CAPÍTULO XIV AZORO
La tía abuela entró sin vacilación a la biblioteca, sabía sobre que versaría aquella conversación, pero estaba preparada para no dar marcha atrás en su decisión de la boda anticipada, que ella consideraba laceraban el honor del clan. — ¡Buenos días, tía!, ¡Toma asiento por favor! — Dijo el rubio, observando el serio rostro de la mujer. — ¡Buenos días, William!, ¡Antes de que comiences a hablar, te pido por favor que te abstengas de decir cualquier cosa a favor de Candice!, ¡Nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión!, ¡Mi decisión ya está tomada! — Comentó autoritariamente la anciana. — ¡Tía! Sin querer faltarle al respeto, tiene que considerar dos cosas, ¡Una yo soy la cabeza de la familia! y ¡Dos, yo soy el padre adoptivo de Candy!, ¡Para todo lo concerniente al clan y a Candice la última palabra la tengo yo! — Dijo el joven mirándola fijamente, sabía que había sido brusco, pero ante la actitud de la mujer no le quedaba alternativa, durante mucho tiempo dejó pasar agravios en contra de su protegida, incluso hubo aceptado que fuera la tía, la que interviniera en muchas de las obligaciones que se le habían otorgado a la joven, entendía que su disciplina, le podría proporcionar a Candy herramientas para desenvolverse con mayor seguridad ante la alta sociedad, pero de ahí a casarla así, de pronto, era algo que no permitiría, fuera por amor o no, los chicos tenían derecho a una boda normal, a disfrutar de todo lo que involucraba el proceso de preparativos, pero lo más importante era ganar tiempo. Él sabía que sus argumentos eran válidos, pero no se esperó la contestación de su tía.
La mujer se levantó de súbito y dando un fuerte manotazo en el escritorio y con la mirada cegada por la furia vociferó. — ¡Definitivamente, no William! ¡Esta vez no te saldrás con la tuya!, ¡El matrimonio se hará efectivo en un mes antes que la mujer que ha enlodado nuestro apellido, se convierta en el motivo de chismes y habladurías!, ¡Nunca debí permitir que adoptaras a una…! ¡A una de esa clase que envuelta en la vergüenza traiga al mundo a un Ardlay!, ¡Porque a pesar de todo será hijo de uno de los nuestros…! — ¡¿Qué estás diciendo?! — Reparó Albert, que también se había puesto de pie para encarar a su tía. — ¡Lo que has escuchado! ¡Candice está embarazada! Y antes de que sea notoria su falta ¡Se casará!, ¡Entiendes! ¡No permitiré el escándalo en torno a nosotros! ¡Nadie se debe enterar de los motivos verdaderos de ese matrimonio! ¡Esa muchachita, no se conformó con causarnos dolor con la muerte de Anthony, sino que ahora se comporta como una ramera, trasgrede nuestras buenas costumbres y enreda a Archie en su lasciva conducta! — Albert palideció, sus ojos se volvieron turbios, por un momento pensó en salir y golpear a Archie, pero se detuvo, — ¡No te permito que te expreses así de Candy! — ¡Tú no estás en posición de prohibirme nada! ¡El comportamiento de esa mujerzuela me lo permite! — ¡No puede expresarse así de alguien sin pruebas!, ¿Cómo sabe eso? ¡Debe tener la seguridad! — La mujer se puso nerviosa, era verdad, no tenía ninguna prueba, todo se lo contó Elisa, pero pensó que el tiempo le daría la razón. — ¡Eso es lo de menos! ¡Ahora tú deberías comportarte como el patriarca que dices ser y hacer lo correcto, no solo por la familia, sino por tu protegida a quien dices querer tanto! — Respondió ella. — ¡No te preocupes tía, lo haré!, ¡Pero con las pruebas necesarias! ¡No obligaré ni a Candy, ni a Archie a hacer algo que no quieran y más por un motivo falso! — Aseveró el rubio. — ¡Pero...! — ¡Pero nada tía! ¡Si es verdad lo que has dicho la boda se realizará como tú lo has decidido!, ¡Pero si no es cierto, las nupcias no se llevarán a cabo hasta que los chicos lo decidan! —¡William! ¡El tiempo se nos vendrá encima!, ¡No podremos preparar todo de un día para otro! — ¡Lo siento, tía! ¡Esa es mi decisión! — La mujer salió molesta de la habitación, era verdad lo que decía Albert, pero hablaría con Elisa para que le dijera, de dónde sacó la información, además ella podría continuar con los preparativos sigilosamente. Albert contrariado se quedó en la biblioteca, no sabía qué pensar, la actitud de Candy, su silencio lo tenía desconcertado, por otra parte, sentía que de ser cierto el embarazo de ella, no podría retener a Terry, tenía que pensar lo que haría, sin embargo, su sobrino tenía que aclararle muchas cosas…
