Enlace al capítulo 5
La señora Leagan
Capítulo 6
Capítulo 6
Entró precipitadamente a la habitación de su querida Rosey. La observó tendida aún sobre la cama, con su camisón parecía dormir y tenía una expresión pacífica en el rostro. Se alegró de no ver rastro de dolor en su gesto, pero las emociones lo sobrepasaban.
-Déjenme a solas con ella, por favor- pidió a las doncellas que preparaban su atuendo mortuorio
Apenas cerró la puerta, dejó salir libremente el raudal de emociones que oprimían su pecho. Quiso gritar, pero sabía que no debía. Tomó su mano aún tibia y entre lágrimas, por vez primera pudo profesarle su amor con palabras. Todo cuanto sentía, salió de su boca. Acarició su cabello, la contempló por la que sabía, sería última vez. Se permitió darle un beso en la frente. Y cuando se sintió capaz de no dar un espectáculo, abrió la puerta.
No quería alejarse de ella, pero los trámites no podían esperar. Vincent estaría demasiado conmocionado. Debía actuar.
Redactó los telegramas necesarios y envió al chofer al pueblo con la misión de enviarlos y traer al médico a revisar a la señora Elroy. Y cuando hubo terminado lo urgente, se dirigió de vuelta a la residencia Leagan.
-¿Por qué lo hiciste?-bramó perdiendo los estribos, apenas vislumbró a la mujer que buscaba- ¡Conocías mis sentimientos! Me alejaste en un momento crucial ¿Por qué?-
-Justo por ser un instante crucial. Tú no eras nada para ella. Y ella no debía significar nada para ti. Era lo mejor para todos.- respondió con una firmeza inusitada
-Sin embargo, ella lo era todo para mí. Y tú lo sabías. Conocías mi secreto y ahora…
-¡Sé porqué era un secreto! ¡Ella nunca se hubiera fijado en ti! En un “don nadie”. Brown es un tipo vulgar y sin linaje, pero tú, eres un huérfano salido de quién sabe dónde.
Sarah había cruzado el límite, ella sabía en el fondo que todo era producto de los celos. Celos iracundos que jamás había sentido por nadie. Había ofrecido todo de sí a George, y él la había rechazado.
Pero al menos, había cumplido su cometido: alejarlo de la otra mujer cuando lo buscaba. ¡No era su títere! No era suyo. Iba a ser de ella, pero no la aceptó. No importaba nada más. No importaba si él salía herido. Recordó entonces el final de la novela que no alcanzaron a comentar, Madame Bovary, de Flaubert: entendió el porqué de la felicidad exultante de Emma Bovary en el lecho de muerte pensando en el infeliz de su marido al enterarse de lo endeudado que le había dejado, en lo mucho que sufriría al saberse en desgracia a pesar de una vida de trabajo y el regocijo de imaginarlo solo y devastado por su ausencia. Consideró que era un precio justo por no haber sabido hacerla feliz.
Observar el rostro desalentado de George, le causaba un placer desconocido hasta entonces. Todo cuanto él sentía ahora, lo merecía.
No había manera de volver atrás y George, había aprendido de la manera más dura, lo que era la traición. Debido a esto, intentaría por todos los medios, no volver a exponer su sentir abiertamente ante nadie.
-Los días anteriores parecía no importarte, "señora Leagan".
-Me eras útil. Ya no lo eres más. Mi esposo regresará- dijo en un intento por hacerle sentir los mismos celos que carcomían su ser
George quiso salir a su encuentro y gritarle al pobre hombre que huyera mientras podía, luchaba con toda su fuerza de voluntad por controlarse pero era tan difícil con la ira emergiendo de cada poro de su cuerpo.
-Lo compadezco…
-¡Te odio y maldigo cada segundo que pasé a tu lado!- gritó enfurecida. Era el acabose ¿Cómo se atrevía?
