Bonsoir mademoiselles!! Tardísimo hoy…
─Así es, Bruja ¿qué tanto hacías que llegas apenas?
Terry de nuevo al ataque, con sus “muy importantes intervenciones”, aporta su valiosa opinión
─Allez mon amour, tu sais…
─Sí, sí, Chronos y sus oscuros vigilantes ─dijo, en tono aburrido ─; se supone que les dieron tregua, ¿no?
─Y como el señor es tan serio y siempre cumple su palabra… ─La joven ironizó─. Deja de entretenerme más, trèsor, ¡mira la hora!
─No te he atado las manos, Bruja ─respondió, con una sonrisilla burlesca.
Ella lo mira con ojos entrecerrados y el otro se va en busca de su Nerd, que ha estado sospechosamente callada los últimos días
D’accord, ningún preámbulo más, aquí el capítulo 8, merci pour lire!
Capítulo 7
EL CANTO DE LA SIRENA
Por Andreia Letellier (Ayame DV)
Capítulo 8
‒¡Grandchester! ‒Tronó una voz al tiempo que parecía que alguien había detonado la puerta de su aburrida oficina.
‒Capitán Brower, buenas tardes, qué gusto saludarlo ‒ironizó Terry como de costumbre, mientras se metía una menta a la boca y apuñalaba el cenicero con la colilla de su sempiterno cigarrillo.
‒¿Qué carajos crees que estás haciendo? ‒El hombre de cabello entrecano y abundante bigote oscuro se plantó enfrente del de ojos azules, con las manos en las caderas.
‒Me extraña que pregunte, jefe. ‒Se cruzó de brazos, luciendo su mejor expresión de “¿no es obvio?”‒. Estoy trabajando.
‒Deja tus mierdas Grandchester, no estoy para juegos. Te pedí expresamente que te encargaras de darle seguimiento a estos casos. ‒Dio un par de golpes con el índice a un montón de folders abandonados en una esquina del escritorio, casos de robos de poca monta y uno que otro de acoso y tonterías varias‒. ¿Con autorización de quién demonios solicitaste órdenes para que te entreguen grabaciones de las cámaras del Broadway Theatre, Empresas Britter, de la mansión de los Leagan y hasta de los laboratorios de las empresas de tu padre? ‒Brower se inclinó sobre la superficie gris, apoyando su peso en las manos extendidas‒. Esos son casos CERRADOS y no tienes que andar metiendo tu nariz de esnob ahí.
Sí, Terry no estaba del todo satisfecho con el asunto ese de los suicidios y había finalmente decidido indagar más en ello; así que había pedido órdenes para ver grabaciones desde 36 horas previas a cada una de las muertes, y hasta 12 después de las mismas. Afortunadamente, los cuatro casos se habían suscitado en instalaciones que contaban con cámaras de seguridad; si bien no todas directamente en la escena específica, sí en suficientes lugares como para echar un vistazo e investigar un poco más.
Por supuesto, no necesitaba dicha orden para los laboratorios de investigación de Grandchester & Andley Corp., pero no iba a saltarse totalmente el protocolo y provocar más chismes sobre su origen y razones para ser policía y no “hijito de papi millonario y mami actriz”. Las habladurías le importaban tres mierdas, por supuesto, pero eso no significaba que no fuese cansado estar escuchando todas esas estupideces; así que, si podía evitar darles motivos a esos hijos de perra envidiosos, lo haría.
‒¿Es que soy el único cabrón en esta maldita estación al que le parece jodidamente extraño que cuatro ricos hayan decidido suicidarse en menos de un mes? ‒exclamó levantándose de su silla para imitar la posición de su superior y casi pegar el rostro al del otro, que dio un paso atrás‒. Algo raro está pasando y hay que descubrirlo. Además, usted mismo decidió que fuese yo el que procesara los cuatro casos. ‒”Así que apechugue”.
Claro que eso último no lo dijo en voz alta, pero quedó lo bastante explícito cuando arqueó la ceja y mostró una sonrisa de suficiencia.
