Renuncio a Ti
By Lady Flowers
Capítulo 8
[size=34]La ciudad de Nueva York es un territorio lleno de posibilidades, en que, si no estás preparado para esta jungla de cemento, fácilmente te puede devorar, masticar y escupir como un simple trozo de carne, y más si llevas sobre tu espalda todo el rechazo de las personas que deberían apoyarte cuando te sientes expulsado del seno familiar y no te atreves ni siquiera a volver a casa. [/size]
El caminar errante por la ciudad en compañía de la soledad, el desasosiego y el dolor de sentirse un paria por no cumplir con los estándares familiares preestablecidos acompañaban al joven Cornwell, con el cuello del abrigo cubriéndole la mitad de la cara en plena noche invernal, Alistear caminaba buscando un sentido a su vida.
Sus cansadas y adoloridas piernas le recordaban la carrera que tuvo que emprender unas horas antes cuando tomó la terrible decisión de arrebatar unas monedas que un joven castaño acababa de sacar de su bolsillo. Él no era un ladrón, un atolondrado si, un inventor de fracasos también, pero un ladrón no, los incesantes rugidos de su entrañas fueron los culpables, casi cuarenta horas sin probar bocado hacían que su estómago cantara cuál tenor en una ópera de Broadway, el dinero que recibió cuando, el club nocturno Skype, dónde trabajaba, cerró debido a la prohibición se había agotado luego de pagar dos meses de renta del pequeño y maloliente cuartucho que habitaba desde hacía un buen tiempo, era mejor asegurar un catre y un techo donde dormir y aguantar un poco de hambre que deambular por las calles o vivir bajo un puente, pensaba Alistear Cornwell, mientras trataba sin éxito de arreglar la pata del lente que el idiota de Grandchester rompió al propinarle semerenda paliza.
De las cientas de personas que deambulan por la ciudad justamente se vino a encontrar con el ex prometido de su prima, y para colmo, darle la terrible noticia del fallecimiento tanto de su madre como de su abuela, se preguntó quién de ellos dos sería más miserable. Ambos tenían algo en común, habían sido traicionados por Caroline Ardley.
–Víbora ponzoñosa, arpía asquerosa– repetía mentalmente el pelinegro al recordar todo lo dicho por la rubia a sus padres el día que le pidió ayuda para que lo dejarán llevar a cabo sus planes de ser ingeniero y para poder hacer realidad sus inventos, la helada brisa congelo sus pensamientos, deseó también que congelara los rugidos de su estómago sin darse cuenta iba caminando por la acera dónde se encontraban los más elegantes y exclusivos restaurantes de la ciudad, los diversos olores quedaron impregnados en su nariz cerro los ojos para degustar mentalmente cada uno de ellos cuando tropezó con un hombre que descendía de una limosina negra.
–Ten cuidado idiota, ¿no ves, por dónde caminas?
–Disculpe señor no me di cuenta que..–Alistear no termino de decir la frase al ver de quién se trataba.
–¿Niel?– Titubeó el joven, definitivamente ese no era su mejor día pensó.
–¿Alistear?...– Niel solo para los familiares y amigos.–Dijo de manera arrogante.
–Vaya que la vida si te ha tratado bastante mal inventorcito – dijo el moreno arqueando una ceja
–Niel ¿me ayudaras a bajar o te quedarás toda la noche hablando con ese mendigo? –se escucho decir desde el interior del gran vehículo.
–Por supuesto amor disculpa.–Diciendo esto se giro y extendió su mano, otra mano cubierta con guantes se aferró a está y del auto descendió una rubia con un elegante abrigo de mink blanco.
Alistear noto el gesto de desagrado con que lo observo su prima, al ver que el “mendigo” no era otro que él.
Ambos se miraron por unos segundos hasta que Niel dio un leve jalón a su esposa para que caminara.
