Índice
Portal
Últimas imágenes
Buscar
Conectarse
Buenas noches chicas, gracias por leer mi historia, primero que todo quiero disculparme si es que encuentran algun otro nombre que no corresponde al anime, pero como lo dije antes esta historia es original y solo la adapte a Candy y Terry, la he revisado varias veces, pero aun así se me van algunos detalles.
Feliz noche a todas.
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Diez años atrás, una jovencita llegaba la ciudad de Milán junto con su madre, maleta en mano, un estuche con un chelo y un puñado de sueños. Candy tenía apenas quince años cuando fue aceptada en el conservatorio, su madre Emma Ricci la estaría acompañando en lo que se adaptaba a su nueva vida, por fortuna Emma tenía familia en la metrópoli y así que no dejaría a la joven a su suerte, lo primero que quiso hacer al pisar su natal tierra fue ir a dar gracias a la hermosa catedral de la ciudad, Candy quedo maravillada al ver la imponente arquitectura del templo.
Cuando entraron la chica quedo boquiabierta, si por fuera era hermosa por dentro no había palabra que la describiera, con sus cinco naves, los casi cuarenta pilares, el transepto, un sinfín de altares, pinturas, estatuas y retablos bañados en oro. Los ojos verdes de la joven recorrieron con lentitud el interior, había mucha gente local y turistas, lanzó un suspiro largo y profundo, su madre la guio para acercarse al altar, se arrodillaron, santiguaron, acto seguido cerraron los ojos y comenzaron a orar.
Candy dio las gracias por que la hubiesen aceptado en la escuela, también pidió por su familia, no supo el por qué, pero sintió un impulso de abrir los ojos de golpe, levanto vista, en el presbiterio, frente a ella había una persona observándola, sus ojos se clavaron en aquellos ojos aguamarina, un joven alto y delgado, la observaba detenidamente, le sonrió, ella no supo hacer otra cosa más que desviar la mirada y volver a cerrar los ojos, «que atrevido, siquiera me conoce».
̶ Vámonos – Susurro la madre de Candy, al abrir los ojos la joven lo primero que hizo fue buscar al chico que le había sonreído, pero no había nadie – es preciosa la catedral – tomo la mano de su hija.
̶ Mucho – Candy siguió buscando entre las personas, sin éxito.
Cuando salieron de la catedral Emma tomo algunas fotos, un hombre las saludo a la distancia. Era el tío de la joven que fue a recogerlas, llegando a casa lo primero que hicieron fue instalarse en la que sería su habitación durante el tiempo que estuviera estudiando en el conservatorio, Emma ayudo a su cuñada Rita a preparar la pasta, mientras Candy se daba un baño después del largo viaje.
Lo poco que había visto de la ciudad le pareció hermoso, tenía vagos recuerdos de alguna ocasión cuando ella era muy pequeña y visitaron a sus abuelos ahora fallecidos, sabía que tendría mucho tiempo para conocerla, aunque eso no sería en compañía de su querida madre ya que ella regresaría en un mes a los Estados Unidos.
Eran principios de agosto y las clases comenzarían pronto, hacía tres semanas que habían llegado, empezaba a adaptarse a las costumbres de sus tíos y a todo su entorno. Sintió tanto dolor cuando tuvo que despedirse de su madre, Candy prometió ir en las siguientes vacaciones y así, sola en una ciudad desconocida empezó una nueva vida, cambiando todo por el sueño de ser una chelista reconocida a nivel mundial, se lo prometió a sí misma y también a él, a Anthony.
El ciclo escolar empezó la primera semana de septiembre, Candy se familiarizo con la escuela ya que había tomado un curso de inducción dos semanas atrás, para este momento ya tenía sus horarios y había empatizado con algunas compañeras, aunque de su grupo ella la más pequeña en edad, pero eso no le sería un obstáculo para demostrar de que estaba hecha.