-Y yo maldigo el instante en que pensé que podíamos ser amigos. Eres una bruja sin corazón
-¡Cuida tus palabras, empleado! ¡Puedo hacer que te despidan! Elroy me quiere como su hija, un chasquido de mis dedos y te mandaría a la calle
-Me importa un bledo lo que hagas. Te respetaba, llegué a apreciarte. Fui un ciego, un estúpido por darte el beneficio de la duda a pesar de saber lo malcriada que todos decían antes de tu llegada a este pueblo.
-No soy una malcriada.
-Por supuesto que no eres una malcriada. Eres una mujer fría como témpano de hielo. Una arpía tramposa. Si tanto desprecio sentías, no debiste hacerme perder el tiempo cada maldita tarde…
-Se lo diré al capitán Brown
-¿Q…qué? –preguntó entrecerrando los ojos
-Le diré que mientras él te considera un hermano, tú deseas a su mujer como el vil traidor infiel que eres. ¡Te expulsarán del clan! Brown no dejará que vuelvas a verla.
George, inhaló profundamente, sujetó el puente de su nariz con los dedos índice y pulgar, levantó el rostro y mostró una calma que no sentía, para terminar diciendo:
-Bien, ¡Hazlo..! Tal vez lo merezca. Y ¿Sabes? No me importará dejar de formar parte de esta familia si eso conlleva no volverle a ver. Rosemary ha muerto. Vincent no se preocupará por mí.
Sarah hubiese preferido que la abofetearan a sufrir tal humillación.
¿Por qué George no se arrepentía de sus palabras? La había rechazado, le reclamaba por intentar mostrarle su amor ¿Por qué no se doblegaba ante ella? Y lo supo: Nunca la había querido… Ni siquiera un poco.
-No vales la pena. Huérfano miserable. Vete a mirar tus “amados ojos verdes”. Esos que no te verán jamás. Y que no te hubiesen volteado a ver nunca…
Sabía que no valía la pena arriesgar su posición como guardián del joven patriarca a quien quería como un hermano. Su mejor arma, sería ocultar todo rastro de emoción. Ejercer control sobre sí mismo y alejarse lo más posible de aquella horrible mujer.
-Lo sé. Y lo respeté siempre, aunque tú no sepas siquiera lo que significa esa palabra.
-¡Pagarás por esto, George! ¡A mí nadie me habla así! Soy una Ardley ¡Maldita sea!- espetó cerrando los puños con fuerza
-Puedes ser una Briand, una Leagan o una Ardley. No me importa. No volveremos a vernos. –respondió con todo el desprecio que fue capaz.
El joven Johnson salió de la residencia Leagan creyendo con firmeza sus palabras. Su vida, había tomado un rumbo inexorable hacia la oscuridad. La desazón que brotaba de su pecho a cada paso, le confirmaba lo duro que sería pisar la señorial mansión de los Ardley a sabiendas de la ausencia de la mujer que había dado tanta luz a su ser. Jamás podría volver a ese estado de radiante felicidad como en el tiempo compartido. La esperanza de que algún día ella lo mirara otra vez, se había extinguido en definitivo. Nunca volvería a contemplarse en sus ojos, ni a escuchar su risa. Y su voz… La dulce y hermosa voz que con firmeza defendía sus ideales, había callado. No habría un mañana con ella.
Le había fallado a su padre. La promesa de cuidar a sus hijos, hecha a Wlliam Ardley, resultaba una estafa. No pudo evitar que Rose enfermase, mucho menos que partiera. Ni siquiera había podido estar a su lado los últimos momentos. Todo se derrumbaba y él no era más que un fracaso.
Enfrascado en su monólogo interior cruzaba el bosque de Lakewood, cuando ahí, en medio de la nada, vió a la persona qué sí consideraba un hermano. El que chico que a su corta edad, había padecido casi tantas pérdidas como él. Se encontraba sentado en la rama de un árbol sumido en la tristeza. George supo que no podía abandonarlo también.
