[center]Consecuencias de un engaño
Capítulo VIII[/center]
Capítulo VIII[/center]
- ¡Terry! ¿Qué haces aquí? – cuestionó la rubia sorprendida.
- Subí en la estación, tenía que hablar contigo – respondió
- Yo… ¡oh Terry! ¡Es mentira! ¡Es una mentira! ¡Era para salvarlo, tenía que ayudarlo! – respondió Candy levantándose y dando de vueltas, exasperada.
- ¿A quién? – cuestionó el castaño sin entenderle nada.
- Albert, él me ha ayudado desde pequeña, tú sabes… sabes que ¡no puedo decirle que no! – volvió a exclamar fuertemente.
- Entonces, ¡todo esto fue actuado! – gritó Terry, riéndose por su torpeza.
- No…sí, en parte sí, fue actuado, tenía que hacerlo o lo echarían del hospital – respondió ella temerosa.
- ¡Oh pecosa entrometida! – la llamó así, abrazándola.
- ¿Estás enojado? – preguntó Candy
- Molesto ahora que lo sé, estaba celoso, entonces ¿me amas? – le preguntó él sin recato alguno.
- ¡Sí, si te amo Terry! – se lo dijo, al final se lo dijo, echándose a sus brazos.
- ¡Ven aquí pecas…! ¡También te amo…! ¡Mañana mismo regresaremos…! – anuncio Terry, entusiasmado.
- No…no puedo – refirió la rubia.
- ¿Por qué no? – cuestionó enfadado.
- Si me regreso a Chicago y se enteran de que todo fue una farsa, me echarán del hospital – explicó lo mismo que a George.
- ¡No te quedarás aquí! – Terry elevó el tono de voz.
- ¡Sí, sí lo haré! – resolvió Candy, ni él ni Albert la harían desistir.
- Pero entiéndeme a mí, ¿en qué papel quedo? ¡Albert ya ha intentado besarte una vez! – ahora era él quién se ponía en evidencia.
- En ninguno, ¿me estuviste espiando? – exclamó la rubia enojada y mucho.
- Pasaba por ahí… - sugirió Terry como si se tratara de cualquier cosa.
- ¡Ajá y el diablo que te lo crea! Sólo me falta que me digas que quieres casarte conmigo solo para asegurarte que no haré nada indebido! – ahora la rubia fue la que hacía una broma.
- …
- ¡Terry! – Candy le atinó a lo que él planeaba, pero no pudo evitar que el se notara desilusionado.
- Sabes pecas, contigo ¿no puedo ser romántico? ¡Ninguna vez! – aceptó el castaño riéndose y abrazándola.
- ¡Es una broma! – prefirió tomarlo de ese modo.
- ¿Qué es una broma, señorita Candy? – le preguntó George a ella, sin saber que Terry se encontraba ahí.
- George, pensé que te habías ido a dormir – susurró Candy sin poder ocultar su sonrojo y evadiendo la mirada maravillada de Terry.
- Me preocupaba usted, pero ya veo que tenemos compañía – refirió George al notar que ella estaba acompañada. Buenas noches joven Grandchester – saludó efímeramente.
- ¡Buenas noches George, aunque pronto será de día! – le explicó por la hora en la que ésta amena plática sucedía.
- ¿De qué hablaban? ¿Cuál era la broma? – el castaño les cuestionó a ambos.
- No es ninguna broma, Candy y yo vamos a casarnos – le dijo terry, tomándola de la cintura y apretándola hacia sí.
- ¡No es cierto! ¡Ella ya tiene esposo! ¡Suéltala! – gritó furioso el rubio quién también venía a buscar a Candy.
- Albert ¿qué haces fuera de tu vagón? – preguntó candy con sorpresa, ya que él no debería de exponerse al estrés.
- Vine a tomar el aire, pero eso es lo que sobra aquí – refirió el rubio, moviendo las manos fervorosamente.
- Candy dale la buena noticia
- Si piensas que me la quitarás, estás muy equivocado. ¡Nunca le daré el divorcio! – espetó Albert.
- ¡Ella no necesita de tu permiso! – Terry le aclaró.
