Enlace al capítulo 1
La señora Leagan.
Capítulo 2
Capítulo 2
El muchacho era más joven que ella, y en otras circunstancias, quizá ni lo habría notado. Pero decepcionada de su vida y de su matrimonio, cualquier pretexto que le brindase un poco de alegría, era bien aceptado. Sus amados hijos, eran su mayor felicidad, pero seguía siendo una mujer y esa mujer no era ciega. El atractivo muchacho de cabellera negra contrastante a su pálida piel, era un regalo a la vista. Además, el acento extranjero ligeramente gutural, aunque fuese apenas perceptible, le resultaba encantador, la sensual curva de sus labios, su amaderada loción y hasta la elegancia con que se desenvolvía, a pesar de su juventud, la hacía sentirse atraída hacia él cada vez con mayor profundidad.
Escucharlo hablar, resultaba todo un deleite, era tan seguro de sí, tan refinado, que le resultaba casi hipnótico. Las cortas temporadas vacacionales resultaban insuficientes, Sarah instó a su marido en comprar una casa cerca de Lakewood, los niños tendrían más espacio, podrían estudiar con un tutor, después de todo, él viajaba constantemente y regresar a casa en una villa de la campiña, incluso sería beneficioso para su salud por el aire fresco. La carta fuerte de Sarah, fue hablar del pequeño hijo de Rosemary. Si crecía al lado de Elisa, en un futuro podrían terminar casados. Era una magnífica oportunidad de emparentar directamente con los Ardley. A Raymond instantáneamente, la idea le sedujo. Y como beneficio extra, gozaría la libertad de encontrarse solo en la casa de la ciudad. La misma Elroy les ofreció una residencia en desuso, propiedad del tío abuelo.
Finalmente, ambos sopesaron el beneficio de no pagar un centavo por la casa, y accedieron a “hacer el favor de cuidarla”. En momentos así, Sarah recordaba porqué se había casado, en el fondo, ambos tenían los mismos sueños y anhelos. Pero el maldito Raymond, había echado todo por la borda. No podía mostrarse débil y manipulable como cuando jovencita. Nunca más. Tampoco se arriesgaría a contraer la sífilis, aunque él pareciera muy saludable. Ya bastante se había arriesgado a un contagio, al darle dos hijos. Eran suficientes.
Ningún mimo era poco para sus pequeños. Claro, sus necesidades, que cada vez eran más, las cubrían los sirvientes. (Muy necesarios para vivir con las comodidades que requerían). Y para que ella pudiera prodigarles a sus hijos la atención que necesitaban, o al menos, eso le decía a su marido.
Los años siguientes, un dolor de cabeza, el cansancio extenuante de dirigir una casa, la atención dedicada a los niños, el soportar la malcriadez de la dama de compañía de Elisa… Cientos de pretextos abundaron para rechazar la intimidad con Raymond. La realidad, es que el despecho se hallaba muy hondo dentro de sí. Sarah no perdonaba y la lista de faltas de su esposo, se alargaría cada vez más.
La felicidad consistía en visitar a Elroy. El entusiasmo de verlo cada vez. Su impoluto traje oscuro, que religiosamente usaba sin importar el día o la hora y que regalaba a la vista, una firme y varonil figura a pesar de su lozanía.
El deseo prohibido, lo intocable. Eso era el joven George Johnson para Sarah.
El abanico se convirtió en su mejor aliado para disipar el calor al verlo, odiaba el estúpido sonrojo de niña inexperta que le resultaba imposible de controlar. ¿Algún día sentiría la calidez de sus manos? ¿Habría ocasión de escucharlo pronunciar su nombre de pila o de ser el objeto de su mirar? Ese mismo día, Sarah supo la respuesta.
Rosemary Brown, se encontraba enferma desde hacía un tiempo. Su esposo, el capitán Brown había decidido llevarla a Chicago con un médico de renombre, pero Elroy, preocupada por su sobrina, había ido con ellos, dejando a Anthony, al cuidado de la niñera, supervisada por George. No era el único menor al cuidado de George, pero eso, nadie más lo sabía.
Sarah, decidió llevar a sus pequeños continuamente a jugar con él y mientras los niños correteaban por los jardines, al cuidado del personal, ella se entretenía observando al joven Johnson, so pretexto de darse un respiro, leyendo.
Le resultó ridículo darse cuenta que se hallaba en la biblioteca, acariciando con devoción, la cubierta café de cuero, del libro que él unos días antes, había acomodado en su respectivo estante.
