La infaltable y esta vez, odiosa alarma sonó a las cuatro de la mañana, perezosamente Terry deslizó el dedo para apagarla. Se daría el gusto de pasar un ratito más acostado al lado de su esposa, pues, solo Dios sabía lo mucho que le hacía falta cuando ella no estaba. Así que encajó su cuerpo detrás del de ella y la abrazó, hundió la nariz entre sus rizos alborotados, mismos que lo hacían perder la cordura, como en su juventud.
Hace tiempo que venía considerando en moverla y dejarla en un puesto fijo en la central, tal y como debió ser desde un principio, a su lado. Pero las veces en que se lo planteó de manera indirecta, ella rechazaba, diciéndole que estaba acostumbrada a su trabajo y con eso se sentía realizada. Incluso, alguna vez quiso pedirle que se retirara y se quedara en casa, tal y como algunas de sus amigas, que se dedicaban a su hogar, esposo e hijos; pero conociéndola, seguramente lo mandaría al carajo. Ya encontraría el momento perfecto para tomar esa decisión. Estaba por volver a dormirse, pero la débil luz de su móvil, anunciando un nuevo correo, hizo que el sueño se le esfumara; se levantó con sumo cuidado y se preparó para bajar al gimnasio.
En esta ocasión no hizo ejercicio previo, y de un gran clavado se zambulló en la piscina, dio dos vueltas completas, y estaba por llegar a la orilla, cuando la figura de Candy se hizo presente. Ella traía una radiante sonrisa, y se despojó del albornoz, deleitando la vista de su esposo, con un diminuto bikini. Ella también se zambulló y él nadó para recibirla.
—Buenos días mi cielo—. Candice le dijo entre besos.
—Muy buenas… —Él respondió con picardía, fijando su mirada en los pechos de Candy. Entonces en respuesta, ella le salpicó bastante agua a la cara, él no se dejó y la aprisionó entre sus brazos, y la zambulló a lo profundo de la piscina; juego que hacían desde que eran novios.
La rubia fue la primera en salir en busca de oxígeno, él salió segundos después, y se pegó a ella. —Dime que soy el único que te ve en bikini—. Ella quiso responder, pero los dedos de él, ya habían bajado para empezar con esa deliciosa tortura que le daba a su entrepierna.
—Responda señora Granchester—. Le exigió, frotando con avidez. Candy no supo cómo llegó a la orilla, en donde él, le tenía la espalda pegada al borde de la piscina, restregando su dureza, más que dispuesto para amarla.
—Solo… Lo uso para usted, se…ñor Granchester—. Él haló una de las cintas, liberándola del bikini, y de una estocada la penetró, ella le clavó las uñas en la espalda, con las embestidas que él arremetía, entre las agitadas aguas.
~♡~ No era tan común ver a los esposos Granchester Ardlay, entrar juntos a la compañía, y esa mañana, era una de esas memorables ocasiones. Sandra, quién también subió con ellos en el elevador, tuvo que reprimir sus malditas ganas de mirar el perfecto trasero de su jefe, porque el pantalón que él vestía, se le ceñía de manera pecaminosa.
Una vez que llegaron a su piso, la pareja fue la primera en salir, de manera que a Sandra se le cumplió el deseo de mirar a su jefe, ella era consiente que si desear a un hombre casado era pecado, por Terence Granchester, estaba resignada de su pase directo al infierno.
Los esposos se despidieron frente a presidencia con beso fugaz en los labios, Candice solo había ido a firmar unos documentos, que Daisy ya tenía listos sobre su escritorio. Se apresuró, porque abajo en la camioneta, la estaban esperando sus hijas, junto a Stewart.
Media hora después bajó Candice, y subió a la camioneta, sin embargo, cuando ellas iban de salida, una camioneta Land-Rover de color blanco, entraba a la compañía, Candice que iba de copiloto, vio por el retrovisor lateral cuando el vehículo se parqueó en el área de visitas, y alcanzó a distinguir la figura de la Marlowe al bajarse.
