La Abuela
La habitaciòn se encontraba iluminada por las làmparas de las mesas de noche. La tenue luz anunciaba la caìda de la tarde y el ambiente que reinaba era de total paz.
Fuera de la habitaciòn, en contraste, todo era expectaciòn, làgrimas, preguntas sin respuesta e incertidumbre.
La abuela iba a morir, ya no habìa duda de ello. Pero todo el mundo se preguntaba què serìa de ellos sin su maravillosa presencia, sin su sentido del humor, sin ese sentido de protecciòn y seguridad que siempre les habìa brindado a todos quienes la conocìan.
Todo el mundo se preguntaba què era lo que ella podìa estar sintiendo, porque la Abuela tambièn era un bastiòn que se ocupaba de todos, sin importarle sus propias aflicciones o dolores. Se habìan enterado de su avanzado estado de enfermedad porque se habìa desmayado en la cena de Acciòn de Gracias y el doctor sòlo se habìa encargado de ponerlos al tanto de la larga enfermedad de la Abuela.
Y aquì estaban todos, en esta Noche Buena, pidièndole a Dios que les dejara a la Abuela otro dìa màs y mañana, si sus oraciones habìan sido escuchadas, la oraciòn se repetirìa y si llegaba pasado mañana, serìa la misma peticiòn... otro dìa màs, sòlo otro dìa màs...
La Abuela se encontraba reclinada en su enorme y mullida cama. La cama que tantas veces habìa cobijado a los nietos en los momentos de angustia. La cama que les habìa servido de refugio en contra de la ira de sus padres cuando habìan cometido algùna travesura de niños o algùn desacierto de mayores.
Sea como fuere o donde fuere, toda la atmòsfera que rodeaba a la Abuela, siempre les habìa transmitido paz y seguridad. La seguridad de sentirse amados, hicieran lo que hicieran.
La respiraciòn de la Abuela era cada vez màs leve. Abriò sus ojos y contemplò la habitaciòn. Todas las fotos familiares, los trofeos que los nietos le habìan venido a dejar, las cortinas càlidas que colgaban de las paredes. Sì, habìa hecho una buena labor en cuantro a cobijar a su familia. Siempre les habìa demostrado lo mucho que los amaba y ahora que los sabìa fuera de esas paredes, angustiados, le hubiera gustado poder hacer algo para alivianar la preocupaciòn que nublaba sus corazones.
Pero sabìa que el tiempo se acercaba y sentìa còmo su pulso se debilitaba lenta pero inexorablemente.
Dirigiò sus ojos a la ventana que tenìa frente a sì. Veìa claramente los copos de nieve revoloteando en el viento invernal y sabìa que la noche se acercaba. ¡Esa noche era Noche Buena...! ¡Còmo lamentaba estar arruinàndoles a los chicos las Navidades! ¿Por què no habìa podido ser en otra fecha y no justamente cuando se suponìa que todos debìan estar contentos, felices y tranquilos?
Pensando en estas preguntas se encontraba, cuando su habitaciòn empezò a iluminarse poco a poco. La Abuela tratò de levantarse de la cama, pero sus fuerzas ya no daban para ello, asì que se dejò hundir pesadamente entre sus càlidas cobijas.
Pero la luz continuaba haciendose màs clara y repentinamente lo vio aparecer.
-¡¿...C...Còmo...?! -dijo con su voz cascada por la edad.
Èl sòlo sonriò mientras caminaba con paso gallardo y seguro, sonriendo encantadoramente.
-Tù... tù sòlo has estado en mi imaginaciòn... -dijo la Abuela con un susurro.
-No es como tù crees -dijo èl mientras se sentaba a la orilla de la cama. La abuela podìa sentir claramente el peso de su cuerpo; no era un fantasma... a no ser que los sedantes estuvieran haciendo estragos en su lòbulo frontal.
La Abuela puso cara de interrogaciòn.
-¿Recuerdas cuando escribìas esas historias sobre mì? -la Abuela moviò la cabeza afirmativamente. -En todos esos momentos, quien susurraba las historias en tu oìdo era yo, porque tù eras mi musa. Todos tus intentos de historias, llegaban a mì y me divertìa escuchar las locuras que se te ocurrìan, entonces me acercaba a ti en sueños y susurraba en tu oìdo algo de lo que realmente me habìa pasado y a la mañana siguiente, ya tenìas tu historia para escribir.
Tù siempre fuiste mi musa, porque siempre sentì el amor que me tenìas, el fervor con el que deseabas verme feliz, la ilusiòn que te hacìa el pensar en mì, lo que estabas dispuesta a hacer para "defenderme" y la calidez con que rodeabas todo aquello que tenìa que ver conmigo. Siempre te encargaste de darme un final feliz, pero hoy vine a decirte que tù tambièn tienes, no un final, sino un inicio feliz.
Las làgrimas rodaban por las mejillas surcadas de arrugas de la Abuela.
-¿Has venido a llevarme... verdad? -preguntaba ella con su voz cascada y dèbil.