Candy desayunó en su habitación, no sabía los comentarios de la tía abuela, total, no le importaba, su decisión de no casarse con Archie estaba tomada, — ¡Hará más escándalo por eso, que por no haber acudido a su desayuno familiar! — Pensaba. Se arregló y salió por la puerta de servicio rumbo a la cabaña, tenía fe en que Terry la escucharía, arreglarían las cosas, hablarían con Albert, quien seguramente los apoyaría, se sentía contenta por esos pensamientos. Entró a la cabaña, — ¡Buenos días, Terry! — Dijo avanzando al interior, al no obtener respuesta. — ¿Terry?, — Silencio, nadie respondió, siguió a la recámara, no vio la maleta. Sintió como de momento se le fueron las fuerzas, sus ojos buscaban en todas partes, comenzando a temblar, el temor hizo presa de ella, no quería comprobar la partida de Terry, pero era inútil, no encontró algún indicio de la presencia del castaño en el lugar, un fuerte estremecimiento recorría su cuerpo, con las manos temblorosas recorría la cama que intacta albergó al castaño esos días, las lágrimas salían sin control, el aire le faltaba, sacudía su cabeza intentando recuperarse de la sorpresa. — ¡Terry, te has ido! ¡No pude hablar contigo! ¡No pude decirte que te amo, que estoy dispuesta a contarte mi desafortunado encuentro con Archie!, ¡Decirte que cuando lo besé y le dije que le amaba eras tú a quien veía en mi alucinación!, ¡Decirte que durante mucho tiempo le rogué a dios por una oportunidad para estar contigo!, ¡Para defender nuestro amor! ¡Soy una tonta! ¡Me negué a decirte la verdad, por…! ¡Vergüenza, orgullo! ¡No sé! ¡Ahora qué haré para recuperarme de esta nueva separación!, ¡De este dolor tan grande por haberte perdido definitivamente! — La rubia lloraba amargamente tendida sobre la cama, apretando las mantas, ya no le importaba nada, sólo quería respirar, inundarse del olor que el actor había dejado en aquel lecho.
Sus sollozos no le permitieron escuchar cuando alguien entraba, solo la voz de Stear hizo que se levantara; — ¡Terry, amigo!, ¿Estás ahí? — El inventor entró a la cabaña, al no ver a nadie iba de salida, pero el llanto de la joven llamó su atención, se dirigió a la alcoba y observó a Candy llorando amargamente. — ¡Candy! ¿Qué pasa? — La rubia se levantó para arrojarse a sus brazos. — ¡Se ha ido! ¡Se ha ido! ¡Y no pude decirle nada, Stear! — El joven la abrazó acariciando su melena que caía por su espalda. — ¿Quién se ha ido? — ¡Terry! ¡Terry se ha ido! — Respondió la joven que no detenía su llanto. — ¡Calma, Candy! ¡No lo creo, seguramente anda por ahí! — ¡No Stear! Desde anoche que vine a buscarlo para hablar con él, su maleta estaba en su cama, ahora ya no está, ¡Se ha marchado! ¡Y yo…! ¡Yo, no le aclaré lo que siento por él!, ¡Me ha dejado! ¡Han sido tantos desencuentros entre nosotros, que por un momento pensé que podríamos estar juntos!, ¡Yo estaba dispuesta a todo, ahora ya no es posible! — ¡Lo siento tanto, Candy! ¡Los dos son tan necios, que…! — Decía el chico que continuaba frotando su espalda, ante el llanto de la joven que se había hecho profuso. — ¡Calma, calma! ¡No todo está perdido!, puedes hablar con Albert para que te ayude, él y Terry son muy buenos amigos, seguramente él podrá contactarlo de nuevo. — ¡No Stear! ¡Es mejor así, yo no podría hacerle daño a Archie! ¡Tal vez estamos destinados a no estar juntos! — Ambos chicos salieron de la cabaña, el inventor no sabía qué hacer para que Candy entendiera que casarse con Archie sin amor, le haría más daño, pensaba en localizar a Terry, ahora sabía que era preciso hacerlo, aunque desafiara con ello la autoridad de la tía abuela.
