CAPITULO 7 AQUI
CAPÍTULO OCHO:
TRAS LA PISTA DE CANDICE
Como si fuera una pequeña niña, la ojiverde caminaba feliz con rumbo a su departamento. Había comprado dulces y chocolates y estaba dispuesta a satisfacer el feroz antojo que su embarazo le provocaba. De verdad agradecía mucho las palabras de la señora Martha, su sentimiento de culpa se había esfumado y estaba dispuesta a disfrutar su vida en pareja.
Llegó al departamento y encontró a Terence recostado sobre el sofá, sus ojos estaban cerrados y con una mano masajeaba sus adoloridas sienes para tratar de aplacar el creciente dolor de cabeza.
—¡Terry! Hola amor, llegaste temprano.
—Candy, cariño. Regresé por unos documentos del caso McGregor.
—¿Está muy complicado el caso?
—Algo, lo que sucede es que no me gusta el camino que está tomando. Los nietos de ese pobre viejo lo quieren declarar intelectualmente incapaz.
—Pero… él ya es una persona muy anciana; de seguro no está actuando juiciosamente.
—¡Nada de eso, amor! El viejo McGregor tiene la vitalidad de los antiguos guerreros escoceses. Te aseguro que él será quien entierre a sus ambiciosos sobrinos antes que ellos lo declaren loco.
—Qué lástima que tengan que llegar a esos extremos por dinero.
—Así es, por eso mismo es que no me está gustando el rumbo de este caso y eso me provoca este dolor de cabeza, que poco a poco se ha vuelto insoportable.
La rubia mujer terminó de guardar las compras que había dejado sobre la mesa y se acercó a su hombre para tratar de aliviar en algo su creciente dolor.
—Déjame ayudarte con un masaje, tengo unas manos maravillosas para los masajes.
—¡Qué bueno! De verdad te lo agradecería.
Candice se colocó un poco de crema perfumada entre sus manos y comenzó con su labor.
El hombre terminó por relajarse sobre el sofá y dejó que ella masajeara su cabeza y continuara su delicioso camino a lo largo de su contracturado cuello.
—¡Dios! ¡Qué alivio!, tienes el toque de un ángel sobre tus manos. Siento como se desvanece este horrible dolor de cabeza.
Las manos de ella masajearon con dulzura y destreza las sienes del castaño, con suaves toques sus largos dedos se deslizaron sobre su cuello haciendo que el dolor desapareciera por completo, dando paso a la relajación. La mujer se alejó por un momento del castaño provocando que éste reclamara su ausencia.
—¿A dónde vas?
—Espera cariño, tengo algo que terminará por relajarte completamente.
Un dulce y apetecible aroma llegó a sus fosas nasales, de inmediato pequeños bocados de pastelillos fueron ofrecidos a la boca del castaño y éste sin oponer resistencia los comió.
—Mmmm, ¡están deliciosos!
Mientras el hombre saboreaba los bocados de pastel de los dedos de su mujer, no dudó en tomarla por las caderas y en un solo movimiento la colocó a horcajadas sobre él
—¡Señor Graham! ¿Y el dolor de cabeza?,
—Se acaba de diluir por completo, es más, tus manos me están provocando ganas de devorar otro “postre”
Candice sonrió ante el osado comentario del ojiazul, con gesto seductor se acomodó sobre él y se soltó el cabello dejando que caiga sobre sus hombros como si fuera oro líquido. El hombre estaba hipnotizado viendo como ella se despojaba suavemente de su blusa para quedar vestida tan solo con su brasier de encaje.. Con un pequeño mordisco en su labio inferior le indicó cuán deseosa estaba de ser amada. Su voz cargada de deseo susurró aquellas palabras que ya quemaban en su interior.
—¿Sabe algo señor Graham? Mi intención era calmar ese dolor de cabeza con un inocente masaje, pero al parecer usted necesita un tratamiento completo y dicen que por ahí que se descansa mucho mejor después de hacer… el amor.
El castaño sonrió de manera descarada, su mujer quería ser amada y él estaba más que dispuesto a complacerla. Su masculina erección se hizo presente y vio gustoso como ella ronroneó de placer con tan solo su roce. Sin reparos utilizó sus fuertes manos para alzar su falda y acariciar con ardor sus muslos. Mientras las inquietas manos de la joven jugueteaban con su corbata, él deslizaba sus dedos por la prenda íntima en busca de aquella jugosa perla llena de deseo.
