Capítulo II
Deuda cancelada
Deuda cancelada
- ¡Buenos días a todos! Mi nombre es Terrence Grandchester, el nuevo presidente de Cyborg Company. Tomen asiento – dice haciendo que los demás se acomoden y yo voltee mi rostro, al darme cuenta de quién es.
- ¡Yo y mi gran bocota! - cuándo aprenderé a no quejarme con los desconocidos, me quejo internamente, sumiéndome en mi silla.
- Bien… veo que ya los conocía a casi todos – ve a cada uno y se detiene cuando llega hasta mí. Para los que piensan que soy un zopenco… sépanlo de una vez, que he trabajado con mi padre y el señor Andley sobre este negocio por más de veinte años – comienza a contar.
- ¡Es un mentiroso, más bien! – refuta mi inconsciente.
- ¡Candy, no le preguntaste quién era! – mi grillo dando lata de nueva cuenta.
- Pero lo malo es que… no sé manejar gente a mi cargo, así que en eso nos ayudaremos, ya que frecuentemente trabajo solo – refiere observándonos a todos.
- ¡Qué horror! – siento que ahora me mira a mí.
- ¡Tú también lo haces! – me reclama el grillo, sabiendo que tiene razón.
- ¡Lo sé! – respondo en un murmullo, observando como todos le miran.
- Bien, pues eso era todo, revisaré la información que me hicieron llegar y veré cómo ayudarles – finaliza él y comienza a levantarse.
- Bien, Candy, ¿puedo hablar contigo? – solicita mi padre cuando todos se levantan.
- ¡No…! - respondo, lo que menos quiero es tratar con él, por eso mejor me voy.
- Espere, señorita Candy – me llama ese mentiroso.
- Sí – doy media vuelta esperando lo que me va a decir.
- Le está hablando uno de los inversionistas, no debe ser grosera – me reprende delante de todos haciendo que mi padre se quede helado.
- Le recuerdo a usted señor, que es el presidente de la compañía porque así lo exigió al señor Andley, yo soy una de las dueñas, así que a usted le importa un soberano cacahuate como le contesto, ¿me ha entendido? – quiero saber si he sido clara.
- ¡Candy, compórtate! – me llama la atención mi padre.
- ¡Me voy! – digo sin tomarlo en cuenta, si quiere que me comporte, primero tendrá que domarme. Dudo mucho que me soporte y para lo poco que me importa.
- Señor Andley, debe darse a respetar, es una empleada finalmente – “el presidente” se queja ante mi padre, lo cual se gana una reprimenda.
- Créelo muchacho, es más que eso, pero quizás me lo merezco, he autoimpuesto mi presencia demasiado tiempo – responde mi padre, saliendo de la habitación.
- ¿Qué quiere decir? – pregunta “el presidente”, quizás entienda mejor si se lo explica.
- Que pronto serás el que tenga que soportarle ese genio – le dice saliendo de allí mientras me encaminó a la oficina y al parecer él se dirige a la suya. Aline ¿podría venir a mi oficina? – “el señor presidente” pide a su secretaria que lo siga a su oficina.
- Sí señor, ¿qué sucede? – responde abriendo su libretita de notas.
- ¿Por qué la señorita Candy no se encuentra en el piso de presidencia? – pregunta dirigiéndose hacia la cafetera.
- Porque a ella le corresponde el piso 18 señor, el de los servicios de salud – responde deteniéndose las gafas.
- ¿Qué hacen ahí? - cuestiona mientras se sienta en su silla.
- Hacen un modelo de útero con funciones naturales, ella investiga eso, es su proyecto… señor – responde dudando de la información que le proporciona.
- Gracias Aline, puedes retirarte. Me puedes decir ¿qué oficina es la de la señorita Candy, por favor? – pregunta antes de que a la pobre Aline le dé un infarto.
- La 318 señor, su número está en la agenda que tiene al frente, busque en la A – refiere ella, deteniéndose en la puerta.
- Gracias Aline, puede retirarse – le agradece y se mete en los papeles que le hubo dado mi padre horas antes.
- Con su permiso, señor – la pobre mujer, espero que no se caiga en algún momento, sí que padece de los nervios.
- En la A, no debe estar en la C. ¿Qué es lo que sucede con usted señorita Candy, será tu verdadero nombre? – se pregunta Terry, esperando encontrar el nombre.
