CAPÍTULO 29, EXPIACIÓN
Richard había llegado a Europa, después de descansar unas horas se dirigió al palacio real para poner al tanto al rey de todo lo acontecido. El soberano no dejó de sorprenderse por la actitud de la finada Lucrecia compadeciendo los contratiempos que tuvo el duque durante su estadía en los Estados Unidos; la muerte de la duquesa cambiaba por completo los planes que el monarca había tomado respecto a la sucesión del ducado, de antemano sabía que los tres menores hijos del matrimonio Grandchester no eran sangre de Richard. — ¡Es complicada la situación que tienes en este momento, Richard! — Comentó el rey. — ¡Lo sé, su alteza! — ¿Qué le dirás a tus hijos?, porque ante la ley, así como para la sociedad son tuyos. — ¡He pensado decirles que su madre tuvo un accidente!, ¡No les quitaré mi apellido! — El soberano sorprendido se negó. — ¡No, no permitiré que hijos que no llevan sangre noble sean tus herederos! — ¡Señor, no puedo dejarlos desprotegidos!, como usted lo ha dicho legalmente son míos. — Richard se puso tenso, sabía que sería una conversación fácil. — ¡Su gracia!, permítame llevar a cabo lo planeado, ¡Son solo unos niños! — El rey se mantuvo pensativo por unos momentos. — ¡Lo permitiré, bajo dos condiciones!, una que no tendrán ninguna participación en la herencia del ducado y que los alejarás de Inglaterra, la segunda, que ¡Debes tener un hijo varón, tomarás por esposa a una joven que te pueda dar hijos! — Una marcada palidez enmarcó el rostro del duque, eso no lo esperaba, él monarca estaba al tanto de que él quería desposar a Eleanor, había accedido a su solicitud antes de que viajara al nuevo continente. — ¡No me mires así, Richard!, sé que acepté que te casaras con la actriz americana, ¡Comprende!, ¡Ella no podrá darte un heredero! — ¡Se equivoca su majestad! — ¡Ella si puede darme más hijos! — ¡No estoy seguro, tengo que garantizar la continuidad del ducado de Grandchester!, ¿Qué me dices de Terrence?, ¡Finalmente él es tú primogénito! — El estómago del duque se contrajo, efectivamente, Terry era el siguiente en la línea de sucesión, estaba convencido de que él no lo aceptaría, tampoco quería imponérselo para que pudiera tomar a Eleanor como su esposa. Por su mente pasó la dolorosa idea de dejar el ducado a otro ilustre apellido de la nobleza británica; aunque, antes de plantearlo al soberano, debía obtener el permiso para el matrimonio de Terrence. — Respecto a mí hijo, he de decirle que él tiene planes de casarse, la joven es de la familia más importante de los Estados Unidos, sus raíces son de Escocía, donde tienen importante presencia social. — ¿Cómo se llama? — Candice White Ardlay, ¡Es la heredera universal del clan! — ¡Sí los conozco!, hasta donde sé, la cabeza de ese linaje es joven, ¡No puede tener una hija que esté en edad casadera! — Si el estómago de Richard estaba contraído, ahora lo sentía convulsionar en sus adentros, unas vigorosas náuseas le provocaron tragar saliva, lo más complicado de decir venía ahora. — Tiene razón, su alteza, ¡La chica es adoptada! — Lo dijo por fin bajando la cabeza, en espera de la absoluta negativa por parte del rey. Una sonora carcajada resonó en el salón. El duque levantó la mirada azorado. ¿De qué se reía?, pensó, acaso, ¿Creía que se trataba de una broma?, no entendía, tampoco se atrevió a decir nada. Después el silencio prevaleció por unos instantes. Nervioso, no sabía cómo actuar, estaba convencido de luchar por la felicidad de Terrence; miró a los ojos al hombre que sentado tomaba una copa de vino. — ¿Pensaste que no lo sabía?, Richard, he seguido los pasos de tú rebelde hijo, ¡Conozco de su fama, de su ahínco, su carácter, de su nobleza de alma, pero, sobre todo, del coraje y fortaleza que le caracterizan!, ¡Solo ha sobresalido sin tú apellido, lujos o dinero!, ¡Ese es el verdadero heredero, el que debe llevar las riendas del ducado!, ¡Ya logró lo que quería, es el mejor actor de Broadway!, ¡Es tiempo de que asimile lo que vendrá para él y su esposa!, ¡Sí, autorizo que se case! — Aliviado el duque contestó. — ¡Mil gracias, su alteza! — ¡No tan rápido me agradezcas!, ¡Terry debe aceptar ser tu sucesor! — La sonrisa de Richard se borró. — ¡Su majestad, él no tiene intención de…! — ¡Lo sé, lo sé, que venga a verme!, ¡Con él arreglaré todo!, ¡Encárgate de resolver lo de tus entenados y hazle saber a tu primogénito mi deseo de verlo! — Al salir del salón, el sudor perlaba la frente del duque, el monarca, ni siquiera lo dejó plantearle la posibilidad de dejar el ducado, comprendió que el soberano no cambiaría de idea.
