Consecuencias de un engaño
Capítulo IX
Capítulo IX
Había pasado una semana, la mansión de Lakewood estaba muy tranquila, inesperadamente un George abatido no salía de dos habitaciones, por la mañana una biblioteca y por la noche una habitación; Albert tampoco salía de una alejada habitación en el ala oeste de la mansión; la servidumbre no servía ninguna comida en el comedor, subían el desayuno, la comida y la merienda a cada habitación, la que una vez había sido la casa más animosa de los Andley ahora era la más triste. Sorpresivamente un día de aquella desolada semana llegó Annie a la villa de los Britter y se dio cuenta de que la mansión de los Andley estaba siendo visitada.
Después de dejar sus valijas a su recámara y acomodarlo todo, se mudó el lindo vestido que traía puesto por un traje de montar, dirigiéndose a la mansión de los Andley, así es como se hubo enterado de esa noticia, tan preocupada estaba que decidió quedarse, dos personas, dos enfermeras, un doctor y una mofeta, eran las que medio dormían, medio comían y medio se aseaban con tal de estar al lado del cuerpo de la rubia.
Era la hora del almuerzo, Annie había acabado con el baño de su amiga que era atendida por una enfermera, la veía de reojo de vez en cuando; leía, bordaba, tarareaba, pintaba y la rubia parecía estar mejor con el paso de los días y las semanas. Afuera era todo lo que ella hubiera deseado, las flores, la ventana abierta, los pájaros cantando; pero adentro era todo lo contrario, olía a tristeza, pesadumbre, lágrimas, silencio, situaciones lúgubres. Mientras Annie bordaba una mantita, todo a su alrededor era silencio.
- George… - la rubia comenzaba a despertar.
- ¡Candy…Candy…! - Annie corrió hasta un lado de la cama y tocó una campanilla que daba a la biblioteca, donde a esa hora sabía que se encontraba George.
- ¡Eh! – el castaño se encontraba ahí, perdido en sus recuerdos, cuando de pronto la campanilla que venía de la habitación de Candy comenzó a sonar. No podía creerlo, se levantó rápido y salió de la biblioteca. ¡Mary, John arriba, deprisa! – ordenó a la servidumbre.
- ¡Vamos, es la señorita Candy! – apresuró Mary a John.
- ¿Qué pasa, señorita Britter? – cuestionó George alterado.
- ¡Ha despertado George! ¡Candy por fin despertó! – soltó ella llorando, había pasado una semana.
- George – volvió a repetir Candy sin abrir los ojos.
- ¡Mary ve por el Dr. Russel! – ordenó el castaño sin salir de su asombro. Señorita Candy, regrese, vuelva, despierte… - pidió el castaño al ver que ella luchaba por no caer en la inconciencia.
- ¡Terry, basta! – susurró quedamente, apenas y se le entendía.
- ¡Candy, Candy…! - repitió la morena sollozando.
- ¡Apártense de la enferma, apártense! ¡Señorita pídales que salgan de aquí! – apuró el Dr. Russel.
- ¡Noooo, no me moveré de aquí! ¡Candy, Candy tienes que despertar! – pedía Annie, a lo lejos, ya que un preocupado novio había llegado hasta ellos.
- ¡Archie, déjame ir con ella! – le pidió dejándose caer en sus brazos ya que Archie la jaló para que el médico atendiera a Candy.
- ¡Calma, Annie! ¿Qué pasó? – preguntó su novio. George, ¿sucedió algo? – cuestionó apremiante el muchacho ante George.
- ¡Joven Cornwell, no sé cómo sucedió! ¡De verdad que no lo sé! ¡Sólo la encontré ahí! ¡Tirada en la parte de atrás del tren, inconsciente…! ¡No pasó nada! ¡No le hice nada, no la ayudé, debía haberla cuidado más, debí llevarla a mi vagón, pero no la obligué, la dejé ahí y cayó en coma, perdón hice mal mi trabajo – George aparentemente había soportado bien la tensión, ahora era cuando ya no lo soportaba más, comenzó a llorar amargamente, como si la rubia hubiese fallecido.