Èl asintiò mientras sus ojos brillaban con làgrimas, pero las suyas eran làgrimas de felicidad.
-He esperado toda tu vida a que llegara este momento -murmurò èl alargando la mano y tomando la mano apergaminada de la Abuela entre las suyas. -He visto tus triunfos, tus fracasos, tus alegrìas y tus tristezas y siempre he estado a tu lado. Sabìa exactamente cuando pensabas en mì...
La Abuela sollozaba.
-...¿Por què ahora...? -preguntò ella.
-Porque la Navidad siempre ha sido tu època favorita del año -dijo èl. -Tus ojos siempre se iluminaban al ver el arbolito arreglado y las sonrisas de todos los que amabas. Nunca pensaste en ti, siempre en los otros y en su felicidad. Ahora me toca a mì, pensar en ti y tu felicidad. ¿Estàs lista?
La Abuela recorriò la habitaciòn con una mirada nostàlgica. Cerrò sus ojos y tratò de escuchar a su familia al otro lado de la puerta y cuando de nuevo abriò los ojos, se encontrò con los ojos de èl, fijos en los suyos e iluminados con una luz que le infundiò la seguridad que necesitaba.
-...Estoy lista... -dijo ella y en ese momento tuvo la certeza de que esa serìa la ùltima vez que escucharìa su cascada voz.
Èl continuaba sosteniendo su mano y con un suave tiròn la levantò de la cama. Ella se sentìa ligera, tan libre y feliz... Èl la llevò al gran espejo de la còmoda y ella pudo verse como cuando era una jovencita. Y èl seguìa vièndose como en cada uno de sus sueños, como en cada uno de sus suspiros. Èl era su galàn, aquel que siempre guardò en lo profundo de su corazòn, en el lugar donde nadie podìa tocarlo ni hacerle daño... y ¿por què no decirlo?, donde ella no tenìa que compartirlo con nadie màs.
-...Me veo hermosa... -dijo ella, entre asombrada y temerosa.
-Siempre has sido hermosa; de bebè y de abuelita, siempre fuiste hermosa, pero lo que siempre me cautivò de tì, fue tu gran corazòn.
-¿O sea que siempre has existido?
-Siempre.
-¿Y ahora voy a vivir contigo?
-Para siempre.
-¿Como siempre lo soñè? -dijo ella con làgrimas rodando por sus mejillas.
-Como siempre lo soñamos -dijo èl limpiàndole la mejilla. -Yo tambièn soñaba contigo...
Y tomados de la mano, salieron a travès de la ventana. Y los copos de nieve de la tormenta de Noche Buena, se encargaron de borrar dos pares de huellas que se perdìan en la eternidad.
Fuera de la habitaciòn, en contraste, todo era expectaciòn, làgrimas, preguntas sin respuesta e incertidumbre.
La abuela iba a morir, ya no habìa duda de ello. Pero todo el mundo se preguntaba què serìa de ellos sin su maravillosa presencia, sin su sentido del humor, sin ese sentido de protecciòn y seguridad que siempre les habìa brindado a todos quienes la conocìan.
Todo el mundo se preguntaba què era lo que ella podìa estar sintiendo, porque la Abuela tambièn era un bastiòn que se ocupaba de todos, sin importarle sus propias aflicciones o dolores. Se habìan enterado de su avanzado estado de enfermedad porque se habìa desmayado en la cena de Acciòn de Gracias y el doctor sòlo se habìa encargado de ponerlos al tanto de la larga enfermedad de la Abuela.
Y aquì estaban todos, en esta Noche Buena, pidièndole a Dios que les dejara a la Abuela otro dìa màs y mañana, si sus oraciones habìan sido escuchadas, la oraciòn se repetirìa y si llegaba pasado mañana, serìa la misma peticiòn... otro dìa màs, sòlo otro dìa màs...
La Abuela se encontraba reclinada en su enorme y mullida cama. La cama que tantas veces habìa cobijado a los nietos en los momentos de angustia. La cama que les habìa servido de refugio en contra de la ira de sus padres cuando habìan cometido algùna travesura de niños o algùn desacierto de mayores.
Sea como fuere o donde fuere, toda la atmòsfera que rodeaba a la Abuela, siempre les habìa transmitido paz y seguridad. La seguridad de sentirse amados, hicieran lo que hicieran.
La respiraciòn de la Abuela era cada vez màs leve. Abriò sus ojos y contemplò la habitaciòn. Todas las fotos familiares, los trofeos que los nietos le habìan venido a dejar, las cortinas càlidas que colgaban de las paredes. Sì, habìa hecho una buena labor en cuantro a cobijar a su familia. Siempre les habìa demostrado lo mucho que los amaba y ahora que los sabìa fuera de esas paredes, angustiados, le hubiera gustado poder hacer algo para alivianar la preocupaciòn que nublaba sus corazones.
Pero sabìa que el tiempo se acercaba y sentìa còmo su pulso se debilitaba lenta pero inexorablemente.
