EPÍLOGO I, PROMESAS
La paz en Lakewood pareciera que no regresaría en mucho tiempo, sin embargo, en esta ocasión la dinámica en la que estaba inmersa la familia era muy distinta, los preparativos para las bodas que se celebrarían con poco tiempo de diferencia traían a todos de un lado a otro; aunque ninguna de las parejas deseaba un gran festejo, los rumores generados por los pasados acontecimientos habían repercutido negativamente en los negocios familiares, generando incertidumbre financiera entre los principales inversionistas, que dudaban de mantener sus capitales en el consorcio Ardlay. Ante ello, el duque, Albert y George conversaron sobre la conveniencia de hacer los enlaces públicos para atraer la atención de los medios de comunicación en espera de que las notas de la prensa rosa desviaran la atención acallando las especulaciones. La decisión fue comunicada a los miembros de la familia, que sin objetar se pusieron a trabajar en el sinnúmero de actividades a planificar.
Fue justo en la planificación de los eventos, que las chicas se dieron cuenta de que no tenían experiencia y que los conocimientos de la tía abuela ahora les eran necesarios, pero nadie se atrevió a exponerlo; fue Eleanor, quien al verlas tan afligidas decidió quedarse para ayudar, al tiempo que se mantenía cerca de Candy, ante el inminente viaje que los dos hombres de su vida realizarían a Inglaterra. Los sentimientos de plenitud la mantenían entusiasmada, eran tan diferentes a los vividos por sus enormes éxitos, que ya se consideraba parte de los Ardlay; ella misma se sorprendió al darse cuenta que, por primera vez en su vida había puesto en segundo lugar su carrera, a pesar de las distintas propuestas que le habían hecho tanto para protagonizar obras de teatro, como, películas de la naciente industria cinematográfica; para Richard la resolución de ella fue una agradable sorpresa, motivándolo a proceder de la misma manera, aunque para ello tuviera que renunciar a la monarquía. — ¿Estás segura de quedarte? — Le cuestionó Richard. — Sí, ¿Por qué lo preguntas? — ¡No me malinterpretes, querida!, ¡Sólo quiero que te sientas bien con lo que haces, lo único que quiero es que seas feliz! — El duque se acercó para tomarla por la cintura. — ¡Ely, te amo, nunca dejé de hacerlo!, por eso me preocupa que deseches tantas ofertas, ¡Eres famosa, amada por tus seguidores, que no dudo te echarán de menos! — ¡Estoy bien!, he llegado a donde quería, ¡Mi fama, solo me ha traído felicidad momentánea, pero no mi plenitud como mujer!, ¡Ese es mi reto ahora!, ¡Dedicarme a ser una mujer de su casa, estar cerca de mi hijo, ver, consentir a mis futuros nietos! — ¡Es verdad!, yo también deseo ver crecer a nuestros nietos, ser parte de su entorno, dedicar lo que resta de mi vida a disfrutarte a ti, a esos seres que nos llenarán de alegría, ¡Porque espero unos tres o cuatro chiquillos corriendo por todas partes! — Eso queremos nosotros, pero habrá que ver que desean los muchachos, ¡Todavía ni se casan y nosotros ya queremos nietos! — ¡Será como ellos lo decidan, no obstante, hay que presionarlos… Jajaja! — ¿Cuándo piensan partir al Reino Unido? — Justamente, hoy me dijo Terry que partiremos la siguiente semana, ¡Él quiere regresar pronto para casarse! — ¡Lo sé, no desea otra cosa!, lo bueno que estarán aquí para la doble fiesta boda. — ¡Eso es más que evidente, su mundo se centra en desposar a Candice!, ¡Lo entiendo, porque yo quiero lo mismo para nosotros! — ¡Richard! — ¡Sí, Eleanor, quiero hacerte mi esposa, aquí en este país!, ¡De lo contrario tendría que esperar por lo menos un año para hacerlo en Inglaterra! — El duque se hincó sobre una de sus rodillas, al tiempo que sacaba de su saco un anillo de oro blanco que engarzaba un diamante cuadrado. — ¡Eleanor Baker!, ¿Aceptas volver a ser mi esposa? — La actriz se llevó las manos al pecho, con una dulce y vidriosa mirada le contestó. — ¡Sí, sí, claro que quiero ser tu esposa! — Él se levantó tomó su mano izquierda para deslizar la argolla en su dedo anular. — Esto es solo un hermoso detalle que quería tener contigo, porque nuestro matrimonio a pesar de que legalmente se anuló, ¡Estoy seguro de que, ante Dios, nunca dejamos de ser esposos! — Como si fuera la primera vez los dos se fundieron en un apasionado beso, mismo que buscaba ser el garante de esa promesa de amor, que los dos querían, que siempre anhelaron.
