El marqués de Grandchester, también conocido como Liath, cariñoso sobrenombre que usaban sus amazonas para él, miraba hacia ambos lados mientras caminaba, buscando algo. O a alguien, en este caso
Como no vio a ninguna de sus capitanas o a su Amazona Rous, se pintó una irresistible sonrisa ladeada en su perfecto rostro de ángel y se acercó a la mesita de centro frente al ventanal de su cuartel temporal de cuarentena, en donde se encontraba la computadora de la Amazona del Hielo
‒My ladies ‒saludó con una elegante reverencia‒; mi querida Bruja debería estar presentando su ataque de hoy pero sus misteriosos vigilantes al parecer se la han llevado por un rato porque no la encuentro
‒No es cierto, Terryto, ni siquiera la buscaste ‒increpó la hermosa Rous a gritos desde su habitación
Terry arqueó la ceja e ignoró a su bella y “acomedida” guardiana
‒Entonces yo, como soy un jefe muy amable y buena gente…
‒“Tú no eres nuestro jefe, mio cuore” ‒interrumpió la lo lejos la bellísima Capitana Moretti, nada más para que su adorado Liath supiera lo que se siente
‒¿Puedo terminar de una vez de apoyar a Andreia? ¡Gracias! ‒ironizó el marqués un poco, antes de recuperar la compostura‒ Les decía que aquí está el tercer lanzamiento de granada del ataque de mi desaparecida Bruja. Quejas, reclamos o sugerencias, con Mademoiselle Letellier, por favor
Allez belles combatants!! Tercer capítulo de esta aventura del precioso Detective Grandchester y la encantadora reportera Candice White, ojalá les agrade
Capítulo 2
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 3
La dichosa cena en la mansión de TriBeCa de sus padres había sido realmente tediosa para Terrence. A pesar de que Eleanor Baker, su bellísima y famosa madre le había jurado que sería solamente un “pequeño piscolabis informal”, la dichosa reunión había contado con al menos 25 personas entre algunos empresarios y gente del medio del espectáculo; quienes, por supuesto, trataron de sacarle información sobre el nuevo chisme del mundillo de la farándula.
Terry había esquivado hábilmente a todos los entrometidos y logró huir elegantemente después del postre, yendo a meter su agotada humanidad en su confortable apartamento en Greenwich Village, Manhattan, y no había sacado su trasero del sitio en todo el fin de semana; disfrutando su amada y anhelada soledad.
Por supuesto, cuando leyó los periódicos y encontró esa nota de la señorita White casi escupió su té del mosqueo que pescó. Ese condenado Inventor había soltado la sopa a la pequeña pecosa y esta, ni tarda ni perezosa, se había apresurado a restregárselo por las narices al publicar la noticia. Terry apostaba su Glock 19 W* a que pronto la tendría husmeando otra vez en su oficina, tratando de sacarle más datos con qué alimentar el morbo de los honorables ciudadanos de Nueva York.
El bello castaño sonrió de lado, ya la curiosa periodista se toparía con pared si a él se acercaba. Lo que hiciera o dijera el resto del departamento de policía le importaba una mierda; siempre y cuando no interfiriera en sus pesquisas. Y, si consideraba que este suicidio era caso cerrado, no tenía más de qué preocuparse, así que el resto de sus días libres los disfrutó metido en su casa cual ermitaño y volvió a su rutina la siguiente semana, que transcurrió en calma y normalidad, para una estación de policía de una gran urbe, claro está.
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Empresas Britter. Distrito Financiero, Manhattan, NY. Una tarde cualquiera de abril, 2020.
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La luz de la tarde todavía alcanzaba a brillar con entusiasmo dentro de la hermosa oficina del piso número 20 en el elegante edificio del distrito, confiriéndole una atmósfera agradable y luminosa a la decoración de muebles blancos con sillones púrpura. El toque de verde de las plantas apostadas a ambos lados del enorme ventanal aportaba vida al sitio y algunos mosaicos de colores en el suelo al centro de la habitación, le daban un toque de refinada ternura al conjunto.
La puerta que daba al balcón estaba abierta, el viento mecía con entusiasmo la delgada cortina de chiffon de seda blanca y transportaba los aromas y sonidos amortiguados de las calles allá abajo.
Desde el lugar, los coches que transitaban las atestadas avenidas parecían de juguete o un ejército de hormigas caminando ordenadamente tras su líder; las personas ni siquiera alcanzaban a verse, perdidas entre el paisaje.
En la silla tras el moderno escritorio impoluto con cubierta de cristal templado, Annie Britter, hija del socio mayoritario y fundador de la empresa, jugaba con su móvil entre las manos, inquieta.
Había dejado por la paz su laptop con el proyecto en el que estaba trabajando y había garabateado en los planos unas notas a mano para su padre. Ella era arquitecta y por supuesto apoyaba al caballero en el diseño de las nuevas oficinas en Florida.
Se sentía ansiosa y excitada, hacía poco que se había comprometido con su novio, el abogado Archibald Cornwell, destacado socio de un prestigioso bufete jurídico que contaba entre sus clientes a grandes empresas de corte internacional; así que no solamente traía entre manos el ambicioso proyecto de las Empresas Britter, sino la organización de su boda, programada para finales del otoño.