Cuando las varoniles manos encontraron lo que tanto buscaban, comenzaron la suave y placentera tortura que ella tanto deseaba. La piel erizada y febril era la clara señal de que el experto amante estaba llevando a su mujer al límite de la pasión. Con sus ojos cerrados y su cabeza echada hacia atrás pedía que su dulce tortura no acabara.
—¡Terry!... .yo…quiero más…
—Y yo muero por entrar en ti, pero primero quiero probarte ... .saborearte. Señora Graham, voy a recorrer sin límites tu cuerpo.
Ella suspiró quedamente, sentía como su cuerpo se derretía y reaccionaba con ferocidad ante cada caricia atrevida que él le proporcionaba. Era un placer lujurioso sentirlo de esa manera. Su boca entreabierta no pudo reprimir los pequeños jadeos al sentir la hambrienta mirada de su hombre mientras era invadida íntimamente por uno de sus dedos. Largos minutos de placer llegaron a su cúspide cuando fuertes y cálidos espasmos llenaron su entrepierna. Tragó en seco cuando lo vio lamer sus dedos índice y medio cubiertos por su esencia de mujer.
—Terry…
—Deliciosa —Dijo el castaño mientras abría con deseo el brasier dejando al descubierto aquellos seductores senos que se disponían erectos y listos para saciar su lujuria.
Mientras era devorada a besos por la hambrienta boca del castaño, ella se aferraba a los bordes del sofá disfrutando intensamente de esa sensación de ser amada y deseada. La voz sedosa y aterciopelada de él la hacía vibrar y estremecerse.
—Me encantas, mujer. Haces que arda de deseo cada vez que toco tu piel. Quiero amarte aquí y ahora sin límites de tiempo.
—Terry… me vuelves loca. Ámame mi amor, cubre mi cuerpo con tus beso y siembra en mí las semillas de tu amor. Solo ámame.
El deseo y la pasión nuevamente envolvió a la pareja de amantes que no paraban en prodigarse palabras cargadas de lujuria. Las manos de él se convirtieron en brasas ardientes que dejaban huellas por donde tocaban y sus azules zafiros no se cansaban de verla moverse deliciosamente sobre él. Las caderas acompasadas al ritmo de la cabalgata femenina exigiendo más con cada embate masculino era lo que se vivía sobre el sofá de la sala.
Los cuerpos sudorosos y perlados se estremecieron al momento que liberaron todo el frenesí que emanaba de ellos como lava ardiente llenándolos por completos.
La noche los sorprendió abrazados y acurrucados en el sofá de la sala. Ella dormía profundamente mientras él disfrutaba de su cuerpo desnudo. No quería despertarla, últimamente veía a Candy tan cansada que prefería dejarla dormir. Sin que ella se diera cuenta, la alzó entre sus brazos y la llevó hasta la cama de su habitación donde la colocó cómodamente.
La mañana los sorprendió en un ajetreo intenso. La pareja había disfrutado tanto su entrega que se habían quedado profundamente dormidos.
Terence caminaba de un lado a otro con su maletín de trabajo y tomando a toda prisa un café bien cargado.
—¡Demonios! Tengo el tiempo medido para llegar al bufete. Nos vemos en la noche, cariño.
Un beso apresurado fue dado y el castaño salió como si fuera un rayo. Candice suspiró ante el ajetreo de la mañana. Tocando su vientre plano le habló dulcemente al ser que crecía en su interior.
—Tranquilo mi precioso bebé, pronto le daremos la noticia de tu llegada, ahora no es el momento adecuado; pues papá está muy preocupado por el caso del señor McGregor. Pronto llegará el momento oportuno.
El reloj de pared marcaba las 9 AM y Candice tomaba su bolso para ir rumbo a su trabajo sin sospechar que sus días de calma y sosiego estaban por llegar a su fin.
En la librería de la señora Martha un nuevo problema se estaba formando. Georges se había presentado de manera puntual en el local para tratar de convencer a la anciana que le dijera el paradero de Candice.
—¡Qué necedad la suya! Ya le dije que mi nombre es Martha Steward, no soy O'brien.
—Estimada señora, no sé cual es el motivo por el que usted me oculta a la señora Candice, pero le digo que ella debe volver a los EEUU; así lo requiere su esposo.
—Pues aquí no está esa señora a quien usted busca.
El hombre no dejaba de poner el dedo en el renglón, pues estaba seguro que Candice trabajaba en esa librería.
