CAPÍTULO XII DESALIENTO
La noche seguía, no obstante, para Stear y Patty todo era un revuelo de ideas, era obvio que algo pasó entre Terry, Candy, Archie y Annie, el anuncio de una boda tan precipitada llamaba la atención de todos, pero Stear se preguntaba por qué la tía abuela lo había anunciado, acaso ¿Sabía algo?, eso era evidente, porque no se hubiera atrevido a realizar un anuncio así, era muy apegada a las costumbres de la alta sociedad, la anciana prefirió anticiparse previendo un escándalo por un embarazo fuera del matrimonio de la heredera de los Ardlay.
Estaban inmersos en sus pensamientos que ninguno de los dos se dio cuenta de que Elisa había alcanzado a Annie, ni que Neal subía a hurtadillas las escaleras. — ¡Algo tenemos que hacer, Stear! — Le decía Patty al joven, mientras bailaban. — ¡Lo sé!, pero ¿Qué? ¡El compromiso ha sido anunciado, la boda también!, ¡Entre la confusión de Candy, la necedad de Archie, los celos de Terry y el despecho de Annie!, ¡No sé qué atender primero!, ¡Nadie cede! — ¡Estoy segura de que, si Terry se entera de la verdad, no se quedará con las manos cruzadas! — ¡Querida, Terry es capaz de armar un terremoto él solito, jajaja…! — ¡Alistear Cornwell Ardlay! — Le riñó la chica. — ¡¿Sigues con tus bromas?!, cuando sabes que esto es delicado… — ¡Está bien, Patty! ¡Tenemos que idear qué haremos, por lo pronto iré a ver que, me dice la tía abuela! — Stear dejó a su novia con Albert para acercarse a la anciana, cuando vio la espalda del Neil al final de la escalera, se le hizo extraño, porque desde que Albert vivía en la mansión, ellos ya no tenían alcobas ahí, así que decidió seguirlo, pero al llegar al segundo nivel, ya no lo vio. Neil entró rápidamente a la recamara de Archie.
Buscaba en todas partes algo que fuera de importancia, algo que le diera indicios de lo que pasaba con su primo y su prometida, pero nada, no encontraba nada, más en la penumbra, ya que no podía encender la luz eléctrica, que recién se había instalado. Justo iba de salida cuando se encontró con Stear. — ¡¿Qué haces aquí, Neil?! — Fue la pregunta que escuchó, misma que lo paralizó, había sido cachado infraganti, del sobresalto dio un brinco, mientras que su rostro palidecía y gruesas gotas de sudor bajaban por sus sienes. — ¡Una vez más Neil! ¿Qué haces aquí? — Preguntó Alistear, que en verdad estaba molesto, eran ya tantas fechorías de sus primos, que una más no estaba dispuesto a pasar. Al preguntar con las manos empujó en el pecho a Neil que cayó sobre la cama sentado, sus brazos se apoyaron hacia atrás para no perder el equilibrio, pero se toparon con un cuaderno, sin pensarlo lo tomó y escondió, tratando de guardar la calma respondió. — ¿Qué te pasa, primo? ¡Bien sabes que ya no tenemos recámara aquí, hace frío y vine a buscar algo para cubrirme! — ¡No me digas! ¡Y justo a la alcoba de Archie!, ¿Por qué no lo pediste? ¡En lugar de entrar como un ladrón!, ¡Además tus escusas no las creo!, ¿Qué están tramando, Neil? — ¡Sufres de alucinaciones Stear!, ¿A qué te refieres? — ¡No te hagas el inocente!, ¡Tú y tú hermana siempre han buscado fastidiarnos, más a Candy!, ¡Contesta o no saldrás de aquí! — Seguía hablando el chico de gafas, que tomó a su primo de las solapas de su traje, era verdad cuando le decía que no estaba dispuesto a soportar más trastadas de ellos, ya no eran tan inocentes. Por su parte, Neil sorprendido por la reacción de Stear, no daba crédito, ya que él siempre había sido el más pacífico de los tres primos. No cabía duda, había cambiado mucho, ahora tendría que ser más ingenioso para salir avante de la situación.
