CAPÍTULO VIII DOLOR
PRIMERA PARTE
Annie Britter se encontraba en su habitación, desde el incidente con Terry se negó a hablar, evadía las preguntas de su madre, mientras que no soportaba la reservada presencia de su padre, quien, a pesar de no cuestionarla, le dedicaba unas miradas que no sabía cómo interpretar, tal vez eran de compasión, preocupación o enojo, no deseaba averiguar, estaba ensimismada con sus pensamientos. Habían pasado dos meses, casi tres desde aquella ocasión en que vio a Archie con Candy en una situación por demás comprometedora, pero lo peor fue leer el diario de su novio, confirmar que él nunca dejó de amar a su prima, que todo el tiempo que llevaban de relación no era más que una farsa, cada vez que recordaba lo leído su corazón se oprimía, a la vez que la furia recorría todo su ser.
Estaba consciente de que si Archie era su novio se lo debía a su casi hermana, desde que, por desesperación impidió que él confesara sus sentimientos a Candy cuando estudiaban en el Real Colegio San Pablo; de ahí todo cambió, confiada de que con ternura, paciencia y amor podría conquistar el corazón del apuesto joven, nunca se imaginó que no lograría su cometido, ahora no dejaba de preguntarse, ¿Qué habría pasado si él, le hubiera declarado su amor a la rubia?, ¡Tal vez hubiese sido mejor!, ¡Todo menos a desengañarse de esa manera!, se repetía constantemente. Por mucho tiempo luchó para quitarse los atisbos de envidia y celos que le provocaba su hermana, por un momento pensó en lo que repetía Elisa Leagan, ¿Qué tiene esa Candy que todos los hombres Ardlay la aman? Recordó cómo también en el Hogar de Ponny las maestras la preferían, ¡Incluso el hijo de un duque se había prendado de ella! ¡Siempre contenta, feliz, sonriendo! ¡Dando a la vida la mejor de sus caras, compasiva a grado de parecer tonta!, ¡Bah! ¿Con qué afán hacía todo eso? ¡Sí, finalmente era una sucia traidora! ¿Qué había hecho Candy para que todos la amaran? ¡¿Ser buena?!, ¡Ella también lo era, por lo menos trataba de serlo!, ¡¿Compasiva?!, ¿Qué era ser compasiva? ¡¿Dejar al amor de tu vida a otra?! ¡No!, ¡Entonces ella no era compasiva! ¿Por qué le pasaba todo eso? ¡Sí desde que fue adoptada se afanó en prepararse para ser una dama respetable de la que Archie se sintiera orgulloso y no recordara su origen de orfandad!
Poco a poco los ojos azules de la castaña se iban llenando de lágrimas, el dolor de la traición por los dos seres más importantes de su vida invadía su corazón de fuertes punzadas que le rasgaban el alma, sentada en su cama apretaba el pañuelo mojado, no dejaba de evocar los pocos momentos en los que estuvo a solas con Archie, la sensación de sentirse amada cuando la besaba, la urgencia de sus sentidos exacerbados que cosquilleaban su piel ante la ansiedad por convertirse en mujer en los brazos de ese joven, para después calmar sus anhelos ante la repentina frialdad del chico, que se escudaba en el pudor de ella. ¡Ahora entendía por qué su novio siempre detenía el candor y la pasión de sus besos!, ¡Porque no quería que estuvieran a solas! ¡Claro, era por Candy! ¡Ya se revolcaba con ella desde entonces! Ese dolor tan agudo era rebasado por la rabia de sentirse engañada y despreciada. La frustración le hacía sentirse miserable, ¡¿De qué le había servido tratar de ser perfecta?! Se repetía, al momento que se deslizaba poco a poco al piso; su llanto se detenía por momentos, creía que ya no podría llorar más, que sus lágrimas estaban agotadas. — ¡Parece mentira que puedas amar tanto y al mismo tiempo odiar así!, ¿Por qué nadie me ha valorado? ¡Si lo único que he querido es amar y fuiste tú, Archie! A quien ¡Todo, absolutamente todo le ofrecí, mi ternura, mi ilusión, mis deseos de vivir!, ¡Íntegramente fue para ti!, pero ¡No lo quisiste!, ¡Que triste es tener todo y no poderlo entregar! ¡¿Por qué, Candy?! — Se dijo la chica para retornar al llanto con mayor intensidad.