La insistencia de aquel misterioso caballero hizo que Martha desconfiara mucho más de las intenciones de esa poderosa familia; así que optó por seguir negando conocer a la rubia. Grande fue su sorpresa cuando la campanilla de la puerta principal sonó anunciando la llegada de alguien.
Los ojos grises de la anciana duplicaron su tamaño al ver el rostro sonriente de Candice llegando a la librería sin ser consciente del inminente peligro en el que se hallaba.
Cuando la anciana divisó a lo lejos la figura de Candice ingresando al local, no se le ocurrió otra cosa que derramar intencionalmente la pila de libros que reposaba sobre el mostrador.
La educación de Georges lo obligó a agacharse de inmediato a recoger todo el desastre ocasionado por la anciana.
—¡Oh Dios! ¡Mis libros! Tenga la amabilidad buen hombre de ayudarme a recoger todo este desastre. ¡Santa madre! Son libros que tengo que entregar a un cliente sumamente importante.
Mientras el hombre se acuclillaba a recoger los libros tirados en el piso, la anciana hizo un gesto de negación con su cabeza y con su mano le indicaba a la rubia mujer que no hiciera ruido. Candice detuvo su avance y se quedó sin comprender la extraña actitud de la señora Martha.
Una nueva pila de libros fue a parar al piso mientras la anciana exclamaba a viva voz.
—¡Me lleva el diablo! Mis torpes manos lo han hecho de nuevo. Señor Villers, le agradezco mucho su ayuda, eso me indica que usted es un hombre bueno y amable, pero lamentablemente no lo puedo ayudar porque simple y sencillamente no conozco a la tal señora Candice.
—Señora O´brien… ¡Necesito encontrar a la señora Candice!
—No, no, y no. Yo no recuerdo haber visto a esta señorita. ¡Míreme hombre! Tengo 80 años y el alzheimer me está rondando, ¿cómo piensa que me acordaré de un rostro en particular?
El rostro de la ojiverde palideció al escuchar la fuerte e inconfundible voz de ese hombre al que ella reconocía como el “perro guardián” de William. Un fuerte palpitar se apoderó de su pecho.
—¿Qué hacía Georges ahí? ¿por qué la buscaban? —se preguntaba mientras se deslizó de manera silenciosa por un estante de libros que logró ocultar su presencia.
Georges ya estaba cansado de la necia actitud de la anciana. Reuniendo toda su paciencia, espetó.
—Escúcheme señora O´brien, la presencia de la señora Candice es indispensable, la matriarca de la familia necesita de manera urgente que ella regrese a la mansión.
Candice se llevó una mano a su boca para callar su grito desesperado. —¿Por qué la señora Elroy requería de su presencia? ¿¡qué carajos estaba pasando!? —eran las múltiples preguntas que ella se hacía en ese momento. Temblando y con el corazón a mil, la ojiverde escuchaba como la anciana negaba conocerla.
—Mire señor Villers, ya su insistencia me está colmando la paciencia. Número uno: No soy Martha O'Brien, mi apellido es Steward. Segundo: No conozco a la tal señora Candice. Y tercero: Vaya a buscar a esa señorita a otro lado, porque si usted regresa a mi librería con su insistencia, llamaré a la policía y levantaré una denuncia contra la estirada familia Adlay para la cual usted trabaja y me importará un bledo el escándalo.
El hombre frunció su entrecejo, se acomodó su sombrero y salió de aquella librería. Su frustración era tanta que se fue sin tan siquiera despedirse.
Una vez que el hombre salió, Martha corrió hasta la puerta de entrada y le puso el cerrojo. Sobre el cristal de bienvenida colocó el letrero de CERRADO y fue hasta el sitio en donde se encontraba la rubia.
Cuando llegó hasta ella la vio en silencio y algo aturdida, sin reaccionar a su llamado.
—¡Candy! ¡Candy! —insistió la anciana, pero ella solo parpadeó sin comprender lo que estaba ocurriendo.
—¡Vamos niña, háblame, no me asustes!
.
Con palabras algo atropelladas, la ojiverde habló.
—¿Qué hacía aquí ese hombre? ¡Ese es el perro guardián de William!
—Pues niña, ¡ese sujeto está buscándote como un loco! Ayer estuvo aquí y yo lo espanté, pero hoy regresó con el mismo tema y ya mucho más intenso. Me dijo que una tal “matriarca” necesita que regreses de inmediato.
La desesperación se estaba apoderando de la rubia mujer, alzando algo su tono de voz, volvió a preguntar.
