CAPÍTULO V ENGAÑO
Era viernes por la mañana, en la mansión de los Ardlay en Lakewood continuaban los preparativos para la fiesta de compromiso, todo estaba listo para la celebración que tendría lugar al siguiente día. Los jardines caracterizados por las rosas, que plenas otorgaban a los sentidos una sensación de paz, al aspirar los perfumes que emanaban de ellas. Las Dulce Candy también relucían con su peculiar color y aroma, los imponentes rosales ofrecían a la vez espacios propicios para ocultarse de las miradas indiscretas, eso lo sabían perfectamente dos jóvenes que cubiertos por uno de ellos conversaban en voz baja para no ser escuchados.
— ¡Las cosas han avanzado muy rápido! ¿Crees que estamos haciendo lo correcto? ¡Todos dudan de que nos casemos por amor!, ¡Por lo precipitado de nuestro compromiso! — Decía una chica de hermosos ojos verdes al joven sentado a su lado, — ¡Candy! ¡No te estarás arrepintiendo!, ¿Verdad? ¡No tenemos opción!, ¡Si se suscitara un escándalo!, ¡La única forma de contenerlo es estando casados! — Objetó el chico elegantemente vestido. — ¡No lo sé Archie! ¡Casarnos así! ¡Ambos sabemos que…! — Sush… ¡Por favor! — Dijo el guapo muchacho colocando su dedo índice sobre los labios de la rubia; — ¡Candy! ¡No digas nada!, ¡Ya sé lo que me vas a decir! Pero ¡Tú sabes que desde que te conocí quedé prendado de ti!, ¡Me hice a un lado cuando elegiste a Anthony!, después ¡A pesar de mi renuencia entendí que te enamoraste del aristócrata engreído!, pero ahora, ¡Dame la oportunidad para demostrarte mis sentimientos!, ¡Yo te haré feliz, Candy! ¡Lo prometo! — Decía mirando con ternura a la chica. Ella bajó la mirada, sabía que sus inconscientes acciones la llevaron a ese punto, pero ahora que veía como un hecho el compromiso, su corazón se hacía pequeño al recordar al hombre que lo seguía ocupando, que a pesar del paso del tiempo permanecía, ahí inamovible, como si fuera el primer día; en contra de todo pronóstico, dolor o frustración, él seguía presente en sus pensamientos y sentimientos. Archie le tomó la barbilla para que lo viera a los ojos, pero ella movió su cabeza al lado contrario. — ¡Gatita! ¡Nunca imaginé que pasaría esto lo prometo!, sin embargo, ¡Ahora que tengo esta oportunidad que la vida me regala no pienso fallar!, ¡Tranquila todo saldrá bien! — Explicaba el joven vehementemente. — ¡Aun no comprendo! ¿Cómo fue que Annie reaccionó así? ¡Creo que debimos hablar con ella para aclarar todo! ¡Entiendo que yo cometí un error!, Pero ¡¿Tú?!, ¡Ella debió confiar en ti! ¿Archie? ¡Si tú la amas, yo…! — Comentaba la chica que seguía sin levantar su rostro. — ¡No, Candy!, ¡La verdad es que yo lo único que siento por ella es cariño! ¡Amor es lo que siento por ti desde que éramos unos chiquillos! ¡Entiéndelo por favor!, ¡Mira, si seguimos aquí nos verán! Es mejor que vayamos adentro, ¡Vamos! — La apuró el menor de los Cornwell para evitar que ella siguiera externando su indecisión.
