselo a Terry?
A la mañana siguiente, que era el día que tenía que regresar Terry, Candy se empezó a preocupar por el dolor que empezó a sentir en el vientre. Preocupada por el niño que ya sentía que tenía en su vientre, se fue a ver a un médico . El médico le confirmó los resultados de la prueba del embarazo.
El médico también la tranquilizó, diciéndole que durante los primeros meses de embarazo era normal que sintiese cosas extrañas en su cuerpo, porque todo su sistema hormonal se estaba transformando. Cuando salió de la consulta, Candy se fue de compras. Se compró un vestido Verde y unos zapatos haciendo juego.
A las tres de la tarde, llegó en una limusina al aeropuerto a recibir a Terry, que venía en su avión privado. Lo podría haber esperado en casa, pero prefirió ver en persona el efecto que había tenido en él la noticia que le había dado por teléfono. Si aparecía contento como un chiquillo, sería todo un reto desencantarlo.
Pero de una cosa estaba segura, de que no podía ocultárselo a Terry, ni que tampoco estarían obligados a seguir casados sólo porque iban a tener un hijo. No sería justo, para ninguno de los dos. Candy lo observó salir del avión. A su lado iba una rubia impresionante, con un traje color gris. ¿Sería la azafata? No, la azafata estaba en la puerta de salida. A continuación salió Terry, tan guapo como siempre. Llevaba algo bajo el brazo.
La rubia lo esperó ya en la pista. ¿Sería una ejecutiva del banco? ¿Su secretaria? Mientras caminaban por la pista, los dos mantuvieron una animada conversación. Candy no pudo evitar el ataque de celos. Gotas de sudor aparecieron en su frente.
— ¿Quién es esa mujer? —le preguntó al conductor, que estaba a unos pasos de ella.
— La señorita Tania , señora —respondió, sorprendido ante aquella pregunta. Candy se quedó helada. De pronto aparecieron tres hombres en la pista, con cámaras de fotos en las manos. Los guardas de seguridad de Terry entraron en acción y no les dejaron sacar fotografías. Terry y su compañera levantaron la cabeza.
Candy reconoció a la rubia, justo en el momento que Terry la vio a través de las cristaleras del aeropuerto. Una sonrisa se dibujó en sus labios, pero nada más darse cuenta de lo que ella estaba pensando, soltó su maletín y el paquete que llevaba bajo el brazo y se echó a correr por la pista, haciendo caso omiso de lo que le decían los guardas de seguridad. Pero Terry llegó demasiado tarde. Candy ya había desaparecido entre la multitud.
Candy estaba sentada, mirando a su capuccino. Cuando salió del aeropuerto, se metió en un taxi y le dijo al conductor que la llevara al centro de la ciudad. Había estado caminando por las calles durante horas, hasta que sus piernas ya no pudieron aguantar más y se tuvo que sentar en la terraza de una cafetería.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en la Piazza Navona. Justo la semana antes había estado allí con Terry . Seguro que el recuerdo de aquel día, fue lo que la hizo llegar hasta allí. Porque no sólo se habían ceñido a visitar los lugares antiguos de la ciudad.
Ya viene el Final ...