Dos semanas pasaron desde el comienzo de clases y desde el primer día Candy supo que el camino no sería fácil, ese día había llovido bastante así que se quedó con sus amigas en la cafetería de la escuela, hablaban de que chico les gustaba, la joven no sintió la misma emoción así que decidió sacar un libro y ponerse a leer, después de que la lluvia paro un poco, decidió marcharse, se despidió de sus amigas y salió de la cafetería para encontrarse con el patio interior rodeado de un pasillo con arcos, iba a cruzarlo cuando sus ojos se clavaron en el cielo bañado en tonalidades azul grisáceas y un arcoíris cruzándolo, por encima de los techos del edificio.
̶ ¡Que belleza! – susurró la joven al ver el paisaje, parecía sacado de algún mundo de ensueño, dio un paso mientras seguía mirando la bóveda celeste cuando su cuerpo se vio obstruido por un obstáculo – lo siento – se disculpó al darse cuenta que frente a ella había una persona.
̶ No tengas cuidado – una varonil voz sacudió los oídos de la chica, levanto la vista para encontrar frente a ella unos hermosos ojos aguamarina, fue entonces que Candy se bloqueó por completo.
Frente a ella estaba aquel joven que había visto semanas atrás en la catedral, al tenerlo de frente se dio cuenta de que era mucho más apuesto de lo que recordaba. Llevaba puesta una gabardina negra, jeans oscuros y una playera blanca con una clave de sol estampada, el asombro de Candy era obvio, más el joven no pareció nada sorprendido, seguramente no la recordaba, aun así, le sonrió.
̶ Hasta luego – se despidió para perderse entre los pasillos del edificio, llevaba bajo el brazo un cuadernillo.
Candy lo miro alejarse, repentinamente escucho voces a su alrededor, sus amigas habían presenciado el breve encuentro entre ellos, «¿Qué te dijo?, ¡por dios, Candy!, ¡es guapísimo!, ¡qué suerte la tuya!», eran algunos de los comentarios de las jóvenes, pero ella no entendía el porqué de tanta euforia hasta que sus amigas le platicaron sobre aquel chico.
«Así que te llamas Terry», Candy se encontraba sentada a lo turco en el alfeizar de la ventana, mirando la calle desde el cuarto piso del apartamento, la lluvia había vuelto a arreciar después de la cena, trataba de concentrarse en su lectura, pero el rostro del aquel muchacho apareció frente a ella así que dejo el libro a un lado.
Sus amigas le habían contado que Terry era un joven estudiante de canto lirico, de descendencia inglesa, era hijo único, de padres divorciados y vivía con su madre, una famosa diseñadora de modas, tenía dieciocho años, era un joven muy introvertido, pero no por eso dejaba de ser amable, aunque se pensaba que tenía otras preferencias sexuales ya que no se le había conocido nunca ninguna novia, ese era «el inalcanzable Terry Grandchester», como le llamo su amiga Susana.
Candy agarro su computadora portátil y se puso a investigar más sobre la familia de Terry, casi de inmediato encontró información sobre los Grandchester, una familia antigua de Inglaterra, incluso tenían un escudo de armas que constaba de dos espadas cruzadas custodiadas por un lobo en medio de una corona triunfal, busco algunas imágenes y cuál fue su sorpresa al ver a Terry posando para una revista de moda, en ese momento tocaron la puerta.
̶ Candy, ya es tarde apaga la luz y duerme – ordeno su tía, la joven respondió amable y obedeció casi de inmediato, apago las luces y se dispuso a dormir, esa noche fue la primera en que Candy soñó con Terry.
Para principios de noviembre Candy ya se sentía adaptada a su nueva vida, lo que más la ilusionaba era que casi todos los días podía ver a Terry a la distancia, el joven se la pasaba casi siempre solo, pero cuando alguien llega a saludarlo o hablar con él, nunca se negaba, siempre esbozaba una gran sonrisa, era un chico encantador.
Ella cumpliría dieciséis ese fin de semana, su tía había organizado una pequeña reunión para celebrarlo el día viernes y había permitido que Candy invitara a sus amigas, las cuales eran contadas.
Ese día extrañamente se sentía muy sola, a pesar de ser muy querida por los compañeros, la lejanía de sus padres y Anthony hizo estragos en ella, cuando salió de la escuela en vez de ir directo al departamento de sus tíos decidió ir a caminar por la ciudad, sentía que se sofocaba, era el primer cumpleaños que no pasaría con su familia, así que fue a la catedral, necesitaba reconfortarse al menos haciendo oración.
