GUERRA FLORIDA 2016 CLASE ESPECIAL AQUELARRE ANDREW
AMOR PERDIDO
Disclaimer: Los personajes de Candy Candy pertenecen a la novelista Kyoko Mizuki, la mangaka Yumiko Igarashi y/o Toei Animación.
Esta historia es de mi autoría, producto de mi imaginación. El uso de los personajes y sus nombres pueden contener variaciones en sus caracteres y/o similitudes. Así como también partes del manga han sido tomadas para fines de la historia que ha sido escrita sin fines de lucro y sólo para entretenimiento.
- Lo siento, hermosa.- se carcajeó Albert sin poder evitarlo.- Me encanta ver como tu rostro resplandece cuando te enojas....
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Dicen que las confabulaciones surgen con más éxito cuando la oscuridad reclama ante el atardecer la supremacía de la noche, que los secretos mejor guardados, son aquellos que gritas muy a voz en cuello a tu interior, que cuando se juntan los males siempre vienen en masa, entonces….
No era novedad que en una de las habitaciones de la mansión, dos mujeres, una de edad mayor, canosa y con el rostro surcado de arrugas por las amargas experiencias de su vida, insistiese en repasar el plan que había bosquejado para que su sobrino de una vez por todas sentase cabeza.
-Todo tiene que salir a la perfección Juliane.- indicó la dama agri-amarga caminando de un lado a otro abanico en mano.
-Por supuesto, Madame Elroy.- respondió con falsa modestia la señorita, ataviada en un precioso vestido azul. Tono que según la mismísima Elroy había indicado era el color adecuado para impactar a su sobrino.- Esta noche todos me verán al lado de su sobrino.
-¡Tía! –Espetó la anciana, haciendo énfasis a sus palabras.- Cuántas veces te he dicho que me puedes decir tía, dado que muy pronto te casarás con mi sobrino.
-Pero es que no es lo correcto aún madame... Tía Elroy.- convino Juliane cuando la anciana le hubo mirado con fijación , gozando internamente la cercanía con la matriarca quien se aseguraría que ella pudiese lograr la atención del guapo rubio. Su prometido.
- Recuerda hija….- exhortó la tía abuela.- Debes salir de aquí exactamente treinta minutos antes de la hora de la fiesta. Estoy segura que mi sobrino saldrá de su despacho en ese lapso de tiempo. Cuando lo haga, inventa una excusa, no te despegues por nada del mundo de su lado. Esta noche serás presentada como su novia formal, así que esperemos que para su cumpleaños ustedes ya estén comprometidos.
- Así lo hare, tía.- respondió con una sonrisa radiante Juliane.- No sabe, cómo he esperado este momento con ansias.
-Yo también hija, yo también.- manifestó madame Elroy mientras se dirigía hacia la puerta.- Ahora te dejaré sola unos momentos. Debo hacerme unos retoques.- La puerta se abrió y la dama se dispuso a salir, no sin antes enfatizar con el abanico en dirección de la joven.- Ya lo sabes. Treinta minutos.
Elroy no esperó la respuesta de la joven y se dirigió satisfecha por los pasillos del ala este e ingresó a su habitación aún pensativa. Los últimos días, William se había comportado de lo más insoportable. ¿Es que acaso no podía aceptar que su matrimonio había sido concertado incluso antes de nacer?
Que la llevase el infierno, pero dejaba de ser Madame Elroy antes que dar su brazo a torcer. Él se casaría en el tiempo estipulado, o en todo caso apoyaría la moción del consejo de retrasar la toma de mando del clan.
Poco a poco, se dijo colocando en sus manos perfume de alabastro, primero debía asegurar el compromiso de Albert esa misma noche, el título de duquesa no podía desestimarse así por así, Albert llegaría a ser un duque y las riquezas de la familia se verían incrementadas a tal punto, que ni siquiera la reina de Inglaterra podría contra ella.
Además, ella sabía lo que era mejor para su familia, y si eso significaba actuar en el momento indicado haciendo que Albert se comprometiese y a la vez hiciese desaparecer a la huérfana en el proceso, logrando riqueza y poder, con mucho más razón no le temblaría la mano. Era una pena que Neil, sin querer saliese sacrificado en toda esa planificada ecuación, aunque sea temporal- se dijo- recordando el asunto del divorcio.