— ¡Candy! ¿Dónde has estado? ¡Te he buscado por todas partes! Le llamó Albert al ver que la rubia subía rápidamente las escaleras. — Ven, quiero darte algo. — La rubia bajó lentamente, hacía tiempo que rehuía platicar con su casi hermano, sin embargo, se acercó sonriendo. — Estaba en el portal, — Comentó tomándolo del brazo, ¡Vamos!, ambos se dirigieron al despacho del patriarca. — ¡Siéntate! — Conminó él, mientras sacaba un estuche de la caja fuerte; — Ten ¡Quiero que la uses mañana! Era de mi hermana, — Pero ¡Albert!, ¡Es hermosa! — Comentaba la chica, que maravillada vio una hermosa pulsera de pequeños diamantes engarzada en oro blanco, — ¡Pero no puedo usarla!, ¡Es demasiado para mí! — ¡No, pequeña! ¡Eso y más mereces!, ¡Como mi heredera tienes derecho a usar todas las joyas de la familia!, — Exclamó el rubio, quien jugaba con un vaso de whisky, mismo que resbaló de su mano vertiéndose sobre los papeles que se encontraban sobre el escritorio. Ambos se pusieron de pie tratando de rescatar los documentos, al levantarlos Candy vio un sobre con una caligrafía que reconoció al momento, lo tomó, mientras sus ojos se cristalizaban. — ¿Qué sucede?, ¿Estas bien? — Preguntó él; con voz temblorosa la chica respondió. — ¿Es carta de Te...? — ¡Oh, sí! Dámela la guardaré. — Respondió William aparentando no percatarse de que ella se había quedado atónita. — Para mí es muy importante que luzcas hermosa mañana, será el principio de un periodo de dicha y felicidad ¿No lo crees? — Proseguía hablando sin darle importancia a la actitud de ella. — Ahora ve a tu habitación, seguramente estas nerviosa, ¡Mañana será un día muy ajetreado! ¡No olvides usar la pulsera!, llamaré para que vengan a limpiar este desastre. — Indicó el patriarca con una cálida sonrisa dirigiéndose a la puerta. Candy se quedó parada mirando el lugar, donde Albert había guardado el sobre, mientras decía para sus adentros, ¡De todas formas, tú estás con otra! Y ¿Yo…? — Finalmente dio un suspiro y salió de la habitación, sin notar que Albert se había quedado en la puerta observando su reacción, al ver que ella se daba la vuelta caminó rápido para que no lo viera. Una vez que vio pasar a la rubia se quedó pensando. — ¡Sigue amando a Terry!, ¿Entonces por qué se quiere casar con Archie? ¡Ahora si estoy seguro que algo fuerte pasó!
Por su parte, Archie había revuelto toda su recámara, buscaba afanosamente en su armario, en la cómoda, debajo de la cama, pero no encontraba lo que quería, se rascaba la cabeza tratando de recordar, hablando solo. — ¿Dónde lo dejé? Por la emoción al parecer lo olvidé en Chicago, ¡Cielos! Debería de dejar esa afición, pero no puedo retraerme de escribir mis sueños, que en unos meses serán una realidad. ¡Mi dulce Candy! ¡No sabes cómo anhelo que llegue la fecha de nuestra boda!, ¡Tenerte! ¡Saberte mía para siempre!, lo único que lamento es que las cosas hayan sido así, ¡Annie! ¡Sé que no fue la mejor manera de terminar lo nuestro!, aunque yo pensaba hacerlo de otra forma, ¡Fue tú desconfianza en mí y tú curiosidad lo que desencadenó todo esto! ¡Espero que encuentres a alguien que en verdad te ame, como yo no pude hacerlo! — Al cavilar en ello, se recostó en el sofá, era inútil, no podía dejar de pensar en esos acontecimientos que le dieron su libertad.
Para Terry no fue difícil localizar a los Britter, ya que era una familia reconocida en Lakewood, descansó lo suficiente, sus ansias por saber lo sucedido para que su pecosa accediera a los encantos del elegante le hicieron apresurarse para buscar a Annie, era necesario enterarse del motivo del rompimiento de esa relación, la que él sabía era estable y enfilada al matrimonio; además de que ellas eran las mejores amigas, ¿Entonces? ¿Qué habría pasado?, por otra parte, él estaba consciente de que después de la ruptura Candy podía hacer su vida, pero ¿Por qué con él? Durante los cuatro años no existieron noticias acerca de una relación entre esos dos, ¡No cabía duda! ¡Era urgente saber! — Reflexionaba Terrence en el carruaje que lo llevaba a la residencia de la chica.
