PRÓLOGO LA SEÑORA ARDLAY
Estaba sentada al frente del imponente escritorio de caoba con sus manos sujetando fuertemente el filo del mismo. Sus verdes iris recorrían aquella oficina con un dejo de amargura anidada en su corazón. Jamás en su vida pensó que el destino la tendría sentada en esa silla y al mando del poderoso corporativo Ardlay; no obstante el peso de ese apellido ahora más que nunca la ahogaba.
Pensaba una y otra vez las innumerables ocasiones que le rehuyó a ese apellido; no obstante la mala jugada del destino y la crueldad de una mujer la habían obligado a sentarse en ese sillón que ahora se había convertido en una pesada condena.
Aspiró hondamente para tratar de contener el torrente de emociones que amenazaban con desbordarse. Recostó ligeramente su cabeza hacia atrás tratando que el dolor de cabeza no la dominara, sus párpados se cerraron con fuerza para atrapar esas lágrimas que había contenido durante el fuerte enfrentamiento que tuvo con esa persona que pensó jamás volvería a ver.
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Pensó erróneamente que el tiempo transcurrido había borrado su recuerdo; pero ahora era más que evidente su garrafal error. La sola presencia de él la había estremecido tanto, al punto de que sus piernas flaquearon y tuvo que sostenerse de su propia silla para no caer.
Las cartas se habían echado sobre la mesa y de nada servía seguir fingiendo indiferencia si siempre había sido él la persona que nunca pudo olvidar. El mismo que tiempo atrás la salvó del encierro y trajo luz a su existencia; más ahora parecía venir cargado con todo el rencor del mundo y enfilando su espada de odio en su contra.
Habían pasado ya varios años desde que ella salió de su apartamento con la firme convicción de jamás regresar a su vida; sin embargo el destino se empeñaba en volverlas a cruzar.
Los documentos arrojados sobre su escritorio eran la prueba palpable de que un nuevo vendaval de problemas se avecinaba y parecía que no existiesen palabras en este universo capaz de amainar su furia. Unos pequeños golpes en su puerta hicieron que ella limpiara sus mejillas y dibujara en su rostro una falsa sonrisa.
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—Adelante
—Candy, ¿me permites pasar?¿necesitas que te ayude con el arreglo de esos documentos?
—Dime Annie. ¿Él… ya se marchó?
—Sí Candy.
—Entonces pasa, te agradezco que pongas todos esos papeles en orden para que luego pasen esa información al departamento legal. Pronto tendremos que enfrentar a la firma Baker-Mckenzie y necesito que estemos preparados.
La bella mujer de lacia y oscura cabellera, asintió. Mientras arreglaba la pila de documentos en carpetas numeradas, no pudo evitar emitir un comentario.
—Está mucho más guapo y varonil que la última vez que lo vi.
—Annie…¡qué comentarios son esos!
—Sabes Candy, ese hombre salió hecho un demonio; sin embargo su mirada reflejaba una tristeza que calaba en el alma. ¿No hay manera de que todo este dilema se arregle?
[suspiro] —Lo dudo mucho Annie; sabes bien que hay demasiada historia entre los dos. Creo que a estas alturas es imposible empezar desde cero.
La mujer calló por unos minutos, sin embargo no pudo reprimir un comentario más.
—Caray, si tan solo años atrás hubieran hablado con la verdad por delante, tal vez hoy las cosas serían diferentes entre ustedes dos. Tal vez… si él supiera de…
—No Annie —la rubia la silenció al momento, no obstante, Annie siguió con su pensamiento audible.
—Por más esfuerzo que haga, no logro entenderte. En fin, no me entrometo más, con tu permiso me retiro.
Una vez que la pelinegra se retiró de la oficina, Candice se quedó meditando en lo que su asistente había dicho. ¿Acaso ella se equivocó al ocultar la verdad? ¿Cómo hubiera sido su vida si en lugar de mentirle hubiese contado las cosas tal cuales ocurrieron? —pensó.
Fijando su mirada en un punto imaginario del cristal de su ventana comenzó a recordar cómo es que su vida había dado un vuelco para convertirse en el dilema que ahora llevaba a cuestas.
Continuará…
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Última edición por SHALOVA el Miér Abr 19, 2023 10:34 am, editado 4 veces