- ¡Terry, basta! – pidió Candy a punto de las lágrimas.
- No, no hay un basta, tú…tú eres una tonta, siempre anteponiéndote ante todos, ¡te hubieras quedado en Londres, allá estabas segura! – le gritó furioso con ojos embravecidos.
- ¡Terry…! ¡Cómo puedes decir eso? ¡Hice lo mejor para los dos! – Candy no podía creerlo, ella se sentía traicionada.
- ¿Estás segura? – le cuestionó Terry a la rubia.
- ¿Cómo puedes decirme eso? – respondió con otra pregunta.
- ¡Tú eres mía! – el rubio la jaló hacía su cuerpo.
- ¡No, no, no, no seré el perdedor de nuevo! ¡Tú eres mía! – Terry la jaló hacía sí.
De repente Candy se soltó de ambos hombres y a ambos les propinó una cachetada, tan sonora que el ruido del tren había sido ensombrecido. George miraba la escena con desaprobación, Candy estaba herida de nuevo, ahora ya con problemas de adultos no por injusticias de los hermanos Leagan; un amor intrincado en dos hombres, un hombre sin pasado que cuando se diera cuenta de su error quizás podría ser muy tarde y para el otro, ocurrencia precedida en el por su talante familiar, los celos irascibles de los jóvenes Grandchester le podrían dejar una herida que sería muy dificil de sanar. Candy era la que más le preocupaba, tenía dias sin dormir y comer, sometida al estrés y sobretodo al escrutinio que también por su parte había propinado, ¿cuánto mas resistiría?
- ¡Tú… tú… tú eres un imbécil, mientras tú te dirigías a América en primera clase, yo lo hice trabajando en un barco, además sabes algo, estudié enfermería porque quería ayudar a las personas, quería sentirme útil y es una profesión valiosa para todo el mundo, menos para ti – Candy desorientada lo señaló.
- ¿Eso es Candy! ¡Has sido valiente! – Albert la apoyó.
- ¡Y tú! ¡Me verás como tu enfermera y nada más! – ahora era el turno de Albert.
- ¡Bravo, tu esposa es digna para ti! – exclamó mordaz.
- Exacto es mi esposa, Candy vamos a dormir – la tomó del brazo.
- ¡No me toques! – se zafó ella.
- ¡Será la mía! – se adelantó Terry al ver la negativa.
- No, de ninguno de los dos, George puedes cambiarme el vagón por favor, ¡quiero estar sola! – solicitó a un preocupado George.
- ¿Dormiré solo? – cuestionó Albert.
- ¡Duerme con quién quieras! – refutó Candy indignada.
- Pero… - objetó Albert.
- ¡Vamos señorita Candy…y ustedes dos podrán mantener las garras y los colmillos alejados unos minutos, por favor. Enseguida vuelvo – George con la mirada le reprochó a Albert el haberla siquiera tratado como posesión, logrando que él extendiese la mano, ella la agarrara y pidiéndoles a ambos permiso para que la dejaran pasar.
Candy terminó por llorar, recargándose sobre la portezuela del barandal, después de tantas vicisitudes que habían sucedido, su organismo no pudo soportarlo más, delante de ella estaban los tres hombres, enfrente a George, a la izquierda Terry y a la derecha Albert; Candy cerró los ojos tratando de enfocarlos, pero una vez más le fue imposible, todo era tan lejano. Cuando Candy dio un paso hacia atrás, se apoyó irremediablemente en la baranda que sin seguridad se abrió de pronto y cayó hacia la obscuridad de la noche, con una velocidad de 140 km/h. Seis brazos y tres gritos se oyeron en medio del ruido de la noche…
- ¡Candy, cuidado! – gritó Albert, confundido por lo que acababa de pasar.
- Candy, Candy…aprisa el freno de emergencia, acciónalo George – le pidió a George que lo hiciera.
- ¡Señorita Candy… señoritaaaa! – George sólo se quedó ahí, inmóvil. ¿Qué había pasado?
Candy había caído en la noche más aterradora para los tres, la habían perdido mientras Terry jalaba la palanca de emergencia, en medio de gritos, susurros y notas de auxilio una vez que se había detenido el tren.
