La sábana de parches
Lo vi por primera vez en el comedor de la base aèrea.
Yo limpliaba el piso y, tratando de alcanzar el cubo del agua, se me cayò el trapeador.
Èl se acercò, me sonriò y me lo alcanzò.
Yo sentì còmo me sonrojè. No sòlo por el esfuerzo de la limpieza, no.
Por el hecho de tener que trabajar en un lugar lleno de hombres y hacer una labor tan poco elegante.
Pero, ¿què otra opciòn me quedaba?
Una cosa eran mis sueños y otra, ayudar a mi padre a conseguir los suyos y mantenernos a los dos.
Desde que mamà muriò, papà se refugiò en sus inventos y nadie podìa sacarlo de allì. Muy pronto comprendì que mientras otras chicas disfrutaban de paseos y bailes, yo tendrìa que trabajar para vivir.
¡Què màs daba!
Habìa aceptado ese hecho desde hacìa tiempo. Ya tenìa diecisèis años y con la guerra vinieron los trabajos, asì que tomè lo que me ofrecieron y lo aceptè con gratitud.
Trabajar entre hombres nunca fue un problema para mì. Nunca fui del tipo indefenso y fràgil que ellos adoran proteger y, para ser sinceros,
era màs inteligente que muchos de ellos,
o eso creìa yo...
Y aquì estaba ahora, limpiando pisos, lavando platos y haciendo lo que se necesitara en el comedor de la base aèrea.
Y cuando este chico de enormes ojos oscuros y gafas como las de papà, me acercò el trapeador mientras sonreìa divertido, el mundo adquiriò un nuevo color.
Balbuceando me alejè entre sorpendida y avergonzada por no llevar un vestido hermoso, sino trapos de limpieza encima. Todos los dìas lo esperaba y lo veìa.
...Èl era tan diferente a los otros...
Se metìa de narices en libros de mecànica y murmuraba cosas consigo mismo y anotaba en un cuaderno que cada dìa parecìa màs viejo.
Fue entonces que se me ocurriò.
Papà habìa estado trabajando en un invento que, segùn èl, revolucionarìa el mundo de la aviaciòn y salvarìa miles de vidas y tenìa el granero lleno de diseños y apuntes.
Decidì dejar pasar el tiempo y observar al chico, a sabiendas del peligro que corrìa, pero no podìa arriesgarme a cometer ningùn error o simplemente me despedirìan y no podrìa verlo nunca màs.
Èl se acercaba, platicaba brevemente conmigo, me sonreìa y se metìa nuevamente en sus libros. Asì fue que supe su nombre y que venìa desde Amèrica. ...Su mirada era tan limpia... como la de mi padre... Y su sonrisa tan franca y sincera.
Hablè con papà.
Cada dìa que pasaba se habìa transformado en una agonìa cuando lo veìa ascender en el aviòn. Le abrì mi corazòn a mi padre y él me comprendiò. Con los ojos humedecidos y una sonrisa nostàlgica, me puso su preciado invento en las manos. Yo lo ayudè a coserlo con seda de los vestidos de mamà, los mìos que ya nunca usaba y las sàbanas de seda que mi abuela habìa incluìdo en el ajuar de mi madre.
Esperè pacientemente a Alistear y lo llamè a la parte trasera del edificio del comedor. Me disculpè por el atrevimiento, pero escuchè a los oficiales discutir la lista de ese día y mi corazòn tenìa un mal presentimiento.
Le puse en sus manos el paquete cuidadosamente doblado y sonriò como si le recordara algo.
Le expliquè que se la tenìa que colocar antes de subir al aviòn, amarrarse las cuerdas al pecho y entre las piernas y que si algo salìa màl en el aire, debìa saltar al vacìo. Le explquè que mi padre era un inventor y que tenìa que confiar en mì. No sè cuàntas cosas más le dije,
pero èl, sonriendo, me colocò una mano en el hombro y me dijo: "Comprendo".
Sòlo pude escuchar cuando los aviones despegaron. Toda esa mañana fue de terror y no recuerdo lo que hice.
Mientras observaba mis manos curtidas por el jabòn
y miraba mi reflejo en el cubo del agua sucia, la puerta del comedor se abriò de golpe y una voz dijo:
-¡Comandante, hemos perdido a Cornwell!
-¿Què?
-¡Quiero decir, lo hemos perdido de vista!
-¡Explìquese teniente!
-Su aviòn fue derribado, pero antes de caer, Cornwell saltò al vacìo y una especie de sàbana de parches con cuerdas, lo ayudò a caer a tierra. Lo hemos perdido de vista y solicito permiso para ir a buscarlo.
-¡Deje de hablar tanto y làrguese en este momento!
Un par de làgrimas cayeron silenciosas en el cubo del agua sucia, mientras mi corazòn me decìa que mi madre y mi abuela, sonreìan desde el cielo.