— ¡Ahora todo se ha terminado! ¡No sé por dónde ir!, ¡No puedo creer que no estaré más con…! ¡Candy, Candy, Candy!… ¡Basta! ¡Todo el amor que sentía por ti se rompió en pedazos! ¡¿Por qué tú?! ¡Si eras para mí el único ser que consideraba mí familia!, ¡A quien, podía contar todo sin ser juzgada!, ¡A ti acudía en mis momentos difíciles!, ¿Por qué? ¡Sí, lo acepto!, ¡Siempre te he tenido envidia, celos…! Pero ¡No más! ¡Esta vez serán ustedes los que sufrirán! ¡Fueron ustedes los que acabaron con mis sentimientos más nobles!, ¡No! ¡Yo no soy como tu Candy! ¡Yo si me vengaré! — Con voz más grave decía la castaña renovando su coraje para ponerse de pie, limpiar su cara bruscamente, ya que después de la carta que le hubiera escrito a su ex novio, tenía varias cosas que hacer. En eso estaba cuando tocaron a su puerta.
En la mansión Ardlay, a pesar de ser temprano, Archie se quedó en su habitación, no bajaría a cenar, al día siguiente se disculparía, pero con todo el bullicio por la fiesta no lo creía necesario, estaba preocupado, caminaba por toda la recamara, leía y releía la carta recibida esa mañana…
“…Querido Archibald
¡Sí, querido Archibald!, leíste bien. Ante todo, soy una dama y como tal sé comportarme, ¡Claro! Que de haber sabido que te gustaban más las… ¡Mejor ni mencionarlo! Después de que fui víctima de su traición, ¿No pensarás que lo dejaré pasar?, ¡¿Verdad?! ¡Discúlpame, no soy bondadosa como tu adorada Candy! ¡Se arrepentirán de lo que me hicieron! Y para mi venganza ¡Utilizaré tu diario! ¡No sabes la repugnancia que me causó leer tus más bajos instintos, que obvio los has desahogado con esa! Pero finalmente me servirá, no tardarás en tener noticias mías. ¡Ah! Y no te sorprendas, ¡Todo el amor que alguna vez te tuve, tú lo convertiste en odio!, ¡Espero que el amor de tu dulce Candy te ayude a salir de esta!
Annie Britter…”
No podía creer que su ex novia tuviera tanto rencor acumulado para Candy, más, que quisiera hacerle daño. Pero lo que más le preocupaba, inclusive le aterraba, ¡Que su prometida se enterara de todo y diera por terminado su compromiso! No sabía qué hacer, si tan solo conociera los planes de Annie podría hacer algo, pero no tenía ni la más remota idea de lo qué haría la que fuera su novia. De darse a conocer su diario, todo mundo sabría sus más íntimos secretos, la pasión desbocada que sentía por la rubia, pero sobre todo quedaría en entre dicho la reputación de su prima. Se preguntaba en primer lugar, ¿Cuántos creerían que eran solo sus sueños escritos al despertar en un papel? ¿Qué haría Albert, la tía abuela, Stear?, ¡Stear!, ¡Cómo le hacía falta su hermano!, le urgía que llegara para hablar con él, pero éste llegaría en la mañana. — ¡Dios! ¿Qué haré? — Se cuestionaba, mientras estrujaba nuevamente la carta de Annie. Pensó en hablar con Albert, pero sabía que, de hacerlo, él cancelaría la boda inmediatamente a sabiendas del motivo del compromiso. ¡No!, ¡Esa no era una opción! ¡Su tía abuela!, ¡Tampoco, ella utilizaría las circunstancias para desprestigiar a Candy! — ¿Quién?, ¿Quién podría ayudarme? — Se repetía con un dejo de desolación que cernía su semblante.
Alistear Cornwell practicaba sus nuevos inventos en Florida, sin la presión de la tía abuela, quien después de su intento por enrolarse a la guerra no lo dejaba solo a sol y a sombra. Gracias a la intervención de Albert logró irse con su novia, Patricia Obrien. Ambos se dedicaban a lo que les apasionaba, las ciencias, con la compañía de Martha, la abuela de la joven, el tiempo que llevaba en ese lugar lo habían despojado de su afán por ir al frente de batalla. A pesar de que todos los miembros de la familia buscaron de mil formas convencer al chico de no ir a la guerra, ninguno tuvo suerte. Fue Albert, quién lo persuadió de que era más útil inventando cosas que pusieran fin al conflicto bélico, que ir a pelear. Stear, ahora agradecía a su tío abuelo el haberlo orientado, entendía que podía hacer más por su país ahí fabricando artefactos, que perecer al otro lado del mundo. Tenía la oportunidad de realizar un sinfín de cosas financiado por los fideicomisos Ardlay. Nunca dejó de tener comunicación con su hermano menor, en el tiempo que llevaba fuera de Lakewood, iba por temporadas a verlo, o Archie viajaba a Florida. Siempre inseparables, aunque para el menor de ellos fue difícil adaptarse, entendió que prefería ir a otro estado a tener el alma en un hilo pensando en que le pudiera suceder algo en Europa, así que ambos, ya sea por carta o personalmente estaban al tanto de sus vidas.