«¿Pero, qué demonios hace esa mujer aquí?» Se preguntó molesta, y un tanto celosa; pues en el pasado Susana, había tratado de engatusar de mil maneras a Terence.
Lo último que Terry le contó, fue el desayuno que tuvieron no hace mucho, quizás, se lo había pensado mejor y por eso había llegado a la empresa. Aun así, la punzada de celos no se apartaba de ella.
Stewart le preguntó por tercera vez a dónde las llevaría.
—Mami, mami, mami—. Mía le tocó el hombro, regresándola de sus pensamientos.
—Lo siento, estaba recordando si dejé firmado un memorándum—. Mintió.
—Mami, dile a Stewart a dónde iremos—. Ellie le dijo.
—Perdone, no le escuché. Por favor, llévenos al salón-spa—. Le indicó.
—¿Al de su amiga Patricia? — El muchacho le cuestionó.
—Si por favor—. Él asintió y condujo en silencio. Sin embargo, él conocía bien a su jefa y sabía que ella la estaba pasando mal, había notado cuando ella estuvo viendo, a través del espejo, a la señora Marlowe.
«Mujeres» Pensó con ironía, él no entendía la inseguridad de su jefa; si para él, Candice era mucho más bella, que la otra petulante. Además, durante el tiempo que llevaba trabajando para ellos, el ingeniero se notaba muy enamorado de su esposa.
Llegaron al salón y dejó a las tres bellas mujeres, se retiró para llevar la camioneta al taller a que le hicieran su servicio; ya volvería por ellas, horas más tarde.
O´brien era la dueña del Spa, y era su principal fuente de ingresos; ya que, al resultar embarazada, sus padres la echaron a la calle sin un solo centavo en la bolsa, Candice la acogió en su casa y la ayudó a emprender, ahora le iba muy bien. Stair, su niño de dos años y medio, se parecía mucho a su padre, quién había fallecido a principios del año dos mil veinte por una complicación en los pulmones, a causa del coronavirus. En ese entonces, Stair y Patty, solo eran novios, por lo que él nunca llegó a conocer al bebé.
Actualmente O´brien está por graduarse de Pedagoga, esto gracias a los constantes ánimos y apoyo de sus amigas Candy y Annie, ellas no querían verla estancada, ni denigrándose, llamándose a sí misma, “una madre soltera y vergüenza de la familia”.
En cuanto al pequeño Stair, Martha la abuelita de Patricia, ayudaba a cuidarlo. Ella por mucho tiempo ignoró el repudio de Bruce O’Brien, su hijo, hacia su nieta; y cuando se enteró, se peleó no solo con él, sino con la mujer que tenía por esposa. De esa manera terminó todo tipo de relación familiar entre ellos.
Las chicas Granchester Ardlay, se sentían superconsentidas, recibieron un lavado, recorte y peinado de cabello, les realizaron limpieza facial, les hicieron nuevas uñas acrílicas, y recibieron un hidromasaje en los pies. Se sentían en la gloria, sin embargo, a pesar de todo, Candice no se sentía del todo tranquila.
En su intento por averiguar algo sobre la Marlowe, llamó tres veces a Daisy sin tener una buena excusa, para que su asistente le dijera lo que ansiaba por saber. Pensó en todos los días y meses que pasaba alejada de su familia, especialmente de su esposo, ya antes había pensado en qué él, al ser tan apuesto e importante, seguramente tendría más de alguna que moriría por pasar, aunque sea una noche entre sus brazos; pero eso siempre lo veía tan lejano, porque confiaban plenamente uno en el otro. No obstante, ¿por qué ahora ya no lo creía así? Se regañó mentalmente por sus turbios pensamientos, además, a esas alturas de su matrimonio, no podía comportarse insegura, ¿o sí?