El video era reproducido por cuarta vez corriendo el riesgo de que su portátil ya no leyera el disco o que éste sufriera algún daño. Llevaba años sin revolver aquel doloroso pasado, pero luego de hablar con Candice sobre ella, nuevamente ese viejo dolor se apoderó de su alma. Ese sentimiento de orfandad que acuchilló su corazón el día que ella murió estaba ahí, latente otra vez y desgarrando a tirones su ser.
Mientras las notas de la soprano resonaban a todo volumen, las lágrimas de sus bellos zafiros azules no dejaban de brotar. Oculto por la oscuridad de su habitación, le dio rienda suelta a su amargo llanto. Su mano se movió por instinto tratando de tocar la imagen que la pantalla del portátil le obsequiaba, pero la dureza del objeto le demostró la realidad. Ella solo era una imagen que vivía en su mente, en su alma y en las colecciones de discos que guardaba de ella…de Eleanor.
—Mamá— susurró
Lágrimas y más lágrimas corrían sin cesar al ver a su madre cantar de manera majestuosa “El fantasma de la ópera” La mujer era un verdadero ángel, era la perfecta Christine para el perfecto fantasma atormentado por su amor imposible.
Aquella pieza musical había sido interpretada muchas veces por un sin número de expertas sopranos y tenores, pero ninguno había llegado al nivel que alcanzó su madre, Eleanor Baker, la famosa soprano inglesa que con su voz de ángel enamoraba cada escenario que pisaba.
Las fuertes e impactantes notas musicales, lo sacudieron. El espectáculo terminaba con un ensordecedor aplauso para la hermosa soprano y el maravilloso tenor que habían enamorado al público con sus grandiosas voces, pero el hombre solo veía a su madre y a un maldito fantasma que se quería apoderar de ella.
Cerró sus ojos y recordó ese mismo espectáculo, pero visto desde su inocencia
Él era tan solo un pequeño de siete años cuando su vida se desarrollaba entre los camerinos de las estrellas y las luces de los escenarios. Su padre, el estrictisimo Duque de Granchester, le tenía prohibido pisar los camerinos de las cantantes, él debía ser un niño bien portado y solo se le tenía permitido observar a su madre desde los balcones destinados para la nobleza, pero ver a su madre prepararse para brillar en el escenario era mucho mejor.
Cuando leyó en las marquesinas que su madre sería la intérprete principal de “El fantasma de la ópera” pensó que realmente existía un fantasma que quería raptar a su madre.
Buscaba incansablemente entre el vestuario y la escenografía al malhechor que quería robarse a su bella madre, pero el corre corre de todo el personal no le permitieron dar con el desdichado.
—¡Señorito! ¡Señorito Granchester! Es hora de ir al palco para ver la función. Si no llega exactamente a la hora indicada, su padre, el duque, le impondrá un severo castigo por su retraso.
—¡Pero, Stevens! ¡Aquí en el teatro hay un fantasma que se quiere robar a mi mami!
—¡Olvídese de eso, señorito Granchester! Todo es solo actuación. La duquesa interpretará a Christine como una obra de beneficencia y eso será todo. Por favor, señorito, debemos apurarnos.
—Sí…sí ..Stevens.
Para fortuna del niño, el fiel mayordomo había llevado puntualmente al pequeño hacia los palcos destinados para la nobleza. En ese sitió ya se encontraba su padre vestido impecablemente y con un gesto en su cara tan parco y seco que siempre despertaba temor en él.
—Padre —susurró.
—Siéntate derecho y observa. No quiero escuchar murmullos ni comentarios hasta después de que la obra termine.
Eso fue todo lo que dijo su padre antes de que las luces del teatro se apagaran y el sonido envolvente los absorbiera. La potente voz de la famosa Eleanor Baker en su papel de Christine hacía vibrar de emoción a los presentes. Era imposible no escuchar uno que otro sollozo femenino y muchos suspiros masculinos que no dejaban de admirar la belleza y el talento de la soprano.
El acto cumbre llegó y tal como decía el resumen de la obra, el fantasma se apoderó de su madre hasta arrastrarla con él por los andamios del teatro. La espesa neblina simulaba un lago oscuro y tenebroso por donde su madre era llevada.
—¡Papá! ¡El fantasma se lleva a mamá! ¡Ayúdala!
—¡Te dije que te callaras!
—¡Pero papá! ¿Acaso no te importa que otro se robe a mamá?
—¡Shhh!
El duque no contestó nada más ante la súplica infantil de su hijo. Tan solo su ceño fruncido era el fiel reflejo del mal momento que estaba pasando.
Ver al fantasma más que cautivado y enloquecido por la belleza de su madre lo tenía al borde del asiento. Tanta era su intranquilidad que el mayordomo tuvo que intervenir para apaciguar su angustia.
El acto final fue glorioso, Eleanor había cantado como los mismísimos ángeles mientras el fantasma no dejaba de verla con devoción y exigirle a todo pulmón que cantara para él…solo para él.
—¡Canta! ¡Canta mi ángel! ¡Canta para mí!
Sus zafiros anegados en lágrimas se abrieron de golpe y la necesidad intensa de tocar su amado violonchelo se apoderó de él. Hasta hace poco había tocado para su preciosa Candice, pero ahora su corazón le pedía a gritos tocar para ella…para su madre.
