BANDOLERAS DE TERRY/JillValentine. SIE ELLA SUPIERA CAPITULO 12
Me levanté. Era viernes y tenía un compromiso al que no quería ir, pero al que no podía faltar. El juez tenía intención de enviar un carro por mi, a lo que me pude negar , Albert asistiría y, yo quería llegar con él. Así que me había arreglado en la casa de Albert. Yo tenía puesto un solero sencillo, excepto que era Dior, y no era sencillo. El vestido de seda a rayas azul oscuro y crema rozó mi cuerpo. La cintura estaba ceñida con un cinturón de lazo de satén. Mi modista había cortado el vestido largo hasta el suelo para que quedase bastante corto y le puso un cierre de Velcro para reemplazar los tres ganchos del cuello halter. Si, en mi actual vida, yo tenía una modista.
En la mansion del juez con vista a jardines grande y adornado por una fuente nos esperaba una mesa inmaculada con vista a la ventana. Mantel y servilletas de lino blanco. Arte pintado al fresco en dorado y blanco cubría la inserción del techo con molduras como si fuese una iglesia italiana que hubiese estudiado en la clase de historia del arte en la universidad, en vez de una casa donde en realidad estaba a punto de divertirme. Albert y yo nos sentamos uno a lado del otro.
—Hermoso —comenté.
—Tú eres la hermosa —dijo—. Es tú fiesta
—Me siento como una princesa —dije—. Gracias.
—Te ves como una princesa. No me sonrojo, pero sentí que se me calentaban las mejillas. Había algo en Albert que me hacía sentir humilde, y que me recordaba quién había sido yo una vez.
—Gracias —dije—. Muy amable de tu parte mencionarlo. El mesero sirvió vino en la copa de Albert. Imaginé que John había gastado una fortuna, él sabía lo que tomaba.
—¿Champagne o vino, Señora?
—Por favor, soy Candy —le dije con una sonrisa—. Tomaré lo mismo —indiqué la bebida de Albert. Las puertas de vidrio se abrían hacia el jardín , una baranda de hierro forjado elegante sin espacio real, pero cuando estaba abierto soplaba una agradable brisa.
Con Albert me sentía segura, relajada. Nunca nos quedamos sin nada de que hablar, empezamos a olvidarnos de donde estábamos.
Nuestra conversación fue sobre negocios, Albert le gustaba hablar de negocios solo cuando había potenciales a la vista. Lo escuché hablar sobre ser un inversor en el mercado de las embarcaciones.
Era exitoso porque nadie podía ser más listo que él, y tenía límites. Dije «asombroso» demasiadas veces. Tal como me había enseñado. La cena estuvo deliciosa. Comí apenas lo suficiente para estar cómoda, pero no pude decir que no a la sugerencia del camarero de un expresó de chocolate. El juez se dejó mirar. Llegó a mi con un obsequio gigante, después de llenarme de palabras para seducir pidió brandy Louis XIII. Yo hubiese pasado, pero no había forma de rechazarlo con elegancia, así que acepté, y entonces recibí el tratamiento ceremonioso con el que se lo sirve al lado de la mesa. Nunca antes lo había tomado, pero sabía que una medida del mismo cuesta más de quinientos dólares. Podía sentir el brandy hasta en los dedos de los pies. No estaba acostumbrada a las bebidas fuertes. Debo admitir que no era malo.
Poco a poco el lugar se fue llenando, y el juez al ser el anfitrión tuvo que alejarse por momentos. Conoci a cinco hombres que cuando giraba mi cara lanzaban miradas insinuates, yo sonreía. De reojo veía a Albert que no paraba de reírse. Se estaba divirtiendo a mi costa. Ya me las pagaría.
De pronto mi sonrisa se quedó congelada, después asombrada, luego incrédula, quedándose abierta a su límite. Albert tocó mi hombro, pero yo no podia apartar mi mirada de la entrada.
— Estas bien? Escuché decir a Albert por lo menos tres veces. Albert siguió mi mirada por qué lo escuché decir. —Terrunce Grandchester. Justo cuando entró con una niña de su brazo. Un hombre Al que tenía años de no ver. Todo lo que viví junto a Terry paso por mi mente, besos, caricias, risas, los dos desnudos, conversaciones, planes de un futuro juntos, y por último su traición. Su boda y su hija.