‒¡Y una mierda! Fueron suicidios, Grandchester. Sui-ci-dios ‒enfatizó‒, las malditas razones que esos cuatro hayan tenido no es jodido asunto nuestro. Así que déjate de idioteces y ponte a trabajar de una puta vez en lo que te ordené. ‒Se acercó a la puerta‒. Y si me entero de que sigues husmeando y utilizando recursos del departamento para satisfacer tus ansias de gloria personal, te juro que acabarás tus días de activo como un maldito policía de crucero dirigiendo el tráfico. ‒Brower salió de allí dando un portazo.
Terry apretó la quijada y dio un golpe al escritorio, harto de la burocracia y del bastardo del capitán, al que siempre tenía pegado a su trasero con su cantaleta de “sigue los procedimientos”, “haz lo que te ordené”, “deja de dártelas de Sherlock”, “el detenido puso una queja por brutalidad policial” y un largo etcétera. Carajo, como si no hubiera un montón de hijos de puta que merecían bastante más de lo que obtenían; esos a los que les importaban una mierda los derechos de los demás y robaban, estafaban, secuestraban, violaban y asesinaban sin conciencia alguna. ¿Y él tenía que tratarlos como malditas princesas?
“¡Que se joda!”, ladró para sus adentros y agarró su saco para salir de allí echando chispas.
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…
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Candy estaba en su casa, con la nariz metida en la página de Facebook de los cuatro fallecidos, buscando algún comentario, publicación o indicio de que pensaran hacer lo que habían hecho. Llevaba así toda la tarde y estaba algo cansada. No había nada en absoluto que dijera que alguno de ellos tuviera tendencias suicidas, ni motivos aparentes.
Por supuesto no era ninguna ingenua, en la dichosa red social la mayoría de las personas aparentaba tener vidas perfectas y felices; pero siempre había algún pequeño detalle que pudiese manifestar disconformidad o depresión. Como profesional de su área, la rubia tenía conocimientos básicos sobre sociología y psicología de la comunicación, y ella, por su cuenta, había hecho algunos diplomados profundizando en ambos temas enfocándose más en aspectos humanos; así que se sabía lo suficientemente capacitada como para ubicar alguna pista.
Nada. Tres de las cuatro víctimas habían tenido intensa actividad en sus redes incluso el día previo a sus muertes, pero no lograba ver nada que dijera que pretendían morirse de maneras tan dramáticas.
“Esto es muy raro” se dijo, cuando, agotada, se despegó de la pantalla y se frotó los ojos con las palmas de las manos. Al parecer necesitaría indagar más a fondo, como hablando con los familiares de los occisos; lo cual no era una perspectiva entretenida en ninguno de los casos. Candy soltó el aire y se levantó por un vaso de leche fría para despejarse cuando una idea cruzó sus bellas esmeraldas. En un instante se olvidó de su cansancio y se volvió a plantar frente al monitor de su laptop, regresó a la página de Facebook y tecleó Terrence Grandchester. Nada. Trató con Terry Grandchester. Tampoco.
Para su gran decepción, no había ningún perfil del detective con ninguna combinación que se le ocurrió intentar. Al parecer el apuesto inglés no era fanático de las redes, pues tampoco lo localizó en Twitter ni Instagram. Por lo poco que lo conocía, asumió sin lugar a dudas que mucho menos lo encontraría usando Snapchat ni nada parecido.
Suspiró con un gracioso puchero adornando su cara. ¿Qué sería lo que tenía que hacer para conseguir información sobre ese huraño y absolutamente irresistible sujeto? Ella quería saber más de él, pero preguntarle directamente no parecía buena idea; casi podía escucharlo burlándose de ella por entrometida. ¿Qué podría hacer?
‒¡Ya sé!
Encantada con su brillante idea, miró la hora en su celular y decidió que todavía le alcanzaba el tiempo para realizar algunas compras y así llevar a cabo su plan la tarde siguiente.
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…
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Terry acababa de ducharse con agua unos 15° más caliente de lo que le gustaba, buscando relajar sus músculos aún contracturados, incluso después de la intensa sesión de pesas y destrozando a puñetazos y patadas los sacos de arena en el gimnasio de la estación.
Descalzo y con solamente una toalla azul marino atada baja en la cadera, cubriendo justo a partir de donde podría considerarse indecente, estaba frente al espejo del cuarto de baño pasándose la máquina de afeitar. Llevaba el cabello húmedo un poco alborotado y algunas gotas deslizándose perezosamente sobre su pecho hasta llegar al marcado six pack de su fantástico abdomen, y un poco más allá.