Después me encargaría de eso, por el momento solo tendría que ver dos cosas, las finanzas y los proyectos derivados. Pasé toda la mañana allí, sentado entre papeles y encontré varios adeudos, incluido uno con cuatro millones de dólares, un adelanto de dos millones y que de alguna cuenta sin nombre se abonaba cada semana. Bien, el número pertenecía a… ¡vaya, a la señorita Candy! Me levanté de la silla y salí de la oficina con los papeles en mano hasta que me encontré con Aline, que pasaba al lado mío.
- Aline – la llamé.
- Sí señor - se volteó para mirarme.
- Puede decirle a la señorita Candy que venga a mi oficina por favor, me es urgente – le ordena a Aline, esperando ella, que él no le cuente su ida de lengua.
- Sí señor, enseguida – Aline corre a su escritorio y marca la extensión de Emilie para avisarle que me urge verla en mi oficina
- Gracias Aline – me asombro al ver cuán rápida es mi secretaria que en unos segundos regresa a donde me encuentro para informarme.
- De nada señor, permiso. La señorita Candy, vendrá en unos momentos – dice y se va.
- El señor Grandchester, la llama – Emilie me avisa que “señor presidente” quiere verme.
- Voy en un momento, Emelie – le respondo, ahora que quiere el “señor”.
Toc, toc
- Adelante – minutos después alguien toca, seguramente es Candy, pero eso no es del todo cierto, de hecho, es Aline. Candy le hace una seña y se despide de ella.
- Señorita Candy, pase usted. Revisaba ayer los deudores a la compañía y encontré una persona que no tiene identificación, sabe usted ¿de quién se trata? – cuestiono sin mirarla durante la explicación, pero sí cuando termino.
- Me puede dar el número… - ella me lo pide sin pestañear.
- ¿Tiene que ir por su portátil? – pregunto, esta mujer no puede estar hablando en serio, se los sabrá de memoria.
- ¡Créame, me los sé de memoria! – enfatiza ella.
- Veamos, 106123-3/T – le digo riéndome internamente.
- ¡Santo Dios, como le digo que ese número es mío! No, mi padre y el suyo acordaron no decir nada sobre mi condición – piensa por mucho tiempo, pero sus ojos parecen sorprendidos.
- Señorita Candy, ¿me escucha? – la llamo, parecería que busca una excusa.
- Sí perdón, buscaba en mi memoria. Ese número es confidencial, un proyecto de un androide parcialmente reconstruido – informa inmediatamente a medias.
- Fíjese que ya me había dado cuenta de eso, se lo pregunté a mi padre y al señor Andley y tampoco me dijeron mucho, casi lo mismo que usted – le respondo, ella sigue sin parpadear.
- Ahí lo tiene… - refiere ella, demostrándome que tienen la razón.
- Pero ¡se ha fijado en cuanto le debe a la compañía! – exclamo con exaspero, de dónde tanto secretismo.
- ¡Claro que me he dado cuenta, idiota! Recuerda lo que te dije en la mañana, ¡por qué los hombres no ponen atención! Debo una gran cantidad a la empresa, espor eso que me divierto trabajando sin necesitarlo, ¡zopenco! – Candy parece no tener respuesta a lo que le estoy diciendo.
- Por eso y porque no quieres nadar de nueva cuenta – responde el grillo, lo que quiero hacer es irme de aquí y este hombre que no termina.
- ¡Silencio! – lo callo, no debe ni de respirar en horas de trabajo y no le permito ni dar su opinión.
- Sí lo sé, pero ya le he dicho que ese proyecto es confidencial – me responde tajante, pero si a esas vamos tengo más armas que ella.
- ¿Me podría dar datos? – insisto.
- No – responde con un monosílabo.
- ¿Por qué no? – cuestiono, si se pone pesada a ver quién gana.
- Porque no los encontrará en cualquier sistema, de hecho, en ninguno – cambia de táctica.
- ¿Por qué, si se puede saber? – parece que ahora esta prestando atención, lo que quiero es información.
- Porque soy la única que manejo esos datos, nadie más los tiene – refiere sonriente o será cínicamente.
- ¿Me los puede enseñar? – le pregunto.
- No – responde, vaya volvemos al mismo juego.
- ¿Por qué? – pregunto.
- Es que no están en ningún otro lado, más que aquí – me señala su cerebro.
- ¿En dónde? – cuestioné al aire, eso no podía ser posible.
- En mi cerebro, estoy trabajando en ello, así que ahórrese la investigación y dedíquese a lo demás – me responde ella, haciendo que la vena que tengo en la sien comience a molestar.
- Bien, puede retirarse – me rindo, será mejor que la deje ir.