Sí, se animó nuevamente la dama, todo estaba saliendo excelente. Unas cuantas horas más y lo que tanto había soñado, se cumpliría.
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Entretanto, Albert, se encontraba en su despacho mirando desde el ventanal y pensando que la única persona que podía apaciguar su ánimo llegaría en pocas horas. Sin embargo el temor de que ella no le perdonase tal secreto, le estaba carcomiendo la consciencia.
¿Cómo explicarle la verdad sin que ella se sintiese utilizada? ¿Reaccionaría favorablemente? ¿Se quedaría junto a él y le aceptaría esa nueva faceta de su vida?
Días atrás la tía abuela se había empecinado en que él se interrelacionase con señoritas de sociedad. Sutilmente le había sugerido que debía gozar de las virtudes de la soltería.
¡Cómo si a él le interesase aquellas desfachateces!
Y desde que le había introducido a la Srta. Juliane Devons, ésta no paraba de frecuentar la mansión con la venia de su tía Elroy quien le quería meter hasta en la sopa a esa insidiosa chica.
¿Cómo podía pensar su tía que él se sentiría atraído por semejante muestra de vanidad andante, como era Juliane?
Había convenido almorzar con ellas al día siguiente que le anunciase su decisión de adelantar su presentación pero esa comida había sido la más desagradable de su vida. Al parecer todo tenía que girar en torno a Juliane para que esa chica se mostrase contenta.
Albert era un buen observador y no podía negar que la chica era una belleza, sin embargo, solo bastaba que Juliane abriese la boca para que el encanto fuese roto.
La tía, siendo entrometida como era, le había enviado una carta reprendiéndolo por su falta de interés y descortesía, cuando sin previo aviso él se había retirado a cabalgar para luego pasar la noche en la cabaña y así evitar cualquier tipo de contacto con sus invitadas que “casualmente” habían comenzado a llegar a diario a la hora del almuerzo, el té o la cena.
Ahora el día había llegado. Unas horas más y ella llegaría a la mansión.
"¡Ánimo!- se dijo a sí mismo.- Has podido lidiar con peores cosas, seguro que podrás decirle la verdad".
Faltaban tres horas para el momento del desenlace, tiempo más que suficiente para salir de aquel estudio y no volverse loco de tanto pensar.
Mirando con cuidado de no toparse con su tía, Albert salió de su despacho y se dirigió así como estaba a las caballerizas.
Necesitaba sentir el roce del aire fresco al cabalgar, quemar energías con el ejercicio para poder despejar su mente y reunir coraje, no porque sintiera temor de hablar ante la sociedad de Chicago que esperaba expectante, sino porque tenía miedo perder su corazón ante aquella blonda chica quien muchos años atrás le había conquistado el alma en aquella colina de Ponny.
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¡Una hora! Una hora había pasado Juliane esperando que el apuesto patriarca, saliera de su despacho para dirigirse hacia el salón. La fiesta estaba por comenzar y Juliane no quería hacer el ridículo en el pasillo, así que animándose a último momento se dispuso a ingresar a la oficina patriarcal, dispuesto a usar todos sus encantos con el escurridizo rubio.
Giró la manecilla de la elegante oficina con sigilo encontrando la habitación a oscuras.
A tientas, presionó el interruptor de la bombilla para darse con la sorpresa que la estancia se encontraba vacía, ni rastro del objeto de su interés. Con curiosidad contenida, Juliane observó a detalle los elementos decorativos que adornaban la habitación. Nada le indicaba que ese fuera el lugar de trabajo de William Ardlay, al contrario una que otra imagen en cuadro con paisajes naturales y aburridos a su parecer, pendían en estratégicos sitios.
Con cuidado de no ser vista, decidió que era mejor apagar la bombilla del cuarto para poder ver el exterior a través del ventanal. Corrió un poco una de las cortinas, pensando en ir ella misma hacia la habitación del rubio y asegurar su lugar junto a él quien aunque no la soportase, como caballero que era, de seguro no le haría semejante desplante.