Al llegar a su mansión en Londres, el hermano de Lucrecia lo esperaba, desde que hubo llegado ordenó le mandarán un telegrama para que se presentara. No cabía duda que el día además de largo, sería de plena tensión. Sin protocolo de por medio se dirigió a él. — ¡Edward, buenas tardes! — El hombre no dio muestra de empatía, su turba mirada se asemejaba a la de la finada Lucrecia cuando estaba molesta. — ¿Y bien?, ¿Dónde está mi hermana? — Al duque no le sorprendió el tono, ni la directa pregunta, por el contrario, era indudable el parecido de los hermanos, Edward era de baja estatura, obeso, con las mejillas rebosantes que le hacían ver los ojos muy pequeños, Richard caviló antes de decir. — ¡Ella falleció en los Estados Unidos, fue atacada quedando herida, debido a los golpes no sobrevivió! — La noticia fue como si le hubieran dado un martillazo en el cerebro al rechoncho sujeto que se dejó caer en el primer sofá que encontró. — ¡No, no puede ser!, ¡Quiero verla!, ¿Dónde está su cuerpo? — ¡La incineré! — ¡¿Cómo te atreviste?!, ¡Debiste dejar que me despidiera, que sus hijos lo hicieran! — ¡No lo creí conveniente, estaba en muy mal estado, su cara irreconocible!, ¡No quise que sus hijos la vieran así! — ¿Sus hijos?, ¿Acaso no son tuyos? — Por favor, Edward ¡No nos hagamos los inocentes, de sobra sabes que no son de mi sangre!, ¡Tú solapaste a tu hermana en todos sus devaneos!, del modo que sea, no quiero lastimar a los niños. — Fue el turno de Edward de quedarse mudo, transparente, descolocado. — ¡Te equivocas! — Rebatió Edward. — ¡No quiero escuchar nada, así como tampoco voy a entrar en debate o discusión contigo!, ¡Basta con las pruebas que tengo!, ¿Sabes que tu hermana fue a seguirme a América para obligarme a detener el divorcio aprobado por el rey? — El hombre lo miró con incredulidad. — ¡Aunque lo pongas en duda, él autorizó que me divorciara de ella después de presentarle la evidencia de todo!, ¡Evítate la vergüenza de hablar de ello!, ¿Quieres? — Apuntó Richard que llamó a un mozo para que trajera la urna. Lentamente, el hermano de Lucrecia se acercó al cofre con las cenizas, al tiempo que unas incipientes lágrimas amenazaban con brotar; bruscamente las limpió para encarar a su ahora ex cuñado. — ¡Bien, su excelencia! — Reconvino en forma irónica. — ¡Aquí yace la que fuera tu esposa!, ¿Qué pretendes ahora?, ¿Hacer público su escarceo amoroso? — ¡No me vengas con ironías, Edward!, ¡Da gracias a que pertenezco a la realeza y no puedo hacerlo!, ¡Lo que quiero es que te lleves a tus sobrinos fuera de Inglaterra! — ¡¿Qué?!, acaso ¿Los desconocerás? — ¡No, aunque, el rey así lo ha ordenado!, sabe que no llevan mi sangre. — ¡Ellos te creen su padre!, ¿Cómo les explicaré? — ¡Yo hablaré con ellos, por lo menos con Richard segundo, que es el mayor!, finalmente, ¡Él al igual que sus hermanos fueron criados con los preceptos que les inculcó su madre!, ¡Son malcriados, egoístas y soberbios!, te corresponderá la tutela de ellos, yo mantendré mi apellido; desde ahora te digo que, ¡Están fuera de la sucesión al ducado y a la herencia!, les daré una buena cantidad para que vivan decorosamente, misma que tú administrarás, de ti depende que hagas crecer ese dinero, ¡Porque no verán nada más!, les otorgaré una propiedad en Francia donde radicarán. — ¡Es inaudito lo que haces!, ¡Hablaré con el rey! — ¡No te lo aconsejo, puede ser peor!, nuestro monarca puede ser despiadado si se lo propone, él quería que los repudiara; ¡Así que tú decides! — Edward comprendió la seriedad en las palabras del duque, que no podría hacer nada en su contra. Apesadumbrado comentó. — ¡Ordena que dispongan el equipaje de mis sobrinos!, partiremos a Escocia mientras tramitas el traspaso de la residencia y las cuestiones económicas.
