CAPÍTULO 29, EXPIACIÓN
Al tiempo que Albert finiquitaba los acuerdos, Terrence se reunía con el comandante de policía, que con un tono irónico le decía. — ¡Ustedes los ricos, hacen lo que sea por evitar el escándalo!, ¿Verdad? — El inglés experto del sarcasmo no se dejó intimidar por las palabras de aquél hombre, era consciente de su molestia, ante la orden de dejar que los Ardlay hicieran sus declaraciones libremente, sin levantar algún procedimiento legal alterno al intento de secuestro; para sus adentros agradeció la intervención del duque, ya que, sin esa ayuda, el jefe de la policía difícilmente accedería a terminar con las indagatorias; — ¡Comandante!, ¡No estoy aquí para que me dé clases de moral!, vine para formalizar por escrito la libertad absoluta para Elroy Ardlay, Elisa Leangan y Oliver Taylor, es decir, mis abogados están a la espera de la orden de liberación, ¡Usted la está retrasando!, me pregunto, ¿Tiene algún motivo específico? O ¿Está dispuesto a desacatar una orden del secretario de Estado, William Jennings Bryan?, porque en ese caso veré que ¡El mismo William Jennings, venga a dársela! — El comandante no reparó en mostrar su frustración. — ¡Señor Grandchester!, ¡Daré la orden, pero no por eso dejaré de investigar! — ¡Cómo usted guste comandante!, ¡Eso arréglelo con sus superiores! — El hombre terminó por otorgar los documentos requeridos, antes de salir Terry advirtió. — ¡Gracias comandante, no puedo dejar de prevenirlo, el secretario de Estado es íntimo amigo de mi familia, no le gustará saber que anda averiguando de más! — El actor al salir sonrió al escuchar el fuerte manotazo que daba el jefe policial a su escritorio.
El staff de abogados del consorcio no se daba abasto para armar de nuevo los alegatos para evitar el proceso legal, según lo instruido por William, con antelación tenían preparada la defensa de la señora Elroy, así como la declaración de Oliver, Neil, Terrence y Archie. Ahora con la prensa encima, trabajaban a marchas forzadas para no dejar cabos sueltos. Afortunadamente para ellos, la presencia activa del joven Grandchester representó una especie de salvo conducto para realizar las acciones conducentes. Con las cartas de liberación en su mano se dirigieron al penal para sacar a Oliver; el chico, convencido de haber hecho lo correcto, se despidió de Terry. — ¡Gracias Terrence!, ¡Este es el adiós! — Le comentó tímidamente el muchacho. — ¿Regresarás al teatro? — Le preguntó Terry. — ¡No, tal vez no sea mi camino! — ¡No digas eso eres un buen actor! — ¡Te agradezco el comentario, ahora yo no lo sé! — ¡Prueba en Inglaterra, ahí podrás comenzar de nuevo! — ¡No es mala idea!, primero me tomaré unos días con mi madre. — ¿No me preguntarás por Elisa? — ¡Me dijeron los abogados que quedó desfigurada!, ¿Sabes?, ¡Su aspecto actual no representa más que su alma!, ¡Así de fea es por dentro! — Ambos jóvenes se dieron un fuerte apretón de manos como despedida. Antes de que Oliver se alejara, Terry le llamó. — ¡Oliver! — El joven se detuvo para mirarlo. — ¡Gracias, muchas gracias por lo que hiciste por Candy! — ¡No tienes nada que agradecer, es hermosa, cuídala! — Terry se quedó observándolo hasta que su silueta se fue desdibujando con la distancia.