— ¡Vamos, Stear! ¿Qué me puedo llevar? ¡Puedes revisar mis manos! — Dijo el moreno, a la vez que mostraba sus palmas a Stear, que encendió las luces, las miró, pero aun así dudaba de lo que decía su primo, conociéndolo, no era de fiar, aunque era verdad, en las manos no llevaba nada. Lo que Stear ignoraba era que Neil había escondido el cuadernillo en la cinturilla de su pantalón por la espalda. — ¡Vaya que eres desconfiado! — Decía Neil, que salía caminando lo más tranquilo posible, Stear lo observó por un momento, aún con recelo, pero no notó algo extraño, así que salió de la habitación apagando las luces.
Albert aprovechando que los invitados empezaban a retirarse, se dirigió a la cabaña, donde se hospedaba Terry, tenía que hablar con él, debían seguir unidos para evitar el inminente matrimonio, no podía irse, dejar todo así. Terry empacaba de mal humor, aventaba su ropa, cosa extraña en él, porque era tan cuidadoso con sus cosas, pero su ánimo no era el mejor, hacía mucho tiempo que no se sentía así, impotente, irritado, quería golpear al elegante, por todas las cosas que escribió, esas últimas hojas leídas eran de los tiempos en los que fue muy feliz con Candy, era obvio que ella no era responsable de todo lo que sentía su primo, pero sí de acceder a casarse con él. El desaliento y lo celos lo estaban consumiendo, pero ¿Qué podía hacer? Si sus intentos por acercarse a ella habían sido nulos, a pesar de su carácter indomable, ahí estaba por ella, ¿Por qué serás tan necia Candy? Comentó en voz alta justo cuando Albert entraba.
— ¿Por qué eres tan necio tú Terry? — Respondió Albert a sus espaldas. — ¡Debes calmarte! ¿Crees que irte de aquí es la mejor solución? ¡No te reconozco! ¿Dónde está ese Terry que venía dispuesto a todo? — ¡Albert, tú no entiendes! — ¡Claro que entiendo! ¡Entiendo que te vas de aquí sin que se aclare la situación con Candy!, ¡Que la dejas nuevamente! ¡Y en eso no habíamos quedado! — ¡Dime!, ¿De qué sirve que me quede?, ¡Ella se mantiene en su necedad!, ¡La boda será en un mes!, ¿Acaso tengo algo más que hacer? ¡No, Albert!, ¡Todavía no alcanzo el grado de santo! — Comentó en tono mordaz el inglés. — ¡Yo ya no puedo hacer nada…! — Pero, ¡Terry, no te puedes ir así!, ¡No al menos hasta que hayamos descubierto el verdadero motivo de la decisión de ella!, ¡Tal vez se haya metido en un problema y tenemos que ayudarla! — ¿Ayudarla? ¡A que se case!, ¡Olvídalo! ¡Se ha comportado tan distinta!, pero ¡No sé por qué me extraño, si siempre ha sido así!, ¡En todo momento antepone la felicidad de los demás a la suya!, ¡Nunca ha pensado en mí! ¡Tal vez su amor no fue tan fuerte como el mío! ¡Y eso, mi querido amigo es lo que debo de entender!, ¡Dejarla libre para que cumpla su promesa de ser feliz!, — ¡Esta bien, Terry!, ¡Si eso es lo que realmente quieres, no te detendré!, ¡Sólo te pido por favor que no te vayas aún!, ¡Tengo que hablar con la tía abuela y desenredar este asunto, no sólo por ti, sino por mí, ya que mi deber es velar por Candy! — ¡No te prometo nada, Albert!, pero ¡Cualquier decisión que tome tú serás el primero en saberlo, no me iré de aquí, sin que tú lo sepas! — Aclaró el castaño que, le daba la espalda a su amigo, no quería que viera la derrota pintada en su rostro. Albert se dirigía a la puerta, pero la voz del joven lo detuvo. — ¡Albert!, ¿Puedo tomar tú auto? ¡Necesito despejarme un poco, salir, pensar...! — ¿Seguro no te perderás?, ¡No conoces el lugar, puedo poner a tu disposición un chofer! — ¡No, no es necesario! — ¡Esta bien, sólo conduce con cuidado, nos vemos en unas horas! — ¡Gracias, amigo!
