Capítulo 3
Terrence continuaba revisando algunos informes, concentrado en las cantidades que reflejaban el buen andar de la finca.
Escuchó que golpeaban la puerta.
—Adelante —concedió, aún con los ojos puestos en los papeles.
Tulio entró, sosteniendo su gorra y retorciéndola entre sus manos.
—Patrón, la señora Andley y su hermano están aquí —anunció.
—Que pase la señora Andley.
El muchacho lo miró confundido.
—¿y el hermano?
—Que espere afuera.
—Sí, señor —acató sin chistar.
Terrence tenía pensado hablar solo con la persona que había solicitado reunirse con él, además, Candice Andley figuraba como única dueña en los documentos de propiedad de su hacienda. A Terrence no le gustaba hacer tratos ni negocios con terceros.
Mientras revisaba los informes, una mujer vestida de negro atravesó la puerta.
Terrence levantó la vista que tenía puestos en los papeles y la observó.
Cuando la mujer avanzó y se colocó ante él, Terrence contuvo la respiración. Sus ojos se clavaron en los verdes iris que parecían emitir pequeños destellos fugaces como piedras preciosas.
Permaneció quieto, escudriñándola como un salido desde su escritorio, ella también lo miraba. El silencio se instaló en la estancia mientras ambos se calibraban, se estudiaban, se conocían.
Fueron segundos ardientes, inquietantes.
Terrence ahora comprendía los comentarios de Maurice y los trabajadores. La mujer era simplemente… diferente. Su belleza no era común.
Él conocía muchas mujeres hermosas, de toda índole, muchas de ellas fueron sus amantes, y por supuesto, Terrence sabía apreciar la calidad cuando la veía, pero esta mujer sin duda opacaría a todas ellas sin necesidad de ropas finas ni artilugios en los cabellos.
Se perdió en esos ojos verdes tan intensos. Ella de improviso, rompió el contacto, pero él no pudo evitar continuar con su escrutinio. La boca era pequeña y los labios parecían un capullo dibujado a la perfección por un artista. La piel blanca pero bronceada ligeramente simulaba el brillo nacarado de una obra de arte. Las mejillas sonrosadas y la pequeña naricilla eran el equilibrio inherente de aquella sublimidad resaltada de un pelo rubio abundante y ondulado. Esa belleza era exótica, magnética. Era el tipo de belleza que calienta la sangre de un hombre al punto de emanar fuego.
Salió de su estupefacción antes de atreverse a continuar deleitándose con el cuerpo. Eso iba a ser aún más salaz e impúdico. Se levantó de la silla y le ofreció sentarse.
—Señora Andley, siéntese por favor —señaló la silla frente a su escritorio.
—Gracias —dijo ella, y su voz le acarició el oído como una sensual lengua que le hizo erizar los cabellos de la nuca.
—Sé que ha solicitado reunirse conmigo para solucionar el problema de la colindancia, y la parcela que, según dictaminó el juez, es propiedad de esta hacienda.
No supo cómo era capaz de hablar con tanta soltura y naturalidad. Estaba extasiado.
—Así es, Señor Grandchester, pero he venido a negociar con usted —La ninfa de campos tropicales se reacomodó en la silla y elevó su pequeña nariz, mirándolo fijamente—. Podría concederle el equivalente de la parcela con las cosechas de mi finca de los siguientes meses, estimo tres o cuatro. Aunque… si no resulta dañada, por supuesto. —Esa aclaración pareció entristecerla. Ella bajó la mirada y su determinación pareció también esfumarse. Terrence se sintió fatal por ello. —Señor Grandchester, debe saber que sin la fluencia del río de esa parcela, mis cultivos se verán limitados de riego, y la situación de mi hacienda se verá muy afectada —explicó con preocupación.
Él ya había analizado el tema con detenimiento. Su abogado le había aconsejado que no ceda nada, y él también lo pensaba, pero ahora, había cambiado de opinión, ciertamente.
—Deje, señora. Esa parcela es suya.
Candice abrió sus bellos ojos verdes con sorpresa. Esas espesas pestañas no paraban de subir y bajar; Terrence sentía que le abanicaban aire cálido a su rostro. Guardo la compostura y continuó:
—Cuando todos los documentos de mi herencia lleguen de la ciudad y se hayan culminado todos los asuntos legales, yo firmaré la transferencia de la parcela del río para usted.
Candice mostró una expresión de sincera gratitud y le sonrió. A él le pareció que era la sonrisa más perfecta que había visto.
—Es usted muy generoso, señor Grandchester. Imagino que a estas alturas, ya debe saber que mi fortuna se vio mermada desde el fallecimiento de mi padre, y difícilmente podría comprarle esa tierra al precio estimado.
Terrence no podía negar que tenía conocimiento sobre la precaria situación en la que ella y su hermano se encontraban. Según lo que Maurice le había contado, su hacienda no producía casi nada y no contaba con los suficientes empleados. Trató de enfatizar otras razones para restarle importancia a su buena obra.
—Señora Candice, le otorgaré esa parcela porque considero que usted es más merecedora que yo de esas tierras. Además, Monte Verde ya cuenta con muchos arroyos para su riego, y, sin embargo, para su hacienda, esa desembocadura de agua es vital.
Terrence se preguntaba si estaba siendo condescendiente con la mujer por un acto humanitario, o solo porque sentía la necesidad de complacerla en todo lo que pida, guste o demande.
Candice sonrió con la mirada clavada en la suya. Él notó que debajo de esa cautivante envoltura, existía una mujer fuerte, de carácter, y desbordante pasión.
—Pero… podría darle algo a cambio —sugirió ella.