El día avanzaba; Terry observaba el hogar de Ponny desde la colina, sus hermosos ojos azules, ahora calmos, emitían reflejos de melancolía, al recordar la primera vez que estuvo ahí. Momentos después, tomaba una tasa de chocolate, mientras platicaba con las amables mujeres, que dirigían el orfanato. Desde muy temprano la hermana María y la señorita Ponny se levantaron para iniciar sus labores, cuando escucharon el sonido de una triste melodía que emanaba de una armónica. Ambas se miraron desconcertadas, pero fue la hermana María quien se asomó por la ventana, al mirar en dirección a la colina observó la silueta de un joven. — ¡Señorita Ponny! — Dijo llamando la atención de la mujer mayor; — ¿Qué pasa, hermana? — ¡Ese hombre que está recargado en el árbol!, ¿Buscará a alguien? — ¡No lo sé! Pero si fuera así ya hubiera venido a tocar, — ¡Tiene razón, pero es muy temprano!, ¡Tal vez espera a que inicien las actividades, mejor iré a ver qué desea!, ¡Quizá quiera adoptar! — Dijo la mujer de hábito, al ponerse un abrigo para salir al encuentro de aquél extraño. — ¡Hermana!, ¿Qué hace? — Le gritó la señorita Ponny, pero ya no fue escuchada. Terry observó como se acercaba la religiosa. quiso huir, pero... — ¡Joven, no se vaya!, ¿Se le ofrece algo?, ¿Necesita algo…? — No pudo acabar la frase porque de inmediato reconoció al actor. — ¡Joven, Terrence! ¿Qué hace aquí? ¡Venga, venga conmigo! ¡La mañana está muy fresca, puede resfriarse! — ¡Buenos días, hermana! ¡No quería molestar, yo solo miraba el lugar! — ¡No se preocupe! ¡Venga, a la señorita Ponny le dará mucho gusto verlo!, ¡¿Sabe?! ¡Ella lo admira mucho, bueno todos, pero ella, incluso tiene un álbum de fotos y recortes de periódico de usted!, ¡Lo ha seguido desde que hizo su primer papel en el Rey Lear! — El inglés esbozó una sonrisa de medio lado, era tan cálida la plática para su helado corazón que aceptó la invitación.
Cuando ambos entraron en el hogar, la señorita Ponny con una cara de felicidad, se llevó las manos a su pecho, observando encantada al actor. — ¡Joven Terrence! ¡Qué alegría verlo! ¡Hace tanto tiempo!... Pero siéntese por favor, ¡Desayunará con nosotras!, ¿Verdad? — El británico un tanto cohibido por el recibimiento, se acercó a la mujer y con la galanura que lo caracterizaba, tomó su mano para depositar un beso. — ¡Es un placer para mí, volverlas a ver! ¡Hermana, permítame saludarla adecuadamente! — Comentó para besar, también la mano de la religiosa. — ¡Deme su abrigo, para que se sienta cómodo! — ¡Voy a preparar el desayuno para los tres!, ¡Antes de que se levanten los niños! — Decía la monja. La señorita Ponny observaba al chico, ya no era aquél adolescente que fue años atrás a conocer el hogar; ahora era un hombre de porte distinguido, elegante y gallardo; sus facciones se habían tornado maduras, pero conservaban esa belleza que parecía haber sido esculpida. Notaba la tristeza en sus profundos y expresivos ojos. Cuando lo conoció, supo reconocer que sería un hombre extremadamente guapo, pero en esta ocasión, el halo de melancolía en el mar intenso de su mirada azul delataba su tribulación.
En tanto esperaban a la hermana María, Terrence contaba a la señorita Ponny sus experiencias en el teatro; era verdad que la anciana lo admiraba, su carita de felicidad se lo decía. La mujer no podía evitar imaginar las escenas que, interpretadas por el novel actor, eran comentadas en todos los medios de comunicación como magistrales, de eso habían pasado algunos años, ahora convertido en la primera figura de Broadway mantenía la sencillez en su plática y la elegancia en sus movimientos. Era inevitable, el joven era capaz de despertar todo tipo de sentimientos en los que lo conocían. Pronto la hermana María se unió a la conversación, los tres charlaron amenamente, no obstante, era obvio que las mujeres evitaban preguntar aquellas cosas que, posiblemente cambiarían el tono cálido del ambiente.
