SI ELLA SUPIERA
Por: JillValentine
CAPÍTULO 8
Nuevas oportunidades.
Cuando ingresé al aeropuerto, me ofrecieron una mejora a primera clase. Regresaba de un viaje de negocios. Albert había pedido que fuera en su nombre. Me estaba poniendo al frente de sus negocios, y por lo regular los negocios se trataban con hombres en su mayoría solteros. Albert dice que la mejor manera de conseguir nuevos clientes, es que la propuesta la diga una mujer bella. Y la regla de oro es nunca rechazar un obsequio, o invitación.
—No, gracias. Respondí después del ofrecimiento. La persona en el mostrador que da los pasajes, vestida con el uniforme tipo aerolínea estándar con un corte militar. Tenía una edad cercana a la mía de 22. No se veía militar en absoluto, sin embargo su cabello me recordaba a uno. Tenía rulos parados con un flequillo extraño. Imprimió mi pasaje y me lo dio. Lo miré.
—¿Qué asiento tengo, ventana, pasillo o medio?
—Medio. Le regresé el pasaje.
—Tengo que escribir un ensayo. ¿Alguna posibilidad de que pueda conseguir una ventana? La señorita con porte militar ni siquiera me miró.
—Lo siento.
—Está bien, tomaré la mejora si es sobre la ventanilla. Puse ciento veinticinco dólares sobre el mostrador. La chica como parecía esta vez, sonrió y me imprimió un nuevo pasaje.
—Tiene una ventana —me dijo con sonrisa de plástico.
—Qué genial —dije y le entregué un billete. Casi no lo toma. Me imaginé que podría escribir todo el camino de regreso. Con suerte, terminaría el maldito ensayo para el momento en que llegase, luego todo lo que tendría que hacer cuando llegase a casa era tipearlo. Mil doscientos dólares para gastar en una computadora portátil. Pensé. Me saqué el saco y lo llevé a bordo. Estaba contenta de haber llevado algo lo suficientemente largo que no tuviese que preocuparme por mi pudor. Pude concentrarme en mi trabajo. Rechacé la cena y los aperitivos, pero mantuve ocupada a la auxiliar de a bordo con bebidas gaseosas dietéticas.Había un hombre sentado al lado mío tenía probablemente sesenta, probablemente alguien importante, un poco ancho, pero usaba una camisa y gemelos caros. Los pantalones del traje eran de diseñador o a medida, y los zapatos estaban en la misma liga que el Rolex que usaba. Si ahora se todo sobre marcas y diseñadores. Sonreí. Sonrió cuando me vio sonriendo, quizás pensó que le sonreía a él. Cuando rechacé la cena, él también rechazó la cena. Cada vez que yo pedía una nueva bebida dietética, pedía vino, luego cambió a whiskey con hielo. Por lo menos diez veces entre el Atlántico y el Pacífico, dijo:
—Eres una joven ocupada.
Alejé la vista de mi block de notas y sonreí. Había bebido demasiada bebidas dietética y tenía que usar el baño. Había espacio para que yo caminase delante de él, pero se levantó cuando no pude aguantar más y nuevamente cuando regresé. Ese fue aproximadamente el alcance de nuestra interacción, pero por momentos, tenía la sensación de que él estaba pendiente de mí. Cuando estábamos descendiendo, la auxiliar de a bordo trajo nuestros abrigos. Él se levantó y se lo puso. Guardé las cosas de escritura en mi maletín. Lo atrapé mirándome.
—Mi nombre es John Turner. Extendió la mano.
—Candy—dije. Nos dimos la mano. —Encantada de conocerlo.
—El placer es mío —dijo. Caminamos juntos hasta la salida , donde me presentó a su chofer que elegante esperaba en un auto Impresionante.
—Soy un juez de juzgado federal retirado. Antes de eso, en la práctica particular defendía criminales. ¿Qué estabas haciendo en Nueva York? Me sorprendí un poco por su frescura, pero Albert apareció en mi cerebro y entre en el papel de ejecutiva. Sonreí y pensé exactamente cómo armar la frase.
—Estaba allí por negocios.