- ¡George, no llores George, no llores, estoy aquí! – Candy susurraba inquieta, en estos momentos tenía temperatura y deliraba.
- Señorita adminístrele un señor Johnson, por favor y usted joven podría llevárselo, está alterando a la enferma – solicitó amigablemente el Dr. Russel.
- Stear, llévate a Annie a su habitación mientras voy a la habitación de George – le pidió a su hermano.
Las enfermeras entraban a cada rato a la habitación de Candy, las bandejas de agua fría era lo que más consumía esa habitación, días antes el Dr. Russel le recomendó a George que llamase a toda la familia a Lakewood o al menos a los más cercanos a Albert y a Candy, pero sobre todo a ella. Desde que la encontraron, desmayada en la parte de atrás del tren había caído en la inconsciencia para que unas horas después cayera en coma, al parecer no quería regresar a la realidad de su vida, la que ella había creado.
Al otro día, George se sentía mejor, el tranquilizante había hecho maravillas con sus nervios, el castaño le contó a Archie lo que sucedió en el tren, desde ese día hasta ahora, también le contó que Annie no se le despegaba para nada y temía que también enfermara, otra cosa, fue que Candy sólo la alimentaban por sonda y que desde que cayó en coma la mansión ya no había sido la misma. Ella era toda la luz que la mansión necesitaba, pero ahora parecía que no existía esa luz.
Archie convenció a Annie de salir a pasear, Stear se había quedado con Candy, el camisón, la ropa de cama estaba húmeda; las enfermeras le pidieron permiso para mudarla mientras Mary retiraba las sábanas y bajaba las escaleras con ellas, para lavarlas, creyendo que esa vez era única, nunca en su vida al servicio de los Andley había lavado tantas sábanas. Mientras las enfermeras salían de allí, una sombra rubia entraba a la habitación de Candy, las ojeras que demostraba su rostro eran todo lo que ella significaba para él, no podía dormir muy bien a menos que Russel lo sedara, pero tampoco quería llegar a esos extremos.
Albert se acercó hasta ella, le tocó una húmeda mejilla con los dedos y se retiró de ahí, se cruzó con la mirada extraña de Stear que no lo vio y Stear solo observó cómo lloraba, eso fue muy impactante y extraño.
Cuando Annie llegó, George también lo hacía, caminó hasta ella, se sentó en la silla y comenzó a leerle la sección financiera de los periódicos mientras Annie bordaba su aún inconclusa mantita; Candy escuchó la voz de George, se encaminó hacia el lugar de donde provenía y comenzó a correr hacia él. Era un largo camino, pero por fin había llegado.
- ¿Dónde estoy? – preguntó la rubia.
- ¡Señorita Candy, ha despertado! – se apresuró el castaño llegando hasta ella.
- ¡George, qué triste estás! – Candy le tocó el rostro. ¡No llores! – susurró ella.
- No lo estoy haciendo, sólo quiero que usted esté mejor – se limpió las lágrimas de las que hablaba ella.
- George, ¿dónde está Terry? – preguntó ella como sin sentido.
- ¿Te..rry? Se quedó en Chicago, señorita ¿de qué habla? – preguntó George desorientado.
- Vi a Terry, estaba discutiendo con Albert… – refirió ella.
- Candy ¿cómo supiste eso? – preguntó un Albert abatido por ese descubrimiento.
- ¿Qué cosa? ¿El joven Grandchester está aquí? – George no podía creerlo.
- Nos siguió George, pero esa discusión sucedió en el vagón que daba a la parte trasera del tren, no sabía que Candy seguía allí, lo juro – refirió Albert como disculpándose y quedándose un largo rato en el marco de la puerta.
- ¿A dónde está? – cuestionó George, le exigió a Albert con la mirada para que se lo dijera.
