Estaba recostado en su cama, mirando al techo y suspirando largamente. Se preguntaba si esa sería la vida que tendría su abuelo.
"¿Es esta la vida que viviste, abuelo?", murmuró en voz baja. "He escuchado tantas historias tuyas a través de mi padre. Fuiste un gran abogado en 1917, pero los tribunales de hoy en día son diferentes. Jamás pensé que terminaría viviendo en hoteles. Los maestros de derecho nunca te dicen que al defender a tu cliente, este puede tener enemigos muy peligrosos que querrán eliminarte de la faz de la tierra", suspiró.
Neil no era el típico abogado que aparece en comerciales o vallas publicitarias, pero sin duda era muy respetado en los tribunales por su enfoque agresivo al defender a sus clientes. Su vida era absorbente, no le permitía tener relaciones serias con mujeres. Se había convencido a sí mismo de que su carrera era su única esposa, y ese era su pretexto para evitar compromisos serios. Suspiró nuevamente y miró la pistola en el buró junto a su cama. No era un placer tener una 9mm, pero las circunstancias lo habían obligado a llevar una con él desde hacía años. Sabía que era porque, en la mayoría de los casos, defendía a personas culpables.
Neil Legan ni siquiera se imaginaba que terminaría estudiando leyes. Cuando era más joven, su sueño era ser director de cine. Amaba los efectos especiales en las películas que veía, pero su padre, Jonas Legan, un empresario adinerado que había reconstruido su fortuna después de perderla en la Gran Depresión, tenía otros planes para él. Su madre, en contra de los deseos de su padre, lo llamó Neil, en honor a su abuelo.
En su mente, recordó aquella tarde mientras charlaba con su madre...
—Mamá, ¿por qué papá no me llama Neil, siempre me llama por mi segundo nombre, Liam?
—Oh, hijo, creo que es hora de contarte algunas cosas. Sé que no será tu padre quien lo haga; él se niega a hablar de este tema conmigo. Pero permíteme contarte lo que sé, me lo ha dicho tu tía y tu abuela. Tu abuelo fue asesinado poco después de casarse. Las circunstancias de su muerte nunca se aclararon del todo. Encontraron un frasco de veneno junto a su whisky. Tu tía abuela, Elroy, así se llamaba, dejó algunas páginas escritas a mano en un diario. Ella amaba profundamente a tu bisabuelo. En esas páginas, ella expresaba su alegría por el amor que tu abuelo encontró después de haber creído estar enamorado de otra mujer y ser rechazado. La vida le regaló una hermosa esposa e hijos, entre ellos tu padre Jonas y tu tía Margaret. Tu abuelo decidió estudiar leyes y se convirtió en un abogado excelente, pero como todo abogado, eso le trajo muchos enemigos. Se cree que lo obligaron a tomar ese veneno. Tu tía, que es mayor que tu padre, recuerda cuánto los amaba a todos.
De repente, regresó de sus antiguos recuerdos, una gran sonrisa irónica se formó en su rostro.
"Vaya, parece que sí, esta profesión crea grandes enemigos", pensó mientras recordaba las palabras de su madre.
Se había graduado con honores de la Universidad de Columbia en Chicago. Pensó que ese día su padre aceptaría su elección profesional en lugar de la que él quería imponer para que continuara con el legado Legan. Su sorpresa fue grande al ver solo a su madre ese día, el día de su graduación.
No podía olvidar la sonrisa llena de orgullo de su madre, y nuevamente esa atmósfera de recuerdos lo envolvió.
—Hijo, me siento tan orgullosa de ti —dijo su madre con voz emocionada.
—Gracias, mamá. ¿Y papá? ¿Dónde está? —preguntó, buscando a su padre entre la multitud.
—Oh, hijo, surgió una emergencia en el consorcio —respondió su madre con un tono de disculpa.
—No lo defiendas, mamá. Entiendo que me odia y siempre lo ha hecho. Creo que le recuerdo demasiado a mi abuelo, y ahora, al estudiar leyes como él, yo sello este parecido con broche de oro.