- Afortunadamente no se puso más necio – ella se da la vuelta y sale de mi oficina, tal cual y como entró.
- Señorita ¿puede llamar al señor Andley? – estoy muy molesto, tanto que hasta se me olvida el nombre de mi secretaria.
- Sí señor, en un momento se lo busco. Sí señor, gracias. Señor Grandchester, el señor Andley lo espera en su oficina – me informa, de hecho, no le puedo decir que venga al dueño de la empresa, ¿verdad?
- Gracias, vuelvo en un momento – agradezco y me levanto tomando mi saco en el camino hasta dirigirme a la oficina.
- ¿A dónde cree que va? ¡Cielos! ¿por qué tiene que ir a ver a Albert? – me pregunto atenta antes de tomar el ascensor. De repente me da miedo que sea cierto a lo que va por lo que le llamó a mi padre. ¡Hola! – lo saludo indiferente.
- ¡Hola pequeña! – me saluda de vuelta, como si la discusión de la mañana nunca hubiese ocurrido.
- ¡Ya no lo soy, es más ni humana soy! – le recuerdo.
- ¿Cuándo vas a dejar de menospreciarte? – me pregunta atento a los cambios en la bolsa de valores.
- ¡Cuando me devuelvas las partes que perdí! – refuto aprovechando que voy sola en el elevador.
- Mira, Candy, te dejo, el nuevo presidente está tocando – me dice, apresurándome.
- Ese hombre quiere los archivos de mi cuenta de deuda – le informo.
- ¡Ya te ofrecí desaparecerlos! – me dice, dándose la vuelta, su secretaria sabe que si mi padre ha hecho esto no se le puede interrumpir.
- ¡Y yo te digo que quiero pagártelo! – insisto, no le daré tregua.
- Luego hablaremos de eso, adelante – me colgó, ¡demonios!
- ¡Albert que gusto verte! – lo saludé sin recordar que ya lo había hecho.
- ¿Qué tal el puesto? – me preguntó sacándome a colación el puesto para el que mi padre me contrató.
- Bien, sabes, estuve revisando a nuestros deudores y me encontré con esta persona, que a decir verdad no sé si lo es – le enseño la carpeta observando como lo analiza, no, al parecer no es alguien que conozca.
- ¡Ah esta cuenta! No le des importancia, se me ha olvidado cerrarla – responde entregándome la carpeta, cerrada.
- ¿Ya pagó los cuatro millones de dólares que debe? – pregunto como si cuatro millones no pudieran pasar desapercibidos.
- No, es que esa cuenta no la vamos a cobrar – respondió él, recargándose en su silla.
- Si te fijas bien, dio un adelanto – recalco enseñándole.
- Lo sé, pero lo devolveremos – responde elocuente.
- ¿De quien es esa cuenta? – quiero saber, quizás a Candy no le haya podido sacar nada, pero a él, sería otra historia.
- De hecho, Terry, te digo que esto es un secreto, ese proyecto es de la señorita Candy – refiere Albert y por supuesto que no me la creo.
- ¿Por qué tanto misterio, Albert? – le pregunto sacándole una sonrisa.
- No hay tal misterio, solo que debo informarte que esa cuenta ya está saldada – termina diciéndome pensando en que me lo voy a creer.
- Entonces, ¿por qué sigue apareciendo? – pregunto de nueva cuenta.
- Porque no ha entregado los informes – responde él levantándose para tomar un vaso y llenarlo con agua. Bien, entonces le diré que entregue los informes – me dice para tranquilizarme.
- Pues espero que así sea – responde empático, pero molesto.
- Sabes que, haremos esto. Me dio unos informes en bruto, le diré a mi secretaria que los pase en limpio y junto con los de sistemas nos pondremos al día, me meteré a la base y la cancelaré – me dice, dejando el vaso sobre el escritorio y abriendo un programa en la computadora.
- ¿Seguro que quieres hacer eso? – le pregunto, según Candy dice que él no puede meterse a esa información.
- Por supuesto, es muy sencillo. Bien, ya está, puedes checarlo – me da el asiento para que vea su computadora y sí, la cuenta ya no aparece.
Toc, toc
- Señor, la señorita White se encuentra aquí – la secretaria de Albert entra minutos después.
- Pásala a la sala de juntas – le pide Albert a su secretaria.
- Sí señor – ella obedece y cierra la puerta.
- En un momento vengo, Terry – Albert toma el contenido del vaso y suspira para salir.
