Consecuencias de un engaño
Capítulo VI
Capítulo VI
- ¡Candy! O debería de decir ¡señora Candy de quién sabe quién! Podrías hacer el favor de explicarme ¿qué quiere decir esto? – Terry furioso le extiende un periódico. ¡Explícame! ¿Cuándo te casaste Candy? ¿Con quién? ¿Quién es el hombre que se hace llamar tu marido? ¿Estuviste engañándome todo éste tiempo? ¿Dime quién te obligó? – Terry tenía agarrada a candy del brazo, jaloneandola con mas fuerza a cada pregunta.
- Terry…yo…solo…tengo que irme – Candy no sabia que contestarle, aunque ya se esperaba ese interrogatorio, pero no tan pronto, no esperaba sentirse destruida cuando enfrentara los celos irascibles de Terry.
- ¿A dónde? – le preguntó haciendo que todos ahí se volvieran a verlos, estaban llamando la atención de médicos y enfermeras.
- ¡A Nueva York! – Candy mintió, sabía que ahí la buscaría por cielo, mar y tierra.
- Dime ¿a donde te vas? ¡Quiero la verdad! – le exigió más ahora encerrándola entre sus dos brazos con furia y detrás de ella el coche de los Andley.
- Un momento, señor Grandhcester – George decidió intervenir.
- ¡George! – se sorprendió Terry.
- Candice debe irse a Europa, lo siento debe de exculparnos, debemos irnos – George soltó a Candy de los brazos de Terry y comenzaron a subir cuando fue interceptado por el castaño joven.
- ¡Eso sí que no! Ella debe explicarme, ¡he sido un maldito idiota todo éste tiempo! ¡Candice! – la llama, pero cuando ella se voltea a verlo, una lágrima sale de sus ojos y cae a la mano de Terry que la tenía puesta sobre la ventana.
- Lo siento, no debemos perder tiempo, disculpe, cochero avance – solicita George al cochero y éste obedece rápidamente.
- ¡Terry…no! ¡Terry, perdóname! ¡No quise, tonta, tonta… Candy eres una tonta! – se repetía mentalmente Candy, ¿qué era lo que estaba haciendo?
- Calma señorita, calma…ya platicaremos en el camino. A Lakewood John – refirió George cuando se habían alejado lo suficiente, seguido de una ambulancia.
- Sí señor Johnson, ¡arre! – el chofer obedeció las órdenes del castaño sin preguntar.
- ¡Cochero! ¡Siga con prudencia a ese carruaje! – pide Terry, deteniendo a un coche de alquiler.
- ¿Trae dinero suficiente? – cuestionó el cochero apenas divisando el otro carruaje.
- Por supuesto, además tengo fondos suficientes si van hasta Nueva York – informó el castaño al robusto hombre, sonriéndole.
- ¿Nueva York? Lo dudo joven, acaban de tomar camino para la estación del tren hacia Illinois – informó el cochero.
- Va de regreso a Lakewood, pues sígalos y le pagaré más que bien – sonrió para sí y se subió rapidamente al coche.
- ¡Sí señor, como ordene! – responde el cochero, alineándose al coche que significa un punto hacia adelante y mucho después una ambulancia.
- ¿A qué irán a Lakewood? Candy, ¿qué signifca tu mirada? ¡Era tan diferente! Te veías tan cansada, muy cansada, habías llorado, pero si te casaste por tí misma, ¿por qué estarías llorando? ¡Aquí hay algo que aún no me queda claro y eso lo voy a averiguar! – decidió Terry en un monólogo interno.
Candy y George llegaron a la estación y de la ambulancia sacaron a Albert en silla de ruedas. Candy se dirigió al compartimento que George había apartado para ellos, mientras George se encargaba de las maletas, Candy ayudaba a Albert a acomodarse.
- ¿Estás cómodo, Albert? – preguntó Candy, doblando correctamente los bordes de la frazada que le ponia en las piernas.
- Sí, gracias Candy – agradeció Albert con otra mirada.
