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LEGADO GRANCHESTER.
CAPÍTULO 9.
PARTE 2
Candice limpió unas lágrimas qué habían escapado de sus ojos color esmeralda. Escuchar a su esposo, la había llevado al pasado, y se perdió en esos días grises.
Tenía cuatro años cuando fue adoptada por una pareja de clase cómoda, William Ardlay y Kelly Anderson, ellos estaban sumamente felices con la pequeña, quién era una bendición que la vida les había negado. William y Kelly, tenían una pequeña empresa, que se dedicaba a la producción de toda clase de dulces, pasteles, galletas, postres y variedades derivadas del cacao. Emprendimiento de William al ser rechazado por su familia, al casarse con una muchacha de clase baja.
Chocolatería “El Escocés” generaba lo suficiente para llevar una vida cómoda, incluso tenían varios empleados; quienes ayudaban a William Albert a elaborar los productos, y Kelly era quién atendía el local. Posteriormente, cuando Candice se incorporó al matrimonio Ardlay Anderson, ella se quedaba con el papá, pues le encantaba hornear los pastelillos, en donde aprovechaba para manosear la masa cruda, y comérsela a escondidas.La familia de Kelly, había realizado una fiesta y al ser ellos, los padrinos del pastel, se quedaron hasta tarde, cuando se hizo la partición del mismo. Julia, la hermana de Kelly, les insistió a que se quedaran, pero ellos no aceptaron, porque al día siguiente tenían que entregar un pedido grande de cupcakes, así que se despidieron de todos, y abordaron la camioneta familiar.
El largo trayecto los había agotado, y la neblina de la madrugada era densa, por lo que William conducía con precaución. Kelly y Candy no aguantaron el cansancio y se quedaron dormidas, William cerró por un momento sus pesados párpados, y esos segundos fueron letales, ya que, al abrirlos, las altas luces encandilaron y cegaron sus ojos, el claxon del vehículo pesado sobre ellos los ensordeció, giró el volante sin pensarlo y al perder el control, cayeron en un barranco. Todo sucedió tan rápido para Kelly y la pequeña, pero en cámara lenta para William Albert, quién lo último que vio, fue a su esposa aferrarse con todas sus fuerzas a la pequeña, quién gritaba no solo aterrada, sino por el dolor que los golpes le producían. La camioneta quedó destrozada, y la única sobreviviente fue Candy.
Al enterarse de la tragedia, los Anderson acudieron al hospital, consternados y entre lágrimas buscaron a la pequeña, pero simplemente la niña, ya no estaba. Estuvieron haciendo averiguaciones, y lo único que se les dijo, era que la abuela de Candice Ardlay, se la había llevado. Dos días después, en el funeral de William y su esposa, la señora Elroy Ardlay tía abuela de William, negó la entrada a cualquiera que no llevara el apellido Ardlay. Y mandó a su abogado, para hacerles saber que los Ardlay, tendrían la custodia de Candy, pues ellos, a diferencia de los Anderson, tenían los recursos para su mantención y educación.
Con mucho dolor y sin recursos para pelear por la niña, los Anderson se fueron. Sin embargo, todo aquello solo había sido una pantomima, pues la señora Elroy detestaba a Candice, por no llevar la sangre de los Ardlay. De manera que, sin pensarlo dos veces, la envió a México con la familia un ex empleado suyo. La mujer de García, se encargaba de ella motivada por la remesa que recibía cada fin de mes, pero conforme la pequeña fue creciendo, los problemas también.
La mujer fue aborreciéndola porque Candy, era mucho más linda que sus rechonchas hijas, además ya estaba harta de cocinar para una boca más, pues suficiente tenía con sus cinco hijos, que eran tremendos glotones y unos holgazanes. La señora María aprovechó que Candy era de naturaleza acomedida, por lo que, le impuso ayudar con las tareas domésticas, y con los animales en los corrales. Aquello no era problema para Candice, quién lo hacía feliz, y esa era la actitud, que tanto detestaba la señora de García.
Cuando la señora Elroy enviaba cajas con ropa y calzado, María de García, se quedaba con todo y lo repartía a sus hijas, claro que algunas prendas las vendía, ya que, a sus gordas hijas, no les quedaban. Candice ya no era tan ingenua y se daba cuenta de que no la querían, y muchas noches lloraba en silencio, extrañando a papá Bert y mami Kelly. Muchos recuerdos fueron borrándose de su memoria, sin embargo, unos resistían a permanecer en su corazón… Al cerrar sus ojitos, aparecía la silueta de su papá con la gabacha blanca puesta, mezclando los ingredientes en la batidora, y ella entrometiéndose para ayudarlo a amasar la harina. O se veía llevando un banco alto, para estar a la altura de su mamá, y sacar las monedas de la caja registradora, para dar el cambio a los clientes.
Candice asistió a una escuela pública, en donde pasó por muchas situaciones, entre ellas la carencia de útiles escolares, y hambre. De García, fue reduciéndole las porciones de comida, y con todas las tareas que hacía en la casa y granja, la niña llegó al primer grado de la desnutrición. Los maestros en la escuela estaban preocupados, y llamaban constantemente a la señora María, pero ella les mentía diciendo que la niña era muy melindrosa para comer. Candice agradecía las manzanas, y las golosinas que sus amigas le compartían, pues eso aliviaba su hambre.