- Sí Albert, pasa – le doy el pase y me pego a la puerta que divide su oficina de la sala de juntas.
- Me puedes explicar ¿qué es esto?
Continuará…
- ¡Yo y mi gran bocota! - cuándo aprenderé a no quejarme con los desconocidos, me quejo internamente, sumiéndome en mi silla.
- Bien… veo que ya los conocía a casi todos – ve a cada uno y se detiene cuando llega hasta mí. Para los que piensan que soy un zopenco… sépanlo de una vez, que he trabajado con mi padre y el señor Andley sobre este negocio por más de veinte años – comienza a contar.
- ¡Es un mentiroso, más bien! – refuta mi inconsciente.
- ¡Candy, no le preguntaste quién era! – mi grillo dando lata de nueva cuenta.
- Pero lo malo es que… no sé manejar gente a mi cargo, así que en eso nos ayudaremos, ya que frecuentemente trabajo solo – refiere observándonos a todos.
- ¡Qué horror! – siento que ahora me mira a mí.
- ¡Tú también lo haces! – me reclama el grillo, sabiendo que tiene razón.
- ¡Lo sé! – respondo en un murmullo, observando como todos le miran.
- Bien, pues eso era todo, revisaré la información que me hicieron llegar y veré cómo ayudarles – finaliza él y comienza a levantarse.
- Bien, Candy, ¿puedo hablar contigo? – solicita mi padre cuando todos se levantan.
- ¡No…! - respondo, lo que menos quiero es tratar con él, por eso mejor me voy.
- Espere, señorita Candy – me llama ese mentiroso.
- Sí – doy media vuelta esperando lo que me va a decir.
- Le está hablando uno de los inversionistas, no debe ser grosera – me reprende delante de todos haciendo que mi padre se quede helado.
- Le recuerdo a usted señor, que es el presidente de la compañía porque así lo exigió al señor Andley, yo soy una de las dueñas, así que a usted le importa un soberano cacahuate como le contesto, ¿me ha entendido? – quiero saber si he sido clara.
- ¡Candy, compórtate! – me llama la atención mi padre.
- ¡Me voy! – digo sin tomarlo en cuenta, si quiere que me comporte, primero tendrá que domarme. Dudo mucho que me soporte y para lo poco que me importa.
- Señor Andley, debe darse a respetar, es una empleada finalmente – “el presidente” se queja ante mi padre, lo cual se gana una reprimenda.
- Créelo muchacho, es más que eso, pero quizás me lo merezco, he autoimpuesto mi presencia demasiado tiempo – responde mi padre, saliendo de la habitación.
- ¿Qué quiere decir? – pregunta “el presidente”, quizás entienda mejor si se lo explica.
- Que pronto serás el que tenga que soportarle ese genio – le dice saliendo de allí mientras me encaminó a la oficina y al parecer él se dirige a la suya. Aline ¿podría venir a mi oficina? – “el señor presidente” pide a su secretaria que lo siga a su oficina.
- Sí señor, ¿qué sucede? – responde abriendo su libretita de notas.
- ¿Por qué la señorita Candy no se encuentra en el piso de presidencia? – pregunta dirigiéndose hacia la cafetera.
- Porque a ella le corresponde el piso 18 señor, el de los servicios de salud – responde deteniéndose las gafas.
- ¿Qué hacen ahí? - cuestiona mientras se sienta en su silla.
- Hacen un modelo de útero con funciones naturales, ella investiga eso, es su proyecto… señor – responde dudando de la información que le proporciona.
- Gracias Aline, puedes retirarte. Me puedes decir ¿qué oficina es la de la señorita Candy, por favor? – pregunta antes de que a la pobre Aline le dé un infarto.
- La 318 señor, su número está en la agenda que tiene al frente, busque en la A – refiere ella, deteniéndose en la puerta.
- Gracias Aline, puede retirarse – le agradece y se mete en los papeles que le hubo dado mi padre horas antes.
- Con su permiso, señor – la pobre mujer, espero que no se caiga en algún momento, sí que padece de los nervios.
- En la A, no debe estar en la C. ¿Qué es lo que sucede con usted señorita Candy, será tu verdadero nombre? – se pregunta Terry, esperando encontrar el nombre.
Después me encargaría de eso, por el momento solo tendría que ver dos cosas, las finanzas y los proyectos derivados. Pasé toda la mañana allí, sentado entre papeles y encontré varios adeudos, incluido uno con cuatro millones de dólares, un adelanto de dos millones y que de alguna cuenta sin nombre se abonaba cada semana. Bien, el número pertenecía a… ¡vaya, a la señorita Candy! Me levanté de la silla y salí de la oficina con los papeles en mano hasta que me encontré con Aline, que pasaba al lado mío.
