Bonjour belles combatants vengo de prisa a dejar el nuevo capítulo de esta historia, aprovechando que mon amour Liath está ocupado en conferencia con su agente así no viene a meter su cucha… ¡ejem! Aportar sus valiosísimas opiniones sobre los ataques
Allez, no perdamos más tiempo, aquí el capítulo 7. Merci pour lire!
Capítulo 6
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 7
Los ojos esmeraldas encontraron los suyos en un instante, mostrándole a Terry sin reservas, toda la curiosidad que bullía en el interior de la rubia, así como el destello de algo muy parecido a atracción intensa por él y Terrence se sintió halagado por esto, aun si no dio muestras de ello.
Ambos se movieron para acercarse uno al otro y saludarse, la Pecosa fue rápida; sus pasos, en cambio, fueron calmos, con porte majestuoso y gestos felinos.
─Déjame adivinar, señorita Pecas. ─Se llevó la mano a la barbilla mientras sonreía de lado con discreción─. Decidiste venir personalmente a ver si podías verme de nuevo, ¿no es así?
Candy abrió y cerró la boca y achicó los ojos, tratando de parecer indignada y que no se notara que había sido justamente así.
─Buenas tardes, detective Engreído; tú como siempre haciendo honor a tu nombre.
Terry se encogió de hombros con una endiablada sonrisilla y firmó un informe preliminar que le presentó una agente.
La rubia, bastante divertida sacó mientras tanto su celular para empezar a grabar sus notas de voz para la noticia, pero en lugar de activarlo, decidió echar un vistazo hasta donde alcanzara a ver, que no era mucho pues no le tenían permitido el paso hasta la escena del terrible suceso.
─Ni lo intentes ─dijo él al notar que White estiraba el cuello para atisbar un poco más lejos─, además no es una escena agradable de ver.
─¡Oh vamos! No soy de las que se desmayan al ver sangre. Además, necesitaré algunos detalles, ya lo sabes. ¿Quién es la víctima esta vez?
Terry estaba a punto de decirle que como reportera del crimen le faltaba algo de malicia para investigar esos datos desde que iba en camino al lugar de actos, pero Elisa eligió ese instante para aparecer buscándolo.
─¡Terry aquí estabas! Me dejaste sola cuando más te necesito ─dijo con su vocecita chillona y nasal. Cuando reparó en Candy, la miró despectivamente de arriba abajo─. ¿Tú quién eres y que haces hablando con el detective en MI casa? ─Se le colgó del brazo del británico.
Candy parpadeó un par de veces, rápido, y devolvió la descortesía con una sonrisa encantadora. Extendió la mano derecha y con la otra mostró sus credenciales.
─Candice White, del New York Post, a la orden. ¿Quién eres tú? ─cuestionó con amabilidad, pero muy segura de sí misma.
Elisa la volvió a “barrer” con la mirada y la dejó con la mano en el aire, que Candy movió con gracia para acomodarse un rebelde rizo tras la oreja.
Para Terrence nada del intercambio pasó desapercibido e hizo una anotación mental, al tiempo que se desembarazaba de las manos que lo aferraban.
Por el momento, era necesario mantener las cosas tranquilas, pues a pesar de todo, la chica Leagan acababa de perder a su hermano de una forma terrible, con quien sabía, estaba muy unida. Además necesitaba interrogarla todavía y no le apetecía hacerlo mientras la mujer estaba en su plan de diva.
─Candy, ella es Elisa Leagan, hermana de la persona que llevan ahí. ─Terry señaló la camilla con la bolsa negra y de paso aprovechó para hacer notar que la reportera era importante, al llamarla por su diminutivo─. Es necesario que tome la declaración de la señorita, pero la oficial Grey te puede ayudar mientras yo termino.
La sonrisa resplandeciente de White contrastó con el mohín que mostró la pelirroja.
─Gracias, Terry. Nos vemos más tarde entonces.
La bella rubia se acercó a la chica que la atendería sin volver a mirar a Elisa y alcanzó a escuchar que el detective le empezaba a hacer algunas preguntas.
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…
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─Es extraño que se estén suscitando estos suicidios entre gente de dinero.