—¿Y por qué diablos esa despreciable señora me está buscando? ¡Esa mujer me odia!
—Bueno, ese bigotón solo me dijo que TU ESPOSO requería tu presencia.
—¿Mi esposo? ¡Pero si William me ha dado el divorcio! ¡Yo no tengo esposo! ¡Yo ya no tengo nada que ver con esa familia!
—Pues, al parecer ese hombre ha cambiado de opinión y… ahora te está buscando. Él y la famosa matriarca están tras tu pista.
La rubia rompió en llanto. Su mundo perfecto a lado de Terence se estaba resquebrajando y los nervios ya la estaban invadiendo. —¿Cómo podía enfrentar ella a los Ardlay? —se preguntó internamente mientras sus lágrimas mojaban el regazo de la anciana.
—A ver, mi niña, será mejor que te calmes. A lo mejor y estamos haciendo una tormenta en un vaso con agua. ¿Tienes a alguien de confianza allá en esa mansión que te pueda dar una explicación de lo que está ocurriendo?
Con voz quebrada, la joven contestó. —Bueno… creo que puedo llamar a una antigua empleada de servicio que siempre me brindó su amistad y fidelidad.
—Entonces, llámala. Usa un teléfono de alquiler y llámala. Así saldrás de dudas.
Algo más calmada, Candice asintió ante la sugerencia de la anciana. Se quedó toda la mañana dentro de la librería sin atender al público. La amable señora Martha se encargó de ese detalle para que la rubia mujer meditara mejor las cosas.
Al llegar la hora del lunch, la única persona en abandonar la librería fue la anciana. Cerró la puerta principal y colocó el letrero de cerrado para que de esa manera Candice no sea molestada.
Ese ir y venir de la anciana era meticulosamente observado desde lejos por el fiel sirviente de los Ardlay que seguía muy de cerca a todos y cada uno de los compradores que ingresaban a la librería.
Afortunadamente la librería tenía una puerta trasera que fue utilizada por la rubia al momento de abandonar la librería. Con nerviosismo en su corazón ingresó a un pequeño hotel y pudo solicitar una llamada fingiendo ser un nuevo huésped. Cinco de la tarde en punto marcó su reloj cuando el teléfono comenzó a repicar.
[ring][ring][ring]
—¿Sí diga?
—Eh… ¿Dorothy?
Del otro lado de la línea, la muchacha de servicio comenzó a tartamudear. No sabía si habían instalado las cámaras de vigilancia para la servidumbre, pero no podía correr el riesgo de que la encontraran hablando con su ex patrona. Fingiendo hablar con un familiar, exclamó.
—Yo..eh..eh..este..¡Juliette! ¡Sabes que no debes llamarme en horas de trabajo!
—Dorothy, ¿no puedes hablar?
—Algo, muy poco.
—Dime. ¿por qué la señora Elroy me está buscando?
—Tu sabes que aquí estamos muy preocupados por la salud del señor William; aún no se recupera por completo y todos estamos al pendiente de eso. Él sigue en la clínica y su madre requiere que la señora Candice regrese para que se ocupe de él. Juliette, de verdad no puedo atenderte, estoy muy atareada; sin embargo te buscaré en el Hogar de Pony, como siempre lo hemos hecho.
Sin más la muchacha cortó la llamada y guardó su celular rogando no haber sido captada en video por las cámaras de vigilancia. Rogó porque su ex patrona hubiese comprendido el mensaje. Ahora más que nunca necesitaba hablar con ella y ponerla al tanto de lo que ocurría en la mansión.
Candice se quedó meditando en las palabras Dorothy. A todas luces ella quería contarle algo, pero hacerlo por el celular no era seguro. —¿Qué está ocurriendo en la mansión Ardlay? —pensaba la ojiverde.
Los siguientes 2 días Candice no pisó la librería, algo que le extrañó mucho a Terence.
—¿Qué sucede Candy? ¿Por qué no has ido a trabajar? ¿Te sientes enferma?
—¡Oh! no nada de eso. La señora Martha está haciendo unas remodelaciones y prefirió que nadie vaya a trabajar hasta que todo esté listo.
—Oh, bueno. Entonces puedes aprovechar estos días libres para ir de compras. Un vestido nuevo, por ejemplo.
Candice se sentía terriblemente mal mintiéndole a Terence, pero no podía armar un alboroto sin saber qué era lo que realmente ocurría, o a lo que se iba a enfrentar. Estaba absolutamente distraída pensando en los problemas con los Ardlay, no obstante las palabras de Terence la trajeron a la realidad.