La tensión vivida durante ese día tenía a Candy cansada, quería huir de todo, escaparse a su amado hogar de Ponny, donde todo era paz y amor entre los niños y sus madres, sin decir más se disculpó con Archie subiendo lentamente a su habitación. Una vez a solas la incertidumbre y el desaliento se apoderaron de ella, no soportaba más, se sentía miserable al dejar partir a Terry, nunca se imaginó que las cosas sucedieran de esa manera, a pesar de que ya tenía asimilado su matrimonio, el volver a verlo, besarlo, envolverse de nuevo en esos brazos fuertes, la sensación de protección que tenía cuando él estaba cerca de ella, su aroma, su aliento dulce provocaba que sus sentidos se alertaran pidiendo a gritos la permanencia de Terry en su vida, pensaba en él, en todo lo que los había separado, por un momento la rebeldía se apoderó de ella, ¡No, no estaba dispuesta a seguir con esa farsa!, ¡Tal vez tendría consecuencias nefastas, pero esta vez defendería su amor! Miraba hacia los jardines traseros cuando entró Dorothy para ayudarla a cambiarse, pero ella le dijo. — ¡No, espera! ¡Tengo que salir! — La mucama y amiga de la rubia sorprendida reparó. — ¿A estas horas? ¡No, Candy es muy tarde!, ¿A dónde irás? — ¡No te preocupes, sólo iré a la cabaña!, por favor, si me busca alguien, di que he dormido, ¡No tardaré! — Sin esperar respuesta de su fiel aliada, Candy ya había saltado del balcón, bajando por las enramadas paredes. La mucama observó a la rubia llegar al piso y correr entre los jardines, preocupada apagó la luz y acomodó las almohadas para hacer creer que dormía, mientras ella se sentaba a esperar su regreso.
Sin percatarse de lo que hacía su prometida, Archie junto con la tía abuela y Albert despedía a los últimos invitados, sin decir nada y meditabundo subió a su habitación, estaba cansado, había sido un día muy difícil, lleno de tantas emociones, que agradecía que la noche hubiera llegado, para intentar dormir, o tal vez pensar en el futuro maravilloso que lo esperaba al lado de su amada. Al encender la luz, fue directo al baño, se duchó, pero cuando intentó dormir sus pensamientos no daban tregua, un cúmulo de acciones llegaban a su mente, de momento la adrenalina recorrió todo su cuerpo al recordar que casi no llegaba a la cena de su compromiso por ir a la casa de Annie para recobrar su diario, tantos años de noviazgo le ayudaban en esos momentos para saber el lugar donde la joven escondía tan preciado objeto.
El trato amable que siempre tuvo con las chicas del servicio de la casa de los Britter, le había ayudado a saber que ese día los patrones no estarían en su mansión, que ellas tendrían el día libre, así que sin pensarlo tanto; por la mañana y sin decir nada a nadie salió, tenía que apurarse, dado que tenía que arreglarse para el festejo. Cuando llegó a la casa de su ex novia, la rondó por varios minutos, hasta que estuvo seguro de la ausencia de los habitantes, aprovechó la enredadera que cubría las paredes exteriores para trepar y después dar un salto al interior de la propiedad, eran casi las tres de la tarde, tenía que darse prisa. Subió a la habitación de la joven, al entrar se dirigió al ropero, abriéndolo para de entre los vestidos colgados buscar, pero no hubo nada, buscó más abajo y encontró un pequeño cofre, lo abrió, cuál fue su sorpresa al encontrar fotografías de Candy hechas pedazos, en una de ellas estaba escrito, “Me la pagarás, maldita”, en otra, que era de él, había labial en todo el rostro de la imagen, se notaba que, la habían estrujado y alisado varias veces, eso recorrió su espina dorsal, enfrascado en ello, no se dio cuenta del transcurrir del tiempo, hasta que escuchó voces que provenían del corredor, sin dudarlo se metió en el ropero, no supo cuánto tiempo estuvo ahí, cuando ya no escuchó ruidos salió de su escondite, trató de dejar todo como estaba para salir sigiloso de la alcoba. Al bajar las escaleras, observó que el señor Britter estaba en el salón, se agachó y arrastrándose se escabulló hasta el área de servicio, no había nadie, así que se levantó saliendo por la puerta trasera; el sol casi se ocultaba. La desesperación se hacía presente, pensaba incesantemente, dónde