No tienes dieciocho anos Candy. Eres una mujer con un máster. Dije y me gire hacia Albert de pronto recordando que había dicho su nombre.
Habia dicho Terrunce Grandchester?
— Lo conoces? Pregunté con los ojos abiertos de par en par.
— Por supuesto, es un viejo amigo. Dijo sin notar mi rostro—. Eramos compañeros de habitación en el colegio en Londres. Perdimos contacto después de la graduación. Pero no recuerdo que mencionara venir a América. Vaya, esa niña tiene que ser su hija, es igual a él. Se detuvo al ver mi expresión.
— Lo conoces?
Aunque no quería hablar de lo que hubo entre Terry y yo. Le conte todo a Albert resumiendo la historia.
— Vaya. Es complicado.
— Complicado? Dije incrédula — Conplicado es hacer un examen sin haber estudiado. Lo que él hizo fue una jodida mierda. Sentía como mis ojos se humedecieron.
— Todavía sientes algo por él?
— Nunca he dejado de armarlo. No tenía sentido negarme.—Pero soy conciente que ahora él tiene una familia. Yo no soy la jovencita que lo amó sin límites. No soy la misma, punto. Albert se quedó pensativo, llevándo sus dedos a mi rostro, limpio mis mejillas.
— Eres fuerte, inteligente, hermosa y exitosa. No lo olvides. Asentí. Si, yo soy Candy White una Guerrera
Terry.
Era imposible no reconocerla. Llevaba el cabello arreglado, y hermoso que le acentuaba los pómulos, ya de por sí altos, y sus ojos de color Verdes eran igual de impresionantes que siempre.
—¡Candy! — No pude evitarlo
Me acerque a la mesa llevando de la mano a mi acompañante.
—Me había parecido verte , pero no estaba segura—dijo ella—. ¿Cómo estás? Hace mucho que no te veía.
—Estoy bien —respondí, Candy se sorprendió cuando me incliné para darle un breve abrazo que desencadenó una oleada de recuerdos felices. Me sorprendí también yo por haberlo hecho.
—¿Qué haces por aquí? ¿Acaso eres una de las estudiantes que recibieron su máster?
—Has adivinado —dijo sin entrar en detalles.
—Ha valido la pena, supongo. —Note que su sonrisa transmitía un afecto sincero.
— Tienes muy buen aspecto. Dijo al cabo de un momento. Mire que observaba a mi hija que asu ves la miraba con ingenua curiosidad.
—Gracias. Tú también. ¿Cómo te van las cosas?
—De cerca, advertí que tenía unas motas doradas en los ojos y me extrañó que no me hubiera percatado antes.
—Bien.
—¿Solo Bien? Levanto una ceja.
—Sí, bueno, ya sabes. Cosas de la vida.
Candy
Comprendia perfectamente y, aunque Terry trataba de disimularlo, creí percibir un asomo de tristeza en su voz. La siguiente frase me salió de mis labios de manera automática, pese a que tenía conciencia de que pasar un rato con la persona que amaba y con la que me había compartido intimidad, y sin olvidar que estaba casado puede traer complicaciones si no se tiene cuidado. Aún así dije.
—¿Quieres sentarte ?
—¿Seguro? Parece que estás acompañada. —Solo entonces se giró y vio a Albert.
—Nada importante. — Albert respondió con una enorme sonrisa
— Albert Andley? Vaya pero quién hubiera imaginado. —Entonces algo en su rostro cambió, Casi podía leer la pregunta que tenía en su mirada se estaba preguntando si Albert y yo éramos pareja. No sé por qué pero quise aclarar.
— Veo que conoces a mi mejor amigo y jefe. — La expresión en el rostro de Terry cambió.
— Entonces me encantaría —aceptó—, pero solo puedo quedarme hasta una hora conveniente. — Dijo y señaló a su hija. Y la verdad me golpeó fuerte en el estómago. Su esposa tendrá que sentarse junto a él. Mire disimuladamente al rededor, pero ninguna mujer se veía. Un montón de preguntas se me vinieron en la punta de la lengua. Estaba siendo una noche extraña.
Terry.