–Cada día las calles de esta ciudad están más apestosas. – Expresó la rubia sin dejar de ver a su primo llevándose el dedo índice a la nariz dando a entender el desagradable olor de Stear. El joven Cornwell embozó una sonrisa ante el gesto de Caroline y acercándose a ella le dijo.
–Te aseguro que después de un buen baño dejare de ser un apestoso, pero tú jamás dejaras de ser una grandísima zorr..
Y antes de terminar de decir la frase el pelinegro sintió un fuerte empujón que lo hizo trastabillar y golpear contra la limosina.
–Jamás vuelvas acercarte a mi mujer pedazo de idiota– le manifestó Niel dándole con el dedo índice en la frente.
Alistear se carcajeo.
–Tranquilo primo jamás me acercaría a tu mujercita, no quiero terminar peor de lo que ya estoy.
–Querido, no pierdas tu tiempo hablando con ese perdedor vamos a entrar al restaurante, tengo mucha hambre–Le expresó la señora Leagan al moreno.
Y obedeciendo a su mujer le ofreció su brazo para que se agarrara de él y se encaminaron al restaurante, justo antes de entrar Alistear habló.
–Por cierto prima, a qué no te Imaginas a quién me encontré hoy.
La pareja siguió caminando haciendo caso omiso al comentario hecho por el hombre que se reincorporaba luego del empujón dado por Niel.
–A ese tonto que fue a la guerra para demostrarle a tu familia que era digno de ti y que mandaste a la mierda apenas se había ido.
La Joven señora Leagan sintió como afilados alfileres se clavaban en su espina dorsal, su pulso se aceleró, Niel notó el temblor repentino en su esposa y sabía perfectamente la razón.
Caroline sintió como sus piernas flaqueaban, creyó que se desmayaría al escuchar lo que su primo acababa de decirle, Terrence estaba vivo, Terrence estaba vivo– se repetía mentalmente la rubia–el chico que amo pero que renuncio a él para seguir gozando de su status social y económico había vuelto, si bien era cierto que ese amor no pesó tanto al momentos de renunciar a él después de que su padre, William Ardley, le comunicara que si continuaba con la tonta idea de casarse con el aspirante a actor después de regresar de la guerra, y por decisión del clan Ardley sería despojada de todo su fortuna.–¿Por qué no murió?– se preguntó mientras su pulso se aceleraba más. Lo enterró en sus recuerdos igual que las promesas y los sueños de amor eterno prometido por ambos hace cuatro años.
La persona que estuvo a su lado, consolándola el día en que su padre le informara la decisión del clan, era el mismo hombre que al día de hoy era el padre de sus dos hijos, una botella de vino acompañada de decenas de besos cada vez menos inocentes que venían acompañadas de caricias más atrevidas la hicieron sucumbir a sus deseos, la pureza que tantas veces le había jurado entregar al castaño al fin había sido arrebatada por Niel, la rubia siempre había sido el amor de Daniel Leagan desde que él le robara su primer beso a los once años, él para ella solo el primo con quién compartía travesuras y que dejó en segundo plano desde que sintió las mariposas revolotear en su estómago al enamorarse de Anthony, la consoló tras la muerte del joven rubio, perdiéndola nuevamente cuando conoció al arrogante inglés en el Real Colegio San Pablo.
Un suave pero firme apretón de manos la saco que sus pensamientos, su esposo la miraba.
–Entremos de una vez querida–hablo el moreno con voz calmada.
Caroline pensó durante un instante negarse a entrar pero al ver la mirada de su esposo accedió a su petición, Stear esbozó una sonrisa de satisfacción ante la reacción de su prima, y justo antes de verlos entrar al restaurante gritó.
–¡Me estoy quedando en una pensión al otro lado de la ciudad llamado El Matador, por si me quieres hacer una visita, primita!—grito Alistear, haciendo énfasis en la última frase con sarcasmo e ironía mientras se carcajeaba.
Continuara…