Dirigiò sus ojos a la ventana que tenìa frente a sì. Veìa claramente los copos de nieve revoloteando en el viento invernal y sabìa que la noche se acercaba. ¡Esa noche era Noche Buena...! ¡Còmo lamentaba estar arruinàndoles a los chicos las Navidades! ¿Por què no habìa podido ser en otra fecha y no justamente cuando se suponìa que todos debìan estar contentos, felices y tranquilos?
Pensando en estas preguntas se encontraba, cuando su habitaciòn empezò a iluminarse poco a poco. La Abuela tratò de levantarse de la cama, pero sus fuerzas ya no daban para ello, asì que se dejò hundir pesadamente entre sus càlidas cobijas.
Pero la luz continuaba haciendose màs clara y repentinamente lo vio aparecer.
-¡¿...C...Còmo...?! -dijo con su voz cascada por la edad.
Èl sòlo sonriò mientras caminaba con paso gallardo y seguro, sonriendo encantadoramente.
-Tù... tù sòlo has estado en mi imaginaciòn... -dijo la Abuela con un susurro.
-No es como tù crees -dijo èl mientras se sentaba a la orilla de la cama. La abuela podìa sentir claramente el peso de su cuerpo; no era un fantasma... a no ser que los sedantes estuvieran haciendo estragos en su lòbulo frontal.
La Abuela puso cara de interrogaciòn.
-¿Recuerdas cuando escribìas esas historias sobre mì? -la Abuela moviò la cabeza afirmativamente. -En todos esos momentos, quien susurraba las historias en tu oìdo era yo, porque tù eras mi musa. Todos tus intentos de historias, llegaban a mì y me divertìa escuchar las locuras que se te ocurrìan, entonces me acercaba a ti en sueños y susurraba en tu oìdo algo de lo que realmente me habìa pasado y a la mañana siguiente, ya tenìas tu historia para escribir.
Tù siempre fuiste mi musa, porque siempre sentì el amor que me tenìas, el fervor con el que deseabas verme feliz, la ilusiòn que te hacìa el pensar en mì, lo que estabas dispuesta a hacer para "defenderme" y la calidez con que rodeabas todo aquello que tenìa que ver conmigo. Siempre te encargaste de darme un final feliz, pero hoy vine a decirte que tù tambièn tienes, no un final, sino un inicio feliz.
Las làgrimas rodaban por las mejillas surcadas de arrugas de la Abuela.
-¿Has venido a llevarme... verdad? -preguntaba ella con su voz cascada y dèbil.
Èl asintiò mientras sus ojos brillaban con làgrimas, pero las suyas eran làgrimas de felicidad.
-He esperado toda tu vida a que llegara este momento -murmurò èl alargando la mano y tomando la mano apergaminada de la Abuela entre las suyas. -He visto tus triunfos, tus fracasos, tus alegrìas y tus tristezas y siempre he estado a tu lado. Sabìa exactamente cuando pensabas en mì...
La Abuela sollozaba.
-...¿Por què ahora...? -preguntò ella.
-Porque la Navidad siempre ha sido tu època favorita del año -dijo èl. -Tus ojos siempre se iluminaban al ver el arbolito arreglado y las sonrisas de todos los que amabas. Nunca pensaste en ti, siempre en los otros y en su felicidad. Ahora me toca a mì, pensar en ti y tu felicidad. ¿Estàs lista?
La Abuela recorriò la habitaciòn con una mirada nostàlgica. Cerrò sus ojos y tratò de escuchar a su familia al otro lado de la puerta y cuando de nuevo abriò los ojos, se encontrò con los ojos de èl, fijos en los suyos e iluminados con una luz que le infundiò la seguridad que necesitaba.
-...Estoy lista... -dijo ella y en ese momento tuvo la certeza de que esa serìa la ùltima vez que escucharìa su cascada voz.
Èl continuaba sosteniendo su mano y con un suave tiròn la levantò de la cama. Ella se sentìa ligera, tan libre y feliz... Èl la llevò al gran espejo de la còmoda y ella pudo verse como cuando era una jovencita. Y èl seguìa vièndose como en cada uno de sus sueños, como en cada uno de sus suspiros. Èl era su galàn, aquel que siempre guardò en lo profundo de su corazòn, en el lugar donde nadie podìa tocarlo ni hacerle daño... y ¿por què no decirlo?, donde ella no tenìa que compartirlo con nadie màs.
-...Me veo hermosa... -dijo ella, entre asombrada y temerosa.
-Siempre has sido hermosa; de bebè y de abuelita, siempre fuiste hermosa, pero lo que siempre me cautivò de tì, fue tu gran corazòn.
-¿O sea que siempre has existido?
-Siempre.
-¿Y ahora voy a vivir contigo?
-Para siempre.
-¿Como siempre lo soñè? -dijo ella con làgrimas rodando por sus mejillas.
-Como siempre lo soñamos -dijo èl limpiàndole la mejilla. -Yo tambièn soñaba contigo...
Y tomados de la mano, salieron a travès de la ventana. Y los copos de nieve de la tormenta de Noche Buena, se encargaron de borrar dos pares de huellas que se perdìan en la eternidad.