Las decisiones que George tomó ese día, lo acompañarían por mucho tiempo. Gracias a Sarah, aprendió a mostrarse imperturbable, la experiencia le había enseñado a no permitirse mostrar su vulnerabilidad ante nadie y mucho menos, a dejar ver sus sentimientos. Sarah no cumplió su palabra y permaneció en silencio con Vincent. No creyó que valiese la pena, la tía abuela sería su aliada para desterrarlo de la familia.
George, por su parte, supuso que se debía a la reacción imperturbable que tuvo hacia ella. A partir de ese día, aprendería a perfeccionarla.
Con el paso de los días, Sarah empezó a sentirse decaída. No habría más tardes de biblioteca, más charlas y risas. No más emoción por lo prohibido, no más tentación. No quería ponerse en pie. No quería comer, ni hacer nada. Los sirvientes supusieron que el dolor por la pérdida de un miembro de la familia, era la razón. Sarah caía en profunda depresión y no deseaba salir de aquel estado. Resultaba más cómodo no pensar, no sentir, encontrarse en el vacío…
Entonces, Raymond volvió. Llegaba a tiempo para el funeral que se había postergado en espera de los miembros del clan. Lo primero que recibió fueron las noticias sobre el estado de su esposa. Enardecido, la obligó a ponerse en pie
-¿Qué diablos te pasa, mujer? Ni siquiera eras cercana a la tal Rosemary ¿Por qué tanto drama? Ya estuvo bueno de fingir. Tu deber es estar al lado de Elroy. Ahora puedes ser su verdadera hija, nadie ocupa ese lugar. Tienes que estar con ella. ¡Muévete!
Sarah no contestó. Se limitó a mirarlo sintiendo todo el odio emergir. La sensación resultó tan fuerte, que sintió acidez en la garganta, pero en vez de prepararse para una buena pelea, se dirigió al baño y comenzó a desnudarse. Raymond comprendió y pidió ayuda inmediata para el baño de la señora mientras él hacía lo mismo en su propia habitación.
Sarah sintió que el agua, se llevaba la pena. Nada podía hacer por el amor de Geroge, la rubia simplona que se lo había quitado estaba muerta. Y él, ni siquiera había volteado a mirarle. Quizá si hubiese sabido esperar…
Odiaba a Rosemary aunque ya no estuviera viva. Odiaba esos ojos verdes y ese cabello pálido. Pero no podía hacer nada ya.
También odiaba a George, por rechazarla, por no amarla, por ser tan idiota de preferir ser el sirviente de la mujer que deseaba. Tal vez si hubiese esperado a la partida de la insulsa rubia, George se habría tentado, pero ella no era plato de segunda mesa. No más. Odió a partir de ese día la literatura.
Y a Raymond, él era el primer culpable de sus desdichas. Lo odiaba por sobre todo.
Odiaba a los Ardley por poseer la alcurnia que sus hijos merecían, y el dinero y posición que ella requería pero que no era suyo.
Odiaba a la tía abuela por quitarle a su padre, por ensuciar la memoria de su madre y por ser la mujer a quien debía favorecer para obtener lo que sus pequeños habían ganado al nacer en ese clan, le gustase o no.
Y se odiaba a sí misma por no haber sido lo suficiente para ninguno de los hombres en su vida. Pero había uno más, y una nena también; sus pequeños tesoros, a quien no defraudaría jamás costara lo que costase: Su Neal y su Elisa.
