CAPÍTULO 4.
Terry.
Creía saber lo que quería cuando le pedí a Susan que fuera mi esposa. No obstante, viéndolo en retrospectiva, Susan sí sabía con certeza no solo que yo era el hombre que quería, sino el que necesitaba, y de esta manera nos unimos en matrimonio delante de nuestros familiares. No obstante, en el fondo, una parte de mí habría sabido que mentía. Incluso yo creía que para ella su familia lo era todo y siempre su hija y yo seríamos lo más importante, pero, con el tiempo, mi mujer se fue volviendo más malhumorada e irritable.
Cuando pienso en Candy, todavía evoco las primeras veladas que pasamos juntos. Mientras que la relación con Susan era conveniente y casi forzada, con Candy viví una ardiente pasión casi desde el principio, como si obedeciéramos a una atracción predestinada. Cada contacto, cada conversación parecía amplificar mi convencimiento de que éramos exactamente lo que cada uno buscaba en el otro. Pero no obstante cometí mi desliz y ya no había manera de solucionarlo. Recuerdo que cuando le dije a Candy lo que había hecho, mi intención era conseguir su perdón e incluso seguir con la relación, por qué no veía mi vida sin ella, pero cuando Candy dió por terminado todo yo estaba convencido de que si lograba que me diera una oportunidad podríamos superarlo. No obstante, Candy puso distancia de por medio, y aunque intentaba dar con ella, no era algo fácil de conseguir. Conocia muy poco de su vida. Ahora que lo pienso realmente no sabía nada de su familia. Candy era una mujer que se valía por ella misma, era decidida y quería lograr ser alguien con su propio esfuerzo. Aún así yo seguía buscándola sin perder la esperanza. Creía que si era nuestro destino volver a estar juntos, nos íbamos a encontrar, hasta que un fin de semana Susan apareció fuera de mi apartamento. Quiero aclarar esto. Me lleve una sorpresa volver a saber de ella y como todo hombre sentí atracción, la misma que nos había llevado a terminar en un hotel. Entonces estaba encandilado, y pronto buscar a Candy se fue olvidando. Por supuesto que la visita de Susan me había causado sorpresa , sobre todo cuando me dijo que estábamos esperando un bebé. Me había quedado en shock. Y en nueve meses llegó Katherine GrandChester. Y en un año tenía una familia. Últimamente, he llegado a la conclusión de que el hecho de tener un hijo lo cambia todo, mezclando el miedo con el deber. Siempre que miró a mi hija, los miedos vuelven a aflorar en mi pensamiento. Me perdí muchas cosas del crecimiento de mi hija, sin embargo, en especial las primicias. Me perdí la primera palabra que pronunció, por ejemplo, o la primera vez que comió, cuando yo estaba fuera de la ciudad por negocios, cuando se le cayó el primer diente de leche. Aun así, eso no afectó mi emoción cuando más adelante presencié esas cosas. Para mí, al fin y al cabo, seguían siendo primicias. Sin embargo hoy en día se que muchas cosas no volverán a ser parte de mi vida..
En ciertas ocasiones me duele la pérdida de aquel bebé que conocí y amé. Lo había sustituido una niña que tenía opiniones propias, pronto pasaría la mayor parte del día en la escuela, al cuidado de una maestra. En días como esos, desearía poder remontar el tiempo para poder disfrutar más de los primeros años de su infancia. Trabajaría menos horas, pasaría más tiempo jugando en el suelo con ella. Yo quería que ella supiera la alegría que aportaba a mi vida y decirle que contaría conmigo siempre que ella quisiera . Quería que entendiera que aunque su madre no le daba la atención suficiente, como se supone, yo la quería tanto como puede querer un padre a su hija. Al principio trataba de entender a Susan cuando se ausentaba dejando a Katherine al cuidado de la niñera. Me decía que necesitaba tiempo para ella, imaginaba que criar un bebé era agotador. Así fueron apareciendo bolsas de las tiendas de mayor prestigio repletas de ropa, cajas de zapatos, bolsos , cosméticos. Las tarjetas de crédito estaban al límite. Pero cuando trataba de hablar del asunto con ella, casi siempre acabábamos discutiendo. Incluso cuando no nos enfadábamos, la conversación no parecía dar frutos. Ella siempre me aseguraba que solo compraba lo que necesitábamos, o que tenía que estar contento porque había aprovechado una oferta. Y aquí llega el momento en el que me encuentro viviendo.
— Tienes mala cara. ¿Problemas económicos con la última transacción? — Dijo Richard entrando en cuanto vio a Terry en su oficina
—Siempre sabes cómo levantar el ánimo.
—Hablo en serio. Estás muy pálido.
—Estoy cansado.
—Ya —contestó—. Perdona. Te conozco, sé que mientes. Estás estresado.
—Un poco.
—¿No va bien algo con el dulce hogar?
—Pensaba que sería más fácil—reconocí,
—Y supongo que cuidar a la pequeña Katherine es agotador?
—Aunque es tan pequeña tiene mucha energía.
—Solo necesitas darte un margen de tiempo. —Como yo guardaba silencio, prosiguió—: ¿Cómo se lo está tomando Susan?