Cuando se enteró del próximo enlace de su hermano con Candy, muchas dudas llegaron a su mente, mismas que a través de carta se las expresó a Archibald, pero él sólo le respondía, que lo único que tendría que hacer era estar feliz por su matrimonio. Stear sorprendido de que Archie no le había dicho nada del compromiso, no entendía como su hermano había olvidado que la rubia seguía enamorada de Terry, esas dudas no las aclararía hasta hablar personalmente con él. Debido a lo prematuro del compromiso, no pudo viajar de inmediato, tenía varios asuntos pendientes en Florida antes de ir a Lakewood, aun así, hizo lo posible por llegar una noche antes de la fiesta y no por la mañana como le comentó a su familia anteriormente.
Albert esperaba con ansia que la conversación entre Terry y Candy tuviera los resultados esperados, atento se mantenía en su despacho hablando con George, quién a pesar de sus investigaciones tampoco obtuvo información, pareciera que lo acontecido entre esos tres solamente lo sabían ellos. Comentaba también la idea de un posible embarazo, rumor que había sido provocado por Elisa, entre todo aquel que quisiera escucharla; Neal por el contrario, estaba receloso por el bendito enlace, no aceptaba que la huérfana, cómo él le llamaba, hubiese consentido casarse con Archie y no con él, eso ponía al chico furioso en contra del patriarca, ya que había sido el propio William, quien habría cancelado su compromiso, aprobado con anterioridad por la tía abuela, por ello accedió a involucrarse en los negocios de su padre con el objetivo de dejar de depender de los Ardlay, así como demostrar que se habían equivocado con él, lograría encumbrar a su familia por él mismo y ser el mejor partido para la heredera del tío abuelo. Tanto el magnate como su mano derecha pensaban que habían sido los hermanitos Leagan los culpables de aquél embrollo, pero no, ellos por esta ocasión no tenían nada que ver. Para George Johnson, también fue imposible hablar con Annie Britter, el secreto de los tres chicos era inquebrantable.
En la cabaña Candy quedó petrificada, no quería voltear, era demasiado para ella, su corazón latía a mil por hora, un temblor recorría todo su cuerpo, las piernas no le respondían al querer dar un paso, el aroma característico del joven actor impregnaba sus sentidos, se desvanecería en cualquier momento. Terry que la observaba, también estático, quería acercarse, volver a tomarla por su cintura, como aquél día en que la dejó partir, pero no sabía cómo reaccionaría su pecosa, así que esperó en silencio. Los segundos se hicieron eternos, hasta que fue Terry quien habló. — ¡Candy! ¿No dirás nada? He esperado tanto tiempo para mirar de nuevo tus ojos, ¡Por favor voltea! — La voz grave y aterciopelada del joven atravesaba los oídos de la rubia, quien aún se encontraba pasmada, aunque hubiese querido, no podía voltear a verlo, su cuerpo parecía flotar, sus oídos ensordecidos por el latir de su corazón no le permitían decir palabra alguna, todo lo que hubiese querido decir se había quedado atorado en su garganta.
Terry se acercó lentamente a ella, la tomó por los hombros para hacer que volteara, Candy se dejó llevar, no opuso resistencia, por el contrario, también anhelaba mirarse otra vez en esos ojos azul profundo, que la seguían transportando a la inmensidad del mar, a aquellos tiempos en los que soñaba con una vida junto a ese chico engreído. Cuando las miradas se encontraron una sensación de paz y anhelo se filtró por el cuerpo de los dos, que, sin decir nada sólo mantuvieron la mirada hasta, que él la abrazó fuertemente cerrando sus parpados, que para ese instante sus espesas pestañas se encontraban húmedas por las lágrimas, que se negaba a dejar brotar libremente.