- ¿Por qué me miras así? – cuestionó Candy, observándolo.
- Trato de recordarte, me reconociste de inmediato cuando llegué, eso se me hace excepcional – le comentó sonriéndole, viendo su rostro y deteniéndose en sus labios. No recordaba haber probado esos labios, ¿por qué no se acordaba?
- Sí, recuerdas…somos amigos desde hace mucho Albert – refiere Candy, como si nada.
- Y esposos ¿desde cuándo? – no sabía de dónde había sacado esa pregunta.
- Unos meses solamente… - respondió mientras escondia el rostro en el doblado del otro extremo de la frazada.
- ¿Eres mi esposa en todos los sentidos? – volvió a incurrir en algo que no sabia a ciencia cierta ¿qué era? ¿Por qué lo hacía?
- ¿A qué te refieres Albert? – ahora que haría, tenía que mentir.
- Vamos Candy eres enfermera, ¿a que crees que me refiero? – la tomó de los hombros y la dirigió hasta él.
- ¡Ah eso! No crees que es una conversación que debemos tener en otro momento – sugiere ella sin poder levantarse, Albert la tenía agarrada por los hombros obligándola a arrollidarse.
- Y ¿cuál otro momento? ¿No es algo que debería de recordar? – le cuestiona mordazmente.
- ¡Lo harás cuando estés listo! – refiere Candy, saliéndose por la tangente.
- Candy, ¡dímelo, por favor! – insiste Albert. Tomando su mano y comenzando a acariciar el dorso, acercando su rostro más al de ella.
- Albert…yo… - intenta decir algo la rubia, sin conseguirlo.
- Candy… por favor – suplica él cuando sus labios están a milimetros.
- ¡No, no sucedió! – suelta la rubia y se aleja, pero él se lo impide.
- Era tan dificil – vuelve a sostenerla así, como hacia unos segundos, ahora la tiene en la posición donde la quería. ¡Sólo un beso! Sólo uno y sabrá si su corazón le miente.
- ¡No, sólo que …! – Candy ya no puede ni pensar, tenerlo tan cerca se imagina que él quiere besarla, pero cómo, ella no puede permitirlo; los únicos labios que han probado los suyos son los de Terry y sólo pueden ser los de Terry.
- Sólo qué estás pensando en Terry ¿verdad? En lo que te va a decir porque hasta donde recuerdo, ¡él es tú N O V I O! Ahora Candy, dime, ¿dónde quedo? ¿Me estabas engañando mientras andabas con él? ¿Qué clase de hombre es que no me respeta? ¡Novio por carta! ¡Basura! Dime, ¿que es eso Candy? – a cada absurda pregunta la acercaba más, enojado, celoso, muerto en vida.
- ¡¿Tenemos que hablarlo en este momento?! – refirió Candy volteando el rostro.
- ¡Algún día lo tenemos que hacer! – insistió el rubio, atrapando su rostro.
- Pero no ahora, por favor – ella comienza a temblar, tiene tantas ganas de llorar.
- ¿Por qué no, Candy? ¡Explícame! O es que acaso ¿me estás mintiendo? – se levanta y encarcela a Candy entre sus brazos, tomándola del mentón, acariciándole el rostro, colocando sus labios a la altura de los suyos, reteniéndole el rostro en esa posición; debe besarla porque si no los celos lo destruirán, el engaño le esta cobrando dulce venganza a su mente, siente como la sangre le hierve por dentro, debe besarla, ahora o nunca.
- ¡No…! ¡Sí…! ¡No! ¡Ya no me preguntes más! – responde Candy negándose a besarlo, a su insistente apriete mientras ella se niega, mientras retira el rostro del de él.
- ¡William! ¿Qué crees que estás haciendo? – George se interpone entre Candy y el rubio, adueñándose ella de su brazo, comenzando a sollozar quedamente, asustada.
- ¡Me tienes que decir la verdad! – exige ante ella y más que nada al que los ha interumpido, estaba muy cerca, demasiado cerca.