Candy comía con entusiasmo un maravilloso brownie en el Outro NYC, la cafetería que ahora era su habitual punto de reunión, mientras Terrence bebía un buen escocés y se relajaba aspirando nicotina y todo el desfile de “enos” que las cosas esas contenían. Cuando un inocente camarero se había acercado a solicitarle que por favor dejase de fumar o se pasaran al área correspondiente, Terry lo recibió con una mirada de cubitos de hielo y abriendo su chaqueta para que se notara su placa; el pobre muchacho musitó un casi inaudible “¿se les ofrece algo más?” como excusa antes de huir de ahí.
─Mira, sí has estado prestando atención, Pecosa. ─Terry tenía entre las manos el vaso y le dio un par de vueltas después de reír por la mueca que la rubia le hizo─. No es tan raro que haya gente que decide morir por su propia mano, y menos en una ciudad como la nuestra. Lo que no es tan común es que estos últimos hayan sido, los tres, personas adineradas y reconocidas hasta cierto punto.
─Sí, es curioso. Pero según entiendo, ninguno tenía motivos aparentes para hacer lo que hicieron. Y no deberías asustar así a la gente, Terrence.
─No, parece ser que no. De cualquier modo sus motivos personales no son jodidos asuntos del departamento. ‒Exhaló el humo directo al rostro de ella, que tosió y lo espantó con la mano, para diversión del británico‒. Y no es mi culpa que una placa del NYPD espante a cualquier marica.
Él terminó su bebida y se acomodó en el respaldo de la silla. Ya estaba en modo “fuera de servicio”, así que la chaqueta estaba ya en el perchero y la corbata había quedado olvidada en el coche. Había dejado abiertos los dos botones superiores de su camisa y había doblado las mangas hasta debajo de los codos.
Candy, por su parte; parecía que recién se había levantado; fresca y llena de energía. De pronto ella notó que él la observaba con seriedad como analizándola y sus mejillas se cubrieron de un cálido tono carmín.
─¿Qué, estás viendo si tengo más pecas hoy? ─Sonrió de forma encantadora y torció una mueca divertida.
─No, pero ahora que lo dices, creo que sí tienes un par más.
La risa de Terry hizo estallar luces de colores en el corazón de Candy, que cada vez estaba más convencida de que ya no era capaz de dejar de escuchar ese sonido sublime.
─¿Quién hubiera dicho que el detective Grandchester podía reír tanto? ─Lo señaló con el tenedor, sonriente y con ojos brillantes.
─Tengo algunos secretos, como todo el mundo, señorita Pecas ─contestó él arqueando la ceja con aire interesante.
─Yo no… pero sería muy entretenido descubrir los que usted guarda, oficial.
─¿Me está coqueteando señorita White? Y le recuerdo que no soy oficial, soy detective, que no es lo mismo.
Candy abrió los ojos enormes y aspiró por la nariz con los labios apretados.
─¡Qué insoportable! Solamente quería ser amable. ─Se cruzó de brazos y giró la cara hacia otro lado, jugando a la ofendida.
Grandchester volvió a reír, llamando al pobre camarero para pedir la cuenta. Cuando este llegó, Terry sacó su American Express Black. Esto último fue notado por la reportera, que sabía que esas tarjetas solo eran para “pesos pesados” y se preguntó si el salario de un detective alcanzaba para conseguirse una de esas. Claro que no le dio importancia, únicamente era curiosidad, a Candy lo que le interesaba bastante era el hombre frente a ella; enigmático, irresistible, astuto y observador. Guapísimo y con una risa que podría escuchar para toda la vida, gracias. Se peguntó cómo pudo pensar que el sujeto era insufrible. Bueno, a veces era muy arrogante y sarcástico, pero en honor a la verdad, era parte de su personalidad y le iba perfecto.
Si tan sólo tuviera un pretexto para seguir charlando con él… Sin embargo, el británico ya se había puesto de pie y la estaba ayudando a levantarse. Todo un caballero con aristocráticos modales, no muy propios de los estereotipos que se tenían de los detectives, ahora que lo pensaba.
─La he pasado bien, Pecosa; gracias por la invitación. ─Él se empezó a despedir y la rubia sintió que su pequeño globo de ilusión se desinflaba─. Creo que tienes datos suficientes para tu nota y asumo que necesitas terminar de escribirla, así que no tomaré más de tu tiempo por hoy.
Tenía razón. Toda la santa razón del mundo. Candy suspiró para sus adentros.
