SIDERAL
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¡Qué cosas esconde el universo!
Esta frase, mezcla entre pregunta y admiración, solía ser la acostumbrada cada vez que Stear Cornwell observaba las estrellas.
Cuando tenía 10 años, uno de los regalos que le enviaran sus padres, quienes vivían en el extranjero, fue un telescopio.
Ellos sabían que, si alguno de sus hijos apreciaría sinceramente un obsequio como ese, sería sin duda alguna Stear.
Y desde que lo recibiera, pasaba horas auscultando el cielo nocturno, observando las estrellas y lo que el aparato tuviera a bien mostrarle.
A medida que fue creciendo, fue haciéndole algunas mejoras a su obsequio; mejores maneras de calibrarlo, lentes de mayor potencia…
Stear soñaba con las estrellas, y volar era su mayor deseo.
Pero no solamente con volar por los cielos ¡Él deseaba ir más allá!
Desde que, de niño, leyera las historias de Julio Verne, su cabeza se había llenado de sueños e ideas, que fueron las bases de muchos de sus más alocados inventos.
A veces, mientras dormía, tenía sueños inverosímiles, donde se veía a sí mismo enfundado en un rarísimo traje enguatado, y con la cabeza metida en una especie de pecera, flotando en la inmensidad insondable del espacio infinito.
Soñaba otras veces, que saltaba de asteroide en asteroide, y que a veces, para viajar más ligero, se agarraba a la cola de alguna estrella fugaz que lo transportaba miles de kilómetros, en un abrir y cerrar de ojos.
Soñaba que podía tocar las estrellas, que estas caían, como pequeños copos luminosos, directamente en la palma de su mano.
Nunca le habló a nadie de estos sueños; sobre todo porque, siendo el mayor de los chicos de su familia, temía que le tomaran por inmaduro, e hicieran mofa de él.
Él sabía, que contarlos sería contraproducente, que su hermano y su primo se burlarían de él, porque era consciente de lo raro e infantil que sonaban y sin embargo, para él eran tan bellos… cuando dormía y soñaba que literalmente tocaba las estrellas, que volaba en el espacio ¡se sentía tan completo!
Si algún cuento de ciencia ficción decía la verdad ¡Le encantaría poder verlo y vivirlo algún día!
Años después, cuando ya adulto decidió marchar por un sentimiento patriótico; a veces, en noches serenas, observaba el espacio infinito.
"¡Qué cosas esconde el universo, Stear!..." le diría una vez su nuevo amigo Dominic; un muchacho francés no mayor que su hermano Archie y cuyos inocentes ojos azules le recordaban muchísimo a su querido primo Anthony.
Al escuchar aquella frase, supo que quizá Dommy no se mofaría si le contaba las locuras que solía soñar.
No se equivocó; Dommy era otro soñador que deseaba tocar las estrellas.
Aquel día en que lo vio morir en sus brazos, supo que su amigo cumpliría de alguna manera ese deseo, y cuando volvía a haber noches serenas, la visión de la bóveda celeste tapiada de copos dorados, llamaba su atención.
Entonces pensaba en Dommy, y se preguntaba si se habría encontrado con Anthony.
Se los imaginaba encontrándose: “Hola yo soy Anthony, el primo de tu amigo Stear”… “Hola, yo soy Dominic, el amigo de tu primo Stear” dándose la mano efusivamente, mirarlo de allí arriba riéndose de sus torpezas, sorprendiéndose alegremente de sus ojos azules, su cabello rubio y sus demás similitudes.
Stear sonreía teniendo estas locas fantasías; fantasías que lo ayudaban a no recordarlos con tristeza, sino con gracia.
A veces se los imaginaba también, “nadando” a traves de las estrellas y los asteroides, sorteando los cometas, vigilando escondidos cuando viniera la siguiente estrella fugaz, para agarrarse sin permiso de su cola y viajar así de una galaxia a otra, muertos de la risa.
Se imaginaba a Anthony, montando alguna estrella que, cual si fuera un bronco de rodeo, daría saltos y corcoveos buscando quitarse de encima al atrevido muchacho.
Stear, a veces sin darse cuenta, se reía solo de sus pensamientos.
Aquella tarde, la última vez que subió a su avión; Stear recordaba haber visto el atardecer, y haber recordado el rostro de Patty; no recordaba mucho más, y ni falta que hacía.
Ahora flotaba; al principio pensó que era el mar, y sintió que dormía dejándose llevar por las olas; primero sintió un poco de frío, y todo estaba tan oscuro… pero después, un cometa iluminó su entorno y pudo ver que flotaba, sí; pero no en el mar.
Ante sus ojos, se abría la gigantesca extensión del espacio infinito, y los planetas brillaban a lo lejos en sus órbitas.
Lejos de lo que pensaba antes, no necesitaba el traje enguatado, ni llevar la cabeza dentro de una pecera. Todo estaba bien.
Se sentía ligero, se sentía seguro ¡Se sentía completo como nunca antes!
Él flotaba y, si se impulsaba un poco, podía desplazarse como si nadara.
Otro cometa pasó por encima de sí, muy cerca de su cabeza, vio la estela luminosa de su cola, y se percató de que era un polvillo dorado que caía lentamente. Abrió la mano y, tal como lo viera en su sueño, los copos luminosos caían justo en el centro de la palma de su mano.
Sonrió ¡no podía creerlo! Sus sueños, todos sus sueños alocados estaban haciéndose realidad ahora mismo.
Volteó un instante y logró ver la esfera azul y verde que dejaba detrás y reconoció su planeta. Sintió una ligera punzada de nostalgia, pero no lo extrañó. Sabía todo lo que dejaba, pero no sintió el deseo de volver. Solo quería volar ¡flotar y nadar en medio de planetas y estrellas!
En medio del espacio sideral.
Se impulsó de nueva cuenta, como si nadara en estilo mariposa; los planetas parecían abrirse a su paso, un grupo de estrellas pequeñitas con caras de niña pasaron a su lado haciéndole de la mano, y él reconoció sin trabajo a las Pléyades que surcaban el infinito. ¡Jamás las imaginó tan bonitas!
Comenzó a sentirse agotado, hace mucho tiempo que no nadaba. Estaba fuera de forma, así que avanzó hasta un pequeño asteroide redondo y se sentó un momento. Se regodeó la vista con lo que tenía a su alrededor.
“¡Si Archie pudiera ver esto…!” pensaba, mientras soltaba una carcajada.
A lo lejos, un potente brillo le llamó la atención ¡Una estrella fugaz!
El momento había llegado, se agarraría a su cola, y viajaría velozmente.
La esperó, se puso muy atento y cuando pasó a su lado ¡Jop! ¡De un salto se montó sobre ella!
Se agarró fuertemente, maravillado una vez más con los colores de los planetas y los brillos de los asteroides.
¡Así sí que era divertido viajar!
¡Qué cosas esconde el universo!... Sí, qué cosas esconde realmente.
Por lo pronto, aún no veía a Anthony y a Dommy, que seguramente estarían juntos por ahí, divirtiéndose entre alguna nebulosa, pero no se preocupaba, ya los encontraría seguro.
Después de todo, él acababa de llegar; y tenía la eternidad ahora para buscarles con calma a través de todo el espacio sideral.
Gracias por leer...
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