Tenía once años, cuando fue golpeada brutalmente por haberse comido unas tortillas. Sin aguantar más las humillaciones y los maltratos, aprovechando que un grupo de misioneros llamados “Los Testigos de Jehová”, estaban en esa área rural, ella se mezcló con ellos y de esa manera huyó.
Sola y desamparada, quiso buscar a su tía Julia, pero no tenía idea de donde vivía, e ir a una casa hogar tampoco era su opción, pues había escuchado cosas horrendas que le hacían a los niños y las niñas. Caminó bastante, hasta que pasó las arboledas que conocía, y se adentró a los magueyales de otro pueblo. Se escabulló en un mercadillo, y al llegar a un puesto de frutas, se escondió entre unos grandes canastos. Así permaneció con sus rodillas dobladas, ¿esperando qué? No tenía idea, solo sabía que no quería volver con los García.
Sus piernas estaban entumecidas y no dejaba de temblar por el frío, y hambre a su vez, sus ojitos estaban casados y los cerró una sola vez; y eso fue suficiente para quedarse dormida.
Varios sonidos la despertaron, y se asustó, pues no reconocía donde estaba. Sé quitó las sábanas qué la cubrían, y se dio cuenta de que no traía sus viejos zapatos puestos, caminó descalza hacia el siguiente cuarto, entonces vio la figura de una mujer, y la reconoció, pues era la dueña del puesto de frutas.
Empezó a sollozar, creyendo que la mujer la había descubierto cuando robó algunas de sus frutas. Estaba segura de que la vendería a los malhechores, o tal vez la matarían para sacarle sus órganos y venderlos. Vio a la puerta que seguramente sería la salida, así que empezó a caminar sin hacer ruido, pero entonces la mujer, qué ya había antelado su presencia, se giró y se quedó en su sitio—Está listo el desayuno—. Le dijo.
Candice la vio con desconfianza, paso a paso, retrocedió y se encerró en el cuarto donde había pasado la noche, permaneció varias horas en el lugar. No tenía idea de qué hacer, no tenía zapatos, comida, ni un solo centavo en la bolsa. Y si volvía con los García seguramente le darían tremenda paliza. El miedo le susurraba cosas horrendas, y la soledad le daba esa sensación de vacío; no pudo evitar sollozar, y le recriminaba a la vida su desdicha. ¡Cuánto hubiese deseado morir junto a sus padres! O mejor aún, ¡no hubiera nacido!
Pero entonces la mujer se agachó y la abrazó, Candy no pudo moverse e inexplicablemente, sintió la presencia de sus papás en esa muestra de afecto y consuelo. Después de eso, Candice le contó todo a la señora, y la mujer no la echó, sino que le ofreció un techo y comida, a cambio de que la ayudara en la venta de frutas.
Pasaron algunos días, y Candice quería seguir estudiando, pero no podía hacerlo, por carecer de documentos de identificación. Así que una tarde, decidieron probar con sacarle papeles nuevos, pero vaya sorpresa la que se llevaron al llegar a la Municipalidad del pueblo, pues la chica tenía un reporte de desaparecida. Sin derecho a protestar o mucho menos hablar, se llevaron a ambas a la estación policíaca, en donde de inmediato las apresaron.
La señora Elroy quién para ese entonces vivía en Estados Unidos, recibió la noticia y viajó a donde tenían recluida a Candy. Su impresión fue grande al ver a la niña, estaba muy flaca para su gusto, pero seguía siendo bonita. Lo pensó mejor y decidió quedársela, al fin y al cabo, ella aún tenía la custodia. No la investigaron, pues debajo de la mesa, el dinero era el que hablaba.
Entre lágrimas, Candy se despidió de la mujer, quién también recibió su libertad, y prometieron recordarse, con esa canción que Pony siempre le tarareaba en sus noches de tristeza, donde, a pesar de todo, la animaba a sonreír, porque no sabía que le esperaría a la vuelta de la esquina. Candice se prometió que algún día volvería, para llevársela a vivir con ella.
Elroy Ardlay la ingresó a un buen colegio en donde estudiaba dos jornadas, para recuperar el tiempo perdido. Y fue de esa manera que entró como una chica normal a la universidad, misma, donde conoció a Terence, su ahora esposo.
Suspiró, por el mal sabor qué algunos recuerdos le dejaban, limpió las lágrimas de su esposo y las suyas. Terry sabía sobre su origen, la muerte de sus padres adoptivos, pero no del verdadero sufrimiento, que ella vivió en su infancia e inicios de la adolescencia.
—Ya no te atormentes con eso mi amor, porque nadie nace sabiendo. Hemos llegado hasta donde estamos, a cuesta de muchos sacrificios, es verdad, y creo que todo ha valido la pena. Tú y nuestros hijos, son la recompensa más bella que la vida me ha dado. Eres el mejor esposo del mundo—. Candice le dio otro beso en la frente, y él le dedico una mirada llena de amor.
Continuará...
Última edición por AstridGraham el Lun Mayo 01, 2023 9:46 pm, editado 1 vez (Razón : Actualización de link de lectura.)
