BANDOLERAS DE TERRY/ JillValentine/ SI ELLA SUPIERA
CAPITULO 9
Le conté la historia a Albert y él se rio.
—Cuando te vea, te contaré sobre él. George lo investigó.— Dijo Albert por Teléfono
—¿En serio?
—Termina tu semana libre. La próxima vez que te vea, podemos hablar —dijo Albert.
Ala siguiente mañana Albert me recibió en la puerta me besó la mejilla y con un gesto caminó de vuelta a su sillón.
—¿No tienes frío? —le pregunté, deseando haberme puesto un suéter. En marzo no hay mal clima, pero en la mansión de Albert era diciembre. Le gusta mantenerlo frío cuando está en casa. Me ignoró. Cuando hay luz de sol es fuerte para Albert, Aunque como iba vestido no costaba mucho entenderlo. No aprobaba que la elegancia masculina fuera tan formal, como una cebolla cubierta de capas , tenía la sospecha de que el prefería estar desparramado como un vegetal en su sala adelante de la televisión. La TV estaba apagada, y el aire acondicionado encendido a todo lo que daba. Las cortinas estaban entrecerradas. Me acerqué caminando y mire por una de ellas. Sobre la mesa de café había galletitas . Levantó una porción y me ofreció.
—¿Desayuno?
—No, gracias. Creo que pasaré. Cuéntame qué te dijo George. Comió una galletita con un elegante gesto y luego una segunda.
—John Turner era un abogado de la mafia.
—¿Perdón?
—Cuando ejercía lo hacía en forma privada, representaba a jefes de la mafia, señores de la droga, lavadores de dinero y delincuentes de guante blanco con bolsillos profundos. Era uno de los mejores abogados penales del país. Su esposa, Beck, fue la única heredera de su padre
—¿De dónde conozco ese nombre?
—Beck. Su padre fundó la cadena mundial de casinos. De vuelta a John. Fue designado al fuero federal por Ronald Reagan. Su esposa había hecho lobby para conseguirle la candidatura presidencial. Renunció el año pasado por razones personales. Cuando ella murió, la mayor parte de su patrimonio fue para su única hija que vive en Nueva York. El juez heredó unos insignificantes mil millones de billetes.
—¿Vale tanto?
—Probablemente más que eso. Tenía clientes de muy alto perfil.
—No actúa como si fuese tan rico. Viaja en aviones de aerolíneas comerciales. Así es como lo conocí.
—George dice que hay dos aviones ejecutivos registrados a su nombre. Las novedades de su riqueza pintaban un pronóstico mejor para que yo aceptase su abundante dinero. Los diez mil que había insistido en que aceptase eran un poco de cambio para él. Me sentí mucho mejor por habérmelos quedado.
—Me alegra que lo hayas investigado. Siento que sé mejor de dónde proviene. —Me senté en una silla al otro lado del sillón y observé a Albert levantar una ceja.
—Pasé cuatro días deliciosos sin tener que hacer nada con él. Los ojos de Albert se abrieron mucho y me miró fijo, con sabiduría en sus ojos.
—No quiero verte herida, Candy. Es muy viejo para ti. Probablemente este intentando jugar contigo. Es necesario que sepas que puede terminar de un minuto para el otro, y no será maravilloso.
—Albert, retrocede. Suenas como si fuese a enamorarme de él.
—Cosas más extrañas han sucedido —dijo.
—No creo en el cielo azul, amigo. Creo en que siempre está por venir la tormenta. En mi mente aparecieron imágenes de unos ojos zafiros. Yo era consiente de que no volvería a enamorarme, por que ya lo estaba. Albert desconocía esa parte de mi. Aún no estaba lista para decirle. Pero no iba a desperdiciar que me traten bien. Fué Albert quien me había enseñado a ser así.
Mi éxito y mi soltería solicitada empezó cuando se aproximaba la fecha de graduación. Era como si algo hubiese encajado. No estaba decidida acerca de detenerme o continuar mi educación. Era un desastre cuando pensaba en eso. Y la graduación llegó.
En casa, revisé el diploma y lo besé suavemente, y no solo una vez. Quería llorar cuando lo volvía a ver. No lloré. ¿Y ahora qué? ¿Más universidad? ¿Debería ir a algún lado de vacaciones?
continuará...