Fue hasta la esquina donde estaba el chelo celosamente cuidado. Sus manos temblaron cuando se deslizaron por las finas cuerdas.
Lo tomó con toda la rabia y comenzó a tocarlo con tanta vehemencia que parecía querer partirlo en dos. Las notas arrancadas del chelo eran tan fuertes como el dolor de su corazón. Mientras entonaba la clásica pieza que le recordó a su madre, más sentía crecer el rencor hacia su padre.
—¡Maldito! ¡Siempre fuiste tú el maldito fantasma enajenado por mi madre! Te enamoraste de ella por su voz y una vez que fue tu esposa ¡la encerraste!
Sus lágrimas seguían saliendo sin cesar mientras las notas resonaban en su habitación, Mientras más fuerte tocaba, más era su reclamo hacia la imagen de su padre
—-¿¡Por qué le cortaste sus alas!? ¿Por qué lo hizo, duque de Granchester? ¡La mataste en vida! No soportaste que otros la admiraran y la obligaste a renunciar a su sueño. ¡Tú! Siempre fuiste tú el maldito fantasma que quería a mi madre solo para tí. ¡Maldito duque de Granchester!
Sus zafiros oscurecidos de rencor estaban tan absortos en las cuerdas del chelo que no escuchaba la voz que lo llamaba.
—¡Terry! ¡Terry!
De pronto, las suaves y blancas manos de Candice tocaron su rostro logrando que él parara abruptamente.
—¡Candy!
Su pecho latía tan fuerte que sentía como sus pulmones clamaban por aire. El suave toque de la muchacha había sido como una luz en medio del oscuro túnel en el que se había sumergido a causa de los dolorosos recuerdos.
Cayó de rodillas frente a la muchacha llorando su honda pena, por unos segundos se convirtió en aquel niño de siete años que extrañaba a su madre. En medio de sus lágrimas, la dulce voz de Candice lo trajo hacia la luz.
—Hasta las rosas más hermosas deben perder sus pétalos para luego renacer más hermosas aún. Tu madre ya no está a tu lado, pero te ha dejado su cariño. Fuiste dichoso por gozar de su presencia, de su amor incondicional, de su calor maternal.
—Pero Candy, ella murió infeliz. ¡Se sacrificó por mí! Su deseo era seguir cantando en los teatros, pero el duque la obligó a elegir entre su hijo y sus sueños. Yo soy el causante de que ella muriera de tristeza
—¡De qué hablas, Terry! Estoy segura de que Eleanor vivió sus mejores años junto a ti. ¡Hasta le diste una nieta! Dime si no reía junto a ustedes.
De repente la mirada de Terence se posó en el retrato que reposaba sobre su mesita de noche. En aquella foto estaba su madre, Eleanor reflejando una hermosa sonrisa porque entre sus manos estaba un bultito que custodiaba unos ojos tan azules como los de ella. Ese pequeño bulto era su hija Isabella de apenas unos meses de nacida a quien miraba con auténtica adoración.
Candice siguió la mirada del castaño y se fijó en lo que él observaba. Tomó el retrato y se lo colocó entre sus manos. Con la suavidad del terciopelo, le habló.
—¿Ves su sonrisa? Es la sonrisa de un ángel cuando le dan el más precioso regalo que la vida le puede otorgar, una extensión de ti, de su hijo adorado. Mira a tu madre, Terry, ella sonríe con tanta dulzura porque tiene entre sus brazos un pedazo de tu corazón. Te puedo asegurar que ese día en el que pusiste a Isabella entre sus manos compensa cualquier pérdida anterior.
—Candy…
—Amor, tu madre vivirá en tu corazón mientras tú no la olvides. Siempre recuérdala con mucho amor, porque sus almas se alimentan de nuestros recuerdos. Ahora ven conmigo, ayúdame a preparar un pastel
La chica quitó delicadamente el chelo de entre las manos del joven y con suavidad lo colocó a un costado de la cama. Como si la voz de ella fuera el hechizo de un hada lo sacó de la oscuridad de su habitación y lo condujo hasta la cocina donde la luz era intensa.
En silencio ella sacó todos los ingredientes para un pastel y con una sonrisa colgada en su rostro se dispuso a prepararlo.
Mientras la joven batía y mezclaba ingredientes, él miraba en silencio, pero claramente podía sentir como sus penas se iban diluyendo como gotas de lluvia sobre el tejado. Definitivamente Candy era esa agua fresca de mayo que lava las penas hasta de las almas más angustiadas como la de él.
De pronto un pensamiento lo asaltó. ¿Habrá sido suficiente el amor de Eleanor para sanar el atormentado corazón del duque? Quien sabe, para esa pregunta no tenía respuesta, pues hacia años que no sabía nada de su padre. Luego de que Candice le volviera a sonreír con infinita ternura, se limitó a elevar una callada plegaria para que el fantasma que habitaba en el alma de su padre encontrara la paz.
FIN
Gracias por leer
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Última edición por SHALOVA el Miér Abr 03, 2024 12:50 am, editado 1 vez (Razón : se añadio el índice)