Annie tenía más de dos meses que no salía de su casa, sus padres estaban preocupados por su encierro, les había sorprendido que se terminara la relación de años con el joven Archibald Cornwell, pero su hija fue contundente al decir que no quería que se entrometieran, que el nombre de su ex novio estaba prohibido, no deseaba saber nada de él, ni de su entorno familiar. Aunque tenían dudas no se animaron a preguntar nada, el momento era demasiado difícil para su hija, ya habría tiempo para hablar con ella, ahora lo importante para ellos era que el consuelo llegara su adolorido corazón.
Los esposos Britter se encontraban en el salón de su casa tomando el té, cuando entró el mayordomo anunciando una visita para la señorita Annie, ambos se miraron intrigados, dado que la joven no quería recibir a nadie. La madre preocupada porque fueran a molestar a su hija ordenó que se le hiciera pasar al recibidor. Sorprendida, observó a un joven con porte distinguido, vestido elegantemente y de hermosos rasgos varoniles. Él castaño al verla saludó con voz amable. — ¡Buenas tardes, mi lady! ¡Mi nombre es Terrence Grandchester!, ¡Lamento importunar!, pero ¡Estoy buscando a la señorita Britter! — ¡Buenas tardes! — Respondió al unísono el matrimonio, dado que el señor Britter, también había llegado al recibidor a ver quién buscaba a su hija. De manera cortés ofrecieron asiento al recién llegado. — ¿De dónde conoce usted a mi hija? — Preguntó el señor Britter — ¡Soy compañero del Real Colegio San Pablo en Londres! ¡Estaré unos días en Chicago!, quise aprovechar para saludar a los buenos amigos. —Contestó el actor. La señora Britter, interpeló al castaño; — ¿Grandchester?, ¿Del ducado inglés? — ¡Si!, aunque no utilizo mucho mi apellido en América. — Sabía que debía anunciarse así, pensando que de otra manera no lo recibirían. La mujer no pudo disimular su agrado al ver que un hombre tan guapo y miembro de la monarquía británica estuviera ahí buscando a su niña, por lo que contestó con voz suave. — ¡Oh! Hace bien, siempre es bueno contar con amigos en todas partes, pero ¡Annie no se ha sentido bien últimamente!, ¡Tal vez su visita le ayude!, ¿No crees, querido? — Dijo mirando decididamente a su esposo, quien reconoció, — ¡Si, querida! ¡Tal vez la visita del señor le mejore los ánimos a la niña! — ¡Voy a buscarla!, con su permiso. — Expresó la mujer poniéndose de pie para ir en busca de la chica. Annie estaba en su habitación ojeando un libro, cuando escuchó que su madre tocaba la puerta. — ¡Querida! — Preguntó entrando a la recamara. — ¡Tienes una visita! — Ella rápidamente se levantó, pensaba que se trataba de Patty a quién le había escrito solicitando su compañía. — ¡Voy, mamá! — ¡Bien, no tardes! — La pelinegra llegó al salón gritando. — ¡¿Patty?! — Sin embargo, se quedó pasmada al ver al visitante. — ¡¿Terry?! Pero ¿Qué haces aquí? — ¡Hola Annie! Es un gusto volver a verte después de tanto tiempo. — Comentó el castaño con una sonrisa amigable. — ¡Bueno, nosotros los dejamos para que conversen a gusto! — Señaló la madre de la joven tomando a su esposo del brazo. — ¡Lo siento Terry!, ¡No quiero hablar, ni ver a nadie que se relacione con los Ardlay! — Comentó la joven mirando a su antiguo compañero de colegio, — pero ¡Annie, necesito hablar contigo!, ¡Saber! ¿Cómo es que Candy? — ¡Para! ¡No nombres a esa sucia mujerzuela! — Vociferó la chica llevándose las manos a los oídos. — ¡No te permito que hables así de ella! — Advirtió el joven acercándose a la muchacha, ella levantó su rostro para mirar los impresionantes ojos azules que destellaban furia, — ¡No Terry! ¡No te equivoques! ¡Aquí la que no permite nada soy yo! ¡Durante mucho tiempo me vieron la cara! y ¡Ahora, no lo permitiré más! ¡Imagino que si estás aquí es porque te has enterado que tu dulce Candy me robó a mi novio! — Decía la pelinegra, ya sin control — ¡No, Annie! ¡Si estoy aquí es porque quiero saber!, ¡Porque yo…! — Jajaja…!