- Aline – la llamé.
- Sí señor - se volteó para mirarme.
- Puede decirle a la señorita Candy que venga a mi oficina por favor, me es urgente – le ordena a Aline, esperando ella, que él no le cuente su ida de lengua.
- Sí señor, enseguida – Aline corre a su escritorio y marca la extensión de Emilie para avisarle que me urge verla en mi oficina
- Gracias Aline – me asombro al ver cuán rápida es mi secretaria que en unos segundos regresa a donde me encuentro para informarme.
- De nada señor, permiso. La señorita Candy, vendrá en unos momentos – dice y se va.
- El señor Grandchester, la llama – Emilie me avisa que “señor presidente” quiere verme.
- Voy en un momento, Emelie – le respondo, ahora que quiere el “señor”.
Toc, toc
- Adelante – minutos después alguien toca, seguramente es Candy, pero eso no es del todo cierto, de hecho, es Aline. Candy le hace una seña y se despide de ella.
- Señorita Candy, pase usted. Revisaba ayer los deudores a la compañía y encontré una persona que no tiene identificación, sabe usted ¿de quién se trata? – cuestiono sin mirarla durante la explicación, pero sí cuando termino.
- Me puede dar el número… - ella me lo pide sin pestañear.
- ¿Tiene que ir por su portátil? – pregunto, esta mujer no puede estar hablando en serio, se los sabrá de memoria.
- ¡Créame, me los sé de memoria! – enfatiza ella.
- Veamos, 106123-3/T – le digo riéndome internamente.
- ¡Santo Dios, como le digo que ese número es mío! No, mi padre y el suyo acordaron no decir nada sobre mi condición – piensa por mucho tiempo, pero sus ojos parecen sorprendidos.
- Señorita Candy, ¿me escucha? – la llamo, parecería que busca una excusa.
- Sí perdón, buscaba en mi memoria. Ese número es confidencial, un proyecto de un androide parcialmente reconstruido – informa inmediatamente a medias.
- Fíjese que ya me había dado cuenta de eso, se lo pregunté a mi padre y al señor Andley y tampoco me dijeron mucho, casi lo mismo que usted – le respondo, ella sigue sin parpadear.
- Ahí lo tiene… - refiere ella, demostrándome que tienen la razón.
- Pero ¡se ha fijado en cuanto le debe a la compañía! – exclamo con exaspero, de dónde tanto secretismo.
- ¡Claro que me he dado cuenta, idiota! Recuerda lo que te dije en la mañana, ¡por qué los hombres no ponen atención! Debo una gran cantidad a la empresa, espor eso que me divierto trabajando sin necesitarlo, ¡zopenco! – Candy parece no tener respuesta a lo que le estoy diciendo.
- Por eso y porque no quieres nadar de nueva cuenta – responde el grillo, lo que quiero hacer es irme de aquí y este hombre que no termina.
- ¡Silencio! – lo callo, no debe ni de respirar en horas de trabajo y no le permito ni dar su opinión.
- Sí lo sé, pero ya le he dicho que ese proyecto es confidencial – me responde tajante, pero si a esas vamos tengo más armas que ella.
- ¿Me podría dar datos? – insisto.
- No – responde con un monosílabo.
- ¿Por qué no? – cuestiono, si se pone pesada a ver quién gana.
- Porque no los encontrará en cualquier sistema, de hecho, en ninguno – cambia de táctica.
- ¿Por qué, si se puede saber? – parece que ahora esta prestando atención, lo que quiero es información.
- Porque soy la única que manejo esos datos, nadie más los tiene – refiere sonriente o será cínicamente.
- ¿Me los puede enseñar? – le pregunto.
- No – responde, vaya volvemos al mismo juego.
- ¿Por qué? – pregunto.
- Es que no están en ningún otro lado, más que aquí – me señala su cerebro.
- ¿En dónde? – cuestioné al aire, eso no podía ser posible.
- En mi cerebro, estoy trabajando en ello, así que ahórrese la investigación y dedíquese a lo demás – me responde ella, haciendo que la vena que tengo en la sien comience a molestar.
- Bien, puede retirarse – me rindo, será mejor que la deje ir.
- Afortunadamente no se puso más necio – ella se da la vuelta y sale de mi oficina, tal cual y como entró.