—¡Hijo!
—No lo justifiques más, mamá. Entiendo perfectamente. Por más que he intentado que él se sienta orgulloso de mí, sé que nunca lo lograré. Lo entendí hoy.
Con una tenue sombra de melancolía, salió de su ensimismamiento.
Él había recibido grandes ofertas de trabajo en los bufetes de abogados más reconocidos en la ciudad de Chicago; sin embargo, decidió no aceptar ninguna de ellas y optó por ser abogado de oficio. Sabía que su padre difícilmente sentiría orgullo de él, incluso con todo su esfuerzo.
Quiso provocarlo inconscientemente de esa manera. Era consciente de que la mayoría de las veces defendía a personas culpables, pero el año anterior había defendido a alguien a quien estaba claro que le habían tendido una trampa. Ese caso se había convertido en un desafío para él; quería que aquel hombre fuera libre. Por supuesto, intentaron sobornarlo para que, en lugar de defender a Johnny Johns, lo hundiera y guardara silencio. Sin embargo, cuando aquel hombre de cincuenta años le contó todo y vio la evidencia en el departamento de policía de Chicago, quedó claro que lo culpaban de un asesinato que no había cometido. A Johnny lo estaban amenazando con la vida de su única hija. Él le prometió que cuidaría de ella; aunque no la conocía, sabía que se encontraba en un lugar seguro, gracias a su amigo Terence Grandchester, del departamento del FBI, quien se encargó de buscar a esa chica y ponerla en el programa de protección a testigos. Recordó que tenía años sin ver a su amigo de la infancia y, aunque ambos habían compartido experiencias de su pasado, como el distanciamiento de sus padres, nunca perdieron el contacto. Si coincidían en la misma ciudad, se veían para tomar una copa y ponerse al corriente de sus vidas. La última vez, él le había pedido un favor.
—No sé cómo decirlo, amigo, pero necesito un favor.
—Vamos, hombre, solo dilo. Siempre te he dicho que puedes contar conmigo.
Esa tarde, Neil le contó a Terry todo lo que sabía. Aunque las pruebas incriminaban a su cliente, él había indagado más y encontrado un vídeo de vigilancia donde se veía claramente cómo la víctima salía a despedirlo, y luego entraba un hombre alto y musculoso con una sudadera de capucha. Ese era el verdadero asesino.
—¿Por qué no le muestras estas pruebas a la fiscalía y al juez? Es evidente que no es el mismo hombre; este es más alto y musculoso.
—Porque mi cliente no quiere. Sabe que si es liberado, matarán a su hija. Solo me ha pedido que reduzca al mínimo su condena.
—Dadas las circunstancias, y sabiendo que es inocente, haré todo lo posible por ayudar a esa chica. ¿La conoces?
—No, ni quiero saber nada de ella. Cuanto menos sepa, mejor. Aquí está su dirección en Chicago. Ella no confiará en ti a menos que le des este sobre que le envía su padre.
—¿Tampoco querrás saber su nueva identidad cuando la pongamos en el programa de protección a testigos?
—No. Mi vida corre peligro desde hace tiempo por este caso. Llevo un arma y duermo con ella —Neil levantó un poco su saco para mostrarle a su amigo Gradchester—. Si me atrapan o me torturan, no hablaré de lo que no sé. Es por el bien de esa chica y el mío.
—No pienses así. Cuento contigo. Intentaré investigar más a fondo este caso y ver qué se puede hacer.
—Gracias por tu ayuda. No tengo cómo pagarte, Terry.
—No hay necesidad de agradecer. Si estoy felizmente casado, es gracias a ti.
—No pierdes la oportunidad de restregármelo en la cara, ¿verdad? —dijo Neil en tono de broma—. Te casaste con la niña más bonita de la cuadra donde vivíamos cuando éramos niños.