¡ ¡¿Quieres saber?! ¡¿O comprobar que tu Candy es una cualquiera?! — ¡Basta, he dicho que no la insultes! — Jajaja… ¡Bien entonces lo comprobarás! ¡Ven conmigo! — Le ordenó guiándolo a la parte trasera de la residencia, entraron al cuarto de trebejos, Annie buscó entre varias prendas un pequeño libro empastado con la insignia de los Ardlay. — ¿Sabes qué es esto? — Le cuestionó al actor. — Al parecer es un diario, pero ¿De quién? — ¡Toma, lee y entérate! — Respondió la pelinegra, quien ya no mostraba modales, entregándole el diario de manera abrupta. — ¡Pero, esto! ¿Qué tiene que ver Annie? — Replicó el apuesto joven. — ¡Querías saber! ¿No? ¡Pues entonces lee! — Le apremió. Terry abrió el libro y lo primero que leyó fueron las iniciales A. C. A. — ¿Archie?, ¿Éste diario es de Archie? — Cuestionó un tanto desconcertado. — ¡No más preguntas!, ¡Lee de una maldita vez! — El castaño al ver que la joven ya no tenía nada de tímida comenzó a leer:
“… ¡Cuánto tiempo ha pasado…! ¡Desde que éramos niños soñaba contigo, pero ahora mis sueños al igual que yo dejamos de ser inocentes! Mis noches se han convertido, una a una en un éxtasis total, al grado que, al despertar, lo único que quiero es inmortalizarlos en mi diario para no olvidarlos y hacerlos realidad, este no fue la excepción. Aún recuerdo como te vi entrar en mi habitación, ¡Así tan… exquisita!, ¡Una diosa emanando sensualidad! Vistiendo una sencilla bata transparente que deja entrever tu hermoso cuerpo, listo para ser mío; ¡Aquella niña de coletas, no existe más!, ahora tus turgentes curvas revelan una armoniosa metamorfosis, tal como una mariposa de bellos colores, que abre sus alas al amor. El solo verte avanzar hacía mi altera todos mis sentidos, ¡Eso tú lo sabes! ¡También te deleitas viendo mi frenesí! ¡Te sabes hermosa, deseada! ¡Tanto que te paras frente a mí para que yo te observe! ¡Tentando mis emociones! ¡Observando, que, con tu sola presencia, mi deseo despierta, impaciente por ti!, tu larga cabellera dorada, cayendo sobre tus hombros desnudos, hacen que parezcas irreal, ¡Bella quimera angelical de ojos verdes, que se encienden de intenso deseo por mí! No te mueves, sigues ahí parada observándome, haciendo de lado tu cabello para mostrar tu cuello, tus hombros de los que lentamente resbala un tirante de la bata, permitiéndome acariciar con mi mirada la tersura de tu piel blanca; el nacimiento de tus senos que suben y bajan al compás de tu respiración, me parece una cordial invitación para estar más cerca de ti; deslizas tus dedos sobre tu pecho, que se mantiene expectante por mis caricias, me sonríes provocadoramente, ¡Retándome! Por un momento, pienso en tu virtud, ¡Me parece increíble que sea yo quien te haga mujer! ¡Que sea yo quien te enseñe el secreto del amor! ¡Que entre mis brazos encuentres el camino del placer! ¡Que sea yo, quien te haga vibrar! Pero, sobre todo, ¡Que eres tú la que lo deseas…! Me levanto rodeando tu silueta y me coloco detrás de ti, sin tocarte, solo aspiro el aroma que desprendes, con delicadeza te sigo respirando, aprovechando, que ante la expectativa de lo que haré haces tu cabeza de lado, señalándome sin decirlo que recorra tu cuello con mis besos. Pero todavía ¡No mi amor! ¡Quiero deleitarme más con tu imagen!, ¡Quiero disfrutar paso a paso este memorable momento que será para los dos el nacimiento de un solo