buscar, miraba a su alrededor, cuando vio el cuarto de trebejos, recordando como Annie le dijo que ahí guardaba las cosas que no quería que viera su madre, sin dudarlo se dirigió al lugar, en el fondo se encontraba un baúl, al intentar abrirlo notó que estaba cerrado con candado, así que buscó algo que le permitiera forzar la cerradura; encontró un fierro con el que hizo palanca, luego de muchos intentos por fin logró abrirlo, al mirar en su interior ahí estaba su diario, lo tomó notando que le faltaban varias páginas, revolvió todo, pero no estaban esas hojas, se lamentó por ello, pero ya no tenía tiempo empezaba a obscurecer, en su prisa tropezó con el mismo fierro que utilizó cayendo estrepitosamente, el ruido llamó la atención del personal de servicio, que llegaba en esos momentos, los nervios se apoderaron de él, sin embargo, corrió hasta la barda delantera, pero el jardinero sorprendido le gritó. — ¡Joven Archie! ¿Qué hace? — Con el sudor perlando su frente y con todo el autocontrol del que fue capaz respondió. — ¡Henry! ¡Nada, sólo me voy, vine a buscar a la señorita, pero me dijeron que no está! — ¡Pensé que ya no lo veríamos por aquí! ¡Aprovecho para felicitarlo por su matrimonio, joven!, ¿Acaso no es hoy la fiesta de su compromiso? — ¡Si, por eso me retiro, se me hace tarde, Henry, con permiso! — Contestó el chico, saliendo por el portal, sin esperar alguna contestación del sirviente. Ya en el exterior, las piernas le temblaban, intentaba caminar, pero su respiración profusa le impedía andar, después de un rato, ya un tanto calmado sonrió ante su suerte, había sido difícil, pero ya tenía su diario, rápidamente fue hasta su auto y a toda velocidad se dirigió a su residencia.
Recapituló como su tía abuela lo regañó por su apariencia que, era un desastre, a toda prisa subió las escaleras, al llegar a su habitación aventó el diario en su cama, era necesario ducharse, el sudor impregnaba todo su cuerpo, quería bajar y recibir él mismo a los primeros invitados. Fue en ese momento que recordó el diario, se levantó de un salto, prendió la luz para buscar, pero no había nada, — ¡Estoy seguro que, aquí lo aventé! — Decía para sí, ¡Santo Cielo! ¡No esta! Dijo, mientras sentía como se le helaba la sangre…
Candy llegó a la cabaña, sin dudarlo entró, la puerta estaba entre abierta — ¡Terry, Terry!... — Recorrió el lugar, pero nada, no estaba, entró a la alcoba y vio la maleta del joven, la tristeza inundó su mente, quería hablar con él explicarle todo, tendría que entenderla, pero no estaba, — ¿A dónde fuiste, Terry?... —Quería esperarlo, pero no sabía a qué hora regresaría, descorazonada salió rumbo a la casa, a primera hora lo buscaría, tendría que aclarar todo. Inmersa iba en sus pensamientos, que no se dio cuenta que Neil la seguía, antes de entrar, el joven la tomó del brazo. — ¡No tan rápido, Candy! — Le dijo, mientras la jalaba hacía él con fuerza. — ¿Qué te pasa Neil? ¡Suéltame! — Increpó la rubia intentando soltarse, pero él la tomó de ambos brazos y sacudiéndola le respondió. — ¡No, zorrita! Esta vez no me engañarás con tu carita de inocente, ¡Ya sé que te anduviste revolcando con Archibald! ¡Y esos devaneos, pronto darán su fruto! Antes de que se note, yo disfrutaré de lo que me has negado… — Vociferaba enardecido Neil, que buscaba incesante los labios de la chica. Ella forcejeaba, sin poder liberarse, no obstante, le dio un rodillazo en el bajo vientre al chico, quien doblándose del dolor la soltó. — ¡Maldita zorra, me la pagarás! — Amenazaba él que, no se reponía del dolor, pero ella lo encaró. — ¡Eres un imbécil, Neil! Si antes me dabas asco, ahora me causas repugnancia, ni en tus más locos sueños yo estaría contigo. Y de una vez te digo, ¡Déjame en paz! — ¡Te destruiré, huérfana! ¡Tengo las pruebas de tú deshonra! — ¡¿Qué pasa, aquí?! — Se escuchó la voz de Stear, quien se acercaba a pasos agigantados a la pareja. — ¿Candy, estas bien? — Preguntó intrigado el recién llegado. — Si, Stear, iba a mi recámara, ¿Vamos? ¿A dónde vas tú? — Decía la rubia iniciando el camino al interior de la casa. Neil que, aún no se reponía del golpe decía por lo bajo, — ¡Me la pagarás muy caro, Candy!