Decidió encender el mini componente que estaba estratégicamente disimulado en los paneles del librero empotrado en la pared a su izquierda, luego se levantó y fue hacia el pequeño refrigerador para sacar una botella de té helado que fue abriendo mientras caminaba hasta el balcón. El roce de su pantalón de corte recto de dupioni gris y la blusa de seda rosa pálido acompañaron sus pasos lentos y cortos.
Se acercó al borde de la pequeña barda y acarició el metal del barandal, dando pequeños sorbos a su bebida y mirando fijamente al horizonte. Esa hora de la tarde era su favorita pues el astro rey ya no cegaba pero todavía daba suficiente luz entre remolinos de nubes ardientes, lavandas y rojas. Los ojos azul oscuro de la joven se perdieron en la nada y la brisa jugaba con su largo cabello de ébano lustroso, que solía llevar suelto.
Annie suspiró y sonrió. Se movió para quitarse un mechón de cabello que se había quedado prendido de sus labios y cerró los ojos, dejándose llevar por las notas musicales que escuchaba y se quedó así un rato, meciéndose ligeramente al ritmo de la música que saturaba sus sentidos cada vez más.
Repentinamente abrió los párpados y el ágata azul de su mirada estaba un poco nublado, su respiración era agitada y su pecho subía y bajaba, aspirando profundamente, como si deseara llevar todo el oxígeno posible a sus pulmones… Annie mostró un brillo febril en todo su hermoso rostro de muñeca de porcelana y volvió a mecerse siguiendo esa canción que continuaba escuchando, resonando en sus oídos y atrapándola… mientras se dejaba llevar, un susurro escapó de sus labios, con un solo nombre, “Archie…”
Su suave vaivén se detuvo en un movimiento seco, entonces la bella y sofisticada joven dio la vuelta y volvió sobre sus pasos y, saliendo de su oficina, se dirigió hacia el área de la cocina de su piso, haciendo resonar los tacones de sus fabulosos pumps Louboutin de charol negro.
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‒Te veo luego, Stevens. ‒Terry se despedía de Thomas, uno de los oficiales con los que se llevaba medianamente bien, al terminar su jornada.
‒¿Seguro que no vienes? Hoy juegan los Yankees ‒preguntó Tom, al tiempo que se colocaba una gorra del mencionado equipo.
Tom y Charlie, su otro buen compañero, le habían invitado a ver un partido de baseball y a tomar algo después de las agotadoras horas de trabajo policial, pero Terrence lo único que quería era ir a desplomarse en su enorme y cómoda cama. “Y vacía” le recordó la entrometida de su conciencia, con vocecita chillona. Terry se reprimió justo a tiempo de poner los ojos en blanco.
‒No gracias, no será un espectáculo agradable verlos chillar cuando los Sox les pateen el trasero. ‒Se burló de ellos, empezando a caminar hacia la salida y con una sonrisa maliciosa plantada en su varonil rostro. Ni siquiera le gustaba ese deporte, pero sí sabía que los acérrimos enemigos del equipo de NY, eran los Red Sox de Boston.
Los airados y coloridos insultos de sus amigos se vieron interrumpidos por el sonido de fuertes y atropellados pasos que se acercaban a ellos por el pasillo.
‒¡Grandchester! ¡Grandchester espera!
Un perturbado Stear corría hacía ellos, chocando con un par de sillas que rodaron lejos cuando las apartó a patadas en una actitud muy poco propia del médico, cabía aclarar.
Terry detuvo sus pasos, con un ojo casi tembleque. ¿Es que no podía irse de una maldita vez de ahí?
‒¿Qué sucede Cornwell? ¿Alguien se robó tus polvitos mágicos? ‒bromeó, pero se quedó sorprendido la notar intensidad mostrada en cada uno de los gestos del forense, quien denotaba una gran angustia en los ojos oscuros tras las gafas‒. Mierda. ¿Qué es?
Sí, la cara del tipo no auguraba nada bueno, adiós a su calmada tarde de lectura con un buen whisky en las rocas.
‒Mi hermano… acaba de llamar y ella… ¡Dios! Terry ayúdalo por favor ‒Alistair hablaba sin coherencia y ansioso como jamás lo habían visto.
Terry y los oficiales se miraron entre sí, preocupados.
‒Cálmate Stear, que no te estoy entendiendo nada ‒Terry habló despacio, usando el nombre de pila del doctor, que rara vez mencionaba.
Charlie fue por un vasito de agua, que presto le acercó a Cornwell y este se lo bebió de un sorbo.
‒Gracias. ‒El forense lanzó el vaso a la papelera, tomando aire antes de continuar‒. Archie, mi hermano, lo conocen; acaba de llamarme.
‒¿El abogado? ‒cuestionó Stevens, sólo por darle un momento más al generalmente tranquilo especialista.
‒Sí. ‒Se alborotó el cabello mientras se aflojaba la corbata‒. Su novia, la encontraron muerta.
Tras escuchar esto, el silencio se cernió sobre los cuatro hombres. Todos conocían a Archibald pues en algunas ocasiones les había asesorado en sus casos. No es que Terry se llevase especialmente bien con el sujeto, al que apodaba el Elegante, pero a fin de cuentas era una especie de colega y el hermano de un buen compañero.
‒Vamos. ‒Terry se volvió a poner la chaqueta, que ya se había sacado de encima para entrar en modo “fuera de servicio”‒. En el camino nos das detalles.
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*Arma reglamentaria del NYPD.
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Aviso: El siguiente capítulo el próximo viernes 17 de abril.
Gracias por su tiempo para leer belles combatants
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)