—Sí, con mi hermosa Candy. Nos encontramos después de muchos años gracias a que tú me citaste en aquel café de Manhattan, aunque tú nunca llegaste.
—Vaya suerte la mía. Acabé por juntarlos, pero bueno, eso fue solo una coincidencia del destino. Ustedes dos se querían desde niños. Todos estábamos enamorados de aquella pecosa de coletas.
—Oh, hombre. Tú parecías odiarla; siempre la molestabas y tirabas de sus coletas.
—Lo reconozco. Siempre molestaba a Candy en mi afán de llamar su atención. Recuerda que acabamos a golpes y todos enlodados. Luego solo reímos como locos. Desde ese día, hemos sido los mejores amigos, y al final, acabé por juntarlos.
—Lo sé, lo sé. Te debo una muy grande.
—No me debes nada. Sin duda, ustedes dos estaban destinados desde niños. Sabes que no te pediría nada, pero esta vez me veo en la necesidad de hacerlo.
—Lo haré. No te preocupes más por esa chica.
Un ruido lo hizo volver al presente. El perro del vecino empezo a ladrar y se dirigio hacia la ventana, abrio tan solo un poco la cortina para ver hacia la calle y logro ver la figura de un hombre vestido de negro. Su instinto le hizo ponerse alerta, tomó las llaves de su auto para meterla en el bolsillo de su chaqueta, se apresuró a recoger sus cosas a la luz tenue de su celular. Sabía que no debería estar allí; tanto la policía como su amigo Terry se lo habían recomendado.
Se apresuró a salir de su casa, pero muchas veces se había preguntado si realmente era su hogar o simplemente una fría casa lujosa, decorada por su madre y su hermana en contra de su voluntad. Al final, había cedido a los deseos de ambas, pensado alguna vez en que tal vez su padre lo visitara.
La indiferencia de su padre y sus constantes viajes siempre lo habían alejado de él. Se preguntaba por qué su padre era tan indiferente hacia él. ¿Acaso su abuelo había sido un padre tan malo para que su padre lo odiara tanto al mirarlo a él, siendo él la viva imagen de su abuelo?
Subió al auto y puso en marcha el motor. —¿A dónde iré esta vez? —mencionó en voz alta mientras metía la mano en su bolsillo y encontraba aquella llave antigua con el número 555. Recordó ese número y los relatos de su madre que le había contado su abuela. Era el número de la habitación donde habían encontrado a su abuelo fallecido. —El hotel Palmer House en Florida.
—Sí, allí iré. Será un buen lugar para descansar. Hace mucho tiempo que no voy a la playa ni tomo unos días de descanso. Me siento fatal por la sentencia que le dieron a Johnny. Sé que pude haber hecho más, pero básicamente se sacrificó por la vida de su hija. ¿Acaso un padre es capaz de eso? No lo creo. Sé que mi padre jamás haría eso por mí, tal vez por su niña consentida, Eli, sí; por mí, no. Las acciones de ese hotel están en manos de la familia de mis primos. Me podría encontrar con cualquier persona, pero sé que no con mi padre. Sí, allí me dirigiré —se dijo en voz alta.
Había conducido casi cuatro horas desde Chicago hasta Palm Beach, en Florida. Estacionó su auto y un joven del valet parking tomó la llave de su clásico Ford Mustang.
—¿Necesita ayuda de un botones? —preguntó el chico—. Si quiere, puedo llamar a alguien.
—No, solo traigo esta pequeña maleta. Estoy bien, gracias.
Decidió ir directo a aquella habitación. Sabía que era intocable. Al principio, la familia solo recibía quejas de que en esa habitación pasaban cosas extrañas y se oían ruidos. Así que dejaron de usarla para hospedar a gente, convirtiéndola en una especie de museo para recordar la edad de oro y cómo había comenzado el Palmer House Hotel. Fue construido por el empresario Potter Palmer como un regalo para su novia, Bertha, en 1871. A tan solo trece días de su apertura, un gran Incendio lo destruyo, pero el hotel fue reconstruido con un préstamo de la firma Andley & Legan. Y reabrió sus puertas con un espectacular vestíbulo, con brillantes lámparas de araña y un techo pintado, y aún seguía siendo así de espectacular. Su entrada era, en gran medida, lo que atraía a los huéspedes. Numerosos personajes famosos habían pasado por el hotel, incluyendo a Charles Dickens y muchos más.