— ¿Qué hacías con Neil, Candy? — Preguntó el inventor. — ¡Ya sabes, que siempre me está molestando!, No sé por qué no estuvo acompañado de Elisa, pero dime ¿Tú qué haces despierto? Ya es de madrugada, en unas horas amanecerá. — Le cuestionó la joven. — ¡Iba a saludar a Terry!, no platiqué mucho con él. — ¡Oh...! ¡Ya veo! — Y tú, ¡Qué haces también despierta?, ¡Demasiadas emociones!, ¿No? — ¡Si, lo sé!, ¡Quería despejarme, caminar un poco, todo ha sido tan tenso, que, pensé que respirar aire me haría bien! — ¡Caminar en dirección a la cabaña! ¿No? Jajaja… — Comentó en broma el chico. — La rubia se sonrojó agradeciendo que su primo no la veía, ya que caminaba a su lado. — ¡Bueno, Stear, descansa!, ¡Yo haré lo mismo!, ¿O todavía irás a ver a Terry? — ¡No!, ¡Creo que también iré a dormir, por la mañana lo buscaré!, descansa Candy, — Apuntó Stear, que se siguió de frente rumbo a su habitación.
Parecía que nadie dormiría en la mansión Ardlay, por un lado, Stear y Patty buscaron sin resultados hablar con Albert y con Terry, cuando la novia del inventor quiso conversar con el magnate, él le dijo que tenía algo importante que hacer, que lo harían por la mañana. A su vez, Stear iba a su habitación, pero fue interceptado por la chica; — ¡Regresaste rápido!, ¿Qué pasó? ¿Lograste decirle a Terry? — No, Patty, no pude llegar hasta la cabaña, me encontré con Neil y Candy, parecía que discutían, pero ¡Ya sabes, Candy nunca dice nada!, casi amanece y creo que es mejor esperar a que se calmen un poco los ánimos, todo el día fue de altibajos, la familia estará más tranquilos por la mañana. — Respondió el chico, que se quitaba las gafas y sobaba el tabique de su nariz, se notaba un tanto agobiado. — ¡Creo que tienes razón!, yo tampoco pude comentarle nada a Albert, así que hay que descansar, ¡El día será algo tenso!, ¡Buscaremos hablar con alguno de los dos! — Comentó la joven, que se acercó para acariciar tiernamente el rostro de su novio, — ¡Trata de descansar, cariño!, — ¡Tú también, hermosa! — Dijo el inventor, que tomó su mano para darle un beso en el dorso e irse a su recámara.