Se sentó cerca del presbiterio, miro el altar, de sus ojos salieron lágrimas de agradecimiento y también de dolor, se hinco y comenzó a rezar, estuvo por más de media hora dentro del templo, para cuando sintió alivió decidió marcharse. En medio de la plaza había un gran monumento ecuestre, se acercó a mirarlo, la estatua era de bronce, su base de mármol y granito.
̶ La estatua de la victoria – su madre le había dicho el nombre del monumento cuando visitaron la catedral, «¡Ah, mi madre!», pensó al tiempo que suspiro debido a la nostalgia.
̶ Te has enamorado de Víctor Manuel II – escucho una risita, volteo de inmediato, se quedó pasmada al ver a Terry detrás de ella.
̶ ¡Eh!... no – Candy quiso hilar alguna frase para responder, pero en su fallido intento se mordió la lengua, hizo una mueca intentado ocultar el dolor, la expresión en su rostro le pareció graciosa al joven.
̶ ¿Qué haces paseando sola por la plaza? – el chico le hablo con tanta familiaridad como si fuesen buenos amigos.
̶ ¿Sabes quién soy? – cuestiono ella aun adolorida de la lengua.
Siempre pensó que él no había notado su presencia en la escuela, aunque en ocasiones sentía que la miraba a la distancia y parecía sonreírle, pero Candy creyó que eran pequeñas ensoñaciones de su parte.
̶ Claro – de nuevo mostro esa sonrisa que enamoraría a cualquier chica – eres Candice White, la chelista estadounidense – Candy se sorprendió de que supiera todo eso. Él era casi tres años mayor que ella, un joven como Terry porque mostraría curiosidad por una chiquilla – ¿puedo hacerte compañía? – propuso, Candy alcanzó a ver que el mordía su labio inferior como si estuviera nervioso.
̶ Pero no te conozco – replico ella.
̶ Mi nombre es Terence Grandchester, de Inglaterra, pero tú puedes llamarme Terry – se presentó muy formal, ella le dio la mano y al tocarse sus dedos ambos sintieron como si una chispa encendiera un fuego interno.
̶ Candice White, de los Estados Unidos – se presentó.
̶ Lo ves, ahora ya no somos desconocidos, ¿Puedo hacerte compañía? – volvió a preguntar, él no le soltaba la mano.
̶ ¡Claro! – Candy rompió el saludo.
̶ Y, ¿Qué hacías tan sola? – cuestiono él mientras caminaban por la plaza.
̶ Mañana es mi cumpleaños – comentó.
̶ ¿En serio? – Terry puso cara de sorpresa - ¿Cuántos años cumples? – no dudo en preguntar.
̶ Dieciséis – respondió Candy, la expresión en el rostro del joven era como de desilusión.
̶ ¡Eres muy joven! – Terry levanto la vista y miro el cielo azul, suspiro optimista – pero puedo esperar – sonrió, Candy sacudió la cabeza, confundida «¿Qué quiso decir con eso?» - ¡ven tienes que conocer la ciudad!, señorita pecas – Terry sujeto de la mano a la chica y la llevo a recorrer algunas de las calles de la ciudad, en el camino se toparon con un mercadillo callejero, lo recorrieron, él le mostro algunas de las artesanías de Italia.
Candy llego a creer que Terry era un chico de carácter difícil por todo lo que se decía de él, pero lo único que estaba viendo era una persona amable y divertida, por un momento se distrajo viendo unas mascaras venecianas cuando busco al muchacho este ya no se encontraba, se sintió un poco desesperada así que comenzó a buscar con la mirada, hasta que frente a ella encontró un ramo de narcisos amarillos – feliz cumpleaños – dijo el joven cuando asomo el rostro de tras del ramo.
̶ Muchas gracias – Candy no dudó en aceptar el obsequio – pero mi cumpleaños es mañana – siguieron caminando.
̶ Bueno… – él se quedó pensativo – es un regalo adelantado – sonrió – crees que mañana puedas salir a dar un paseo por la tarde
- Candy lo volteo a ver asombrada, «¿eso es una cita?», dijo para sus adentros.