Casi terminaban la tasa de chocolate, cuando la hermana María no pudo más y preguntó. — ¿Y díganos, joven Grandchester? ¿Cómo se encuentra su prometida, la señorita Marlow? — El castaño se pasó de golpe el trago de la bebida, un tanto desconcertado por la pregunta tan directa, contestó, de la misma forma. — ¡Ya no es mi prometida! — ¡Yo rompí mi compromiso con la señorita Marlow! — Continuó respirando hondamente. —¡Lo siento! — Intervino la señorita Ponny, al igual que la hermana María después de mirarse entre sí. — ¡No se preocupen, eso iba directo al fracaso!, ignoro si Candy les hubo comentado lo sucedido, pero yo no amaba a esa mujer, fueron muchas las circunstancias que intervinieron para que yo me alejara de Candy todo este tiempo. — Prosiguió el joven que, terminó por contarles a grandes rasgos todo lo que sucedió con Susana. Las dulces mujeres escucharon sin interrumpir, cuando finalizó fue la señorita Ponny la que cuestionó, — ¡Entonces! ¿Sabe del compromiso de Candy? — ¡Sí! ¡Creo que llegué tarde!, ¡Ha pasado mucho tiempo! ¡Entiendo que ella tiene derecho a hacer su vida!, ¡Yo me iré, no le causaré problemas!, ¡Sólo vine a recordar!, ¡Les agradezco sus atenciones!, ¡Ya es hora de que me vaya! — Dijo el actor, que se levantaba de su asiento para tomar su abrigo. Ninguna de las mujeres se atrevió a comentar algo, no sabían qué decir, Candy se comportaba de una manera extraña, evitaba hablar con ellas, sólo les había dicho que se casaría con Archie, tomándolas por sorpresa.
— ¡Les agradezco mucho gentiles damas, pero es momento de irme!, ¡Les aseguro que, soy el principal interesado de que Candy sea feliz! — Comentó tomando el picaporte de la puerta. — ¡Espere, joven! — Lo detuvo la señorita Ponny, — ¡No se vaya! ¡No se rinda! ¡Sabemos que Candy oculta muchas cosas, pero…! — Proseguía hablando, como si dudara de lo que diría. — ¡Nuestra Candy ha sufrido mucho por usted! ¡Aunque trate de ocultarlo!, ¡Algo muy dentro de mí, me dice que las cosas no son lo que parecen! ¡Muchas veces hay que hacer más para obtener lo que deseamos!, ¡A pesar de que todo a nuestro alrededor nos diga lo contrario! — ¡Así es, Terry! — Intervino la hermana María. — ¡A nosotras nos interesa más que a nadie la felicidad de Candy!, ¡Todos los que la conocemos sabemos lo necia que puede ser!, ¡La facilidad que le supone anteponer el bienestar de otros al suyo!, ¡No se dé por vencido, por favor! — Le insistía la religiosa, que junto con la señorita Ponny se encaminaron a la salida para acompañar al inglés.
— ¡Terry! ¿Le puedo llamar así? — Preguntó la mujer mayor mirando al chico con ternura. — ¡Claro, ustedes pueden llamarme como gusten! — ¡Por qué no se espera! ¡Podemos conversar un poco más antes de que los torbellinos inunden con su algarabía el hogar! — ¡No quiero causar más molestias! — ¡De ninguna manera! ¡Usted y nosotras tenemos que hablar! — Comentó la religiosa. — ¡Al igual que el señor Albert no estamos seguras de que el matrimonio de Candy sea lo mejor para ella! — Él notó la súplica en las miradas de esas amables mujeres y asintió dejando de nuevo su abrigo en la silla.
Elisa paseaba por la mansión pendiente de los movimientos de Candy, pronto sería la hora de la comida, esperaba a Neil que supuestamente tenía algo importante que comentarle; su plática con Annie no fue lo fructífera que ella hubiese querido, ya que, la ex novia de su primo, a pesar de dejar ver el rencor que sentía por Candy, no estaba convencida de sumarse a sus planes para perjudicar a la huérfana, aun así, acordaron verse más tarde en la residencia de los Leagan. Estaba segura de que terminaría de convencerla de que a su lado podrían perjudicar a la dama de establo; Annie le parecía tan insignificante, que por un momento dudó en aliarse con ella, pero después de todo el despecho puede hacer grandes milagros, pensaba. Sus cavilaciones fueron interrumpidas cuando escuchó que alguien llegaba, curiosa quiso ver de quién se trataba, su sorpresa fue mayúscula cuando vio a Susana Marlow. ¡¿Susana?!, pero ¿Qué hace aquí? ¡Seguramente viene por Terry! ¡Eso no me lo pierdo!, decía para sí la pelirroja, que detuvo al mayordomo. — ¿A quién busca esa mujer? — A la señorita Candy, — ¡Descuida yo le