Continuará…
- Subí en la estación, tenía que hablar contigo – respondió
- Yo… ¡oh Terry! ¡Es mentira! ¡Es una mentira! ¡Era para salvarlo, tenía que ayudarlo! – respondió Candy levantándose y dando de vueltas, exasperada.
- ¿A quién? – cuestionó el castaño sin entenderle nada.
- Albert, él me ha ayudado desde pequeña, tú sabes… sabes que ¡no puedo decirle que no! – volvió a exclamar fuertemente.
- Entonces, ¡todo esto fue actuado! – gritó Terry, riéndose por su torpeza.
- No…sí, en parte sí, fue actuado, tenía que hacerlo o lo echarían del hospital – respondió ella temerosa.
- ¡Oh pecosa entrometida! – la llamó así, abrazándola.
- ¿Estás enojado? – preguntó Candy
- Molesto ahora que lo sé, estaba celoso, entonces ¿me amas? – le preguntó él sin recato alguno.
- ¡Sí, si te amo Terry! – se lo dijo, al final se lo dijo, echándose a sus brazos.
- ¡Ven aquí pecas…! ¡También te amo…! ¡Mañana mismo regresaremos…! – anuncio Terry, entusiasmado.
- No…no puedo – refirió la rubia.
- ¿Por qué no? – cuestionó enfadado.
- Si me regreso a Chicago y se enteran de que todo fue una farsa, me echarán del hospital – explicó lo mismo que a George.
- ¡No te quedarás aquí! – Terry elevó el tono de voz.
- ¡Sí, sí lo haré! – resolvió Candy, ni él ni Albert la harían desistir.
- Pero entiéndeme a mí, ¿en qué papel quedo? ¡Albert ya ha intentado besarte una vez! – ahora era él quién se ponía en evidencia.
- En ninguno, ¿me estuviste espiando? – exclamó la rubia enojada y mucho.
- Pasaba por ahí… - sugirió Terry como si se tratara de cualquier cosa.
- ¡Ajá y el diablo que te lo crea! Sólo me falta que me digas que quieres casarte conmigo solo para asegurarte que no haré nada indebido! – ahora la rubia fue la que hacía una broma.
- …
- ¡Terry! – Candy le atinó a lo que él planeaba, pero no pudo evitar que el se notara desilusionado.
- Sabes pecas, contigo ¿no puedo ser romántico? ¡Ninguna vez! – aceptó el castaño riéndose y abrazándola.
- ¡Es una broma! – prefirió tomarlo de ese modo.
- ¿Qué es una broma, señorita Candy? – le preguntó George a ella, sin saber que Terry se encontraba ahí.
- George, pensé que te habías ido a dormir – susurró Candy sin poder ocultar su sonrojo y evadiendo la mirada maravillada de Terry.
- Me preocupaba usted, pero ya veo que tenemos compañía – refirió George al notar que ella estaba acompañada. Buenas noches joven Grandchester – saludó efímeramente.
- ¡Buenas noches George, aunque pronto será de día! – le explicó por la hora en la que ésta amena plática sucedía.
- ¿De qué hablaban? ¿Cuál era la broma? – el castaño les cuestionó a ambos.
- No es ninguna broma, Candy y yo vamos a casarnos – le dijo terry, tomándola de la cintura y apretándola hacia sí.
- ¡No es cierto! ¡Ella ya tiene esposo! ¡Suéltala! – gritó furioso el rubio quién también venía a buscar a Candy.
- Albert ¿qué haces fuera de tu vagón? – preguntó candy con sorpresa, ya que él no debería de exponerse al estrés.
- Vine a tomar el aire, pero eso es lo que sobra aquí – refirió el rubio, moviendo las manos fervorosamente.
- Candy dale la buena noticia
- Si piensas que me la quitarás, estás muy equivocado. ¡Nunca le daré el divorcio! – espetó Albert.
- ¡Ella no necesita de tu permiso! – Terry le aclaró.
- ¡Terry, basta! – pidió Candy a punto de las lágrimas.