—Interesante —dijo, dirigiéndome una mirada filosa. Tenía la sensación de que John no se había tragado eso. Lo demostró con la siguiente oración.
—Pude captar una mirada rápida a la disertación que estabas escribiendo y me imaginé que eras estudiante.
—Estoy en la UCLA. Con un poco de suerte, solo dos meses más. Él juez esbozó una gran sonrisa.
—¿Y luego qué?
—No lo sé. Quizá vaya a trabajar en algo relacionado con mi especialidad primaria.
—¿Cuál es tu especialidad?
—Negocios.
—Eso sirve para la facultad de derecho —dijo.
—Así es. La facultad de derecho es un gran paso. —Ciertamente no iba a pensar en eso ahora. Terminamos nuestra conversación con aquí tienes mi número nos vemos pronto. Le conté a Albert sobre el juez.
—Suena como que conseguiste el próximo inversor importante —dijo.
—No medio esa impresión.
—Me da curiosidad este tipo. Haré que George averigüe sobre él. George era un investigador privado, policía retirado.
—Es un juez retirado. No hay nada que revisar.
—Soy curioso —dijo Albert—. Ese nombre me suena familiar.
—John es simplemente un nombre usual—dije—. Pero está bien, jefe, tú sabes más. Observó su reloj en su muñeca derecha y jaló del teléfono cerca suyo.
—Hora de poner las inversiones en la bolsa. Me levanté.
—Me retiró. Estoy muerta.Te veo la próxima semana
Tenía una deliciosa semana, después de haber estado con más de quince hombres. Dios, eso suena horrible. Pero enserio con cada uno me ví forzada a comer, o a cenar , incluso fui a un Bar. Pero bueno los resultados fueron muy satisfactorios. Ni siquiera me cambié de ropa cuando llegue a mi apartamento solo llegué a la cama. No se cuánto tiempo llevaba dormida cuando sonó el teléfono. Realmente no quería contestar. Tiré la lámpara, pero agarré el teléfono. El enorme teléfono era difícil de perder, aún con el antifaz puesto. Era un número desconocido así que no me alegré de atender.
—Hola Candy, espero que estés bien?
—¿Quien es? La voz no me era desconocida, pero no lograba ubicar de quien se trataba
— Soy el mayordomo del juez. Recorde al tipo. Un joven bastante servicial y simpático.
—Estoy bien. Gracias por preguntar. Ha pasado mucho tiempo —dije. Habían pasado cinco días desde que el juez y yo nos conocimos .
—El Juez quiere saber si estas libre de trabajo.
—De verdad?—dije—. ¿Por que?.
—Quiere invitarte a cenar.
— La verdad estoy libre, pero hay algunas cosas que hacer antes de regresar al trabajo, Es mi semana libre. Siempre que regreso de un viaje tengo una semana para mi.
—Llamare después de darle al juez esta información.
—Bien, gracias. Dale al juez un abrazo de mi parte. Colgué, sorprendida por la llamada, preguntándome cómo había obtenido John mi número. Yo tenía el suyo . John no había tardado en dármelo el día que nos conocimos, pero yo no había contactado con él, sin dejar de pensar revoleé la almohadilla térmica sobre la cama, y fui a la cocina a buscar una taza de té. El teléfono sonó nuevamente. Era el juez.
—Si no estás haciendo nada, ven a quedarte unos días y nos hacemos compañía mutuamente.
—No puedo creer que me llamaste tú mismo —dije sorprendida—. Que significa eso de mutuamente?
—Sin sexo. Relajarte, comer, mirar películas, dormir, después volver a hacer lo mismo todo otra vez hasta el día siguiente. ¿Qué dices? Absolutamente nunca salgo con alguien a quien acabo de conocer y menos si no es socio de la empresa de Albert, Albert nunca me pondría en algo así. La desventaja ahora era que el juez no era socio de Albert . Me había contactado a través de investigación. . Tenía que decirle que no podía y ese tendría que haber sido el fin de la cuestión. Pero no lo fue. El juez quería que yo fuese a quedarme. Acepté.