Ese comentario hizo que la entrepierna de Terrence se adormeciera por la acumulación de sangre que retenía en su ingle. Embelesado como lo estaba, Terrence no dijo nada, y vio como la pequeña mano de Candice se dirigía a su suntuoso pecho para asomar los dedos a un pliegue escondido de su vestido, cercano al recatado escote, y sacó una piedra brillante, muy muy pequeña, pero no por ello dejaba de ser valiosa.
Ella estiró la mano y le mostro el diamante exquisito acunado en la palma de su mano.
—Se lo concedo —ofreció ella con desenfado.
A Terrence le gustó ese gesto tan desprendido. No le interesaba la joya, quizás era una herencia familiar y no estaba dispuesto a aceptarla.
—Muy hermoso, pero guárdelo. Soy un hombre de palabra y le daré esa parcela del río sin costo alguno.
Ella volvió a sonreírle.
Si continuaba torturándolo de esa manera, él se levantaría de su silla y mandaría al diablo su autocontrol. Devoraría esos labios, apretaría esos pechos, abriría esas piernas…
Sus pensamientos deliberadamente obscenos, se interrumpieron al escuchar aquella voz de sirena.
—Quisiera compensar su generosidad de algún modo. Este pequeño diamante no tiene suficiente valor para cubrir el costo de la parcela, pero podría minimizar mi deuda con usted.
—Señora, lleve ese diamante con usted. No le estoy pidiendo nada a cambio. Un diamante así solo puede estar con otro diamante aún más hermoso, usted.
¡¿Estás coqueteando con ella, Terrence?! ¡Para¡ ¡Para! Se repetía así mismo.
—Es usted tan amable y encantador. —La delicada piel tersa como la seda se vio sonrosada, esa boca apetitosa se curvó en una media sonrisa, y los bellos ojos verdes se mostraron aún más brillantes, si es que eso podría ser posible.
Terrence tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no pasar la mano por esas mejillas y apretar esos labios contra los suyos hasta quedarse sin aire en los pulmones. Se vio tenso por unos segundos, ensimismado en aquella presencia que lo atormentaba de deseo.
Estaba perdido. Ya lo creía que estaba completamente perdido.
Se aclaró la garganta, nervioso. Tenía que librarse de esa mujer lo antes posible, antes de convertirse en un hombre de las cavernas y mandar al infierno su civilización.
¿Qué le había hecho esa mujer? Se sentía lascivo, inquieto, brioso como un semental en celo, un celo feroz y caliente.
—Señora Andley, estoy muy ocupado, y como ya solucionamos el problema, me gustaría continuar con mis asuntos. Si me disculpa… —No supo cómo logró hablar. Estaba a punto de eyacular en sus pantalones.
—¡Oh, por supuesto! No le quito más tiempo. Y acepte mi gratitud de nuevo.
Candice se levantó y por última vez le mostró aquella resplandeciente sonrisa que fácilmente podría doblegarlo.
—Hasta luego, señor Grandchester.
Terrence no respondió. No podía. Solo asintió, mordiéndose fuerte el labio inferior.
Ella se marchó, no sin antes regalarle la vista de unas prodigiosas curvas mientras salía de su despacho y cerraba la puerta tras ella.
El corazón de Terrence palpitaba sacudiendo su pecho con latidos estrepitosos.
No pudo más. Se aproximó a la ventana y miró a la mujer hermosa marcharse con el hermano. Albert era mucho más alto y estaba cubierto de pies a cabeza con esa túnica negra que había mencionado Maurice.
Los hermanos se tomaron del brazo y caminaron lentamente en dirección a la arcada de la hacienda.
Terrence llevaba una erección de los mil demonios, que imploraba su liberación.
Sacó su miembro excitado y tomó su dura longitud entre sus manos. Observó ese cuerpo en forma de reloj de arena, caminando lentamente en dirección opuesta. Sintió cada movimiento de esas caderas cimbreantes contoneándose. Sus manos comenzaron a trabajar ansiosas buscando alivio, desesperado, angustiado en pos de calma.
Como si la hubiera llamado con la mente, Candice giró la cabeza y lo observó desde el camino a cierta distancia mientras él permanecía viéndola a través del cristal. Terrence no se preocupó, solo su rostro y parte de sus hombros se divisaban a través de la pequeña y alta ventana. Ella ignoraba por completo lo que él estaba haciendo por debajo.
Sus miradas se encontraron y Candice le sonrió, eso fue suficiente para que su erección palpitara. Ella volvió la mirada al frente y continuó su camino hacia la salida de la finca. Terrence cerró los ojos, embebido de placer, comenzó a derramar su semen salpicando las paredes y maldiciéndose al mismo tiempo.
No lo podía creer.
Jamás en su vida había hecho eso, él no era ningún pervertido. Disfrutaba con las mujeres en el lecho, dando y recibiendo placer, diestro en el arte, pero fuera de la cama, mantenía sus pasiones a raya. Y, por descontado, no era el tipo de hombre que se masturbaba viendo a una mujer hermosa, sucumbiendo ante ella.
Esa mujer lo había trastocado.
¿Pero cómo evitar ser atraído por esos ojos?
¡Esos ojos verdes eran del diablo!
No había visto en su vida ojos así, del verde más brillante y encendido de todos los verdes del mundo, más hermoso que el verde de los árboles en primavera, más hermoso que el verde césped recién recortado del jardín más espléndido. Más hermoso que el verde de un paisaje tropical después de la lluvia. ¡No, esos ojos no eran de este mundo! Ni siquiera las esmeraldas más resplandecientes podrían competir contra ese verde.
¡Por su madre Santa!
¡Estaba embrujado hasta las tuétanos!
Última edición por ELIANKAREN el Miér Abr 27, 2022 7:33 pm, editado 3 veces