ser fundido por el deseo, la pasión y el amor! ¡Oh…! ¡Mi dulce Candy! ¡Tímidamente te das la vuelta!, ¡Tus enormes lagunas verdes me ven ansiosa! ¡Ya no quieres esperar! Al tomarte por la cintura siento tal estremecimiento, ¡Que quiero poseerte ya! Pero me contengo, es tu primera vez, ¡Aunque en mis sueños ya has sido mía en muchas ocasiones! — ¡Cielos! ¡Fue tan real mi sueño, que las manos me sudan al recordar! No quiero detenerme, no quiero olvidar todos y cada uno de los detalles de este ensueño, que más bien es una fantasía, — ¡Que te juro, amada Candy que lo haré realidad la noche de nuestra boda! Con sutileza poso mis labios en los tuyos, mi beso tierno y dulce provoca que abras tu boca para permitirme reclamar como míos todos sus secretos. Un breve jadeo escucho de ti, por todo mi ser siento arder mi torrente sanguíneo, mientras tu no quieres soltar mis labios. Mis manos comienzan el febril recorrido de tu espalda, apretándote más a mi cuerpo para que me sientas, para que me reconozcas. Con los ojos cerrados haces tu cabeza hacia atrás, no espero más y recorro tu cuello con mis ardientes besos, al llegar a tu pecho vuelvo mi mirada hacia ti, que ya ruborizada acaricias mi cabello entretejiéndolo con tus dedos, en tanto que, gentilmente mis ávidas manos palpan tus redondos montes. La bata va cayendo y con ello toda tu inocencia. Por un instante me detengo para observarte así, ¡Eres perfecta! ¡Tú timidez exalta mi veneración! Comienzo a quitarme la camisa, pero me detienes, ¡Quieres hacerlo tú! Al hacerlo acaricias mi pecho, colocas la palma de tu mano sobre mi corazón para sentir su loco palpitar, me besas tramo a tramo de mi piel. Cuando llegas a mi pantalón, intentas torpemente desabrocharlo, sin decir nada te ayudo, cuando éste cae al suelo me miras azorada, al igual que yo. ¡No espero más! ¡Te tomo de la mano para llevarte a la cama! ¡Ya no haces nada por cubrir tu desnudez! Solo tienes puestas las zapatillas de tacón alto, intentas quitarlas, pero te digo. — ¡No amor, no te las quites! — Sonríes y me abrazas ofreciéndome tus labios nuevamente. Lentamente te recuesto sobre el lecho, ¡Mis besos son cada vez más ardientes! ¡Tengo que aguantar para no liberar todo mi deseo! Mis labios se llenan con tus virtuosos montes, que despiertan entre mi boca, con mi mano acaricio tu silueta, tus piernas, poco a poco introduzco mis dedos en tu punto más íntimo, cavidad maravillosamente húmeda, sin dejar de besar cada milímetro de tu cuerpo, llego a ese lugar negado para todos, tú haces un leve intento por detenerme, pero suavemente prosigo con mi dulce tarea, hasta llegar a tomar el néctar de tu flor, ¡Siento como te estremeces, como el deleite te trastorna! ¡Jalas mi cabello, pero no importa! Un raudal de emociones recorre cada una de tus terminaciones nerviosas. Te miro extasiado, ¡Yo, Archibald Cornwell soy el responsable de ese estallido! ¡Eso no es todo amada mía! Sin esperar a que termine tu delirio, me abro camino en medio de ti, ¡Me sumerjo en ese caudal con ímpetu febril para romper aquella barrera de niña! ¡Gritas mi nombre! ¡Dios maravilloso, gracias por este momento! ¡Al estar sumergido en ese río desbocado de tus aguas, comienzo esa danza de perfecta unión, viendo tu rostro que no refleja dolor, al contrario, sigue mi ritmo! Sigo la cadenciosa danza con vigor, cuando escucho como vuelves a acelerar tú respiración, abrazas mi cuerpo con tus piernas empujando más profundo. Tus manos estrujan con fuerza las sábanas, tu cabeza se mueve entre las almohadas, ¡Sé que estás a punto de llegar a las estrellas! ¡Mis movimientos son más rápidos! ¡Quiero llegar junto contigo al cielo! ¡Ambos gritamos nuestros nombres y llegamos al fin! Nuestros cuerpos palpitantes no quieren separarse, ¡Son uno mismo! Me recuesto sobre ti, que aún no quieres abrir los ojos, con mi mano volteo tu rostro, — ¡Mírame amor! — Me miras y sonríes para después darme un beso. Nuestro loco frenesí nos dejó exhaustos con un placentero cansancio que nos lleva al limbo, — ¡Eres mía Candy, solo mía! — ¡Sí Archie! ¡Tuya por siempre! — Dejo de escribir, me siento extasiado y con ganas de hacer realidad este milagro de mi amor…”