̶ No lo sé – la joven se encogió de hombros, tengo que pedirle permiso a mi tía, además hoy… - guardo silencio un instante - ¡por dios!, las chicas deben estar esperándome – se sobresaltó – tengo que irme – parecía apurada dando brinquitos de desesperación.
̶ Tranquila – la tomo por los hombros para calmarla – tomemos un taxi – propuso.̶
-Pero es que yo… - Candy trato de explicarle que ella no tenía suficiente dinero para pagarlo, pero cuando menos se dio cuenta ya estaba a bordo de uno, ella dio la dirección a donde debían de llevarla, recorrieron varios kilómetros hasta llegar a la calle donde se encontraba el departamento de sus tíos – es ahí – señalo un edificio pintado en color beige y tejas verdes. En ese preciso instante un pequeño grupo de chicas llegaba a pie, Candy bajo del auto.
̶ ¿A penas vienes llegando? – Susana cuestionó al verla bajar del taxi, sus ojos azules se llenaron de sorpresa al ver que detrás de Candy bajaba Terry, las demás amigas estaban atónitas.
̶ ¡Sí! – Candy se encogió de hombros, sentía ardor en sus mejillas por el modo en que sus amigas la miraban – muchas gracias por acompañarme – se dirigió al joven.
̶ Fue un placer – sonrió y miro a las amigas de la chica, la más sorprendida era Susana.
̶ ¿Gustas pasar? – se había atrevido a invitarlo. Terry se quedó pensativo por unos minutos.
̶ Gracias, pero tengo algo que hacer – explicó – nos vemos pecosa, recuerda en lo quedamos.
La había llamado pecosa, que atrevido era, Terry le guiño el ojo antes de subir al taxi, ella ondeo su mano para despedirse y en cuanto el auto se alejó las chicas la abordaron emocionadas.
«¡Cuéntanoslo todo!», se morían de ganas de que su amiga les dijera que había pasado con Terry, mientras admiraban el ramo de narcisos que llevaba en brazos. Candy y sus amigas se adentraron al edificio a excepción de Susana que se quedó mirando el taxi perdiéndose en la distancia.
Había sido una noche maravillosa la que había pasado con sus tíos, Rita había cocinado pasta y le preparo una tarta de mermelada y frambuesas, la cual había quedado deliciosa haciendo que su tía recibiera elogios de los presentes.
Durante lo que resto de la tarde noche, las amigas de a Candy la interrogaron, querían saber sobre cómo era vivir en los Estados Unidos y si era verdad que eran más liberales y no tan conservadores como en Italia.
La cumpleañera había notado a su amiga Susana muy distante desde que llegaron al departamento.
̶ ¿Pasa algo? – Candy se sentó junto a ella, las demás jóvenes trataban de sacarle la receta de la tarta a Rita.
̶ ¿Cómo es que se fue a fijar en ti? – Susana fue dura con su reclamo - eres una chica norteamericana, poco conservadora, tan extraña, tan… simple – la joven casi rompía en llanto.
̶ No te entiendo – la inocencia de Candy no la hacía comprender lo que estaba pasando.
̶ ¡Olvídalo! – se limpió la lágrima que corrió por su mejilla, miro el mensaje que le había llegado – chicas mi padre ya está afuera – se puso de pie y tomo su bolso – muchas gracias por todo, se despidió de los tíos de Candy – nos vemos en la escuela – salió del departamento seguida de las demás jóvenes.
Candy ayudo a su tía a levantar todo el desorden mientras su tío veía un partido de futbol, luego se fue a su habitación llevando consigo el florero donde había puesto los narcisos, lo dejo sobre la cómoda, antes de meterse a la cama olisqueo las flores y suspiro.
Era de madrugada cuando recibió un mensaje, el sonido la despertó, sonrió al ver de quien se trataba, «feliz cumpleaños princesa», se leía en el mensaje, «Anthony», Candy sonrió nostálgica, sus ojos se clavaron la pantalla del celular y luego en las flores que Terry le había regalado, «gracias Anthony, te quiero», su respuesta fue breve, dejo el teléfono a un lado y volvió a dormir.
Continuará....
esa envidiosa 