-Señora Leagan ¿Le gusta Balzac? –preguntó en joven al verla sosteniendo la novela que acababa de terminar
-Eh… ¡Por supuesto George… Señor Johnson… Joven Johnson!
-Puede llamarme George, señora Leagan. Todos en la familia lo hacen- acotó con caballerosidad para sacarla del apuro
-Bien. Pensé en retomar mi lectura, si lo ha terminado…
-¡Oh, lo lamento! Si hubiera sabido que estaba leyendo Una hija de Eva, no habría tomado el libro y menos por tantos días.
-Es que lo leí dos veces, la lectura de autores franceses, me parece muy estimulante.
-¡Le concedo toda la razón! –exclamó la mujer quizá con demasiado brío -Aunque leer en el idioma original, siempre supone un mayor placer, me temo que las clases del instituto, están demasiado oxidadas, hace años que no practico…
-Cuando guste, podría ayudarle… Si gusta, claro. –ofreció el chico con amabilidad.
-¡Oh, tenga por seguro que le tomaré la palabra! –Exclamó quizá demasiado alto por la expectativa de charlar con él más a menudo
George notó el entusiasmo de la señora Leagan, pero su sentido de caballerosidad tan bien asentado, repelía cualquier sospecha de malas intenciones por parte de su interlocutora.
- ¿Ha leído más de La comedia humana, señora Leagan? Preguntó el muchacho con genuino interés
Sarah no tenía idea de a qué se refería, y su expresión con el ceño arrugado, la delató, por lo que George procedió a explicarle de manera simple:
-Se trata de las obras completas de Balzac. El autor, realizó un proyecto para escribir más de 100 novelas, aunque solo terminó 87. El ejemplar que tiene en la mano, pertenece a ese proyecto. Lo llamó “La comedia humana” en honor a La divina comedia, de Dante
- ¡Oh! Pensé que era porque Obras completas, le parecería muy simple al lector. Ja, ja, ja.
George la observó reír quizá por primera vez en el tiempo que la conocía.
-Seguramente lo sería, ja, ja, ja.
Una situación que carecía de gracia por la simplicidad de Sarah, pero que los unió en una carcajada honesta y desfachatada.
-Me gusta la descripción que Balzac hace de la sociedad aristócrata y burguesa. La honestidad con que retrata a las mujeres hastiadas de su vida, al borde de romper sus principios y valores por el deseo de sentirse vivas.
Un sorprendido George, por tales declaraciones en una mujer que bien podía entrar en aquella descripción de mujer banal hastiada de la rutina y de su papel en sociedad. Quizá por eso había decidido irse a vivir al campo, pues carecía de la sencillez de Rosemary. Y por esa razón, se sintió fascinado con al escucharla. Pensó que posiblemente sería la primera vez que se permitía expresar una opinión de ese tipo sin miedo a ser juzgada. Después de todo, él no era mas que un joven sin linaje alguno, un empleado de la familia a ojos ajenos, y carente de toda autoridad para cuestionarla.
Mientras tanto, Sarah pensaba en María Angélica de Granville, la protagonista de Una hija de Eva: casada con un conde, con una vida aburrida y gris, tolerando apenas la compañía de Félix de Vandenesse, por el hecho de ser irremediablemente su esposo. Una mujer real, con sueños… Con el anhelo de inspirar los sentimientos de un hombre y sentir una gran pasión de novela.
Sarah sentía las ansias de volverse una mujer impetuosa como el personaje de Balzac; anhelaba ser María Angélica, y enfrascarse en una aventura con Raúl Nathan, que por supuesto, sería encarnado por George, aunque no fuese un escritor bohemio como el amante de la susodicha.
Pero a esas alturas de su vida, Sarah tampoco era tan inocente como María Angélica; sabía que George no era su hombre soñado, es más, era un jovencito comparado con ella, y aunque la protagonista de la novela de Balzac ni siquiera se permitió tener sentimientos, pues sabía que de no cortarla a tiempo, podría arruinar para siempre su vida. Y ella ¿Arruinaría su vida enfrascándose en una aventura fuera del matrimonio? O quizá… ¿Podría mejorarla?
Ese fue el principio de lo que quizá fue para Sarah, la primera amistad sincera. Con el paso de los días, las tardes de charlas en la biblioteca, fueron volviéndose continuas y las opiniones compartidas, más íntimas.
Las contadas ocasiones en que le produjo una sonrisa con su charla, eran evocadas cada noche con anhelo. Y sin darse cuenta, Sarah volvió a sonreír.
Enlace al capítulo 3
Última edición por Friditas el Miér Abr 19, 2017 1:35 am, editado 6 veces