Terry iba leyendo, no daba crédito a lo que veía, todo el libro estaba repleto de descripciones similares, pero, aun así, exclamó. — ¿Esto qué? ¡Son las estúpidas alucinaciones de ese pervertido de tu ex novio! — Reclamó con rabia tratando de contener el coraje, que muy a su pesar iba saliendo por sus ojos azules, obscurecidos como la noche. — ¡¿Acaso no te das cuenta de que son sueños, deseos de Archie que plasmó en su diario?! — ¡Eso no es suficiente para que insultes a Candy! — ¡Por favor, Terry! ¡Parece que tú prefieres no creer lo que está más claro, que el agua! ¿O? ¡Tal vez sea más cómodo pretender ignorarlo para disfrazar un poco tu conciencia, cuando botaste a “Tú Candy” por otra! — Proseguía irónicamente una llorosa Annie con la cara desencajada; — ¿Por qué no aceptas que esos dos nos han visto la cara? ¡Tal vez desde que estábamos en el colegio!, ¡Bueno por lo menos tú te alejaste de esa perra! — ¡Basta Annie! — Gritó el actor tomando a la chica que parecía convulsionar de llanto. — ¡Esos son sueños húmedos de ese infeliz! ¡No tienes por qué culparla a ella! ¡Entiendes! — La pelinegra empujó fuertemente al castaño para gritarle. — ¡Yo los vi! ¡¿Comprendes?!, ¡Yo los vi! — El chico sintió un fuerte pinchazo en su corazón, pero aun así no soltó a la chica, quien continuaba vociferando, — ¡Son un asco! Pero ¡La que provocó todo esto fue esa traidora!, ¡Porque ella siempre supo que yo lo amaba!, ¡Cielos! ¡¿Cómo fui tan estúpida?! Pero ¡Me vengaré! ¿Lo escuchas? ¡Me vengaré! — Terry iba a sacudir a la joven para hacerla reaccionar, pero escuchó la voz de la señora Britter. — ¡¿Qué pasa aquí?! ¿Annie, querida, estas bien? — Dijo apresurándose a abrazar a su hija. — Como puede ver ¡Mi niña no se encuentra bien!, ¡Discúlpela por favor! Es mejor que se vaya. — Indicó caminando con la joven a la puerta del cuarto de trebejos. — ¡Pero mi lady!, es necesario que concluya mi plática con Annie. — Apremió el castaño. — ¡Lo siento señor Grandchester!, pero ¡No creo que sea lo mejor!, ¡Buenas tardes! — Concluyó la mujer sin volverse a mirar al chico.
Terry tomó el diario que había quedado tirado en el piso, arrancó las dos últimas hojas y salió del lugar hecho una furia, estaba decidido a romperle la cara al menor de los Cornwell, su coraje estaba enfocado en la perversión con la que Archie se expresaba de su pecosa, cuando iba llegando a la mansión de los Ardlay toda una mezcla de emociones vibraban en su interior, se sentía frustrado, enojado, decepcionado, — ¡Candy!, ¡Pecosa! — Decía para sí haciendo su cabello para atrás con las dos manos, — ¡Yo no debí esperar tanto!, ¡Sin querer te dejé al acecho de quién siempre supe era mi rival! ¡Tanto tiempo perdido, dudando, pensando que tú estabas bien! Es el destino que de nueva cuenta nos juega mal. ¡Pareciera que es una estúpida maldición la que cargo a cuestas!, pero ¡Ya no más! ¡No, permitiré que esto se quede así! Hice todo para recuperar mi vida, mi amor propio y ¡Por Dios que la viviré contigo!, así tenga que dejarte viuda, recién casada. — Se dijo, mientras observaba fijamente la mansión de los Ardlay a lo lejos.
Continuará…