─Sí, sí, gracias. Lo único que lamento es que no podamos saber más sobre los motivos de la señora Marlowe, Annie y Leagan.
─Eres una pecosa entrometida, pero eso va bien para tu profesión. ─El castaño ladeó la cara y una sonrisa─. Hasta pronto, señorita White ─dijo, cuando llegaron al Chrysler Cirrus blanco de ella.
─Había que sacar provecho de esas habilidades ─respondió Candy, divertida─, hasta luego, detective.
Se subió al auto y arrancó. Cuando en la esquina tuvo que parar por el semáforo en rojo, miró por el retrovisor y alcanzó a verle quemando llanta en su Challenger y dar una vuelta en U en donde no debía; soltó una risilla y ahora sí se permitió el lujo de suspirar, quería saber más de él; quería conocer todo de él.
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Dr. Michael Bonfils.
Ese era el nombre del joven de claro cabello cortado al estilo militar que Alistair Cornwell y su equipo se estaban llevando en esos momentos. Su mentor, el Dr. Martin, lo había encontrado sin vida en el piso esa mañana, diez días después del funeral de Neal Leagan, en los laboratorios de investigación de las empresas Grandchester & Andley, donde ambos trabajaban.
Así que Terrence G. Grandchester Baker estaba oficialmente metido en otro caso de suicidio misterioso y ya se le empezaba a llenar el puto hígado de putas piedritas de que otra vez lo mandaran a él alegando sus “contactos” e “influencias”. ¿Qué no sabían que era cuestión de ética no involucrarse en casos relacionados con la familia? Pero claro, el capitán había argumentado que como Terry no trabajaba en G&A sino en el NYPD, le tocaba hacerse cargo del caso, le gustara o no. Así que ahí estaba, todo seriedad y profesionalismo y con ganas de mandarlos al diablo a que los jodiera y pedir que alguien más se hiciera cargo.
Por supuesto, sabía que la insistencia del jefe en que fuese él, era una especie de castigo por ser una constante piedra en sus zapatos y joderle la vida regularmente. “Investigar” casos prácticamente resueltos porque eran suicidios no era trabajar como detective de verdad; era hacer de recogedor de evidencias y declaraciones, y redactor de informes describiendo escenas y métodos de muerte.
Esta vez, el occiso había optado por meterse iones de potasio directamente a las venas. Una versión sin sedante de la inyección letal con la que se llevaban a cabo las ejecuciones de criminales sentenciados a muerte. Y lo sabía no solamente porque el médico mayor se lo había confirmado, él mismo lo había sabido al ver los frascos vacíos en uno de los estantes.
La noche anterior al hallazgo, el Dr. Martin le explicó que había estado charlando con el joven médico, intercambiando datos y haciendo ambos, notas de su investigación contra un virus que amenazaba con esparcirse alegremente por la población si no era contenido a tiempo. La plática había sido normal, pero el médico más grande dijo que había notado un poco distraído a Bonfils, como si estuviera pensando en algo más, o tal vez soñando despierto. No era una actitud normal en él, por supuesto, pero tampoco era que se pudiera creer que soñar despierto podría derivar en un suicidio, y menos cuando la carrera del brillante doctor estaba en franco ascenso.
Terrence se frotó el espectacular rostro mientras mantenía la otra mano en la cadera y escuchaba el relato del Dr. Martin de cómo Michael había sido un muchacho muy inteligente y agradable, que no tenía problemas con nadie y era muy disciplinado y trabajador. El pobre hombre estaba realmente consternado por el suceso y por haber perdido a tan valioso colaborador, con tan magnífico futuro y a quien consideraba casi un hijo.
─Gracias por la información, doctor ─agradeció, instándolo a caminar para que tomara asiento, pues de pronto parecieron caer sobre los hombros del mayor todos los años del mundo─; voy a solicitar que nos faciliten las grabaciones de las cámaras, para ver si encontramos algún indicio que llevara al Dr. Bonfils a tomar esta decisión.
Grandchester le explicó aquello al especialista para tranquilizarlo sobre todo, pero también porque en verdad ya le estaba resultando malditamente extraña esta ola de muertes sin explicación, sin motivos aparentes y sobre todo, que no necesitaban investigación alguna. Todas eran auto infligidas…
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Siguiente capítulo el próximo sábado 25 de abril
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)