Al día siguiente conduje a la mansión del juez. Si pudiera describir la casa en la que pensaba pasar mi semana libre seguramente me tomarían como una exagerada. A pleno mediodía, nos sentamos afuera en el patio cerca de la piscina a almorzar. Miramos dos películas en una sala con sillones reclinables en filas de tres, cada fila ligeramente elevada. Las películas se reproducían en un proyector y se exhibían en una pantalla gigante que salía del cielorraso contra una pared. Era un mini cine pero totalmente estupendo y acogedor. La pantalla grande era sensacional. Era como si estuviésemos metidos en la película. John bebió Cocas y comió palomitas de maíz. Hice lo mismo, excepto que tomé Coca dietética. La película era vieja pero divertida. Me preguntó dos veces si la película estaba bien. Yo me reía, pero John se rio tanto más que yo, durante algunas escenas vi que lloraba. Era una nueva faceta de él. Quiero decir, lloraba de risa con una vieja película que había visto muchas veces antes. No era que estuviese triste o algo. Estube tentada a abrazarlo pero eso hubiera sido dar inicio a algo que no iba a pasar.
Cuatro días después de que llegué, era hora de ir a casa. Lo curioso es que John, me entregó un sobre. Al abrirlo me quedé de piedra. Dentro había bastante dinero.
—No voy a aceptar eso. Lo pasé bien. Fuiste un anfitrión adorable. La pasé increíble.
—Candy, toma el dinero. Considéralo un obsequio, por favor —dijo John.
—No —dije suavemente y fui sola hacia afuera. Antes de poner el cambio en el auto, él mayordomo caminó hacia el lado del conductor del auto. La ventanilla estaba abierta.Se inclino y me entregó el sobre. Negué con la cabeza.
—Candy, él lo quiere así. No discutas. Tomé el sobre con una sonrisa cuando recordé la ley Albert , asoné la cabeza a través de la ventana abierta.
—Eres un amor. Dije a John.
Cuando llegué a casa, lo conté. John me dio diez mil dólares. Iba a llamarlo y quejarme. ¿Quejarme? Tonta de mí.
Continuará...
Por: JillValentine
CAPÍTULO 8
Nuevas oportunidades.
Cuando ingresé al aeropuerto, me ofrecieron una mejora a primera clase. Regresaba de un viaje de negocios. Albert había pedido que fuera en su nombre. Me estaba poniendo al frente de sus negocios, y por lo regular los negocios se trataban con hombres en su mayoría solteros. Albert dice que la mejor manera de conseguir nuevos clientes, es que la propuesta la diga una mujer bella. Y la regla de oro es nunca rechazar un obsequio, o invitación.
—No, gracias. Respondí después del ofrecimiento. La persona en el mostrador que da los pasajes, vestida con el uniforme tipo aerolínea estándar con un corte militar. Tenía una edad cercana a la mía de 22. No se veía militar en absoluto, sin embargo su cabello me recordaba a uno. Tenía rulos parados con un flequillo extraño. Imprimió mi pasaje y me lo dio. Lo miré.
—¿Qué asiento tengo, ventana, pasillo o medio?
—Medio. Le regresé el pasaje.
—Tengo que escribir un ensayo. ¿Alguna posibilidad de que pueda conseguir una ventana? La señorita con porte militar ni siquiera me miró.
—Lo siento.
—Está bien, tomaré la mejora si es sobre la ventanilla. Puse ciento veinticinco dólares sobre el mostrador. La chica como parecía esta vez, sonrió y me imprimió un nuevo pasaje.
—Tiene una ventana —me dijo con sonrisa de plástico.