—¿Un vestido?
—Bueno, no te lo había comentado porque tenía pensado en no asistir, pero los otros abogados insistieron. El próximo sábado es la convención anual de abogados de la firma y pues requieren que todos asistamos con nuestras respectivas parejas. Es algo casual, pero sin dejar de ser elegante. Me gustaría que asistieras conmigo.
—¡Será emocionante conocer a tus compañeros!
—Si, pienso que es la oportunidad perfecta para presentarte como mi novia y futura señora Graham.
La mujer tenía sentimientos encontrados. Por un lado estaba Georges, que no dejaba de vigilar la entrada de la librería, eso le había comentado la suspicaz anciana que se había fijado en el automovil negro aparcado al frente de su negocio sin moverse por horas; y por otro lado estaba la vida tranquila y hogareña que tenía con Terence y que al parecer corría peligro.
Luego de la extraña pista que Dorothy le dejó, pudo contactarse con ella por medio de una red social utilizando el mismo seudónimo que había utilizado tiempo atrás para sus salidas clandestinas y que solo ellas dos conocían, “El hogar de Pony”
Lo que Dorothy le contó, la dejó perpleja. La señora Elroy se había enterado de que ella había viajado a Londres para encontrarse con otro hombre y estaba furiosa. Las múltiples maldiciones se las pudo imaginar y el cruel castigo que esa mujer le tenía planeado también lo podía visualizar. Tembló con la sola idea de regresar a esa mansión…pero ¿acaso William no había hablado con ella? ¿ Y los papeles de divorcio? Se supone que los abogados dieron trámite a ese juicio de común acuerdo. ¿acaso William se había retractado en su decisión? Lo que Candice ignoraba era el delicado estado de salud del nuevo patriarca Ardlay; pues eso era un secreto incluso hasta para la misma servidumbre de la mansión.
Todas esas inquietudes tenían algo nerviosa a Candice; sin embargo, aún sentía confianza en la palabra de William y eso le daba cierta calma y serenidad. Él había sido sincero al darle su libertad y no tenía porqué jugarle una cruel venganza. Definitivamente él no podía haber jugado con ella de esa manera. La rubia optó por no prestarle más atención a los berrinches de la matriarca y prefirió continuar con su vida tal como lo había planeado, total el divorcio ya ella lo había firmado.
Luego de tres días de perenne vigilancia a la librería de la señora Martha, Georges concluyó que definitivamente la señora Candice no estaba ahí. De nueva cuenta había perdido la pista de esa mujer y eso lo contrariaba aún más
—Será mejor que me replantee esta búsqueda. ¡Maldita sea! esa mujer parece que se la hubiera tragado la tierra.
Oculta tras los enormes estantes, la anciana observó como el terco hombre por fin se daba por vencido. Con una sonrisa en los labios llamó a Candice para informarle la buena noticia.
—¿De verdad se ha ido ese hombre, señora Martha?
—Así es mi niña, el necio del bigote se cansó de estar por 3 días ahí metido en ese auto y prefirió irse. Sin embargo y para nuestra seguridad, te recomiendo seguir usando la entrada trasera del edificio por unos días más.
—¡Por supuesto que lo haré, señora Martha! ¡Gracias por ayudarme!
—De nada mi niña. Mientras estés conmigo, no dejaré que seas obligada a nada.
Mientras manejaba su automóvil, Georges meditaba una y otra vez dónde podía estar la señora Candice. La única pista que le quedaba eran: la dichosa corbata negra que la señora había atesorado en su cofre y las clases de francés que ella había tomado meses atrás. Con esas dos sencillas pistas todo era más complejo aún; pues ya había investigado a todos y cada uno de sus compañeros de clases y todos seguían en EEUU. Si ella no huyó con uno de sus amigos de clases ¿con quién se había encontrado en Londres? Todo se estaba volviendo un caos en su cabeza, tal vez y la señora Candice ya se había marchado de Londres y lo que estaba dejando eran falsas pistas para que nadie lograra ubicarla.
Sin ninguna información certera que llevarle a la señora Elroy decidió regresar a EEUU, tal vez y la información que él buscaba la encontraría en el lugar menos pensado, como por ejemplo el celular personal de la fiel Dorothy o con la agencia de encomiendas que transportaban a la pequeña señora Ardlay..
Continuará…
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