Prólogo
Vinces (París Chiquito). Colonia europea. Ecuador 1890
La tierra más fértil se extendía en el vasto horizonte. Campos que, por excelencia, se apreciaban como la zona más productiva del país, se veían entre los cantones de Los Ríos.
La producción del cacao se consideraba el motor económico del país, donde muchas familias europeas adineradas dedicaban sus tierras al producto. La Colonia cacaotera estaba conformada por hacendados extranjeros, entre ellos franceses e ingleses, también lugareños, quienes trabajaban la tierra para el cultivo de la “pepa de oro.”
El verde de los árboles tan espesos resplandecía ante los ojos de Terrence, quien en su vida había visto paisaje tan hermoso, donde la naturaleza prevalecía indómita entre bosques tropicales y extensos cultivos.
Llegaba a la hacienda de su abuelo. Aquellas extensas tierras que se habían sumado a su patrimonio recientemente; miles de hectáreas de sembríos de cacao dependientes de un clima cálido y manos trabajadoras. La Hacienda Monte Verde, la finca más productiva de toda la región, había sido la heredad de Edmund Grandchester, denominado un Grande del Cacao, el hacendado inglés más rico de la región, quien concedía el trabajo de toda su vida a su único nieto.
Terrence volvía a releer intrigante la misiva que el anciano había dejado para él. Había transcurrido dos semanas desde su fallecimiento a causa de las fiebres.
Querido Terrence
Con mi último aliento de vida, dicto estas líneas a mi fiel servidor Thompson, quien te pondrá al tanto de los asuntos legales de la hacienda en cuanto llegues a la Colonia.
Me encuentro muy enfermo y creo que pronto me reuniré con tu abuela y tu padre en el descanso eterno. Estoy seguro que, si él estuviera vivo, estaría igual de orgulloso de ti como lo estoy yo.
Sé que labraste tu propio destino sin ayuda alguna, y que tu vida se encuentra en las grandes ciudades del mundo, pero quiero que le concedas la última voluntad a este viejo, a quien no viste hace más de diez años.
Quiero que visites la finca en cuanto recibas esta carta. De seguro, yo ya habré sucumbido para entonces, pero tú continuarás con mi legado y cuidarás de los trabajadores y de todos los que la habitan. Son decenas las familias que viven de estas tierras y yo sé muy bien que velarás por todos ellos. Quiero también que conozcas a las gentes de la Colonia; que camines por sus pintorescas callejuelas y comprendas por qué jamás he querido irme de aquí y regresar a Londres. Estoy seguro que quedarás cautivado ante semejante belleza y perfección verde, y no me refiero solo a las tierras. También serás testigo de una revelación brillante y única. No olvides mis últimas palabras.
Edmund.
Terrence aún no comprendía la mayor parte del contenido, pero eso era lo de menos. La cláusula del testamento sobre su visita obligatoria a esas tierras, había hecho postergar varios de sus negocios de extracción de petróleo en Titusville, Pensilvania; y tuvo que partir de Londres directamente a Ecuador, retrasando su viaje a Norteamérica. Debía permanecer algunas semanas en la Colonia de Vinces hasta cerciorarse que la hacienda marche sobre ruedas. Encargaría la administración a sus capataces y él se encargaría de las exportaciones desde Europa o Estados Unidos. Había revisado los libros contables de la finca y aquellas utilidades no eran para nada despreciables.
Terrence era diestro en los negocios, hábil en números y estrategias comanditarias. Lograría mantener a flote esa empresa aún a distancia. La vida pueblerina, definitivamente, no era para él.
Sus empresas ya le generaban los suficientes beneficios para no interesarse en otros negocios, pero ahora esa propiedad era su responsabilidad y la mantendría produciendo ininterrumpidamente. Ya contaba con empleados confiables para su mantenimiento, aquellos lugareños avezados en labrar las tierras.
Sus pensamientos divagaban a medida que el carruaje tirado de cuatro caballos avanzaba hacia la finca, tan rápido como lo había hecho el ferrocarril que lo había transportado hacia esas regiones tropicales, o el barco en el que había cruzado el Atlántico.
“Serás testigo de una revelación brillante y única"
Leyó de nuevo aquellas palabras en el arrugado papel.
“Quedarás cautivado ante semejante belleza y perfección verde, y no me refiero solo a las tierras”.
¿A qué se refería su abuelo exactamente?
Última edición por ELIANKAREN el Mar Abr 26, 2022 5:24 pm, editado 2 veces