En esos días había llegado la abuela Martha, que al ser informada por Patty de su próximo enlace no dudó ni un segundo en hacer maletas para trasladarse a Chicago, quería compartir con su nieta ese momento tan especial, como siempre lo hubo hecho, al contrario de los padres de la chica, siempre ausentes, aunque también fueron notificados no quiso esperarlos. La llegada de la anciana fue ese toque de energía y vitalidad que se necesitaba, sus ocurrencias hacían divertido el ajetreo en la mansión logrando que en diversas ocasiones Patricia se abochornara por el comportamiento de la extrovertida mujer, quien sutilmente aconsejaba la forma en la que debían hacerse las cosas, situación que fue aprovechada por Eleanor para que juntas coordinaran todas las actividades, al darse cuenta de los acertados comentarios, así como de la noble cuna de la cual provenía Martha. Con la rapidez que ameritaba la situación organizaron la fiesta de compromiso, donde por obvias razones se convocó a la prensa, misma que al siguiente día publicaron:
Fastuosa celebración se llevó a cabo en la mansión de Lakewood, para dar a conocer el próximo enlace matrimonial del magnate y jefe del millonario clan Ardlay, así como del mayor de sus sobrinos, el joven Alistear Cornwell, el anuncio de una doble boda llega después del fallido intento de secuestro de la heredera única de la familia, que confiamos traiga consigo la promesa de paz y tranquilidad para sus miembros. Al evento asistió la crema y nata de la alta sociedad del país, empresarios y socios accionistas del consorcio Ardlay; no obstante, fue notoria la ausencia de la señora Elroy Ardlay, que por motivos de salud no estuvo presente. Los esponsales tendrán lugar en tres meses, la cual esperamos con ansias, ya que será una celebración digna de verse. Destacó la presencia del duque de Grandchester de Inglaterra, quien se rumora es padre del afamado actor Terrence Graham, a quien se le vio muy enamorado de la señorita Candice, ¿Será que los Ardlay formarán parte de la monarquía británica?, pronto lo sabremos…
El periódico fue estrujado y aventado sobre la cama, Elisa no cabía de odio y envidia, con el pasar de los meses su rencor no había mermado, parecía que ninguno de los daños sufridos hubiera dejado en ella el escarmiento necesario o aquella expiación a sus culpas que le permitiera reorientar su camino. Había hecho sacar los espejos de su habitación, no permitía que nadie más que su doncella de siempre la atendiera, tampoco quiso ver a Neil, quien la buscó en diferentes ocasiones, lo mismo sucedió con su padre, sentía que odiaba a los dos por sucumbir a los designios de William Albert Ardlay; cada vez que pensaba en ello, su estómago se revolvía del coraje e impotencia, ¿Cómo era posible que la tuvieran recluida?, ¡Vigilada como si fuera una vulgar criminal!, no, no lo entendía. Recién llegó a su casa, sus sentimientos pasaron por diferentes etapas, desde la tristeza por su desfigurado rostro, la pérdida de su ojo, hasta una fuerte depresión por el rechazo de su madre, quien, aunque, trataba de no ser tan evidente, no podía mirarla a la cara, esa actitud la consumía, añorando un abrazo de ella, su apoyo incondicional como siempre lo había tenido, justo cuando más la necesitaba, la dejaba sola incrementando su dolor. Sola, era como realmente se sentía, percibía el abandono, el alejamiento de su núcleo familiar, la traición de su amado hermano y qué decir de sus padres, que desde un inicio la aislaron del mundo por vergüenza. En su vida, se imaginó que alguien pudiera sentir vergüenza de ella, de su aspecto físico; no sabía lo que era la conmiseración de nadie, ni de ella misma, ya que ahora se negaba a mirar su reflejo en alguna superficie. Para acrecentar sus males, estaba la presencia de la tía abuela, a quien tampoco quería ver; la odiaba porque no supo hacer valer su papel como matriarca del clan, se había dejado mangonear por sus sobrinos quienes terminaron por repudiarla y dejarla ahí de arrimada. Con las uñas enterradas en sus manos, Elisa no sabía qué hacer, quería salir, gritar, matar con sus propias manos a Candy porque la seguía considerando la peor de sus desgracias, pero estaba vigilada. Su trastornada mirada se volvió a la cama, con una retorcida sonrisa pensó. — ¡Sí, querida tía, tú