Se puso una cachucha para no ser reconocido; sin embargo, a lo lejos unos ojos negros lo reconocieron perfectamente. Sabía quién era. Aunque le causó extrañeza el porqué se escondía, el joven Neil Legan. Solo tenía que decir su nombre en recepción y le darían una suite del hotel de inmediato. "Ese jovencito me escuchará mañana", pensó.
Neil entró al elevador y se dirigió al quinto piso, donde estaba la tan temible habitación. Al llegar, efectivamente notó que la cerradura no era eléctrica como en todas las demás habitaciones. Tuvo una extraña sensación, como si estuviera a punto de descubrir algo desconocido. Sacudió la cabeza ante esos sentimientos. ¿Qué le pasaba? Había enfrentado a varios matones, había tenido casos temibles en la corte y era conocido como un abogado temible. Ahora, sin embargo, sentía temor por abrir una puerta. "¿Qué te pasa? Anda, abre", se dijo a sí mismo al oír el chirriar de la cerradura.
Entró y observó una habitación con muebles antiguos, muy hermosa. La cama de latón, el pequeño diván; todo era perfecto. "Me hará bien estar unos días aquí", pensó.
Dejó su pequeña maleta en la cama y se dirigió al balcón. A lo lejos, en el mar, observó relámpagos. "La tormenta no tardará en llegar aquí. Supongo que será otro día el que vaya a caminar por la playa. Tomaré un baño", decidió.
Al salir de la ducha, con una toalla enrollada en la cintura, escuchó el sonido de la puerta. No contestó. —Service room
—respondieron desde afuera.
—Yo no pedí nada, se equivocan de habitación.
—Por favor, ábreme. Si no, mi trabajo corre peligro. Me lo advirtió el señor Villers. —el Camaro volteo a ver al hombre mayor al lado de El.
—¡George! ¿Cómo supo que estoy aquí? —masculló y añadió—: Está bien, en un segundo abro. Permíteme.
—Joven Legan, espero que sea de su agrado la cena. Solo vengo a preguntar si prefiere que le preparen una suite. No es necesario que se quede aquí. Le prometo ser discreto y no decir nada.
—Lo sé, George —respondió, dándole un abrazo en forma de saludo—.Tanto tiempo sin verte y mírate, sigues igualito. Tienes que decirme tu secreto o qué pacto has hecho con el diablo. Los años no pasan por ti".
—Oh, no exageres, joven Legan".
—Por favor, dime Neil. Mi padre no está aquí para los formalismos. Tengo muy buenos recuerdos de este lugar y de ti. Creo que jugué más en mi niñez contigo que con mi propio padre".
—Joven, el afecto es mutuo. Sabe que siempre he servido a toda su familia con mucho cariño. Entonces, ¿qué dice? ¿Le mandó arreglar la suite?".
—No, no, por favor. Déjame estar aquí.
—¿No siente temor por quedarse en esta habitación? Sabe las historias que se han contado desde generaciones anteriores.
—No, no me importa. Este lugar siempre me ha atraído. Es algo que no sé explicar.
—Está bien, joven Neil. Dejaré la orden de que sus comidas preferidas sean enviadas a su habitación. Solo tengo una duda: ¿cómo entró a esta habitación? La llave que teníamos en la administración desapareció hace un par de días y mañana vendría un cerrajero especializado en cerraduras antiguas.
—¿En serio? No sé cómo explicarlo, George, pero en mi casa encontré esto, le mostró la llave.
continuara…
Última edición por Saadesa el Miér Abr 03, 2024 1:18 pm, editado 3 veces