Todavía recuerda perfectamente cuando la tuvo entre sus brazos esa tarde de abril. La calidez de su regazo y el aroma del sándalo de su perfume.
Había soñado desde el primer momento que lo conoció que él era su gran amor. Lo persiguió hasta el cansancio, y de miles de gestos de ternura lo abarrotó, con la clara intención de conquistar su corazón.
Ante su amado, como un ser frágil se había transformado para conmoverlo y plantarlo a su lado. Pues sus sueños eran altos y sus aspiraciones ya daba por alcanzado.
Se creía que con el pasar de los años, al altar la terminaría llevando, y como si de vivir sus fantasías, su ajuar nupcial preparaba con desbordada ansias. No veía el momento de poder entregarse en su lecho, y aunque fuese su peor tormento, el reloj le decía que algo no estaba sucediendo.
En la obsesión de su enajenación, ese gran día llegó, pero grande fue su sorpresa, que cuando desesperada fue a buscar a su amado, entre sus brazos a otra dama había encontrado.
La niebla que la perturbó, las imágenes borró, pues no quería admitir que a Archi había tenido que partir.
Bajando los escalones de la mansión, el mayordomo se sorprendió al ver su apariencia de novia cadavérica; con sus cabellos desaliñados, tes pálida y manos manchadas de rojo, salió del lugar de donde creía que sería su cama nupcial el cuerpo sin vida de su "prometido" y una rubia que había engañado para que fuera su amiga para que no le quitara su novio, por haberle robado su corazón y sus sueños.
En sueños había quedado toda esa ilusión de ser su señor, su gran amor y como novia cadáver se quedó.