- Señorita ¿puede llamar al señor Andley? – estoy muy molesto, tanto que hasta se me olvida el nombre de mi secretaria.
- Sí señor, en un momento se lo busco. Sí señor, gracias. Señor Grandchester, el señor Andley lo espera en su oficina – me informa, de hecho, no le puedo decir que venga al dueño de la empresa, ¿verdad?
- Gracias, vuelvo en un momento – agradezco y me levanto tomando mi saco en el camino hasta dirigirme a la oficina.
- ¿A dónde cree que va? ¡Cielos! ¿por qué tiene que ir a ver a Albert? – me pregunto atenta antes de tomar el ascensor. De repente me da miedo que sea cierto a lo que va por lo que le llamó a mi padre. ¡Hola! – lo saludo indiferente.
- ¡Hola pequeña! – me saluda de vuelta, como si la discusión de la mañana nunca hubiese ocurrido.
- ¡Ya no lo soy, es más ni humana soy! – le recuerdo.
- ¿Cuándo vas a dejar de menospreciarte? – me pregunta atento a los cambios en la bolsa de valores.
- ¡Cuando me devuelvas las partes que perdí! – refuto aprovechando que voy sola en el elevador.
- Mira, Candy, te dejo, el nuevo presidente está tocando – me dice, apresurándome.
- Ese hombre quiere los archivos de mi cuenta de deuda – le informo.
- ¡Ya te ofrecí desaparecerlos! – me dice, dándose la vuelta, su secretaria sabe que si mi padre ha hecho esto no se le puede interrumpir.
- ¡Y yo te digo que quiero pagártelo! – insisto, no le daré tregua.
- Luego hablaremos de eso, adelante – me colgó, ¡demonios!
- ¡Albert que gusto verte! – lo saludé sin recordar que ya lo había hecho.
- ¿Qué tal el puesto? – me preguntó sacándome a colación el puesto para el que mi padre me contrató.
- Bien, sabes, estuve revisando a nuestros deudores y me encontré con esta persona, que a decir verdad no sé si lo es – le enseño la carpeta observando como lo analiza, no, al parecer no es alguien que conozca.
- ¡Ah esta cuenta! No le des importancia, se me ha olvidado cerrarla – responde entregándome la carpeta, cerrada.
- ¿Ya pagó los cuatro millones de dólares que debe? – pregunto como si cuatro millones no pudieran pasar desapercibidos.
- No, es que esa cuenta no la vamos a cobrar – respondió él, recargándose en su silla.
- Si te fijas bien, dio un adelanto – recalco enseñándole.
- Lo sé, pero lo devolveremos – responde elocuente.
- ¿De quien es esa cuenta? – quiero saber, quizás a Candy no le haya podido sacar nada, pero a él, sería otra historia.
- De hecho, Terry, te digo que esto es un secreto, ese proyecto es de la señorita Candy – refiere Albert y por supuesto que no me la creo.
- ¿Por qué tanto misterio, Albert? – le pregunto sacándole una sonrisa.
- No hay tal misterio, solo que debo informarte que esa cuenta ya está saldada – termina diciéndome pensando en que me lo voy a creer.
- Entonces, ¿por qué sigue apareciendo? – pregunto de nueva cuenta.
- Porque no ha entregado los informes – responde él levantándose para tomar un vaso y llenarlo con agua. Bien, entonces le diré que entregue los informes – me dice para tranquilizarme.
- Pues espero que así sea – responde empático, pero molesto.
- Sabes que, haremos esto. Me dio unos informes en bruto, le diré a mi secretaria que los pase en limpio y junto con los de sistemas nos pondremos al día, me meteré a la base y la cancelaré – me dice, dejando el vaso sobre el escritorio y abriendo un programa en la computadora.
- ¿Seguro que quieres hacer eso? – le pregunto, según Candy dice que él no puede meterse a esa información.
- Por supuesto, es muy sencillo. Bien, ya está, puedes checarlo – me da el asiento para que vea su computadora y sí, la cuenta ya no aparece.
Toc, toc
- Señor, la señorita White se encuentra aquí – la secretaria de Albert entra minutos después.
- Pásala a la sala de juntas – le pide Albert a su secretaria.
- Sí señor – ella obedece y cierra la puerta.
- En un momento vengo, Terry – Albert toma el contenido del vaso y suspira para salir.
- Sí Albert, pasa – le doy el pase y me pego a la puerta que divide su oficina de la sala de juntas.
- Me puedes explicar ¿qué es esto?
Continuará…