Ella se irguió y levantó la mirada arrogantemente.
—Señor Graham... creo que sobrevalora sus cualidades. Como ha dicho su amiga Karen, tengo muchas oportunidades. —Quería darle duro en su orgullo masculino, tal y como él le había dado en el suyo. La formalidad sonaba mejor para su cometido.
Terrence maldijo en su interior. El pensamiento de que otro hombre pudiese captar su atención lo carcomió ... En su mente estaba todo hecho. La llevaría a su rancho, esa noche la marcaría a fuego y por la mañana iría a ver a un juez para que validase la unión. No acudiría a un hombre de Dios, porque él no tenía esa creencia. La cosa se acababa de complicar. ¡Entrometida Karen Kleiss!
Dio un paso más cerca de ella, su aliento besaba su oreja, incluso sus labios estaban apoyados sobre su piel. Bajó el timbre de voz para que esta vez nadie lo oyese. Ella se estremeció al sentir la caricia en esa parte de su cuerpo.
—Recuerda quién te abrazó anoche cuando estabas desnuda. Te aseguro que en mitad de la oscuridad quisiste besarme mil veces y rogaste que te acariciara. Eres una tentación y me mantuve firme. Debí haberte hecho mía y no estaríamos en esta situación. Fui yo quien se contuvo porque no era justo aprovecharme de tu delirio. Ningún otro logrará que tengas tales pensamientos, Candice . De verdad, confío en que estés preparada para hacer frente a lo que has provocado, porque jamás me rindo cuando quiero algo. —En ese punto se separó de ella y miró a Karen—. Soy más tenaz y perspicaz que tu esposo, señora Hathaway. Así que prepárame una habitación en tu casa.
—¡No! —gritó Candy llena de pánico. Si él se deslizase en su cama, y esa era una costumbre que había adquirido y a la que ella no había puesto fin, no podría refrenar lo que ese poderoso hombre ansiase de su cuerpo.
—Vaya, Terry, para decir que no vas a perseguirla... han bastado unos pocos minutos para demostrar que harás lo contrario —se burló la castaña.
—¿Vas a negarme la entrada a tu casa, Karen? —la desafió.
—Jamás —respondió rauda—. Esa hacienda es de mi esposo y mía, pero todos sabemos que tú has sido un pilar sobre el que asentarla. Te pertenece también. Sin embargo, creo que nos irá bien a todos que sueltes a la dama, vayas a tu casa para poner en orden tus ideas y te sosiegues, Terry. Date una semana y ven a visitarnos, lady Candice y yo te recibiremos si muestras la debida consideración.
Terrence no parecía complacido con la idea de dejarla ir. No así, con tanta facilidad, su orgullo masculino deseaba marcarla... Se colocó delante de ella, sin dejar de sostener su brazo y la atrajo hasta su duro torso, y, sin darle opción a rehuirlo, la besó con fuerza. Era un beso exigente destinado a dejarle claro a quién pertenecía. No le importaba si lo consideraba un salvaje, un hombre sin escrúpulos. Llevaba cuatro malditos días soñando con besarla del modo en el que lo hacía en ese momento y por todos los demonios del infierno que se daría el capricho.
Candy deseó darle una patada en la espinilla y echar a correr. Pero, no pudo. Sus brazos se colocaron sobre su nuca y él aprovechó el gesto para sostenerla más cerca. Ella sintió la dura virilidad de él punzando en su bajo vientre y eso envió un ramalazo crudo al centro de sus piernas. Trató de responder a su asalto, pero ella no sabía besar del modo en el que él lo exigía.
Terrence interrumpió el beso con la misma brusquedad que lo inició.
—¿Puedes andar con normalidad, Candy? —Intuía que le habría derretido las rodillas como la mantequilla. No hubo burla en su pregunta, solo preocupación. Ella asintió sin ser consciente de lo que acababa de ocurrir ni de dónde estaba. Terrence la soltó y luego miró a Karen para explicarle —: Iré a tu casa en pocos días. No pienso dormir en las casas rodantes de los empleados. —Se dio la vuelta y se marchó de allí en dos zancadas.
Candy miró el carruaje, en tanto Annie sonreía con satisfacción y Karen, lo hacía con mayor gozo todavía.
—Él luchará por ti. No te preocupes. Te irá bien mantenerte firme frente a él. Está acostumbrado a salirse siempre con la suya y es momento de que se dé cuenta de que su palabra no es la ley.
Candy volvió a asentir y se subió al carruaje, con la ayuda de Karen.
¡Santo Dios! ¿Qué acababa de ocurrir? —Se tocó los labios con los dedos temblorosos.
—¿Él es siempre así? —preguntó con cautela.
—No. Hasta la fecha no lo había visto más que preocuparse por los caballos. Jamás de una mujer. Lamento informarte de que tienes un largo trabajo por delante. Creo que le has echado el lazo y debes domarlo para que sepa su lugar, lady Candice.
—No, no. Solo Candy, por favor.
Karen le sonrió con ternura y alegría. Por fin había llegado el día en el que su hermano mayor había salido de su zona confortable para reclamar a una mujer. Sacudió la cabeza. No había imaginado que viviría para ver una hazaña semejante. El futuro se acababa de volver más que interesante.
Cuando llegaron a las tierras de la impresionante hacienda Kleiss, Candy estaba asombrada. Tenía muchísimos acres y una casa preciosa que se divisaba a lo lejos, bastante grande. Casi igual que la de sus parientes.
—¿Todo esto es tuyo? —le preguntó con incredulidad a Karen.
—Mi tío me lo legó y cuando me casé con Robert, él pasó también a ser el dueño, confío plenamente en él. Velará por nuestros intereses para que nuestros hijos tengan un futuro próspero. Tengo un niño, su nombre es Robbie. Es terrible como lo somos su padre y yo. Ya has podido comprobar que soy una mujer un poco... Un poco, no, bastante peculiar. Por lo de ser mujer y dirigir una hacienda... Terrence es, aunque no tenga su sangre, mi hermano mayor. También lo es Albert, aunque creo que a él no querrás que lo nombre.
—¿La señora Ardaly te lo ha explicado... todo en la nota? —inquirió con cautela la rubia.
—Sí. Es mejor que todo haya sucedido así. Con Terrence estarás bien... en cuanto él comprenda que no puede imponer su voluntad por encima del resto. Él puede llegar a ser muy intenso si no sabes manejarlo.
—Sí, me he dado cuenta. Me ha dicho que como Cornwall no me quiere, yo tengo que casarme con él.
—¿¡En verdad ha dicho eso!? —exclamó Karen alarmada.
—Cada palabra.
—Estaré encantada de verlo arrastrarse.
—¿Tú y él...? —Necesitaba saber si habían sido algo más...
—¿Qué? —Karen no entendía la pregunta.
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