Los Leagan acudieron al funeral acompañando todo el tiempo a una devastada Elroy. Sarah buscó a George con una mirada discreta, pero no lo vió hasta que todo hubo terminado. Como el sirviente que era, no convivía con los miembros del clan, pensó. Solo cuando pasaban a su lado y no podían evitar saludarle. Lo había visto salir de un automóvil de vidrios opacos y esperar de pie a un costado a que los presentes rindieran sus respetos en el lugar del sepulcro, quizá para acercarse sin ser juzgado. No pudo esperar a ver cuál sería su intención, ya que debía partir al lado de su esposo y de Elroy, además Vincent seguía de pie junto a la tumba y no podía adivinar que en aquel auto se encontraba el mismísimo patriarca de los Ardley, aunque quizá al verlo, tampoco lo hubiese creído.
Con el pasar de los días, las cosas fueron volviendo a su normalidad para Sarah. Elroy seguía deprimida y decidió pasar una temporada en la ciudad. Raymond la instó a seguirle pero Sarah prefirió visitarle en temporadas, aquellas veces, no vió a George ni una sola ocasión.
Dos años después, Elroy volvió a Lakewood para festejar el cumpleaños de Anthony. Vincent había vuelto a trabajar y la tía había decidido hacer una fiesta para brindarle un poco de felicidad al pequeño. En los días siguientes, Sarah supo que George se instalaría en Londres para llevar los negocios de la mano directa del tío abuelo.
La indignación que sintió no se hizo esperar, pero Elroy, minimizó su opinión de tajo, diciendo que el mismo tío abuelo había solicitado expresamente a George para esa labor y que nadie podía intervenir, pues su palabra, era ley. También notó que ni siquiera le daba importancia a ese hecho, puesto que en un futuro cercano, sus otros sobrinos irían a vivir con ella, por tanto, nuevas obligaciones de las que ocuparse estaban a la vuelta de la esquina. Por más que lo intentó, por más cartas que envió al mismísimo patriarca, nada pudo hacer contra George.
Sarah no volvió a verlo por años, pero el rencor que albergaba dentro de sí, seguía tan grande como el primer día, incluso, crecía cada vez más.
Cuando volvió a verlo, solo sintió desprecio. Seguía igual de atractivo, y no quiso negarse el reparar en su figura más embarnecida. Sin embargo, seguía siendo un don nadie. O al menos, se convenció de ello.
George, en cambio, pudo perdonarla el día en que comprendió que nada hubiese podido cambiar su presencia en la mansión aquel fatídico día. El destino de Rosey estaba escrito desde que había enfermado. Sin embargo, decidió evitar a Sarah en lo posible, aunque cuando llegó el momento, y debió poner en tela de juicio su proceder, no dudó en actuar de manera que los demás pudiesen darse cuenta el tipo de persona que era. Porque él lo sabía muy bien. Y ayudó a William Ardley, para entonces ya no tan chico, cuando éste decidió adoptar a una niña que supuestamente, Sarah no trataba bien.
Cuando George conoció a la adolescente rubia de grandes ojos verdes, entendió de inmediato la simpatía de su casi hermano hacia ella; la expresión de dulzura y nobleza que expresaban era similar a la de su Rosey. Al mismo tiempo, la duda sobre las razones del odio de Sarah hacia la chica, lo hizo remembrar aquella época que consideraba oscura, cuando su amada enfermó, cuando su vida cambió.
Nunca habló con nadie de aquellos días en la biblioteca de Lakewood. Y mucho menos de los acontecimientos en la residencia Leagan. Sin embargo, se mantuvo con los ojos bien abiertos para no permitir que Sarah volviera a actuar de aquella forma tramposa con que había obrado hacia él. Aunque sus hijos habían aprendido bien… Pero esa, es una historia distinta.
FIN.
A todas mis lectoras hermosas. Agradezco de todo corazón el apoyo enorme que le han brindado a esta historia a pesar de no ser protagonizada por los personajes más populares del fandom. No hay epílogo, porque considero que la historia ha sido cerrada.
Cada comentario, cada palabra suya respecto a este humilde trabajo, la guardo en mi corazón. Su apoyo constante es el mayor incentivo para seguir escribiendo y aprendiendo.
¡Muchas gracias!
Friditas