La rubia le dirigió una mirada retadora.
—Ya que yo he sido la primera en llegar, podría hacerle la misma pregunta.
Candy sintió que se le encogía el estómago a la vez que su frente se cubría de sudor. Se preguntó si sería la única mujer del mundo lo suficientemente estúpida como para preguntar a una belleza semidesnuda qué hacía en el dormitorio de su amante. A fin de cuentas, la respuesta era tan obvia que la pregunta no era necesaria. En un intento de salvaguardar su dignidad, Candy se retiró de espaldas hacia la puerta. Le resultaba casi imposible apartar su asombrada mirada de la otra mujer. No quería hacer comparaciones, pero su mente hizo caso omiso de sus deseos: ella era mayor, menos curvilínea,. Hizo un esfuerzo por apartar aquellos absurdos pensamientos, giró sobre sus talones y se dirigió hacia las escaleras a tal velocidad que estuvo a punto de tropezar.
— Señorita White... —balbució el ama de llaves con ansiedad al ver que Candy abría la puerta de la calle—. Lo siento, pero no sabía que iba a venir...
—No se preocupe. Estoy bien —dijo Candy, que no quería enfrentarse al evidente bochorno de la buena mujer.
Se fue a toda prisa, como empujada por un vendaval, con la mente en blanco. No sabía lo que estaba haciendo ni adónde iba. La conmoción había anulado sus pensamientos, y el temor al dolor que podían causarle la estaban protegiendo de ello.
Terry tenía otra mujer. ¿Pero qué esperaba? ¿Acaso había llegado a creer de verdad que Terry se había convertido de pronto en un hombre exclusivo por el hecho de estar con ella? Nunca le había prometido que iba a serle fiel. De hecho, se había molestado en dejar aclarado en su acuerdo que no iba a prometerle tal cosa. Por lo que ella sabía, podía tener varias mujeres por todo el mundo dispuestas a acudir a su llamada cuando le apeteciera un poco de variedad.
Terry había acudido a sus oficinas en Escocia aquella mañana y tras terminar el trabajo del día, había ido a esa casa con la belleza rubia que Candy había encontrado en su dormitorio y se había acostado con ella... .Se estremeció al imaginar al ama de llaves contándole a Terry lo sucedido. Al ver un autobús que se detenía a poca distancia, corrió a tomarlo. Le daba igual adonde fuera, mientras la alejara de las cercanías de la casa.
El móvil vibró en su bolso y, sin molestarse en mirar el mensaje, lo apagó. No estaba de humor para tratar con Terry. Ocupó un asiento en la parte trasera del autobús y su cuerpo se balanceó al ritmo de las curvas que iba tomando. ¿Por qué estaba tan conmocionada si Terry sólo había hecho lo que siempre había resultado natural para él?
Si un hombre había buscado siempre la diversidad y excitación de otras parejas sexuales, no era probable que fuera a cambiar. Y estaba segura de que, si se lo preguntaba, Terry sería sincero con ella.
Se sintió como si estuviera cayendo a un abismo al imaginarlo siendo hasta aquel punto sincero con ella. Cualquier admisión de infidelidad por su parte cortaría como una cuchilla y dejaría unas cicatrices que la perseguirían toda la vida. Su peor pesadilla era, y siempre lo había sido, imaginar a Terry en brazos de otra mujer.
¿Pero qué mujer en su sano juicio podría haberse enamorado de Terry Grandchester con la esperanza de un final feliz? Muchas lo habían internado y habían fracasado. Sin embargo, ella seguía loca por él. A pesar de lo que amaba su profesión y los retos que suponía, su ejercicio no le había proporcionado nunca la felicidad, la excitación y la satisfacción que le proporcionaba Terry con su mera presencia.
Bajó del autobús en la terminal con las mejillas húmedas por las lágrimas. ¿Qué estaba planeando? ¿Huir y dejar atrás a Tyler? Aquella opción estaba totalmente fuera de lugar. Pasara lo que pasase con Terry, no pensaba renunciar a su pequeño.
Pero necesitaba unas horas para recuperar la compostura antes de enfrentarse de nuevo a él. Caminó largo rato antes de detenerse ante un pequeño hotel. Cuando pidió una habitación notó la mirada de curiosidad de la recepcionista, y cuando se miró en el espejo del baño de su habitación hizo una mueca horrorizada al comprobar el estado de su maquillaje. Tras lavarse, conectó de nuevo su móvil, que sonó unos instantes después.
— ¿Dónde diablos estás? —espetó Terry sin
preámbulos.
—Siento no haber podido acudir a la gala, pero esta noche necesitaba un poco de espacio...
— ¡No! —bramó él—. ¡Nada de espacio! ¿Dónde estás?
—En un pequeño hotel que seguro que no conoces. Necesito estar sola un rato —murmuró Candy mientras se preguntaba cómo iba a poder soportar volver a estar con él siendo consciente de sus infidelidades.
—No puedes dejarme plantado en ninguna circunstancia. No pienso tolerarlo.
—No voy a dejarte plantado... —Candy concluyó sus palabras con un incontenible sollozo.
—Candy..... — murmuró Terry.
Candy cortó la llamada antes de que su alterado estado emocional la indujera a decir más de lo que debía. Pero Terry no tardaría en averiguar que había conocido a su mujerzuela... ¿Pero por qué calificarla de mujerzuela sólo porque se hubiera acostado con él? A fin de cuentas, Terry y ella no estaban casados.
Temblorosa, se sentó en el borde de la cama. Como siempre había temido, su amor por Terry estaba destruyendo su fuerza y autoestima, cuando sólo debería estar pensando en Tyler. Debía encontrar como fuera alguna forma de salir de aquel atolladero, porque no podía fiarse de que Terry estuviera dispuesto a hacer aquel esfuerzo.
Casi una hora después dio un respingo cuando llamaron a la puerta. Se levantó para abrir, pero mantuvo la cadena puesta.
—Abre la puerta, Candy — ordenó Terry con aspereza. Asombrada por su repentina aparición. Candy hizo lo que le decía.
Continuará...