LEGADO GRANCHESTER
CAPÍTULO 2.
Parte 1
Cuando Terence estaba por egresar de la New York University (NYU), su padre Richard, quien en ese entonces era el presidente de GAQUIM, empezó a padecer fuertes mareos, dolores de cabeza, y fatiga en extremo; luego de varios exámenes con los mejores especialistas del país, le diagnosticaron insuficiencia cardíaca; por lo cual, decidió retirarse de la presidencia, pues ya no quería exponerse a tantos ajetreos.
Como perros carroñeros parecían los viejos directivos, disputándose el puesto que según ellos quedaría vacante; pero lo que no sabían era que Richard Andrew Granchester ya había elegido como sucesor a su único heredero. Aquello fue una bomba, causando miles de controversias y desaprobaciones, ante todo, por la edad e inexperiencia del muchacho. En esos días el ambiente se volvió hostil y las amenazas contra el alto mandatario, no se hicieron esperar. De manera que, Flanagan, Statford y Mcgregor, presentaron su renuncia a sus puestos de altos mandos, dejando totalmente inestable a la multinacional.
Y en medio de aquel caos, Richard fue sometido a cirugía para la implantación del marcapasos. Por lo cual, Charles Graham Granchester abuelo de Terry, vino de Londres para guiar a su nieto, pues nadie conocía mejor la compañía, que el fundador mismo en persona. Y aunque el señor Charles Graham ya estaba retirado, seguía estando al tanto de sus empresas, por los estados financieros y contables que le hacían llegar.
En ese entonces, la solución inmediata fue buscar a profesionales, responsables y comprometidos a apropiarse y desarrollar la visión de la compañía. Y entre esos perfiles estaba Candice Ardlay, quién aún no se graduaba, pero al ser la novia de Terry, tenía una oportunidad para demostrar su talento. Y de esa manera, con mucho esfuerzo y dedicación, empezaron a sacar a flote los pedazos que habían dejado de GAQUIM.
~♡~
Actualidad.
La alarma del iPhone lo despertó, y las palpitaciones en su cabeza le recordaron una vez más, que la resaca del vino era una de las peores. Terence movió con lentitud la cabeza, pues la noche anterior, se tumbó boca abajo sobre la cama, sin siquiera quitarse los zapatos y gracias a la mala posición, también le dolía el cuello.
Se sentía fatal y sin energías, sin embargo, él sabía cómo solucionar eso; se levantó y entró al cuarto de baño, minutos después salió con la cara fresca y vistiendo como única prenda un bóxer negro que le quedaba muy bien ajustado tanto en la parte delantera, como en la trasera. Sacó de su clóset un atuendo deportivo, y una vez que estuvo vestido, bajó al gimnasio.
Terence Graham Granchester Baker, se conservaba en buena condición física, ya que desde joven había gustado de ejercitarse, tenía un gimnasio instalado en su casa, el cual mantenía bien equipado. Annie Brighton quién era paisajista y diseñadora de exteriores, fue la encargada de instalarles dos piscinas, una era tipo laguna que con sus tenues luces de colores, por las noches se apreciaba de manera espectacular; y la otra era tipo munich que se encontraba a la par del gimnasio; y esa era la que él usaba a diario.
Llevaba alrededor de veinte minutos corriendo en la banda, cuando le entró una llamada de Michael.
—Buen día ingeniero, le recuerdo que a las seis estaré en su casa.
El reloj estaba por marcar las cinco de la mañana, Michael Ferguson al igual que su jefe se levantaba muy temprano.
—Buen día Michael—. Le respondió agitado, al tiempo en que se limpiaba el sudor que goteaba de sus cortos cabellos y le salpicaba la frente—Gracias por recordármelo, hoy tenemos un desayuno con... — Trató de recordar con quién, pero lo había olvidado.
—Con los ingenieros de MarloweChemicals, señor—. Su asistente terminó la frase por él.
— ¡Diablos!, ¡qué suertecita la mía! – Soltó en un tono burlón, sacando una risa a su interlocutor. A Granchester le caía como patada en el estómago, el simple de hecho de recordar el nombre de esa petulante ingeniera, que en el pasado había sido una de sus intensas acosadoras—Estaré listo, ¿algo más? — Le cuestionó y al recibir una negativa de respuesta, terminó la llamada. Miró el reloj en su celular, y al quedarle unos minutos, la siguiente media hora la ocupó en nadar.
A las seis en punto, su asistente lo esperaba en el vestíbulo de su casa. Granchester salió vestido impecablemente con un traje hecho a la medida de tres piezas en color gris, camisa blanca y una corbata de un tono oscuro, que realzaba en el traje; con sus zapatos brillantes, y el rolex en su mano izquierda, más que un alto ejecutivo, parecía un modelo de revista.
«Que envidia». Pensó Ferguson al verlo llegar.
— ¿Y hoy, en cuál te apetece pasear? — Terence, le preguntó con sarcasmo a Michael, pues desde hace mucho que su asistente, se había tomado a la tarea de elegir el auto adecuado para sus reuniones; bueno, y otras veces los elegía, solo para darse el lujo de subir a los autos exclusivos del magnate.
Su asistente no necesitó responder, pues se echó a reír al ver el rostro de su jefe, cuando Charlie, el chófer, apareció conduciendo el Mercedes-Benz último modelo; sí, el cero kilómetros. Sin tiempo para refutar, pues “puntualidad” era su segundo nombre, Granchester subió al auto, ya vería más adelante como se la pagarían ese par de sinvergüenzas.
De camino, Terence escuchaba el resumen que Michael le daba con las novedades más importantes sobre las sucursales, de vez en cuando pedía detalles sobre alguna situación de interés. Y de esa manera, llegaron al restaurante, tal y como era habitual en ellos, quince minutos antes de lo acordado.
La reunión y desayuno a su vez, estaba resultando toda una pérdida de tiempo, pues los ingenieros frente a ellos, incluida la rubia petulante que a cada nada le batía sus pestañas con descarada coquetería; estaban rechazando el convenio de precios, propuesta por parte de Granchester, que buscaba el beneficio para muchas importadoras del continente; ya que, MarloweChemicals se había encargado de traer productos a precios escandalosamente ridículos, y con eso estaban destrozando el mercado. Terence conocía el terreno que estaba pisando, dado que la diferencia entre precios, se definía por la calidad de los productos; y en vista que la competencia rechazó su acuerdo, solo debía de ser paciente a que sus clientes volvieran.
Se despidieron estrechando las manos por pura cortesía, pero sí las miradas mataran, más de uno hubiese caído sin vida, y la rubia Marlowe encabezaría la lista.
De camino a la central de GAQUIM, leyó un whatsappazo de Candice, en donde le decía que estaba por salir de Washington y moría de ganas por verlo. Las últimas palabras hicieron que el pulso se le acelerara, pues sabía el profundo significado que estas escondían; una pícara sonrisa se delineó en sus labios, la cual se esfumó al descubrir que su asistente también notaba su emoción.
Continuará...