. Cuando nos sentamos, la observé, asombrado de que hubieran transcurrido casi cinco años desde que rompimos. Parecía como si no hubiera envejecido lo más mínimo, Susan apareció en mi cabeza. Dejé de pensar en eso para buscar un tema más seguro de conversación.
—¿Como es que trabajas con Albert?
—Casualmente — respondió..
Continuará...
En la mansion del juez con vista a jardines grande y adornado por una fuente nos esperaba una mesa inmaculada con vista a la ventana. Mantel y servilletas de lino blanco. Arte pintado al fresco en dorado y blanco cubría la inserción del techo con molduras como si fuese una iglesia italiana que hubiese estudiado en la clase de historia del arte en la universidad, en vez de una casa donde en realidad estaba a punto de divertirme. Albert y yo nos sentamos uno a lado del otro.
—Hermoso —comenté.
—Tú eres la hermosa —dijo—. Es tú fiesta
—Me siento como una princesa —dije—. Gracias.
—Te ves como una princesa. No me sonrojo, pero sentí que se me calentaban las mejillas. Había algo en Albert que me hacía sentir humilde, y que me recordaba quién había sido yo una vez.
—Gracias —dije—. Muy amable de tu parte mencionarlo. El mesero sirvió vino en la copa de Albert. Imaginé que John había gastado una fortuna, él sabía lo que tomaba.
—¿Champagne o vino, Señora?
—Por favor, soy Candy —le dije con una sonrisa—. Tomaré lo mismo —indiqué la bebida de Albert. Las puertas de vidrio se abrían hacia el jardín , una baranda de hierro forjado elegante sin espacio real, pero cuando estaba abierto soplaba una agradable brisa.
Con Albert me sentía segura, relajada. Nunca nos quedamos sin nada de que hablar, empezamos a olvidarnos de donde estábamos.
Nuestra conversación fue sobre negocios, Albert le gustaba hablar de negocios solo cuando había potenciales a la vista. Lo escuché hablar sobre ser un inversor en el mercado de las embarcaciones.
Era exitoso porque nadie podía ser más listo que él, y tenía límites. Dije «asombroso» demasiadas veces. Tal como me había enseñado. La cena estuvo deliciosa. Comí apenas lo suficiente para estar cómoda, pero no pude decir que no a la sugerencia del camarero de un expresó de chocolate. El juez se dejó mirar. Llegó a mi con un obsequio gigante, después de llenarme de palabras para seducir pidió brandy Louis XIII. Yo hubiese pasado, pero no había forma de rechazarlo con elegancia, así que acepté, y entonces recibí el tratamiento ceremonioso con el que se lo sirve al lado de la mesa. Nunca antes lo había tomado, pero sabía que una medida del mismo cuesta más de quinientos dólares. Podía sentir el brandy hasta en los dedos de los pies. No estaba acostumbrada a las bebidas fuertes. Debo admitir que no era malo.
Poco a poco el lugar se fue llenando, y el juez al ser el anfitrión tuvo que alejarse por momentos. Conoci a cinco hombres que cuando giraba mi cara lanzaban miradas insinuates, yo sonreía. De reojo veía a Albert que no paraba de reírse. Se estaba divirtiendo a mi costa. Ya me las pagaría.
De pronto mi sonrisa se quedó congelada, después asombrada, luego incrédula, quedándose abierta a su límite. Albert tocó mi hombro, pero yo no podia apartar mi mirada de la entrada.
— Estas bien? Escuché decir a Albert por lo menos tres veces. Albert siguió mi mirada por qué lo escuché decir. —Terrunce Grandchester. Justo cuando entró con una niña de su brazo. Un hombre Al que tenía años de no ver. Todo lo que viví junto a Terry paso por mi mente, besos, caricias, risas, los dos desnudos, conversaciones, planes de un futuro juntos, y por último su traición. Su boda y su hija.
No tienes dieciocho anos Candy. Eres una mujer con un máster. Dije y me gire hacia Albert de pronto recordando que había dicho su nombre.
Habia dicho Terrunce Grandchester?
— Lo conoces? Pregunté con los ojos abiertos de par en par.