Al pasar por la alcoba de Archie, Stear vio que las luces estaban encendidas, tocó la puerta y sin esperar que le dieran el paso, entró. — ¿Qué haces, hermano? ¡Pensé que estarías agotado y dormirías! — ¿Dormir? ¡Creo que no podré hacerlo, Stear!, ¡He perdido mi diario! — ¿Cómo? ¿Acaso no lo tiene Annie? ¡Relájate, mañana veremos qué hacer para recobrarlo! — ¡No, ya lo había recuperado!, fui sin que nadie supiera a casa de ella y pude rescatarlo, cuando llegué ya era tarde para arreglarme, en mi premura lo aventé en la cama, ¡Ya lo busqué y no lo encuentro! ¡Stear, estoy desesperado!, ¡No sé en qué manos habrá caído! ¡Dios! ¡Fui un tonto! — El inventor recordó lo sucedido con su primo horas antes, — ¡Neil, maldito embustero! — ¿Neil? ¿De qué hablas? — Cuando todos estaban en la fiesta, vi que subía a hurtadillas las escaleras, no dudé en seguirlo, lo encontré aquí, al preguntarle qué hacía, lo aventé y él cayó sobre la cama, ¡Seguramente lo tomó!, a pesar de que revisé que no llevara nada en las manos, ¡Lo debió haber escondido! — ¿Por qué no lo revisaste, Stear? — Respondió enfurecido Archie. — ¡Lo lamento! ¡Nunca pensé que ya tenías contigo el diario! — Respondió apenado el castaño —¡Cielos, Stear! ¿Sabes lo que puede hacer ese malnacido? — Decía el rubio, dejándose caer en la cama, con sus manos cubría su cara, intentando serenarse. — ¡Estoy desolado, hermano!, ¿Qué haré ahora? — El mayor de los Cornwell se sentó a su lado, lo veía tan vulnerable, que, por un momento, quiso abrazarlo como cuando eran niños. — ¡Cálmate, Archie! ¡Encontraremos una solución!, ¡Trata de dormir! — Comentó levantándose para apretar uno de los hombros de Archie. — ¡Si me necesitas estaré en mi habitación!, ¡Pensaré en algo lo prometo! — Concluyó saliendo de la alcoba.
Cuando Candy entró en su recámara, vio a Dorothy sentada dormitando, con sigilo le habló. — ¡Ya estoy aquí! Discúlpame por desvelarte, ve a dormir un poco, ¡Gracias mi querida Dorothy! — No te preocupes, Candy, ya te habías tardado en romper las reglas, me voy para que duermas, mañana te aseguro que la señora Elroy querrá que todos estén levantados para el desayuno. — Contestó la mucama, que bostezaba dirigiéndose a la puerta. La rubia, se cambió su camisón, mientras cepillaba sus rebeldes risos, pensaba — ¿Dónde estarás, Terry?...
Ignorante de todo lo que pasaba en la mansión, Terry salió a toda velocidad, quería sentir el viento, por un momento pensó que hubiese sido mejor pedir un caballo, el cabalgar siempre le tranquilizaba, pero eso ya no importaba, la velocidad hacía que su negra cabellera flotara con el aire, sus hermosos ojos azules se clavaban en el camino, no sabía a dónde iba, sólo quería sentir la adrenalina correr por sus venas, ¡Si, era lo que necesitaba!, Poco a poco se fue tranquilizando, evitaba pensar, sólo quería recobrar el control de su adolorido corazón, de nada había servido su plan para alejarse de Susana, era demasiado tarde, — ¡No, no más! — Dijo en voz alta, sacudiendo su cabeza. Bajó la velocidad, miraba a su alrededor, la penumbra anunciaba el pronto amanecer, estacionó el vehículo, bajando de él se fue caminando entre los árboles, buscaba un paraje para ver la salida del sol. En sus noches de insomnio se paraba en la ventana de su habitación para verlo, sin embargo, las luces de Nueva York no se lo permitían, sólo se conformaba con sentir los rayos cálidos del astro rey que le anunciaban otro día de hastío, de soledad, de desaliento, de sentirse atrapado entre esas cuatro paredes, de la convivencia con las Marlow, de todo ese entorno que lo asfixiaba…