Horas más tarde llegaban al hospital, donde estaban internadas Elisa y la tía abuela; Albert los esperaba. — ¡Por fin llegaron!, ¿Tuvieron contratiempos? — Preguntó William acercándose a su amigo. — ¡Hola Albert!, ¡Un poco con el comandante!, pero ¡Ya quedó resuelto! — ¡Qué bien!, ¡Vamos, lo que nos espera no será fácil! — ¿Hablaste con tú tía? — ¡Sí, no tiene la mejor actitud, siempre ha sido así! — Entonces, ¡Tú vas con ella y yo por Elisa! — ¿Estás seguro? — ¡Sí, tengo que cerciorarme de que esté consciente de lo que hizo! — ¡Esta bien!, no sé cuánto me tarde con la tía, ¡Nos vemos en la casa de los Leagan! — Terrence con dos juristas llegaron a la habitación de Elisa, donde un guardia custodiaba la entrada, impidiéndoles el paso, ante ello, uno de los letrados le entregó la hoja de liberación, éste la leyó librando el paso para después retirarse. Haciendo gala de una total arrogancia, Terry entró después de tocar la puerta. Elisa estaba sentada frente a una ventana. — ¿Quién es?, y ¿Qué quiere? — Apuntó la pelirroja. — ¡Vengo por ti para llevarte a tu casa!, ¡Vamos! — La voz profunda y varonil de él, fue reconocida inmediatamente por ella. — ¡Jajaja… tenías que ser tú! — Comentó mordazmente. — ¡Sí, soy yo!, ¡Quién se encargará de entregarte a tus padres, que te llevarán lejos para que no volvamos a verte nunca! — ¡Querido, seré tu peor recuerdo! — Dijo levantándose para darse la vuelta y que él la viera. Terry no pudo evitar dibujar una cara de sorpresa al ver su rostro. — ¿Te asusto? — ¡No Elisa, te ves tal cual eres! — Jajaja… ¿Eso es lo que crees? — ¡No más palabrería! — Arremetió él, tomándola del brazo para salir con ella. — ¡No, no, no… no saldré así!, ¡No quiero que nadie me vea! — ¡Si haces más aspavientos, llamarás la atención! — Ella se tapó con una manta la cara, al tiempo que Terry la llevaba al vehículo. Cuando llegaron a la residencia Leagan, sus padres, se encontraban en el salón con Albert, que ultimaba detalles del cuidado de Elroy, Elisa se quitó la manta y corrió con su madre para refugiarse en sus brazos. — ¡Mamá! — Le gimió dejando caer lágrimas del único ojo que le quedaba. Sara, no correspondió al abrazo, así como tampoco evitó mostrar su desagrado por el aspecto de su hija. — ¡Hemos concluido! — Declaró William, que resintió dejar a su amada tía ahí, puesto que era obvia la repugnancia que Sara les tenía a las dos recién llegadas. — ¡La enfermera para mi tía está contratada, todos sus gastos correrán por mi cuenta!, no olviden lo acordado, ¡Elisa debe estar todo el tiempo vigilada! — La nombrada al ver el rechazo de su madre subió corriendo las escaleras rumbo a su habitación, no sin antes maldecir. — ¡Me las pagarán todos, me vengaré! — Las miradas de Terrence y Albert se cruzaron, asintiendo. — ¡Eso es lo que queremos evitar y dependerá de ustedes que su hija no vaya a la cárcel! — Les advirtió el inglés. El señor Leagan asintió, mientras que, Sara hizo caso omiso, saliendo del salón. Sin más por decir, los jóvenes salieron de esa casa a la que no pensaban volver.
Para Annie, las cosas fueron diferentes, su padre no la había preparado para la resolución que había tomado; ella era la única que no saldría en libertad, tendría que llevar a cabo su juicio por haber atentado contra la vida de tres personas; durante su encierro se había mantenido aislada, ausente, cómo si no transcurriera el tiempo. La última vez que estuvo pendiente de lo que sucedía a su alrededor, fue cuando la señora Britter llegó a visitarla dos días después de que fuera apresada. Por un momento, no supo descifrar la mirada que su madre adoptiva le dirigía, era una mezcla de irá, rencor, al ser ella quien trajera a su vida, todo lo que más odiaba, la deshonra, el desprestigio y la ignominia pública. En los pocos minutos que estuvo ahí, la orgullosa mujer, no tuvo un ápice de compasión o perdón, por el contrario, con la decepción pintada en su rostro le dijo. — ¡Tenías todo Annie!, ¡Tuviste la oportunidad de convertirte en una gran dama!, ¡De ser esa niña amada que perdí y que tontamente traté de reemplazar contigo! — ¡Querida!, ¡No es necesario que la atosigues más! — Intervino el señor Britter. — ¡Es lo último que le diré!, ¡Desafortunadamente para mí, tu adopción no tiene remedio, por eso, no me quedaré para ser el blanco de las murmuraciones!, ¡Deseo que mi esposo pueda sacarte lo mejor librada de este caos!, investigaré un hospital para enfermos mentales en Francia, en tanto, ¡Haznos y hazte un favor!, ¡No compliques más las cosas y accede a todo lo que se te indique! — Sin un acercamiento físico la mujer salió airada de la habitación seguida por su marido, quien le preguntó. — ¿Cuándo te irás? — ¡Mañana por la mañana, zarparé en el primer barco que encuentre! — ¡Deséame suerte para que podamos llevar a Annie a un sanatorio en Europa! — ¡Eso espero! — Ella se dio la media vuelta, estaba molesta con su cónyuge por no aceptar revocar la adopción de la joven, tampoco, iba a divorciarse, no acabaría por sumirse en el ostracismo social por eso. Cuando el hombre regresó Annie con la mirada turbia por las lágrimas musitó. — ¿Es verdad?, ¿Piensas que estoy loca? — ¡No, no, es la estrategia que hemos armado para tu defensa!, Candy, ni ningún miembro de los Ardlay levantarán cargos en tu contra, eso nos permitirá alegar que en el momento de los hechos atravesabas por una fuerte depresión, para que tú condena sea en rehabilitación dentro una casa de reposo y no en una cárcel. — ¡Padre! — Se lamentó afianzándose a los brazos de ese amoroso hombre. — ¡No llores más, en unos días iniciará tu proceso y estaré ocupado en ello!, vendré a verte en cuanto pueda. — ¡Gracias, papá!, ¡Perdóname por favor! — El señor Britter salió con la esperanza de lograr sus objetivos en la defensa de su hija. Después de ese día las visitas fueron contadas; Annie lo resintió decidiendo eludir su verdad manteniéndose ausente de todo lo que sucedía, su cerebro trazaba una y mil formas de refugiarse en los periodos que no valoró, desaprovechándolos en celos, envidia; momentos, que su imaginación manejaba a su voluntad; a veces sintiéndose amada, querida, donde el intento por ser diferente estaba ahí, justo en la disyuntiva de seguir por el camino que ya había recorrido o, ir en otro. Su mente la entrampaba, repitiendo fragmentos de su vida, una y otra vez, como si un espiral la rodeara, absorbiéndola con fuerza, jugando con sus emociones, temores y sentimientos. Por espasmos la realidad se agolpaba súbitamente, haciéndola reaccionar alterada, como si despertara de un largo letargo, se sentía cansada, agotada; con desgano se tapaba la cara para volver a su refugio mental, porque era peor sentirse miserable y sola, que vivir creyendo que la locura era ahora su mejor amiga.