Varios vehículos iban llegando a la mansión conforme pasaban los minutos, distintos carruajes lujosos también. Los invitados habían asistido masivamente a la invitación de los Ardlay motivados por conocer al escurridizo tío abuelo William, a quien ella misma no conocía. Sólo sabía que su padre, la había enviado a conocer a su prometido, el heredero del tío abuelo Ardlay y además había insistido que debía casarse con él a como dé lugar, sin importar el precio a pagar.
Su primera reacción ante la noticia había sido la de negarse rotundamente pero entonces, cuando le presentaron a ese apuesto joven, agradeció su buena suerte.
William Albert Ardlay. Aquel era el nombre del joven a quien había sido prometida desde el momento de nacer.
Un joven alto, de cabellos rubios, piel lozana y blanca, muy bien proporcionado, esa era la descripción más cercana que pudo notar si le veía de lejos, pero cuando le observó un poco más de cerca el rostro, no había palabras que le hicieran justicia a tanta belleza.
Unos deliciosos labios carmesí que invitaban a besar le hicieron suspirar al verle sonreír, unas mejillas labradas a la perfección acompañaban a una nariz recta y perfecta. Pero lo que más le impactó de su bello rostro, fueron sus ojos. Azules como el cielo infinito protegido por unas pestañas espesas, oscuras transmitiendo una intensidad que invitaba a querer descubrir sus más oscuros deseos.
Aún recordaba la sensación hormigueante de su vientre, el temblor de sus rodillas y como se había olvidado de respirar cuando él con una amable sonrisa le había dado la bienvenida al momento de conocerse. Juliane, no necesitó más. Supo que él era el indicado para formar una familia, y sobre todo, el aplomo y confianza con la cual se manejaba en su trato hacia los demás, hacían de él un hombre imposible de resistir.
Pero como su madre le había enseñado “No des las cosas por sentado”, por ello ella se propuso ganar el corazón de tan increíble dios griego. Lo que no esperaba, era que la belleza de la cual ella podía presumir, no le impactase en lo más mínimo a él. Había intentado de todo, comidas, paseos, cenas, excusas, pretextos, pero siempre él tenía una sonrisa y tras ella una negativa de su parte. Como si estuviese preparado para cualquier tipo de eventualidad, siempre terminaba escabulléndose de sus reuniones aduciendo estar ocupado con asuntos de la empresa.
El arribo de auto con el emblema de la familia Ardlay, le llamó la atención. Curiosa y con el pensamiento de saber quién podría ser su ocupante, Juliane miró uno a uno de los engalanados que se disponían a ingresar al gran salón. Una joven rubia sobresalía entre el pequeño grupo que era liderado por ¡el hombre de confianza del patriarca!
Alarmas resonaron en su interior, cuando vio como aquella joven era rodeada de periodistas haciéndola su centro de atención. ¡Aquello no le había advertido madame Elroy!
Era mejor ir y ver por sí misma quién era aquella muchacha y de paso hallar a William antes que sus planes se saliesen de control.
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Y es que a último minuto Albert había cambiado de planes y pedido a Dorothy, su jefa de personal de la mansión, que le enviase su traje al ala oeste, cerca del solárium.
A regañadientes, la tía Elroy había accedido esperarlo junto a los demás invitados y cuando ella hiciera la introducción él ingresaría para darse a conocer. No quería ser molestado. No quería incómodas sorpresas.
Fue desde la habitación de los retratos que Albert se preguntaba mientras se arreglaba los gemelos de la manga de su camisa, si la dueña de su alma estaría ya en el lugar.
Comenzó a colocarse la "bendita corbata" con la mirada hacia el exterior, cuando divisó a través del ventanal como el auto de la familia que el mismo había enviado a recoger a Candy, se aparcaba frente al lobby de la mansión.
Con el corazón palpitando fuertemente observó como uno a uno de sus ocupantes se deslizaban hacia la entrada del lobby notando como una preciosa rubia vestida de rosa, afirmaba sus pies sobre la loza.
La visión de su ángel rosa lo dejó sin aliento, aun en la distancia, podía notar la exquisitez de su belleza y lo grácil de su postura con el cabello totalmente suelto, la perfilaba como una ninfa etérea.