- ¡Pero, esa no es la forma! – lo reprende llevándose a Candy a la puerta.
- ¡Eres… una descarada! ¡Te puedo acusar de adulterio, Candy! – es la única solución, Albert se encuentra fuera de sí, ha probado la amarga hiel de los celos y quiere justicia, desea venganza.
Continuara…
- Terry…yo…solo…tengo que irme – Candy no sabia que contestarle, aunque ya se esperaba ese interrogatorio, pero no tan pronto, no esperaba sentirse destruida cuando enfrentara los celos irascibles de Terry.
- ¿A dónde? – le preguntó haciendo que todos ahí se volvieran a verlos, estaban llamando la atención de médicos y enfermeras.
- ¡A Nueva York! – Candy mintió, sabía que ahí la buscaría por cielo, mar y tierra.
- Dime ¿a donde te vas? ¡Quiero la verdad! – le exigió más ahora encerrándola entre sus dos brazos con furia y detrás de ella el coche de los Andley.
- Un momento, señor Grandhcester – George decidió intervenir.
- ¡George! – se sorprendió Terry.
- Candice debe irse a Europa, lo siento debe de exculparnos, debemos irnos – George soltó a Candy de los brazos de Terry y comenzaron a subir cuando fue interceptado por el castaño joven.
- ¡Eso sí que no! Ella debe explicarme, ¡he sido un maldito idiota todo éste tiempo! ¡Candice! – la llama, pero cuando ella se voltea a verlo, una lágrima sale de sus ojos y cae a la mano de Terry que la tenía puesta sobre la ventana.
- Lo siento, no debemos perder tiempo, disculpe, cochero avance – solicita George al cochero y éste obedece rápidamente.
- ¡Terry…no! ¡Terry, perdóname! ¡No quise, tonta, tonta… Candy eres una tonta! – se repetía mentalmente Candy, ¿qué era lo que estaba haciendo?
- Calma señorita, calma…ya platicaremos en el camino. A Lakewood John – refirió George cuando se habían alejado lo suficiente, seguido de una ambulancia.
- Sí señor Johnson, ¡arre! – el chofer obedeció las órdenes del castaño sin preguntar.
- ¡Cochero! ¡Siga con prudencia a ese carruaje! – pide Terry, deteniendo a un coche de alquiler.
- ¿Trae dinero suficiente? – cuestionó el cochero apenas divisando el otro carruaje.
- Por supuesto, además tengo fondos suficientes si van hasta Nueva York – informó el castaño al robusto hombre, sonriéndole.
- ¿Nueva York? Lo dudo joven, acaban de tomar camino para la estación del tren hacia Illinois – informó el cochero.
- Va de regreso a Lakewood, pues sígalos y le pagaré más que bien – sonrió para sí y se subió rapidamente al coche.
- ¡Sí señor, como ordene! – responde el cochero, alineándose al coche que significa un punto hacia adelante y mucho después una ambulancia.
- ¿A qué irán a Lakewood? Candy, ¿qué signifca tu mirada? ¡Era tan diferente! Te veías tan cansada, muy cansada, habías llorado, pero si te casaste por tí misma, ¿por qué estarías llorando? ¡Aquí hay algo que aún no me queda claro y eso lo voy a averiguar! – decidió Terry en un monólogo interno.
Candy y George llegaron a la estación y de la ambulancia sacaron a Albert en silla de ruedas. Candy se dirigió al compartimento que George había apartado para ellos, mientras George se encargaba de las maletas, Candy ayudaba a Albert a acomodarse.
- ¿Estás cómodo, Albert? – preguntó Candy, doblando correctamente los bordes de la frazada que le ponia en las piernas.
- Sí, gracias Candy – agradeció Albert con otra mirada.
- ¿Por qué me miras así? – cuestionó Candy, observándolo.
- Trato de recordarte, me reconociste de inmediato cuando llegué, eso se me hace excepcional – le comentó sonriéndole, viendo su rostro y deteniéndose en sus labios. No recordaba haber probado esos labios, ¿por qué no se acordaba?