Richard dejó en el salón a su ex cuñado y subió a la habitación de su hijo; cuando abrió la puerta, se quedó mirando al jovencillo que era casi un adolescente, aunque no era suyo lo quería, recordó los momentos compartidos, que incluso fueron más de los que pasó con Terrence, tampoco pudo dejar de lado el enorme parecido que tenía con Lucrecia, era de estatura baja, robusto, cara redonda, ojos pequeños que se sumían cada vez que hablaba o comía. El joven que reposaba en un diván despreocupadamente, al notar la presencia del duque, no se levantó, prosiguió desenvolviendo un chocolate a la vez que le decía. — ¡Padre, has llegado! — La determinación del hombre para terminar con todo de una vez, no pudo evitar que un nudo se le hiciera en la garganta por lo que le diría al chiquillo. — ¿Por qué no te levantas Richard? — Para qué padre, ¿Necesitas algo? — Le respondía sin inmutarse. — ¡Tengo que hablar contigo!, siéntate. — Y ¿Mí madre?, ¡Ella nos ha dicho que debe estar presente cuando hablemos contigo! — ¡He dicho que te sientes! — Al notar la imperativa orden por fin Richard segundo se sentó en el mismo diván consternado por la ausencia de su mamá. — ¡Se irán a vivir con su tío Edward a Francia! — ¿Mi madre lo sabe? — ¡Richard, lamentablemente tú madre ha muerto! — ¡No, eso no es cierto! — ¡Lo siento hijo, pero así es! — El duque se acercó para abrazarlo. — ¡Padre, dime que no es verdad! — ¡Desafortunadamente tuvo un accidente en América!, los médicos hicieron todo para salvarla, debido a la distancia fue necesario incinerarla. — El jovencito que volvió a ser niño lloraba abrazado al duque, al tiempo que la imagen de su madre llegaba a su mente, al igual que sus palabras. “Richard, debes tener presente que tu padre hará todo para despojarte de lo que te pertenece, ante la realeza eres vástago de un Grandchester” — Los atormentados pensamientos del jovencito lo llevaron a la ocasión en la que descubrió a su madre discutiendo con su amante, quien al ser su progenitor consanguíneo le disputaba su licitud por verlo crecer, estar cerca de él. Al darse cuenta de la presencia del pequeño, Lucrecia corrió tras él, pese a que, Richard segundo se negaba a hablar o verla a los ojos; después de muchos intentos obtuvo su atención, el menor miraba como su madre llorosa lo observaba tiernamente, a él le dolía verla así, con algo de renuencia se dejó tomar la mano, mientras escuchaba como su mamá le explicaba la oposición de su esposo por no desheredar a Terrence, para que él fuera el legítimo sucesor, además de culpar a su esposo de un cruel abandono, mentiras y engaños, él aún con su tierna edad creyó en ella convirtiéndose en su aliado. A partir de ese día, la duquesa aconsejó siempre al menor para no desistir de sus derechos, él tendría que pelear por ellos al contar con el ilustre apellido. Los brazos de Richard segundo se fueron tornando laxos, sin fuerza lentamente se separó del duque, con brusquedad se limpió el líquido salado, al tiempo que con altivez se dirigió al hombre que atribulado con el vaivén de las emociones lo observaba. — ¡Mi madre siempre me dijo que me despojarías de lo que me corresponde!, entiendo que por eso nos mandas con el tío Edward, ¡Dejas el camino libre para que tu bastardo ocupe mi lugar!, ¡Hablaré con mis abuelos para que me apoyen con el rey!, ¡Él no permitirá tal abuso! — ¡Te equivocas hijo! — ¡No me llames hijo, porque no lo soy! — El duque sorprendido por la respuesta del chiquillo le preguntó. — ¿Desde cuándo sabes eso? — ¡Qué más da! — ¡Responde! — ¡Desde pequeño!, ¡Mamá siempre me dijo que tú me despojarías de mi legal sucesión al ducado, así como de la herencia! — Lo que en un principio significó para el duque un trago amargo al separar a los chicos del seno familiar, se había convertido en liberación; la actitud insolente del menor le facilitaba el camino, no era necesario dar más explicaciones, por lo que sentenció. — ¡Aunque lleves mi apellido, no eres mi sucesor, ni heredero, te irás junto con tus hermanos y no volverán a Inglaterra! — Pero ¡Padre! — ¡No hay peros!, si por un momento dudé de mi decisión, ahora estoy convencido de que es lo mejor. Vivirán allá sin provocar problemas, ¡Baja con tú tío, los espera! — Dejando de lado los reclamos del jovencito, Richard abandonó la habitación. Los tres hermanos partieron ese mismo día, ante la presencia inmutable del duque, quien le advirtió a Edward las funestas consecuencias que tendrían en caso de intentar reclamar algún tipo de derecho.
Continuará...