— Por supuesto, es un viejo amigo. Dijo sin notar mi rostro—. Eramos compañeros de habitación en el colegio en Londres. Perdimos contacto después de la graduación. Pero no recuerdo que mencionara venir a América. Vaya, esa niña tiene que ser su hija, es igual a él. Se detuvo al ver mi expresión.
— Lo conoces?
Aunque no quería hablar de lo que hubo entre Terry y yo. Le conte todo a Albert resumiendo la historia.
— Vaya. Es complicado.
— Complicado? Dije incrédula — Conplicado es hacer un examen sin haber estudiado. Lo que él hizo fue una jodida mierda. Sentía como mis ojos se humedecieron.
— Todavía sientes algo por él?
— Nunca he dejado de armarlo. No tenía sentido negarme.—Pero soy conciente que ahora él tiene una familia. Yo no soy la jovencita que lo amó sin límites. No soy la misma, punto. Albert se quedó pensativo, llevándo sus dedos a mi rostro, limpio mis mejillas.
— Eres fuerte, inteligente, hermosa y exitosa. No lo olvides. Asentí. Si, yo soy Candy White una Guerrera
Terry.
Era imposible no reconocerla. Llevaba el cabello arreglado, y hermoso que le acentuaba los pómulos, ya de por sí altos, y sus ojos de color Verdes eran igual de impresionantes que siempre.
—¡Candy! — No pude evitarlo
Me acerque a la mesa llevando de la mano a mi acompañante.
—Me había parecido verte , pero no estaba segura—dijo ella—. ¿Cómo estás? Hace mucho que no te veía.
—Estoy bien —respondí, Candy se sorprendió cuando me incliné para darle un breve abrazo que desencadenó una oleada de recuerdos felices. Me sorprendí también yo por haberlo hecho.
—¿Qué haces por aquí? ¿Acaso eres una de las estudiantes que recibieron su máster?
—Has adivinado —dijo sin entrar en detalles.
—Ha valido la pena, supongo. —Note que su sonrisa transmitía un afecto sincero.
— Tienes muy buen aspecto. Dijo al cabo de un momento. Mire que observaba a mi hija que asu ves la miraba con ingenua curiosidad.
—Gracias. Tú también. ¿Cómo te van las cosas?
—De cerca, advertí que tenía unas motas doradas en los ojos y me extrañó que no me hubiera percatado antes.
—Bien.
—¿Solo Bien? Levanto una ceja.
—Sí, bueno, ya sabes. Cosas de la vida.
Candy
Comprendia perfectamente y, aunque Terry trataba de disimularlo, creí percibir un asomo de tristeza en su voz. La siguiente frase me salió de mis labios de manera automática, pese a que tenía conciencia de que pasar un rato con la persona que amaba y con la que me había compartido intimidad, y sin olvidar que estaba casado puede traer complicaciones si no se tiene cuidado. Aún así dije.
—¿Quieres sentarte ?
—¿Seguro? Parece que estás acompañada. —Solo entonces se giró y vio a Albert.
—Nada importante. — Albert respondió con una enorme sonrisa
— Albert Andley? Vaya pero quién hubiera imaginado. —Entonces algo en su rostro cambió, Casi podía leer la pregunta que tenía en su mirada se estaba preguntando si Albert y yo éramos pareja. No sé por qué pero quise aclarar.
— Veo que conoces a mi mejor amigo y jefe. — La expresión en el rostro de Terry cambió.
— Entonces me encantaría —aceptó—, pero solo puedo quedarme hasta una hora conveniente. — Dijo y señaló a su hija. Y la verdad me golpeó fuerte en el estómago. Su esposa tendrá que sentarse junto a él. Mire disimuladamente al rededor, pero ninguna mujer se veía. Un montón de preguntas se me vinieron en la punta de la lengua. Estaba siendo una noche extraña.
Terry.
. Cuando nos sentamos, la observé, asombrado de que hubieran transcurrido casi cinco años desde que rompimos. Parecía como si no hubiera envejecido lo más mínimo, Susan apareció en mi cabeza. Dejé de pensar en eso para buscar un tema más seguro de conversación.
—¿Como es que trabajas con Albert?
—Casualmente — respondió..
Continuará...
Última edición por Jill Valentine el Mar Abr 11, 2023 11:36 pm, editado 1 vez