- Sí, recuerdas…somos amigos desde hace mucho Albert – refiere Candy, como si nada.
- Y esposos ¿desde cuándo? – no sabía de dónde había sacado esa pregunta.
- Unos meses solamente… - respondió mientras escondia el rostro en el doblado del otro extremo de la frazada.
- ¿Eres mi esposa en todos los sentidos? – volvió a incurrir en algo que no sabia a ciencia cierta ¿qué era? ¿Por qué lo hacía?
- ¿A qué te refieres Albert? – ahora que haría, tenía que mentir.
- Vamos Candy eres enfermera, ¿a que crees que me refiero? – la tomó de los hombros y la dirigió hasta él.
- ¡Ah eso! No crees que es una conversación que debemos tener en otro momento – sugiere ella sin poder levantarse, Albert la tenía agarrada por los hombros obligándola a arrollidarse.
- Y ¿cuál otro momento? ¿No es algo que debería de recordar? – le cuestiona mordazmente.
- ¡Lo harás cuando estés listo! – refiere Candy, saliéndose por la tangente.
- Candy, ¡dímelo, por favor! – insiste Albert. Tomando su mano y comenzando a acariciar el dorso, acercando su rostro más al de ella.
- Albert…yo… - intenta decir algo la rubia, sin conseguirlo.
- Candy… por favor – suplica él cuando sus labios están a milimetros.
- ¡No, no sucedió! – suelta la rubia y se aleja, pero él se lo impide.
- Era tan dificil – vuelve a sostenerla así, como hacia unos segundos, ahora la tiene en la posición donde la quería. ¡Sólo un beso! Sólo uno y sabrá si su corazón le miente.
- ¡No, sólo que …! – Candy ya no puede ni pensar, tenerlo tan cerca se imagina que él quiere besarla, pero cómo, ella no puede permitirlo; los únicos labios que han probado los suyos son los de Terry y sólo pueden ser los de Terry.
- Sólo qué estás pensando en Terry ¿verdad? En lo que te va a decir porque hasta donde recuerdo, ¡él es tú N O V I O! Ahora Candy, dime, ¿dónde quedo? ¿Me estabas engañando mientras andabas con él? ¿Qué clase de hombre es que no me respeta? ¡Novio por carta! ¡Basura! Dime, ¿que es eso Candy? – a cada absurda pregunta la acercaba más, enojado, celoso, muerto en vida.
- ¡¿Tenemos que hablarlo en este momento?! – refirió Candy volteando el rostro.
- ¡Algún día lo tenemos que hacer! – insistió el rubio, atrapando su rostro.
- Pero no ahora, por favor – ella comienza a temblar, tiene tantas ganas de llorar.
- ¿Por qué no, Candy? ¡Explícame! O es que acaso ¿me estás mintiendo? – se levanta y encarcela a Candy entre sus brazos, tomándola del mentón, acariciándole el rostro, colocando sus labios a la altura de los suyos, reteniéndole el rostro en esa posición; debe besarla porque si no los celos lo destruirán, el engaño le esta cobrando dulce venganza a su mente, siente como la sangre le hierve por dentro, debe besarla, ahora o nunca.
- ¡No…! ¡Sí…! ¡No! ¡Ya no me preguntes más! – responde Candy negándose a besarlo, a su insistente apriete mientras ella se niega, mientras retira el rostro del de él.
- ¡William! ¿Qué crees que estás haciendo? – George se interpone entre Candy y el rubio, adueñándose ella de su brazo, comenzando a sollozar quedamente, asustada.
- ¡Me tienes que decir la verdad! – exige ante ella y más que nada al que los ha interumpido, estaba muy cerca, demasiado cerca.
- ¡Pero, esa no es la forma! – lo reprende llevándose a Candy a la puerta.
- ¡Eres… una descarada! ¡Te puedo acusar de adulterio, Candy! – es la única solución, Albert se encuentra fuera de sí, ha probado la amarga hiel de los celos y quiere justicia, desea venganza.
Continuara…