también debes pagar! — Tomando el diario, salió de su habitación para dirigirse a la de la anciana, cuando entró la vio platicando con su enfermera, quien era la única que lo hacía, ya que ningún otro miembro de los Leagan la visitaba. — ¡Querida tía! — Elroy al escuchar la voz de su adorada sobrina sonrió, en verdad le alegraba que fuera a verla. Aunque, a decir verdad, muchas veces la culpó de lo sucedido, ¡Si no le hubiera hecho caso, no estaría atada a la silla de ruedas!, mejor aún, estaría con su familia, donde era su verdadero lugar. — ¡Elisa!, ¿Cómo estás? —La chica se colocó detrás de la mujer haciendo de lado su cabeza, al notar la estupefacta expresión de la enfermera. — ¡Tú, déjanos solas! — Ordenó despectivamente a la joven, que sin dilación salió de la recámara. — ¡Me alegra que vengas, pensaba ir a verte, pero me niego a desplazarme en esta espantosa silla!, pero ¡Ven, acércate! — Lentamente la pelirroja se sentó delante de su tía para que la viera perfectamente. La anciana no pudo reprimir su instinto de protección, levantó una mano para protegerse de lo que consideró un monstruo. — ¿Te espanto, querida tía? — ¡No, no es eso, es…! — Contestó Elroy con voz temblorosa. — ¿Es entonces que te doy asco? — Decía la joven que acercaba más su rostro al de la mujer. — ¡Basta Elisa!, ¿Sí viniste a esto?, ¡Es mejor que te vayas! — Una fuerte carcajada se escuchó. — ¡No me hagas reír, Elroy! — ¿Elroy?, ¿Por qué me llamas así?, ¡Soy tú tía abuela! — ¿No me dirás que después de aliarnos no somos iguales? — ¿Iguales?, ¡Tú y yo nunca seremos iguales? — Pero ¡Tía!, ¡Tú al igual que yo estás repudiada!, ¡Tus adorados sobrinos te vinieron a botar aquí!, ¡Ahora estás de arrimada! — ¡Elisa, sal de inmediato!, ¡Sí no te hubiera hecho caso, no estaría aquí y en estas condiciones!, ¡Tú estúpido plan además de no dar resultado te dejó hecha un adefesio y con eso tendrás que vivir toda tú vida! — ¡Sí, lo sé!, pero ¡Me consuela saber que estaremos juntas, tú atada a tu silla de ruedas, dependiendo de los demás para lo más indispensable y yo martirizándote día a día! — ¡No entiendo! — ¿Qué no entiendes? — ¿Por qué destilas tanto odio hacía mí? — ¿Todavía lo preguntas?, ¡Porque gracias a tu falta de carácter, dejaste que la huérfana te desplazara, que nos hiciera a un lado!, ¡Sí tan solo la hubieras echado las veces que te la puse en bandeja de plata!, ¡Esto no habría sucedido!, ¡Las dos estaríamos en el lugar que nos corresponde, sanas y contentas! — Elroy se quedó callada durante algunos segundos, mirando al desfigurado rostro de esa chica a la que amó desde que era una chiquilla, a la que protegió, a pesar de saber de su personalidad malcriada y soberbia, a ella, que ahora le echaba en cara su desdicha. Puso atención en sus palabras, en parte, tenía razón, si se hubiera desecho de Candy, nada hubiese pasado; estaba destinada a vivir como Elisa lo sentenciaba, no obstante, le advirtió. — ¡Tal vez tengas razón en algunas cosas!, pero ¡Ten la certeza de que yo volveré a caminar!, ¡Mientras que tú te volverás más horrible con el tiempo!, ¡Vieja, desfigurada y amargada! — ¡Elroy, Elroy!, ¿Crees que no lo sé?, ¡Tan segura estoy de eso, que te prometo que tú serás parte de mi amargura! — ¡Enfermera, Enfermera! — Gritó la anciana, que ya no estaba dispuesta a escuchar a Elisa. — ¡No grites!, por ahora me voy, pero ¡Mañana volveré y nadie podrá evitarlo!, por cierto, ¡Te dejo este diario para que te pongas a saltar de alegría, claro, si tan solo te pudieras levantar… Jajaja! — ¡Te espero Elisa, mandaré a comprar miles de espejos para recordarte tu horripilante cara! — El bullicio generado llamó la atención de Sara, que rápidamente subió para ver lo que ocurría. — ¿Qué pasa? — Preguntó, pero Elisa pasó de largo, sin tomar en cuenta la presencia de su madre. Para la señora Leagan, nada había sido fácil, después de la cruenta pelea con su esposo, quien en diferentes ocasiones la amenazó con divorciarse si seguía en su negativa de no atender a la tía abuela y a Elisa, dejando los cuidados de las mujeres a la servidumbre, en tanto que ella continuaba con su vida social. Aún le costaba trabajo ver así a su querida hija, le desgarraba el alma, aunque, más allá de su amor de madre, era la desdicha de no poder llevar a cabo lo que tenía