- ¡Candy…! – exclamó Archie.
- ¡Candy! – exclamó Patty sorprendida por el estado de la rubia.
- ¡Pecosa, despertaste! Gracias Dios mío! – exclamó Terry haciendo que todos volvieran el rostro hacia donde él se encontraba.
Continuará…
Después de dejar sus valijas a su recámara y acomodarlo todo, se mudó el lindo vestido que traía puesto por un traje de montar, dirigiéndose a la mansión de los Andley, así es como se hubo enterado de esa noticia, tan preocupada estaba que decidió quedarse, dos personas, dos enfermeras, un doctor y una mofeta, eran las que medio dormían, medio comían y medio se aseaban con tal de estar al lado del cuerpo de la rubia.
Era la hora del almuerzo, Annie había acabado con el baño de su amiga que era atendida por una enfermera, la veía de reojo de vez en cuando; leía, bordaba, tarareaba, pintaba y la rubia parecía estar mejor con el paso de los días y las semanas. Afuera era todo lo que ella hubiera deseado, las flores, la ventana abierta, los pájaros cantando; pero adentro era todo lo contrario, olía a tristeza, pesadumbre, lágrimas, silencio, situaciones lúgubres. Mientras Annie bordaba una mantita, todo a su alrededor era silencio.
- George… - la rubia comenzaba a despertar.
- ¡Candy…Candy…! - Annie corrió hasta un lado de la cama y tocó una campanilla que daba a la biblioteca, donde a esa hora sabía que se encontraba George.
- ¡Eh! – el castaño se encontraba ahí, perdido en sus recuerdos, cuando de pronto la campanilla que venía de la habitación de Candy comenzó a sonar. No podía creerlo, se levantó rápido y salió de la biblioteca. ¡Mary, John arriba, deprisa! – ordenó a la servidumbre.
- ¡Vamos, es la señorita Candy! – apresuró Mary a John.
- ¿Qué pasa, señorita Britter? – cuestionó George alterado.
- ¡Ha despertado George! ¡Candy por fin despertó! – soltó ella llorando, había pasado una semana.
- George – volvió a repetir Candy sin abrir los ojos.
- ¡Mary ve por el Dr. Russel! – ordenó el castaño sin salir de su asombro. Señorita Candy, regrese, vuelva, despierte… - pidió el castaño al ver que ella luchaba por no caer en la inconciencia.
- ¡Terry, basta! – susurró quedamente, apenas y se le entendía.
- ¡Candy, Candy…! - repitió la morena sollozando.
- ¡Apártense de la enferma, apártense! ¡Señorita pídales que salgan de aquí! – apuró el Dr. Russel.
- ¡Noooo, no me moveré de aquí! ¡Candy, Candy tienes que despertar! – pedía Annie, a lo lejos, ya que un preocupado novio había llegado hasta ellos.
- ¡Archie, déjame ir con ella! – le pidió dejándose caer en sus brazos ya que Archie la jaló para que el médico atendiera a Candy.
- ¡Calma, Annie! ¿Qué pasó? – preguntó su novio. George, ¿sucedió algo? – cuestionó apremiante el muchacho ante George.
- ¡Joven Cornwell, no sé cómo sucedió! ¡De verdad que no lo sé! ¡Sólo la encontré ahí! ¡Tirada en la parte de atrás del tren, inconsciente…! ¡No pasó nada! ¡No le hice nada, no la ayudé, debía haberla cuidado más, debí llevarla a mi vagón, pero no la obligué, la dejé ahí y cayó en coma, perdón hice mal mi trabajo – George aparentemente había soportado bien la tensión, ahora era cuando ya no lo soportaba más, comenzó a llorar amargamente, como si la rubia hubiese fallecido.
- ¡George, no llores George, no llores, estoy aquí! – Candy susurraba inquieta, en estos momentos tenía temperatura y deliraba.