Siguió caminando, encontrándose con una colina, sin esperar lo que vería subió, al llegar a la cima no pudo evitar recordar la segunda colina de Ponny, como ella le llamaba… Cuando observó a su alrededor, su mirada se clavó en el enorme y frondoso árbol que se situaba ahí, sus memorias lo situaron en ese momento, cuando a su llegada a América lo primero que quiso conocer fue el hogar donde su pecosa había vivido. Si, se trataba del mismo lugar, sólo que, sin nieve, el viento fresco le robó una triste sonrisa, sin dudarlo recargó un costado en el árbol, de entre sus ropas sacó su inseparable armónica, misma que comenzó a tocar, la melodía que emergía era dulce, pero tan triste como él. La suave brisa movía sus negros cabellos, veía el hogar de Ponny, elevando su mirada al cielo exclamó. — ¡Dios! ¿Por qué de nuevo llegué tarde? ¿Por qué estos desencuentros? ¿Acaso no tengo derecho a ser feliz? — Decía al momento que, unos gruesos cristales de agua salada abandonaban sus ojos. Sentía la garganta seca, por unos instantes sintió la necesidad de perderse en el alcohol — ¡No! No caeré de nuevo en esa falsa realidad, pero ¡Quiero aturdirme!, ¡Olvidar por un momento mí soledad! Ha sido tanta desdicha desde mí niñez, el rechazo ha sido la constante en mí vida. El desdén de mi padre, el maltrato de la duquesa, el abandono de mí madre y ¡Ahora esto!... ¡¿Cómo entender?! — Dijo al tiempo que erguía su cuerpo cual alto era, ya no quiso detener sus lágrimas, dejó que brotaran lentamente…
El sol comenzaba a dejar ver algunos rayos rosados de entre unas nubes que perezosas le daban la bienvenida a un nuevo día. — ¡Esta bien! ¡Acepto mi destino!, ¡Me iré!, hablaré con Albert, ¡Querido amigo! ¡Tú no entiendes!, tal vez pensarás que soy un cobarde, pero ¡Ahora quiero olvidar!, ¡Tal vez emborrachar mis recuerdos para enterrar este loco amor!, ¡Que más que amor es un sufrir! ¡Este lugar es el mejor para dejar aquí mis anhelos, para borrar besos antiguos de esa boca que, tal vez fue flor de un día y que ahora es mi dolor! — Miraba todo a su alrededor como si se estuviera despidiendo, sus ojos oscurecidos y acuosos estaban perdidos en la nada, mientras seguía con su monologo. — ¡Candy, quiero brindar por los dos!, ¡Olvidar mi obstinación!, pero ¡No puedo! ¡Más te vuelvo a pensar! ¡Esta terrible nostalgia al recordar tu risa cantarina y sentir junto a mi boca como un fuego tu respiración! ¡Esta angustia de sentirme abandonado por todos, de pensar que otro a tu lado vivirá feliz…! ¡Albert, hermano!, ¡Si supieras que era capaz de todo!, ¡Que dejé todo! y que, ¡A pesar de mis ansias locas!, ¡Ya no quiero seguir…! ¡No! ¡Ya no quiero rebajarme!, ¡Ni pedirle, ni llorarle!... ¡Ni decirle que muero por su amor! ¡Vive tranquila pecosa!, ¡Que yo dejaré de ser un mal recuerdo para ti! ¡Solo me queda ver tú felicidad desde mi triste soledad!, ¡Esa donde veré, también las rosas muertas de mi juventud! ¡En esta noche, donde ni las copas traen consuelo, sigo con mis desvelos para ahogar de una vez los fracasos de mi amor…! — Decía, cuando el sol daba de frente en su cara, dejando ver su hermoso rostro desolado....
En Nueva York, el día iniciaba, Eleanor se había levantado temprano, le importaba obtener la declaración de Susana, Richard ya la esperaba en el salón para dirigirse al hospital. — ¡Buenos días, querida! — Saludó el duque, — ¡Buenos días, Richard!, ¿Desayunarás? — ¡No!, ¡Prefiero que vayamos a ver a la señorita Marlow!, ¡Me urge saber qué dirá esa muchachita! — Respondió al tiempo que llamaba al jefe de su seguridad para que alistarán el vehículo. — Esta bien, ¡Cómo tú digas! — Contestó la guapa mujer, que también tomaba su abrigo para salir. — ¡Desayunaremos en algún restaurante!, así ganaremos tiempo para que los abogados hagan su trabajo. — Dijo él, ofreciendo su brazo a la diva. Tenían unos minutos de haber salido cuando tocaron a la puerta, la mucama atendió el llamado informando a la visita que los señores no se encontraban. La mujer agradeció diciendo que volvería más tarde, negándose a decir su nombre. — ¡Lo sabía! ¡Estás con esta cualquiera! — Dijo apretando fuertemente la mandíbula, la aún duquesa de Grandchester.
Al llegar al nosocomio Eleanor y Richard se sorprendieron al ver demasiado movimiento, — ¡¿Qué pasa?! — Cuestionó el duque, pero nadie le respondía, uno de sus abogados sonrojado temiendo su reacción le informó que Susana Marlow había escapado del hospital.
Continuará…