planeado para ella; desde que nació se ocupó de formarla como una dama para que tuviera la oportunidad de elegir el mejor candidato para casarse; la belleza de la que una vez estuvo orgullosa, se había desvanecido dejando en su lugar a un ser horroroso, que nunca podría volver a ser alguien de quien estuviera orgullosa. Por otra parte, estaba la presencia de la tía abuela, a quien tampoco quería ver, le exasperaba escucharla quejarse constantemente del abandono de William, de lo malagradecidos que resultaron ser aquellos muchachos que educó con tanto amor, además de lamentar permanecer bajo los cuidados de los Leagan. Esperaba con ansia irse a Florida y dejar Chicago con la esperanza de comenzar de nuevo en la alta sociedad del lugar, sin embargo, odiaba llevar consigo a la anciana. — ¿Qué sucedió tía? — Volvió a preguntar, pero sin obtener respuesta, malhumorada miró a Elroy, que pálida no despegaba la vista del periódico. — ¡Oh… veo que ya te enteraste! — La mujer mayor aun perpleja levantó la mirada a la cara de su sobrina. — ¿Lo sabías? — ¡Claro, es la noticia de moda! — ¿Por qué no se me informó? — Tía, ¿No pensarás que después que te dejaron aquí serías parte del festejo? — La anciana enmudeció, reconocía lo que decía Sara, pero ¿Qué les pasaba a estas dos mujeres que la trataban tan mal?, ella era ¡Elroy Ardlay!, jamás le daría a nadie el gusto de verla mal. Optando por cambiar el tema, dejó el periódico en la mesita y contestó. — Preguntas ¿Qué pasa?, ¡Sucedió que tú hija es el demonio en persona!, ¡La educaste tan mal que ahí tienes los resultados! — ¡Le recuerdo que usted también la educó, le recuerdo que usted se confabuló con ella, le recuerdo que…! — ¡No, a mí no me recuerdes nada!, ¡Hablaré con William para que la metan a un manicomio! — ¡Usted no haría eso! — ¡No me tientes, Sara!, ¡Vete, ya veré lo que hago! — Sara con los nervios crispados salió del cuarto maldiciendo a Albert por haberla obligado a soportar esa situación. Al cerrarse la puerta, la que una vez fue la matriarca Ardlay dejó correr libremente sus lágrimas, sintiendo como una fuerte tristeza se anidaba en su corazón, no daba crédito a lo que había leído, sus queridos Albert y Stear se habían comprometido y ella, estaba fuera de ello, sin una posible reconciliación, ya que, para eso, tendría que doblegar su orgullo, que finalmente era lo único que le quedaba. El trío de mujeres, sin proponérselo, pactaron una desgastante convivencia, que solo el tiempo le pondría fin.
Con la promesa de que llegarían a tiempo para estar presente en los enlaces matrimoniales de Albert y Stear; el duque y Terry iniciaron su viaje que, para ambos tenía un solo objetivo, aclarar las cosas con el soberano del Reino Unido. — ¡Prometo regresar lo antes posible, pecosa! — Le decía el inglés a su novia que, lo miraba con los ojos cristalinos, no quería despedirlo con lágrimas, se negaba a separarse, temía que algo se volviera a interponer en su camino, si no fuera por los preparativos para las bodas, se iría con él. — ¡Mírame, Candy! — ¡Lo siento, pero pensé que ya no nos separaríamos! — ¡Yo también!, ¡Créeme cuando te digo que solo la muerte me impediría regresar a tu lado! — ¡No digas eso!, ¡Yo no podría vivir si tu…! — ¡No pensemos cosas negativas, amor!, ¡Mejor regálame un beso que me dé ánimo para irme! — El gallardo joven la tomó por la cintura para acercarla a él, con suavidad posó sus labios en los de ella para besarla como si en ello le fuera la vida, Candy sentía como las fuerzas la abandonaban, quería quedarse así para siempre, él entrelazó su lengua para hacer la caricia insoldable, que marcara en ellos la esperanza de un camino juntos; libre, sin obstáculos, haciendo de esta la última separación. Al darse cuenta de que el beso alteraba los sentidos de ambos, Terry se separó lentamente, pegando su frente a la de ella para decirle. — ¡Es mejor que me vaya!, ¡Cada vez se me hace más difícil no descubrir los secretos de tu cuerpo pecosa! — Candy ruborizada por el comentario, sonrió y lo dejó partir. El duque, aguardaba por él en el auto que los llevaría a la estación de tren; minutos antes, al igual que su vástago tuvo una sentida despedida de Eleanor, que, a pesar de estar segura del regreso de Richard, le era inevitable afligirse por la partida.
Continuará...