Había estado haciendo el tedioso trabajo que le encargara el capitán solo para que no le estuviera jodiendo la existencia, pero no quitaba el dedo del renglón y en su mente estaba repasando una y otra vez las escenas de los suicidios, así como toda la información recopilada tanto de testigos y familiares, como de los informes del forense; lo malo es que seguía en las mismas. Por eso necesitaba las putas grabaciones que el infeliz de Brower había impedido que obtuviera. Soltó toda una serie de coloridos insultos a la salud del bastardo.
En ello estaba cuando el timbre de su puerta sonó un par de veces cortas y precisas, señal de que era el amable Max Matthew, host del elegante edificio en el que vivía.
Se pasó la mano derecha por la barbilla antes de ir a abrirle. El caballero era atento y paciente, pero Terrence tenía un marcado TOC* que le impedía, entre otras cosas, estar tranquilo sabiendo que alguien estaba esperando afuera de su apartamento.
Max se había presentado en su puerta para entregarle un pequeño paquete que un mensajero había dejado en la recepción para él y se había retirado luego con presteza, dejándolo revisar el contenido con la privacidad pertinente. Así que luego de agradecer, Terry se volvió a encerrar mirando la escueta nota que acompañaba al envoltorio.
“Para ti, con agradecimiento”
Grandchester en su típico actuar arqueó la ceja. No reconocía la letra, además no había muchas personas que supieran su domicilio, así que sus instintos detectivescos se activaron de inmediato.
Examinó el paquete con detenimiento. Era una caja rectangular de aproximadamente 20 cm de largo, 6 de ancho y 4 de alto envuelta en elegante papel de seda negro decorado con sutiles arabescos dorados y un sencillo lazo también dorado. Frunció el ceño y con cuidado lo desenvolvió para encontrarse con el empaque de una pluma fuente Montblanc Meisterstück Martelé Sterling Silver, que lo dejó un tanto sorprendido.
¿Otra pluma fuente? ¿En serio? ¿De qué diablos le veían cara para estarle obsequiando de esas? Ni siquiera la abrió y lanzó la cajita sin mucho cuidado al cajón de su moderna credenza, junto al montón de la gran colección de otras de ese tipo que acumulaba sin hacerles ni puto caso. Todas elegantes y muy caras.
La dichosa pluma no le interesaba en lo más mínimo, incluso si era el diseño más reciente de la casa que la había fabricado. Lo que sí le causaba curiosidad era quién se la habría enviado pues la nota no traía firma ni remitente y había sido entregada en su apartamento.
¿Sería la Srta. Pecosa? No… No la conocía tanto, pero estaba seguro de que un costoso regalo como ese no era del estilo de la rubia, que era muy sencilla y natural como para buscar agradecer de una manera tan ostentosa. Aparte, en teoría, ella no conocía su domicilio ni tenía nada qué agradecerle tampoco.
Quizás Elisa Leagan. Rodó los ojos. Sí, era más probable que esa chica le hubiese enviado una cosa como esas. Eso sin mencionar que conseguir su dirección no le sería tan complicado; la mujer había probado en anteriores ocasiones que podía obtener casi cualquier cosa que deseara, excepto a él; por mucho que lo intentase.
Esto parecía una nueva tentativa de la pelirroja, ahora valiéndose incluso de la muerte de su hermano. ¿Es que nunca iba a entender que no estaba interesado en ella? Ni en ninguna otra mujer de su clase, por cierto. Todas eran demasiado superficiales, egocéntricas, egoístas y un sinfín de “cualidades” que a él le exasperaban de sobremanera. Decidió ignorar olímpicamente el asunto, tal vez así por fin entraría en su dura cabeza que era mejor desistir.
Volvió a su habitación a ponerse el pantalón del pijama y se olvidó por completo del molesto detalle agarrando un buen libro antes de quedarse dormido; así que no llegó a ver el pequeño zafiro en forma de estrella en la punta de la tapa del artículo, ni que este tenía grabadas sus iniciales, TGGB.
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...
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Siguiente capítulo el próximo lunes 27 de abril.
Gracias por su tiempo para leer
J’espère que vous apprécierez de lire autant que moi d’écrire (Espero que disfruten leyendo, tanto como yo escribiendo)