Albert, además percibió lo incomoda que se hallaba ante el asecho de la prensa y deseó ser él y no George quien la protegiese del gentío periodístico.
¡Tenía que verla! No podía esperar más. Muy poco le importaba los protocolos que habían dispuesto para aquella fiesta, miró su reloj unos instantes, si se apresuraba, al menos le quedaban diez minutos antes del anuncio de la tía abuela, para encontrarla y confesarle su identidad.
«Ha llegado el momento que has rehuido por tanto tiempo, Albert.- se dijo el rubio con un suspiro de resignación mientras se disponía a salir de la habitación dispuesto a tomar públicamente las riendas del clan Ardlay. »
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Candy llegó a la mansión a la hora prevista, hizo todo lo posible para evitar encontrarse con la tía abuela, no muy segura de cuál sería la reacción de ésta si la viese con semejante vestido escotado.
Si tan sólo hubiera hecho oídos sordos a Lady Edna y Madame Lucy, estaba segura que los invitados no la mirarían como si tuviera dos cabezas.
Sin embargo, la realidad era que la joven se encontraba maravillosa con ese look de época, sexy y glamoroso.
Candy había colocado el pie en el suelo de la mansión, la prensa que estaba grabando y tomando fotos de los invitados, al ver llegar a la chica acompañada de George, asumieron que era ella una importante invitada del jefe de clan. Rodeándola con ferocidad, comenzaron una sarta de preguntas aturdiendo a la muchacha por lo cual el mano derecha del patriarca, tuvo que ejercer su autocontrol, y con toda entereza se hizo cargo de ellos, mientras la rubia se deslizaba ayudada por Archie y Annie a ingresar por uno de los pasillos de la mansión.
-Quiero unos minutos a solas Annie- pidió Candy sintiendo el peso de su nerviosismo.- Vayan adelantándose, les daré el alcance en unos minutos….
-Candy…- musitó Archie en un tono de advertencia a la joven.- No pienses en huir, gatita.
-No lo haré, Archie – le tranquilizó ella.- Sólo necesito un minuto aquí antes de afrontar la gran sorpresa, es todo.
-Estaremos esperándote Candy.- advirtió Annie indecisa de dejar sola a su hermana.- Tienes cinco minutos, sino vendré yo misma a llevarte.
-Os aseguro que no es necesario.- respondió Candy. –Yo también deseo saber quién es el tío abuelo William.
La pareja de amigos no respondió pero si le dirigieron una mirada de advertencia a la rubia antes de ingresar al salón y fue lo único que necesitó Candy para escabullirse un momento a buscar una habitación desde donde podría ver el anuncio.
A medida que caminaba con prisa, descubrió que las puertas estaban cerradas, lo cual implicaba que los invitados habían colmado la casa con su presencia. Era de esperar que tuviesen esa curiosidad de descubrir el secreto que por años había sido guardado. ¿Verdad?
Siguió dando vueltas tratando de conseguir que una sola puerta estuviese libre, hasta que se topó con un muro que solo tenía una salida hacia el jardín y por el cual se podía rodear la mansión e ingresar por el otro costado.
Decidió que esa era la vía a seguir, así con sumo cuidado levantó la falda de su vestido mientras avanzaba en medio de las flores perfumadas y las pequeñas lamparitas que decoraban el huerto dándole un aire de fantasía.
Una sombra al final del jardín le llamó la atención de repente, Candy frunció el ceño. No estaba de humor para bromas pesadas, así que avanzó decidida hacia allí.
Poco a poco, su visión fue aclarando la imagen del personaje que se hallaba paralizado observándola con fascinación y Candy sintió que se le iba el alma.
-¡Oh por todos los cielos!- gimió ella sin poder creer que él estuviese allí.- ¡Albert!
CONTINUARÁ...
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Muy buenas horas hermosas, estamos aquí nuevamente corriendo y trayendo una actualización más de AMOR PERDIDO. Gracias a cada una de vosotras por leer y comentar en cada capítulo.
También deseo agradecer a Keila, quien amablemente ha concedido el uso de su fanart.
Hasta la siguiente actualización. Arigato!
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