—Qué genial —dije y le entregué un billete. Casi no lo toma. Me imaginé que podría escribir todo el camino de regreso. Con suerte, terminaría el maldito ensayo para el momento en que llegase, luego todo lo que tendría que hacer cuando llegase a casa era tipearlo. Mil doscientos dólares para gastar en una computadora portátil. Pensé. Me saqué el saco y lo llevé a bordo. Estaba contenta de haber llevado algo lo suficientemente largo que no tuviese que preocuparme por mi pudor. Pude concentrarme en mi trabajo. Rechacé la cena y los aperitivos, pero mantuve ocupada a la auxiliar de a bordo con bebidas gaseosas dietéticas.Había un hombre sentado al lado mío tenía probablemente sesenta, probablemente alguien importante, un poco ancho, pero usaba una camisa y gemelos caros. Los pantalones del traje eran de diseñador o a medida, y los zapatos estaban en la misma liga que el Rolex que usaba. Si ahora se todo sobre marcas y diseñadores. Sonreí. Sonrió cuando me vio sonriendo, quizás pensó que le sonreía a él. Cuando rechacé la cena, él también rechazó la cena. Cada vez que yo pedía una nueva bebida dietética, pedía vino, luego cambió a whiskey con hielo. Por lo menos diez veces entre el Atlántico y el Pacífico, dijo:
—Eres una joven ocupada.
Alejé la vista de mi block de notas y sonreí. Había bebido demasiada bebidas dietética y tenía que usar el baño. Había espacio para que yo caminase delante de él, pero se levantó cuando no pude aguantar más y nuevamente cuando regresé. Ese fue aproximadamente el alcance de nuestra interacción, pero por momentos, tenía la sensación de que él estaba pendiente de mí. Cuando estábamos descendiendo, la auxiliar de a bordo trajo nuestros abrigos. Él se levantó y se lo puso. Guardé las cosas de escritura en mi maletín. Lo atrapé mirándome.
—Mi nombre es John Turner. Extendió la mano.
—Candy—dije. Nos dimos la mano. —Encantada de conocerlo.
—El placer es mío —dijo. Caminamos juntos hasta la salida , donde me presentó a su chofer que elegante esperaba en un auto Impresionante.
—Soy un juez de juzgado federal retirado. Antes de eso, en la práctica particular defendía criminales. ¿Qué estabas haciendo en Nueva York? Me sorprendí un poco por su frescura, pero Albert apareció en mi cerebro y entre en el papel de ejecutiva. Sonreí y pensé exactamente cómo armar la frase.
—Estaba allí por negocios.
—Interesante —dijo, dirigiéndome una mirada filosa. Tenía la sensación de que John no se había tragado eso. Lo demostró con la siguiente oración.
—Pude captar una mirada rápida a la disertación que estabas escribiendo y me imaginé que eras estudiante.
—Estoy en la UCLA. Con un poco de suerte, solo dos meses más. Él juez esbozó una gran sonrisa.
—¿Y luego qué?
—No lo sé. Quizá vaya a trabajar en algo relacionado con mi especialidad primaria.
—¿Cuál es tu especialidad?
—Negocios.
—Eso sirve para la facultad de derecho —dijo.
—Así es. La facultad de derecho es un gran paso. —Ciertamente no iba a pensar en eso ahora. Terminamos nuestra conversación con aquí tienes mi número nos vemos pronto. Le conté a Albert sobre el juez.
—Suena como que conseguiste el próximo inversor importante —dijo.
—No medio esa impresión.
—Me da curiosidad este tipo. Haré que George averigüe sobre él. George era un investigador privado, policía retirado.
—Es un juez retirado. No hay nada que revisar.
—Soy curioso —dijo Albert—. Ese nombre me suena familiar.
—John es simplemente un nombre usual—dije—. Pero está bien, jefe, tú sabes más. Observó su reloj en su muñeca derecha y jaló del teléfono cerca suyo.
—Hora de poner las inversiones en la bolsa. Me levanté.
—Me retiró. Estoy muerta.Te veo la próxima semana
Tenía una deliciosa semana, después de haber estado con más de quince hombres. Dios, eso suena horrible. Pero enserio con cada uno me ví forzada a comer, o a cenar , incluso fui a un Bar. Pero bueno los resultados fueron muy satisfactorios. Ni siquiera me cambié de ropa cuando llegue a mi apartamento solo llegué a la cama. No se cuánto tiempo llevaba dormida cuando sonó el teléfono. Realmente no quería contestar. Tiré la lámpara, pero agarré el teléfono. El enorme teléfono era difícil de perder, aún con el antifaz puesto. Era un número desconocido así que no me alegré de atender.