CAPITULO 9
Le conté la historia a Albert y él se rio.
—Cuando te vea, te contaré sobre él. George lo investigó.— Dijo Albert por Teléfono
—¿En serio?
—Termina tu semana libre. La próxima vez que te vea, podemos hablar —dijo Albert.
Ala siguiente mañana Albert me recibió en la puerta me besó la mejilla y con un gesto caminó de vuelta a su sillón.
—¿No tienes frío? —le pregunté, deseando haberme puesto un suéter. En marzo no hay mal clima, pero en la mansión de Albert era diciembre. Le gusta mantenerlo frío cuando está en casa. Me ignoró. Cuando hay luz de sol es fuerte para Albert, Aunque como iba vestido no costaba mucho entenderlo. No aprobaba que la elegancia masculina fuera tan formal, como una cebolla cubierta de capas , tenía la sospecha de que el prefería estar desparramado como un vegetal en su sala adelante de la televisión. La TV estaba apagada, y el aire acondicionado encendido a todo lo que daba. Las cortinas estaban entrecerradas. Me acerqué caminando y mire por una de ellas. Sobre la mesa de café había galletitas . Levantó una porción y me ofreció.
—¿Desayuno?
—No, gracias. Creo que pasaré. Cuéntame qué te dijo George. Comió una galletita con un elegante gesto y luego una segunda.
—John Turner era un abogado de la mafia.
—¿Perdón?
—Cuando ejercía lo hacía en forma privada, representaba a jefes de la mafia, señores de la droga, lavadores de dinero y delincuentes de guante blanco con bolsillos profundos. Era uno de los mejores abogados penales del país. Su esposa, Beck, fue la única heredera de su padre
—¿De dónde conozco ese nombre?
—Beck. Su padre fundó la cadena mundial de casinos. De vuelta a John. Fue designado al fuero federal por Ronald Reagan. Su esposa había hecho lobby para conseguirle la candidatura presidencial. Renunció el año pasado por razones personales. Cuando ella murió, la mayor parte de su patrimonio fue para su única hija que vive en Nueva York. El juez heredó unos insignificantes mil millones de billetes.
—¿Vale tanto?
—Probablemente más que eso. Tenía clientes de muy alto perfil.
—No actúa como si fuese tan rico. Viaja en aviones de aerolíneas comerciales. Así es como lo conocí.
—George dice que hay dos aviones ejecutivos registrados a su nombre. Las novedades de su riqueza pintaban un pronóstico mejor para que yo aceptase su abundante dinero. Los diez mil que había insistido en que aceptase eran un poco de cambio para él. Me sentí mucho mejor por habérmelos quedado.
—Me alegra que lo hayas investigado. Siento que sé mejor de dónde proviene. —Me senté en una silla al otro lado del sillón y observé a Albert levantar una ceja.
—Pasé cuatro días deliciosos sin tener que hacer nada con él. Los ojos de Albert se abrieron mucho y me miró fijo, con sabiduría en sus ojos.
—No quiero verte herida, Candy. Es muy viejo para ti. Probablemente este intentando jugar contigo. Es necesario que sepas que puede terminar de un minuto para el otro, y no será maravilloso.
—Albert, retrocede. Suenas como si fuese a enamorarme de él.
—Cosas más extrañas han sucedido —dijo.
—No creo en el cielo azul, amigo. Creo en que siempre está por venir la tormenta. En mi mente aparecieron imágenes de unos ojos zafiros. Yo era consiente de que no volvería a enamorarme, por que ya lo estaba. Albert desconocía esa parte de mi. Aún no estaba lista para decirle. Pero no iba a desperdiciar que me traten bien. Fué Albert quien me había enseñado a ser así.
Mi éxito y mi soltería solicitada empezó cuando se aproximaba la fecha de graduación. Era como si algo hubiese encajado. No estaba decidida acerca de detenerme o continuar mi educación. Era un desastre cuando pensaba en eso. Y la graduación llegó.
En casa, revisé el diploma y lo besé suavemente, y no solo una vez. Quería llorar cuando lo volvía a ver. No lloré. ¿Y ahora qué? ¿Más universidad? ¿Debería ir a algún lado de vacaciones?
continuará...