- No, no hay un basta, tú…tú eres una tonta, siempre anteponiéndote ante todos, ¡te hubieras quedado en Londres, allá estabas segura! – le gritó furioso con ojos embravecidos.
- ¡Terry…! ¡Cómo puedes decir eso? ¡Hice lo mejor para los dos! – Candy no podía creerlo, ella se sentía traicionada.
- ¿Estás segura? – le cuestionó Terry a la rubia.
- ¿Cómo puedes decirme eso? – respondió con otra pregunta.
- ¡Tú eres mía! – el rubio la jaló hacía su cuerpo.
- ¡No, no, no, no seré el perdedor de nuevo! ¡Tú eres mía! – Terry la jaló hacía sí.
De repente Candy se soltó de ambos hombres y a ambos les propinó una cachetada, tan sonora que el ruido del tren había sido ensombrecido. George miraba la escena con desaprobación, Candy estaba herida de nuevo, ahora ya con problemas de adultos no por injusticias de los hermanos Leagan; un amor intrincado en dos hombres, un hombre sin pasado que cuando se diera cuenta de su error quizás podría ser muy tarde y para el otro, ocurrencia precedida en el por su talante familiar, los celos irascibles de los jóvenes Grandchester le podrían dejar una herida que sería muy dificil de sanar. Candy era la que más le preocupaba, tenía dias sin dormir y comer, sometida al estrés y sobretodo al escrutinio que también por su parte había propinado, ¿cuánto mas resistiría?
- ¡Tú… tú… tú eres un imbécil, mientras tú te dirigías a América en primera clase, yo lo hice trabajando en un barco, además sabes algo, estudié enfermería porque quería ayudar a las personas, quería sentirme útil y es una profesión valiosa para todo el mundo, menos para ti – Candy desorientada lo señaló.
- ¿Eso es Candy! ¡Has sido valiente! – Albert la apoyó.
- ¡Y tú! ¡Me verás como tu enfermera y nada más! – ahora era el turno de Albert.
- ¡Bravo, tu esposa es digna para ti! – exclamó mordaz.
- Exacto es mi esposa, Candy vamos a dormir – la tomó del brazo.
- ¡No me toques! – se zafó ella.
- ¡Será la mía! – se adelantó Terry al ver la negativa.
- No, de ninguno de los dos, George puedes cambiarme el vagón por favor, ¡quiero estar sola! – solicitó a un preocupado George.
- ¿Dormiré solo? – cuestionó Albert.
- ¡Duerme con quién quieras! – refutó Candy indignada.
- Pero… - objetó Albert.
- ¡Vamos señorita Candy…y ustedes dos podrán mantener las garras y los colmillos alejados unos minutos, por favor. Enseguida vuelvo – George con la mirada le reprochó a Albert el haberla siquiera tratado como posesión, logrando que él extendiese la mano, ella la agarrara y pidiéndoles a ambos permiso para que la dejaran pasar.
Candy terminó por llorar, recargándose sobre la portezuela del barandal, después de tantas vicisitudes que habían sucedido, su organismo no pudo soportarlo más, delante de ella estaban los tres hombres, enfrente a George, a la izquierda Terry y a la derecha Albert; Candy cerró los ojos tratando de enfocarlos, pero una vez más le fue imposible, todo era tan lejano. Cuando Candy dio un paso hacia atrás, se apoyó irremediablemente en la baranda que sin seguridad se abrió de pronto y cayó hacia la obscuridad de la noche, con una velocidad de 140 km/h. Seis brazos y tres gritos se oyeron en medio del ruido de la noche…
- ¡Candy, cuidado! – gritó Albert, confundido por lo que acababa de pasar.
- Candy, Candy…aprisa el freno de emergencia, acciónalo George – le pidió a George que lo hiciera.
- ¡Señorita Candy… señoritaaaa! – George sólo se quedó ahí, inmóvil. ¿Qué había pasado?
Candy había caído en la noche más aterradora para los tres, la habían perdido mientras Terry jalaba la palanca de emergencia, en medio de gritos, susurros y notas de auxilio una vez que se había detenido el tren.
Continuará…