—Hola Candy, espero que estés bien?
—¿Quien es? La voz no me era desconocida, pero no lograba ubicar de quien se trataba
— Soy el mayordomo del juez. Recorde al tipo. Un joven bastante servicial y simpático.
—Estoy bien. Gracias por preguntar. Ha pasado mucho tiempo —dije. Habían pasado cinco días desde que el juez y yo nos conocimos .
—El Juez quiere saber si estas libre de trabajo.
—De verdad?—dije—. ¿Por que?.
—Quiere invitarte a cenar.
— La verdad estoy libre, pero hay algunas cosas que hacer antes de regresar al trabajo, Es mi semana libre. Siempre que regreso de un viaje tengo una semana para mi.
—Llamare después de darle al juez esta información.
—Bien, gracias. Dale al juez un abrazo de mi parte. Colgué, sorprendida por la llamada, preguntándome cómo había obtenido John mi número. Yo tenía el suyo . John no había tardado en dármelo el día que nos conocimos, pero yo no había contactado con él, sin dejar de pensar revoleé la almohadilla térmica sobre la cama, y fui a la cocina a buscar una taza de té. El teléfono sonó nuevamente. Era el juez.
—Si no estás haciendo nada, ven a quedarte unos días y nos hacemos compañía mutuamente.
—No puedo creer que me llamaste tú mismo —dije sorprendida—. Que significa eso de mutuamente?
—Sin sexo. Relajarte, comer, mirar películas, dormir, después volver a hacer lo mismo todo otra vez hasta el día siguiente. ¿Qué dices? Absolutamente nunca salgo con alguien a quien acabo de conocer y menos si no es socio de la empresa de Albert, Albert nunca me pondría en algo así. La desventaja ahora era que el juez no era socio de Albert . Me había contactado a través de investigación. . Tenía que decirle que no podía y ese tendría que haber sido el fin de la cuestión. Pero no lo fue. El juez quería que yo fuese a quedarme. Acepté.
Al día siguiente conduje a la mansión del juez. Si pudiera describir la casa en la que pensaba pasar mi semana libre seguramente me tomarían como una exagerada. A pleno mediodía, nos sentamos afuera en el patio cerca de la piscina a almorzar. Miramos dos películas en una sala con sillones reclinables en filas de tres, cada fila ligeramente elevada. Las películas se reproducían en un proyector y se exhibían en una pantalla gigante que salía del cielorraso contra una pared. Era un mini cine pero totalmente estupendo y acogedor. La pantalla grande era sensacional. Era como si estuviésemos metidos en la película. John bebió Cocas y comió palomitas de maíz. Hice lo mismo, excepto que tomé Coca dietética. La película era vieja pero divertida. Me preguntó dos veces si la película estaba bien. Yo me reía, pero John se rio tanto más que yo, durante algunas escenas vi que lloraba. Era una nueva faceta de él. Quiero decir, lloraba de risa con una vieja película que había visto muchas veces antes. No era que estuviese triste o algo. Estube tentada a abrazarlo pero eso hubiera sido dar inicio a algo que no iba a pasar.
Cuatro días después de que llegué, era hora de ir a casa. Lo curioso es que John, me entregó un sobre. Al abrirlo me quedé de piedra. Dentro había bastante dinero.
—No voy a aceptar eso. Lo pasé bien. Fuiste un anfitrión adorable. La pasé increíble.
—Candy, toma el dinero. Considéralo un obsequio, por favor —dijo John.
—No —dije suavemente y fui sola hacia afuera. Antes de poner el cambio en el auto, él mayordomo caminó hacia el lado del conductor del auto. La ventanilla estaba abierta.Se inclino y me entregó el sobre. Negué con la cabeza.
—Candy, él lo quiere así. No discutas. Tomé el sobre con una sonrisa cuando recordé la ley Albert , asoné la cabeza a través de la ventana abierta.
—Eres un amor. Dije a John.
Cuando llegué a casa, lo conté. John me dio diez mil dólares. Iba a llamarlo y quejarme. ¿Quejarme? Tonta de mí.
Continuará...