- Señorita adminístrele un señor Johnson, por favor y usted joven podría llevárselo, está alterando a la enferma – solicitó amigablemente el Dr. Russel.
- Stear, llévate a Annie a su habitación mientras voy a la habitación de George – le pidió a su hermano.
Las enfermeras entraban a cada rato a la habitación de Candy, las bandejas de agua fría era lo que más consumía esa habitación, días antes el Dr. Russel le recomendó a George que llamase a toda la familia a Lakewood o al menos a los más cercanos a Albert y a Candy, pero sobre todo a ella. Desde que la encontraron, desmayada en la parte de atrás del tren había caído en la inconsciencia para que unas horas después cayera en coma, al parecer no quería regresar a la realidad de su vida, la que ella había creado.
Al otro día, George se sentía mejor, el tranquilizante había hecho maravillas con sus nervios, el castaño le contó a Archie lo que sucedió en el tren, desde ese día hasta ahora, también le contó que Annie no se le despegaba para nada y temía que también enfermara, otra cosa, fue que Candy sólo la alimentaban por sonda y que desde que cayó en coma la mansión ya no había sido la misma. Ella era toda la luz que la mansión necesitaba, pero ahora parecía que no existía esa luz.
Archie convenció a Annie de salir a pasear, Stear se había quedado con Candy, el camisón, la ropa de cama estaba húmeda; las enfermeras le pidieron permiso para mudarla mientras Mary retiraba las sábanas y bajaba las escaleras con ellas, para lavarlas, creyendo que esa vez era única, nunca en su vida al servicio de los Andley había lavado tantas sábanas. Mientras las enfermeras salían de allí, una sombra rubia entraba a la habitación de Candy, las ojeras que demostraba su rostro eran todo lo que ella significaba para él, no podía dormir muy bien a menos que Russel lo sedara, pero tampoco quería llegar a esos extremos.
Albert se acercó hasta ella, le tocó una húmeda mejilla con los dedos y se retiró de ahí, se cruzó con la mirada extraña de Stear que no lo vio y Stear solo observó cómo lloraba, eso fue muy impactante y extraño.
Cuando Annie llegó, George también lo hacía, caminó hasta ella, se sentó en la silla y comenzó a leerle la sección financiera de los periódicos mientras Annie bordaba su aún inconclusa mantita; Candy escuchó la voz de George, se encaminó hacia el lugar de donde provenía y comenzó a correr hacia él. Era un largo camino, pero por fin había llegado.
- ¿Dónde estoy? – preguntó la rubia.
- ¡Señorita Candy, ha despertado! – se apresuró el castaño llegando hasta ella.
- ¡George, qué triste estás! – Candy le tocó el rostro. ¡No llores! – susurró ella.
- No lo estoy haciendo, sólo quiero que usted esté mejor – se limpió las lágrimas de las que hablaba ella.
- George, ¿dónde está Terry? – preguntó ella como sin sentido.
- ¿Te..rry? Se quedó en Chicago, señorita ¿de qué habla? – preguntó George desorientado.
- Vi a Terry, estaba discutiendo con Albert… – refirió ella.
- Candy ¿cómo supiste eso? – preguntó un Albert abatido por ese descubrimiento.
- ¿Qué cosa? ¿El joven Grandchester está aquí? – George no podía creerlo.
- Nos siguió George, pero esa discusión sucedió en el vagón que daba a la parte trasera del tren, no sabía que Candy seguía allí, lo juro – refirió Albert como disculpándose y quedándose un largo rato en el marco de la puerta.
- ¿A dónde está? – cuestionó George, le exigió a Albert con la mirada para que se lo dijera.
- ¡Candy…! – exclamó Archie.
- ¡Candy! – exclamó Patty sorprendida por el estado de la rubia.
- ¡Pecosa, despertaste! Gracias Dios mío! – exclamó Terry haciendo que todos volvieran el rostro hacia donde él se encontraba.
Continuará…