aviso! ¡Ve a continuar con tus labores! — El hombre asintió. — ¡¿Susana Marlow?! ¡Eres Susana Marlow!, ¿Verdad? — Dijo Elisa acercándose a la sonriente rubia. — ¡Sí! ¡Mucho gusto!, ¡Yo vengo a…! — ¡Si, ya me informaron que vienes a buscar a Candy!, ¿Cierto? — La interrumpió Elisa con una falsa sonrisa. La visitante la miró algo desconcertada, no sabía quién era esa mujer, que se le acercaba con tanta confianza, pero ya estaba ahí. No le fue difícil llegar a la mansión, todos en la estación de tren sabían dónde estaba la residencia de los Ardlay. Desde el camino la chica se maravilló con la opulencia que ostentaba la propiedad, pero más se sorprendió al ver el lujo del interior de la casa; a pesar de que sabía que esa familia era adinerada, nunca se imaginó cuánto, ahora sentía más envidia por aquella rubia que mantenía cautivo el corazón de Terry, pero eso no sería suficiente para impedir que él regresara a su lado. Sus reflexiones fueron detenidas por Elisa, que, continuaba hablando, sin que ella le prestara mucha atención, hasta que escuchó el nombre de Terry. — ¡Seguramente vienes por Terry! — ¡Con que sí está aquí! — Respondió la joven, que de inmediato se percató que no debió decir eso. La respuesta le hizo entender a la malvada interlocutora, que Terry ignoraba la llegada de la ex actriz. — ¡Sí! ¿Sabes? ¡Vino por Candy!, ¡Pero ella se ha comprometido con mi primo, Archibald Cornwell!, ¡Aunque Terry insiste en que se la llevará! — Mintió para ver la reacción de la chica, que de por sí se veía algo pálida. — ¡Eso no puede ser! ¡Terry tiene que casarse conmigo! ¡Yo vine por…! — ¡Yo sé que viniste por él, querida!, ¡Pero dudo mucho que se vaya contigo! ¡Es invitado del patriarca de la familia!, ¡¿Sabes?! ¡Son muy buenos amigos!, ¡No dudo, ni por un momento que él los apoye para que se casen! — Seguía mintiendo. — Pero, dime ¿Por qué quieres hablar con Candy? — ¡Y…o! ¡Solo quiero, pedirle que hable con Terry para que regrese conmigo a Nueva York! — Respondió Susana, un tanto desconfiada. — ¡Querida! ¡Candice nunca hará eso!, ¡Le encanta ser el centro de atención, tener a los hombres a sus pies y él no es la excepción!, ¡No sé qué tiene que todos la aman! — Murmuró Elisa con envidia, en tanto, que su mirada echaba un chispazo de furia. — ¡Lo siento!, ¡Creo que hiciste un viaje en vano! ¡Candy no te recibirá, la conozco muy bien!; — ¡Pero necesito verla, ella tiene que saber…! — Elisa no la dejó terminar. — Por el momento, ¡No considero conveniente que hables con alguno de los dos!, ¡Primero tienes que saber qué es lo que hará Terrence! Además, ¡Debes ser muy astuta para lograr lo que deseas sin presionarlo!, ¡Querida! ¡Ven conmigo, yo te ayudaré! ¡Juntas podremos hacer que él regrese contigo y darle un escarmiento a Candy! — ¡No puedo perder mucho tiempo, tengo que buscar dónde hospedarme, tampoco traigo mucha ropa…! — ¡No te preocupes por eso!, ¡Te quedarás en mi casa, así platicaremos ¡Despide tu carruaje, iremos en mi auto! — La chica aceptó, aunque no estaba segura de confiar en esa joven pelirroja.
Ambas salieron de la mansión, ninguna de las dos se dio cuenta de que otro carruaje llegaba. El mayordomo se sorprendió al abrir la puerta y observar que se trataba de otra muchacha, rubia, pero que en esta ocasión buscaba al jefe del clan. Así que la hizo pasar al recibidor para informar al joven patriarca. Albert seguía molesto por la discusión con su tía abuela, tenía que hacer varias cosas, lo más importante era hablar con Terry, pero ¿Qué le diría? — ¡Oye Terry, fíjate que Candy se casa porque está embarazada! — ¡No, sabía que no podía hacer eso! Así que seguía pensando, su mente daba vueltas a la situación para encontrar alguna manera de que su amigo se quedara, pero ¿Qué hacer?, por otra parte, estaba el asunto con su hija adoptiva, tenía que hablar con ella, pero no quería lastimarla, sabía que si le preguntaba directamente la heriría. Interrumpió sus cavilaciones, cuando el mayordomo le informó que tenía una visita. — ¿Quién es? ¡No espero a nadie! — Le cuestionó al sirviente. — Dice llamarse Melanie Klein. — Al escuchar ese nombre William no pudo contener la sorpresa en su rostro y salió corriendo al encuentro de la misteriosa chica.
Continuará…