Ella correspondió al abrazo, por un momento no existía nada más, sólo la placentera seguridad, que le representaban esos fuertes y varoniles brazos, la embriaguez de sus sentidos inundados por la loción de él, esa presencia que tanto había añorado, estaba ahí abrazado a ella. Para ambos, era tan sencillo dejarse llevar por sus sentimientos, volver a sentir esa complicidad que no requería de palabras para comunicarse, solo los silencios de sus almas hablaban. Romper el momento para ninguno fue sencillo, no obstante, fue la rubia, quien reaccionó apartándolo suavemente para preguntar con voz trémula y limpiando suavemente su cara. — ¡Terry! ¿Qué haces aquí? ¿Quién te permitió entrar? — El joven, que mantenía en sus dedos los rizos de ella, mostró una sonrisa de medio lado y respondió, — ¡Valla! ¡Ya se me había olvidado lo pecosa entrometida que eres! — Soltando una carcajada, mientras observaba como la cara de ella se ruborizaba. — ¡Por lo que veo a ti tampoco se te ha quitado lo engreído ehh…! — Contestó con su risa cantarina, que desembocó en risas conjuntas como tiempo atrás.
— ¡Vamos, Candy! Tenemos que platicar mucho, hay tantas cosas que quiero saber, e imagino por tus preguntas que tú también, ¡Ven sentémonos! — Propuso el actor extendiendo la mano a la chica, quien la tomó para dirigirse al comedor. — ¡Vaya! ¡Te esmeraste en la cena! — ¡Que va! ¡Todo esto se lo debemos a Albert! Y ahí te contesto tu segunda pregunta. — Respondió él guiñando el ojo derecho para retirar la silla detrás de ella.
Envueltos en una plática cordial, abordando temas superfluos cenaron, hasta que ella no pudo más y le cuestionó bajando la mirada al plato de pastel de chocolate. — ¿Y Susana? ¿Cómo está? — Terry tomó la servilleta limpió la comisura de sus labios para responder levantándose de la mesa e invitar a Candy a hacer lo mismo. — ¡A eso me refería al decirte que tengo muchas cosas que comentarte!, pero antes de eso ¡Quiero saber algo! — Arguyó el castaño mirando fijamente a la rubia, que se acomodaba en un sillón de la sala, donde la chimenea crepitaba produciendo un agradable calor.
— ¿Es verdad que te vas a casar con el elegante? — Dijo sin más preámbulos. Ella sin decir nada se puso de pie para darle la espalda y contestar. — ¡Sí!, ¡Seguramente te lo comentó Albert!, ¡Imagino que te invitó a la recepción de mañana!, ¡Por eso estás aquí! Pero ¡Me extraña que no hayas traído a tu prometida! — ¡Te responderé eso! Pero antes dime, ¿Amas a Archie? — ¿Por qué me preguntas eso? ¡Está claro, dado que me voy a casar con él! — ¡Eso no contesta mi pregunta, Candy! — ¡Creo que eso ya no es de tu incumbencia, Terry!, ¡Tu estas con Susana y…! ¡Creo que ya debo irme! — Explicó la chica nerviosamente; — ¿Irte? ¡No, Candy! ¡Tú no saldrás de aquí hasta que me mires a los ojos y me digas que amas a ese galancete!, ¡Que me has olvidado! — Objetó el apuesto joven tomándola del brazo con un dejo de brusquedad. — ¡Suéltame! ¡Dije que me tengo que ir!, ¡Estoy comprometida y no es correcto que yo esté aquí sola contigo! — Riñó ella, zafándose del agarre para dirigirse a la salida. Él no estaba dispuesto a dejarla ir, tenía que saber la verdad, esa verdad que le corroía el corazón, los celos hicieron acto de presencia. Antes de que ella tomara la perilla de la puerta le dijo. — ¿Entonces es verdad, Candy? ¡Me has olvidado!, ¡¿Has encontrado en los brazos de Archie el consuelo que necesitabas?!, ¡¿Que tus amores ilícitos te han llevado a éste matrimonio?! Y ¡¿Que en algunos meses no podrás ocultar el producto de ellos?! — Ella sorprendida por lo que escuchó, hecha una furia regresó sobre sus pasos para propinarle una fuerte bofetada, pero los movimientos de él fueron más rápidos, impidiendo con destreza que la palma de su mano se estampara contra su rostro. — ¡No, Candy! ¡Eso no es necesario!, ¡Sólo tienes que aceptarlo y listo! ¿Cuál es el problema? Sé que eres libre, ¡Por favor, contesta! — Demandó él, dejando desbordar los celos como un río crecido, que ya no se detuvo, la tomó por la cintura apoderándose de sus labios salvajemente, quería imprimir en ella todo el dolor que sentía, su frustración al saberla quizá de otro, la necesidad de no soltarla jamás, pero, sobre todo de hacerle saber que para él nada había cambiado, que la seguía amando con todo su ser, ese ser que desde que la dejara ir el sosiego también lo abandonó.
Continuará...