—Napoleón I
Emperador francés
LA FLACA Y EL SUICIDA
Parece la letra de una canción. La conoció en un bar. Él tomaba la tercera cerveza y la vio llegar moviendo sus caderas como en una pasarela. Es una flaca bien puesta que hace del gimnasio su segundo hogar.
A esa hora de la tarde eran los únicos clientes. Él la mira, desvergonzadamente, y ella se hace la interesante. Si ese era su último día de vida entonces tenía que disfrutarlo.
Se le acercó y empezaron a hablar. Una cerveza y otra se van destapando entre carcajadas y chistes tontos. Ella no se hizo de rogar cuando la invitó al departamento.
Parece la letra de una canción que fácil se olvida a la semana.
Cuando él despertó ella no estaba en la cama y vio encendida la luz del baño.
Lo que pasó con esta mujer era una demostración de que Dios existe. Valía la pena vivir para tener más noches así. Eso pensaba mientras ella seguía en el baño.
Al diablo sus ideas de morir, a la basura las pastillas contra la depresión y las visitas al psicólogo. La cura para sus males era tener todas las noches en su colchón a la flaca del bar.
Nunca tuvo la valentía, ¿o la cobardía?, de suicidarse. Por eso se puso en contacto en las redes con un sicario a quien le depositó tres mil dólares para acabar con su vida.
Al asesino anónimo, que se hace llamar
“The Net Justice” le envió las fotografías y las señales de cómo encontrar a la víctima, pero nunca le dijo que se trataba de él mismo. Que él sería el cadáver.
A la flaca le confesó la historia de su muerte por encargo. Ella le dijo que era más productivo que le regale los tres mil dólares para unos retoques en el cuerpo.
Con una mujer con ese sentido del humor uno va feliz al infierno, pensó el suicida.
Él decidió escribirle al sicario para que se olvide del crimen que le encomendó esa mañana de abril. El dinero era todo suyo y no debía devolverle un centavo.
Ok, respondió “The Net Justice.
Ella salió desnuda del baño, le dio un beso y se acostó; y él con sus dedos recorrió el rostro de la flaca y bajó por su vientre.
Cuando le vuelvan las ganas de morir, ella estará esperando para negociar otra vez la tarifa.
El revólver calibre 38 que lleva en el bolso siempre está listo para apretar el gatillo. Esta vez no fue necesario porque el cliente se arrepintió. Un buen polvo postergó la muerte.
“Flaca, no me claves
tus puñales
por la espalda
tan profundo
No me duelen
No me hacen mal”, tarareaba el exsuicida pelirrojo, piel bronceada de ojos como la miel, sentado en la barra de un bar.
“Entre el no me olvides
me dejé nuestros abriles olvidados...”, le susurró al oído la flaca, una rubia lacia, piel de porcelana y de grandes ojos azules.
FIN
Última edición por BettyJesse el Dom Abr 09, 2023 11:35 pm, editado 1 vez