Al pasar de los días Margaret y Jonathan se acercaban a su destino, felices por el porvenir que pensaban construir, cansados por el largo viaje se detuvieron para descansar en una posada que encontraron en el camino, les faltaba poco para llegar a Florida; necesitaban asearse, comer y reparar fuerzas e iniciar su trayecto al siguiente día. Oliver despreocupado, cuando pagó el cuarto sacó sin cuidado uno de los fajos de dólares que traía consigo, observado detenidamente por el dependiente, que sin dudar les entregó la llave. La noche pasó sin novedad alguna, al abandonar el hostal no se percataron de que eran seguidos por dos sujetos en un vehículo, no le dieron importancia, siguieron por el camino totalmente solitario. — Amor, ¿Crees que nos sigan buscando? — Le preguntó ella. — ¡Tal vez!, ¡Es posible que se hayan abocado a buscar solo a la duquesa! — ¡De cierto modo siento pena por ella! — ¡¿Pena?!, ¡Es una bruja! — ¡Eso sí!, aunque, gracias a ella es que estamos aquí, ¡Listos para comenzar una nueva vida!, ¡Libres, sin necesidad de soportar a personas como ella! — ¡Es lo mejor de todo!, ¡Ardo en deseos de llegar!, ¡Lo primero que haremos será casarnos! — Margaret iba a abrazarlo, cuando el joven detuvo el auto bruscamente. Los dos miraron al frente el auto que los había rebasado en medio del sendero, obstaculizando el paso. — ¿Qué pasa?, ¿Por qué no dejan pasar? — Preguntó ella. — ¡No lo sé, pase lo que pase no te bajes del auto! — ¿Qué estás diciendo?, ¿Quiénes son esos tipos?, ¿Qué es lo que quieren?, ¡Jonathan no me dejes aquí sola! — Decía nerviosamente Margaret, pues Jonathan bajaba del vehículo desenfundando la pistola que traía consigo. Se detuvo a medio camino, mostrando el arma que traía. — ¡Déjenos pasar! — Habló elevando la voz. — Los dos maleantes se sonrieron al ver la actitud del chico. — ¡Es mejor que regreses con la mujer, o quedarás como coladera, muchacho! — Amenazó uno de los forajidos, que junto con el otro le apuntaron con dos armas cada uno. ¡Coloca el revolver en el suelo y lentamente ve al carro! — Ordenó el otro. — Jonathan claramente notó su desventaja y decidió obedecer. Los malhechores rápidamente se acercaron a ellos, mientras uno les apuntaba otro revisaba las pertenencias, hasta que encontraron los fajos de dólares. — ¡Dejen eso, no les pertenece! — Gritó Jonathan. — ¡Ni a ustedes tampoco, con la apariencia que tienen seguramente los robaron también! — Le respondió el que había tomado el dinero, que sin darles la espalda junto con su compañero caminaban hacia atrás sin dejar de amenazarlos con las pistolas. Al llegar a su automóvil uno de ellos les grito. — ¡Siéntanse tranquilos, les hemos quitado un peso de encima! — Los dos delincuentes huyeron a toda prisa, dejando pasmados a los dos jóvenes. — ¡Jonathan!, ¡Nos han quitado todo! — Dijo ella llorando, en tanto que él frustrado intentaba no hacer lo mismo. — ¿Qué haremos ahora? — Insistía la chica. — ¡Me quedó solo un fajo, tal vez nos alcanzará para rentar algo y…! — Respondió él abrazándola, porque sentía que, de no hacerlo, rompería a llorar también y no quería, tenía que ser fuerte. — ¡No te preocupes amor!, ¡Saldremos adelante! — Le dijo él. — Ella se limpió con su dorso las lágrimas, al tiempo que con una mueca que intentó ser una sonrisa le dijo. — ¡Era demasiado hermoso!, ¡Tenemos juventud, fuerza y a nosotros mismos para lograr nuestros proyectos! — ¡Tienes razón, trabajaré mucho para que no te haga falta nada! — Tristes, aunque resignados subieron de nuevo a su vehículo para proseguir su camino.
Continuará...