Dos noches más habían pasado y los esposos Granchester seguían distanciados, Terence por su parte llegaba casi entrada la madrugada, pues la visita de Rolf Baughman el técnico francés así lo demandaba. Después de realizar las demostraciones con sus clientes, siempre se iban a cenar, en donde los tragos no podían faltar; ya que esa era una oportunidad que Granchester aprovechaba, para cerrar negocios.
Pero esa noche, Terence se había pasado de copas, porque era la despedida de Baughman, quién seguiría las demostraciones en otras sucursales, para luego ir a México, Guatemala, El Salvador, y Honduras. Cuando Terry se sintió mareado, se despidió de todos, al ponerse en pie se tambaleó, pero logró aferrarse de una silla. Se despidió de los demás hombres, quienes no tenían la intención de marcharse. Michael al verlo tan mal, intentó abrazarlo por los hombros para llevarlo al auto, donde lo esperaba Charlie, pero él se negó. Antes de salir, ordenó a Ferguson que pagara la cuenta, y les dejó un extra, para que sus clientes, siguieran bebiendo.
Una vez dentro del auto, Michael volvió al restaurante, y Charlie se encargó de llevarlo a su casa. Entró a la sala arrastrando los pies, y con apariencia terrible, ya no traía la corbata, ni el saco, la camisa estaba desfajada, su cabello lucía revuelto, resaltando sus pocas canas, y los lentes, estaban dentro de su estuche, en el bolsillo de su pantalón, esto gracias a Michael.
No supo cuánto tardó en llegar hasta el segundo piso, y a su habitación, pero se sintió feliz de haberlo logrado. La lámpara de la mesa de noche, seguía encendida, notó el cuerpo de su esposa descansar en la cama, se acercó y la vio dormir, una pierna de ella estaba destapada, y de pronto sintió el impulso de amarla. Pronto Candy se iría de viaje, y otra vez se quedaría solo.
Para no perturbar el reposo de Candy, hizo el intento de caminar de puntillas hasta entrar al cuarto de baño, y aquello fue toda una osadía, porque aún estaba mareado. Se quitó las pocas prendas que le quedaban y se dio una breve ducha, el jabón y el champú se impregnó en su cuerpo, dejándole un aroma de frescura. Ahora que su cabello lo usaba corto, no le fue difícil secarlo con la toalla, se cepilló los dientes y lengua, tratando de quitar el sabor y aroma dulzón del güisqui.
Se sentía mucho, muchísimo mejor, volvió a su habitación como Dios lo trajo al mundo, sus pies descalzos caminaron sobre la alfombra y llegó a su cama, levantó el edredón y se acostó con cuidado. Candice se removió sólo un poco, pero siguió durmiendo. Él empezó a pasar las yemas de sus dedos sobre la pierna descubierta de ella, y siguió el recorrido hasta llegar a la entrepierna, depositando suaves besos con sus tibios labios por su espalda, hasta que ella se movió despertando por las caricias; él no detuvo sus manos que se deslizaban sobre las marcadas curvas encima del camisón de seda.
La deseaba y su torrente sanguíneo amenazaba con explotar entre sus venas.
Como las sábanas ya no obstaculizaban su camino, se deslizó y hundió la cabeza en la parte interna de los muslos de su esposa, otorgando placer con su boca; ella enredó sus dedos entre los cabellos cortos de él, cuando una ola de placer la arrasó y sacudió por completo.
Terry lamió sus labios, y se reincorporó. La colocó boca abajo, y estimulado como estaba, no necesitó de más lubricación; ella se amoldaba a su demanda, él le alzó las caderas, y muy despacio, se introdujo en ella. Al principio ella estuvo tensa, pero luego se dejó llevar por la excitación del momento. Él la tomó en esa parte aún inexplorada, y con mucha delicadeza, le dio placer y él también se complacía, no tardaron mucho, pues la satisfacción plena los sacudió en un exquisito orgasmo.
Él fue al servicio, y volvió con un paño húmedo, para limpiarla. Al estar seguro de que no le había hecho daño, la besó y abrazó con fuerza, se acostaron uno aferrado al otro.
—Qué bueno que ya no estés molesta conmigo…— Su voz salió ronca, pues aún estaba afectado.
—No estaba molesta—. Ella aclaró.
—Ah, ¿no? — Él dejó de besarle las manos, interesado en escuchar.
—La verdad, estaba celosa—Le confesó.
—¿Celosa tú?, y de quién sí se puede saber.
—De la Susana.
—Pero, ¿por qué amor?
—El otro día la vi en la compañía…
—Ah… Ya. Pues no tiene por qué sentirse celosa señora Granchester, usted es la única dueña de este corazón— Terence llevó la mano de ella, a su pecho desnudo—y de esto—. Declaró, al llevar la misma mano, a su entrepierna. La besó apasionadamente en la boca, hasta que la dejó sin aliento—Eres mía y yo siempre seré tuyo—.
~♡~
Días después, Ellie y Mía fueron a recibir al aeropuerto a sus abuelos, Richard y Eleanor. El bisabuelo Charles, ya no viajaba, él vivía en Londres y solo se comunicaba por medio de llamadas. Terius seguía con muchas tareas en la universidad. Terence estaba de viaje por São Paulo, Brasil, con unos proveedores de antaño. Candice, había viajado a Chicago, a supervisar una de las bodegas.
El día del cumpleaños de Mía llegó, y tal como se lo prometió Terence, él ya estaba de vuelta.
En Newport, abordaron el lujoso yate bautizado por el bisabuelo Granchester como “El Olimpo”, era el más grande que poseía la familia, tenía un helipuerto, piscina, jacuzzi, sala de cine, gimnasio y doce suites. El clima de ese fin de semana era exquisito, por lo que disfrutaron en nadar. Después bailaron al ritmo de una cumbia, con pasos que Terius les enseñó, los cuales él aprendió en su viaje por Colombia. La nana Pony se sentía en el cielo, al cocinar junto al famoso chef francés, Daniel Boulud, quién al ser amigo de Eleanor aceptó la invitación para prepararles algo sensacional. Bebieron, entregaron los obsequios y partieron el pastel.
La luz de la hermosa luna los cobijó cuando el manto nocturno cayó, era una linda velada y Mía, estaba más que feliz al ver a toda su familia compartiendo y festejándola, atesoraría ese día tan especial. Terence tomó una fotografía a sus tres hijos, la cual pondría en un portarretrato en su oficina presidencial.
Pasaba de la medianoche y los Granchester seguían riendo como tontos, al recordar anécdotas familiares, algunas divertidas y otras no tanto; Mía y Ellie, asaban malvaviscos en una fogata de gas. Y sin previo aviso, Terence se llevó cargada a Candice a su yate privado llamado “Lady Granchester”, un obsequio que él le hizo en uno de sus cumpleaños. Sus hijos, al darse cuenta, comenzaron a silbarles y gritarles, advirtiéndoles que con tres hijos ya tenían suficientes; causando bochorno en Candice.
Dentro del “Lady Granchester”, Candice entró al servicio a ponerse una de las picardías que él le compró la última vez, se perfumó, acomodó sus rizos y salió dando pasos suaves y sensuales, sobre la alfombra aterciopelada. Esperaba ver a su esposo con la bata desanudada, y bebiendo de la copa de champaña; sin embargo, encontrarlo en la posición en la que estaba, la descolocó y corrió a su lado.
Continuará...
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