—La verdad es que hablamos poco del asunto.
—¿Por qué? Es tu mujer. Ella debería ser tu apoyo incondicional.
—Sí, supongo.
—¿Lo supones? Los dos tendríais que trabajar un poco la cuestión de la comunicación, ver a un psicólogo o algo así.
—Bueno, con eso me haces sentir mejor.
—¿Preferirías que te dijera algo falso, o quieres que te ponga una venda en los ojos?
—Aunque suene tentador, no te le voy a pedir.
—El caso es qué hay mucha gente así.
—¿Cómo?
—Los mismos errores que comete la gente —dijo, tomando un documento —. Demasiado optimismo en lo referente a los ingresos y poco pesimismo en lo relativo a los gastos del negocio o de la casa. En tu caso, las tarjetas de crédito.
—¿Cómo estás enterado de eso?
—¿Que cómo sé lo de Susan y sus gastos de la casa? ¿Lo de la factura que llega en cada mes? No es la primera que te veo así por esto.
—El balance ha sido un poco alto, sí —admití.
—Entonces acepta un consejo de tu padre, que es diplomado en contabilidad. Cancela la tarjeta, o por lo menos ponle un límite.
— No es tan fácil.
—Claro que lo es. Solo tienes que hacer una llamada al banco.
—Y luego tendré que pasarme escuchando a Susan por una semana completa.
— Terry, no te digo que dejes a Susan sin nada . Simplemente pon un límite. A hora mismo no es el mejor momento para gastos improvisados.
— Lo se. Mi padre podía ser muchas cosas, como duro, hosco o blasfemo a veces, pero me quería.
Cuando llegue la casa no había rastro de Susan , y juzgar por el desorden de juguetes y algunos utensilios de cocina por todas partes, supuse que Susan ha debido olvidar llamar a la señora que se encargaba de hacer la limpieza. Le mandé un mensaje a Susan preguntándole dónde estaba y contestó «Tengo un par de cosas que hacer… llegaré dentro de un rato». Me irritó lo simplista de la respuesta, pero cuando le iba a mandar otro mensaje, Katherine me tiró de la manga para llevarme hasta la casa de muñeca , con sus tres pisos de color rosa, que había colocado en el rincón del recibidor. Lili, la niñera esperaba de pie en el pasillo, saque un par de billetes y le di las gracias. La joven sonrió sin decir nada, casi salió corriendo atravesando la puerta. Era una jovencita que sólo se dedicaba para el entretenimiento de Katherine, y no tendría más de 17 años.
— Papá , ¿te gustaría jugar con mis muñecas? Al escuchar a mi hija casi quería salir corriendo por la puerta como lo había hecho La niñera. Jugar a las muñecas significaba pasarme la siguiente hora cambiando ropa a toda la familia de barbie. A un así, como podría negarme.
— Claro mi amor. —Pensé, antes de hacer la siguiente pregunta como si no me importara tanto la respuesta. —¿Mamá estuvo contigo por la mañana?
— Cuando me desperté solo encontré a lili.
—Ya lo imaginaba.
A última hora de la tarde, oí llegar el coche de Susan. Un rato después mi mujer entró cargada de bolsas. Cuando vi las marcas de las tiendas en las bolsas sentí como se me formaba la ira en el estómago.
—Veo que has estado de compras —comenté, señalando las bolsas.
—La niña necesitaba unos cuantos vestidos de verano.
—Creía que ya habías hecho eso la semana anterior . Dije, aunque quería decir que no había visto nada nuevo en el armario de Katherine.
—Por favor, para —dijo con un suspiro.
—¿Que pare de qué?
—De montarme otra vez un escándalo porque he estado de compras. Estoy muy cansada de oír lo mismo.
—De que exactamente .
—¿Estás de broma? —preguntó, con un asomo de frustración en la voz—. Eso es lo que haces siempre, incluso cuando aprovecho alguna oferta.
—La situación en la empresa requiere de evitar gastos innecesarios, creí que te había quedado claro!
— ¡Estoy arta de escuchar lo mismo!
—Susan...
— No— me detuvo, traté de controlar mi enfado por que sabía que Katherine estaba escuchando y no quería que mi hija tuviera que ver como sus padres peleaban, no era bueno para ella.
— Podemos hablar más tarde de esto— Sugerí. Susan dio media vuelta y subió las escaleras sin mirar a su hija. Sentí la mirada de mi hija al ver que no tenía atención de su madre. Como podía Susan olvidarse de que era madre? La impotencia que sentí me derrumbó. Sin embargo no podía dejar que Katherine viera todo lo que me afectaba el comportamiento de su madre.
— Ven pequeña vamos a preparar la cena. Mientras caminábamos hacia la cocina con Katherine agarrando mi mano , pensé en Candy. Nunca había dejado de hacerlo, a pesar de que no debía, pero no podía evitar la pregunta. Como hubiera sido mi vida si Candy fuera mi esposa y la madre de Katherine? Había sido perfecto. Candy era amorosa, encantadora y preocupada por los demás. Por que tuve que arruinarlo? Era tarde para lamentarme, era un idiota por seguir preguntándome y un idiota por tener estos pensamientos.
Continuará...